Marcelo Justo, Página 12
La “insensatez” de los países dominantes, criticada por la Unasur el pasado viernes, se da en el marco de un “gran experimento” en política económica del mundo desarrollado. Si la primera reacción al estallido financiero de 2008 fue un acuerdo “keynesiano” del G-20 para evitar una recesión como la del ’30, una vez neutralizado el pánico, los gobiernos centrales se inclinaron con alguna que otra excepción por atacar el déficit con la tradicional receta de recorte del gasto público y aumentos impositivos para aplacar a los mercados financieros (a los que acaban de rescatar). Eminente autoridad en John Maynard Keynes, Lord Robert Skidelsky, profesor enemérito de la Universidad de Warwick y autor de Keynes: The return of the master, cree que los países centrales han hecho un gran laboratorio de ensayo con sus propias economías. “Están poniendo a prueba la teoría keynesiana que sirvió para salir de la debacle de los años ’30. Si la consolidación fiscal es la ruta de la recuperación, deberíamos enterrar a Keynes. Si por el contrario, los mercados financieros y los políticos que los obedecen son los “asnos” de los que hablaba Keynes, tendremos que pensar qué hacemos con los mercados para poder volver a gobernar”, señaló Lord Skidelsky a Página/12.
–El experimento del que usted habla ya lleva más de un año. ¿Cuál es a su juicio el veredicto hasta el momento?
–La apuesta es que el ajuste producirá una recuperación de la producción y del empleo. Esta apuesta se basa en la idea de que la inversión pública y el endeudamiento estatal están limitando la inversión privada. Es decir, si se limita la inversión del sector público se liberarán las fuerzas del sector privado. Esto puede ser cierto cuando hay empleo pleno. No lo es cuando hay una reducción de la demanda como la actual. Si uno basa una política en una teoría tan floja, es muy difícil que funcione. Y por el momento lo que pasa en el Reino Unido, en la mayoría de los países de la Eurozona con un par de excepciones y en EE.UU. ahora que se está agotando el estímulo fiscal, parece confirmar las tesis de Keynes.
–El contraargumento es que hoy la teoría keynesiana no funciona igual debido a la globalización de los mercados financieros.
–Es cierto que uno tiene que tomar mucho más en cuenta el tema de la confianza porque hoy los gobiernos se endeudan con bancos y entidades financieras extranjeras. Esto impone un condicionamiento. Pero no invalida la teoría keynesiana. Lo que puede suceder es que requiere reacomodarla. Por ejemplo, hoy se necesita mucha más coordinación. Uno de los grandes aciertos que siguieron al estallido financiero de 2008 fue la coordinación entre los gobiernos que llevó a un programa de estímulo conjunto en la reunión del G-20 en 2009. Esto sirvió para estabilizar la actividad económica, pero no para restaurarla a su nivel previo. Ahora que el efecto de este estímulo se está agotando, uno puede ver que, por ejemplo, en la Eurozona, el crecimiento es un 4 por ciento menor de lo que debería ser.
–Es paradójico que la respuesta del G-20 haya sido keynesiana y que una vez sorteado lo peor se haya regresado a la austeridad.
–Creo que la primera reacción fue una especie de keynesianismo instintivo de políticos que no querían ver una repetición de los años ’30. Pero fue más un salvataje que un programa de recuperación.
–En la mayoría de los casos la experiencia de la austeridad es negativa: es evidente en Reino Unido y los países periféricos de la Eurozona. Pero hay excepciones como Alemania y Holanda....
–El secreto de Alemania es que tiene mercados para sus exportaciones en países que están creciendo como China. Uno puede tener la peor política fiscal, pero si sus mercados de exportación están florecientes, la economía puede crecer.
–Si efectivamente se prueba que la teoría keynesiana sigue tan vigente como antes, ¿qué se hace con los mercados financieros que para prestar exigen ajustes?
–La teoría keynesiana se refiere a la necesidad de mantener el nivel de la demanda agregada consistente con el de la utilización de la capacidad económica. Keynes no dijo nada específico sobre los problemas estructurales macroeconómicos, excepto que no debían perjudicar la demanda agregada. Solo en un capítulo Keynes habla de los mercados financieros diciendo que eran inherentemente volátiles debido a la incertidumbre que tienen. Para Keynes la inversión financiera tiene las leyes del mundo de las apuestas: puede salir bien o no. Hay nuevas teorías que parten de estos conceptos. Por ejemplo, el requisito de incrementar los encajes de los bancos para evitar que se excedan en sus préstamos. Esto se está aplicando lentamente. También la idea de reintroducir la ley Glass Steagall que separa a los bancos comerciales y los de inversión para que los bancos no corran apuestas con el dinero de los ahorristas. Son intentos de estabilizar el sistema. Pero estas medidas son un programa de reforma para evitar una nueva crisis, no para salir de la actual.
–En algunos países emergentes, después de las crisis vividas en el pasado, se ha reivindicado la idea del superávit fiscal siempre y cuando no afecte el crecimiento. ¿Es esta la mejor manera de independizarse de los mercados?
–Es una póliza de seguro, no cabe duda. Pero no me parece muy eficiente. Lo importante no es tanto tener un superávit fiscal continuo sino tener un presupuesto equilibrado dentro de un ciclo económico. La idea de los Fondos Soberanos es ésa. Acumular fondos durante la época de bonanza económica para poder financiar el crecimiento durante épocas más difíciles. Esto es lo que deberían hacer las economías que basan su riqueza en las materias primas. No tanto tener un superávit fiscal para acumular reservas sino usar la ventaja que puede dar un “commodity” para diversificar la economía.
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