Vicenç Navarro, Público
Las políticas de austeridad que el gobierno alemán presidido por la canciller Angela Merkel está imponiendo a los países periféricos de la Eurozona, llamados en el mundo anglosajón Gipsy (Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia) les está llevando a un desastre (no hay otra manera de definirlo). Gran número de economistas han estado subrayando este hecho (aunque tal número ha sido muy reducido en España), mostrando que la gran recesión que tales países están sufriendo se debe primordialmente a tales políticas de austeridad. En realidad, la extensión de tal desastre puede incluso llegar a afectar a la propia economía alemana. Una manera sería imposibilitando que los países periféricos pudieran pagar sus deudas, tanto privadas como públicas, a los bancos alemanes. Ha sido el propio Ministro de Finanzas del gobierno Merkel el que ha alertado de que el colapso de la economía griega y su salida del euro tendrían un efecto muy negativo para el sistema financiero europeo, centrado en la banca alemana.
En realidad, un objetivo clave de las políticas de austeridad impuestas por la administración Merkel a los países periféricos y a sus gobiernos es forzarles a que paguen lo que deben a los bancos alemanes. De continuar estas políticas de austeridad, la propia banca alemana puede quedar afectada muy negativamente. Tal realidad es ignorada por aquellos columnistas de los mayores medios de difusión que, un tanto frívolamente, sostienen que el gobierno Merkel quiere “expulsar” a Grecia del euro.
Ahora bien, la persistencia de las políticas de austeridad, a pesar del riesgo que ello suponga para la banca alemana, tiene también grandes beneficios para ésta. Es decir, la enorme crisis de los países periféricos está beneficiando a la banca alemana y al Estado alemán que, bajo el gobierno Merkel, está muy influenciado por, no sólo la banca, sino también por los sectores industriales exportadores alemanes que crecientemente exportan a países fuera de la zona euro. Así, los bonos del Estado alemán, frente a la gran crisis de confianza de los mercados (ayudada por las políticas del BCE que contribuyen a crear tal desconfianza, con el consiguiente aumento de los intereses de la deuda pública), se convierten en un depósito de seguridad, estando altamente solicitados. Existe así un flujo de capitales hacia el sistema financiero alemán, resultado de la crisis de los países periféricos de la Eurozona.
Un tanto semejante ocurre en el sector industrial. Como señala el economista alemán Frank Hoffer, el deterioro de la industria automovilística de los países periféricos, como Fiat, afecta positivamente a la industria automovilística alemana, como Wolkswagen. De ahí que las políticas de austeridad contribuyen al enorme dominio del capital financiero e industrial alemán y del Estado alemán, lo cual, a la larga, tendrá un coste político elevado, pues tal dominio se está estableciendo a costa de los demás países que están resistiendo tales imposiciones. El caso de Grecia es un ejemplo de ello. De ahí el renacimiento de los nacionalismos, tanto alemán como anti-alemán, que pueden romper la propia Unión Europea. No es la viabilidad del euro, sino la viabilidad de la Unión Europea la que está siendo cuestionada por tales políticas de austeridad, pues la promoción de tales políticas está diluyendo muy rápidamente la cultura (que siempre fue muy limitada) de cohesión europea, siendo sustituida por la cultura de los nacionalismos que determinó la I y la II Guerras Mundiales, y que la Unión Europea intentaba prevenir.
De ahí que figuras alemanas que han mostrado su compromiso con el proyecto europeo, tales como los ex cancilleres del gobierno alemán Helmut Schmidt y Helmut Kohl, hayan criticado a la canciller alemana por anteponer los intereses empresariales alemanes por encima del proyecto europeo, pudiéndolo destruir. No ocurrirá una III Guerra Mundial, pero sí que podría ocurrir que la UE y no sólo el euro, desapareciera. Pero no sería la desaparición del euro (en contra de lo que se dice, no está en peligro su supervivencia) la que destruiría la Unión Europea, sino que sería la desaparición de la UE la que crearía la desaparición del euro.
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