miércoles, 21 de diciembre de 2011

El tipo de cambio no es el único problema


Michael Spence, Project Syndicate

Si miramos los patrones comerciales de los dos principales actores de la economía mundial, dos aspectos saltan a la vista. Uno de ellos es que mientras los Estados Unidos tienen un déficit comercial con casi todos los países, incluidos Canadá, México, China, Alemania, Francia, Japón, Corea del Sur y Taiwán, sin mencionar los países exportadores de petróleo, el déficit más grande lo tienen con China. Si los datos comerciales se volvieran a calcular tomando en cuenta el país de origen de los distintos componentes del valor agregado, el panorama general no cambiaría, pero sí las magnitudes relativas: mayores déficits de los Estados Unidos con Alemania, Corea del Sur, Taiwán y Japón, y un déficit dramáticamente más bajo con China.

El segundo aspecto es que Japón, Corea del Sur y Taiwán –todas hasta cierto punto economías de altos ingresos- tienen un amplio superávit comercial con China. Alemania ha equilibrado relativamente su comercio con China, que incluso ha registrado un modesto superávit bilateral en el periodo posterior a la crisis.

Los Estados Unidos tienen en un constante déficit comercial global que fluctúa entre el 3% y 6% del PIB. Sin embargo, mientras el total refleja déficits bilaterales con casi todos los países, el congreso estadounidense está obsesionado con China, y parece estar convencido que la causa principal del problema radica en la manipulación china del tipo de cambio del renminbi.

El problema de esta opinión es que no toma en cuenta las marcadas diferencias entre los Estados Unidos, por un lado, y Japón, Alemania, y Corea del Sur, por otro. Además, el valor real del renminbi (ajustado a la inflación) ahora está subiendo aceleradamente debido a los diferenciales de inflación y el aumento de los salarios chinos, en particular en los sectores exportadores del país. Esto modificará muy considerablemente con el paso del tiempo la estructura de la economía china y los patrones comerciales. Los eslabones más adelantados de las cadenas de valor agregado globales se desplazarán de China a países que estén en etapas más tempranas de desarrollo económico como Bangladesh, donde los ingresos son más bajos (aunque no provocará un gran cambio en la balanza con los Estados Unidos).

Una inquietud en cierto modo más delicada podría ser que la naturaleza del dólar como divisa de reserva hace que esté sobrevaluado con respecto a todas las monedas, no sólo frente al renminbi. Ello podría crear una presión adicional en la parte comercializable de la economía estadounidense, y por consiguiente podría ayudar a explicar por qué dicho sector no ha generado empleo neto desde hace dos décadas en ese país. Sin embargo, para explicar el desempeño respecto a Japón y Alemania, se tendría que afirmar que el euro y el yen se han devaluado, lo que no tiene sentido.

De hecho, el empleo generado por el sector comercializable ha sido en los servicios, en la parte superior de las distribuciones del valor agregado por persona, la educación y el ingreso. Como resultado, el crecimiento y el empleo en el sector comercializable han tenido un comportamiento distinto, pues ha habido un sano crecimiento pero el empleo se ha estancado. Por el contrario, en Alemania y Japón, el sector comercializable es una máquina de generación de empleo.

Las características distintivas de la economía estadounidense, al menos durante una década previa a la crisis que comenzó en 2008, fueron un nivel de consumo insosteniblemente elevado debido a un efecto ilusorio de riqueza; inversión insuficiente (incluso en el sector público); y ahorros que no compensaban la falta de inversión. Ese consumo excesivo de los hogares y el gobierno estimuló la economía interna –y también gran parte de la economía global.

En varios países europeos que ahora encaran dificultades fiscales y de crecimiento, el patrón era en cierto modo distinto: la mayor parte del consumo y el empleo excedente se daba en el sector gubernamental. Sin embargo, el efecto era similar, puesto que había una generación insostenible de empleo e ingresos; y una menor productividad y competitividad en los sectores comercializables de estas economías, lo que condujo a la creación de déficits comerciales, un PIB reducido, y una insuficiente creación de empleos.

Se podría argumentar que el euro ha estado y está sobrevaluado, y que eso ha obstaculizado la productividad de muchas economías de la eurozona en comparación con los países que no pertenecen a ella. No obstante, las deficiencias relativas de productividad de la eurozona son más importantes para el crecimiento y no tienen nada que ver con el tipo de cambio.

Enfocarse en las divisas como la causa de los males económicos de Occidente, aunque no es del todo erróneo, sí es excesivo. Los países en desarrollo han aprendido con el paso del tiempo que las mejoras de la productividad son lo que impulsa el verdadero aumento del ingreso y la expansión del empleo, no los movimientos en el tipo de cambio. A su vez, esto requiere de inversión pública y privada en activos tangibles en infraestructura física y de telecomunicaciones, capital humano y calificación, y una base de conocimientos y tecnología de la economía.

Por supuesto, es posible que los términos de intercambio de un país se desajusten con respecto a los niveles de ingreso y productividad, lo que exige un reequilibrio. No obstante, no basta restablecer los términos de intercambio, también se deben abordar los fundamentos estructurales de la productividad.

Todo esto no es algo particular a los países en desarrollo. La inversión insuficiente tiene costos de largo plazo y consecuencias por todos lados. El consumo excesivo solamente oculta dichos costos de forma temporal.

En los Estados Unidos, las deficiencias productivas han conducido a una desconexión con las cadenas de suministro global. Así pues, el desafío para ese país no es únicamente restablecer la productividad, sino también sus vínculos con las principales corrientes del comercio global.

El crecimiento de China –y más generalmente el de las principales economías emergentes- proporciona un impulso potencial importante. Eso se aplica claramente en el caso de Alemania, Japón y Corea del Sur. Los Estados Unidos y otros países también pueden aprovecharlo, pero solamente si la productividad en relación con los niveles de ingreso en áreas específicas del potencial de competitividad empieza a crecer.

Mientras la política económica estadounidense siga enfocada en los déficits, la demanda interna y los tipos de cambio, y retrocediendo en materia de apertura comercial, sus deficiencias de inversión seguirán sin resolverse. Esto significa que sus problemas de empleo y distribución del ingreso también continuarán sin atenderse.

La buena noticia, es que en un nivel más profundo, los incentivos entre los países avanzados y en desarrollo están alineados. A las economías emergentes les interesa mucho el restablecimiento del crecimiento sostenible en los países avanzados, y están preparados para cooperar en ese proceso. Sin embargo, enfocarse en el tipo de cambio de estos países no es la forma correcta de hacerlo.
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Michael Spence compartió el Premio Nobel de Economía junto a Joseph Stiglitz y George Akerlof el año 2001. Es profesor de Economía de la Escuela de Negocios (Stern School of Business) de la Universidad de Nueva York; investigador visitante distinguido del Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations); e investigador de la Institución Hoover (Hoover Institution) de la Universidad de Stanford.

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