Michel Husson, Viento Sur
La nueva hoja de ruta de la crisis en Europa está bastante clara: se trata de hacer pagar la factura de la crisis a las y los asalariados. Con el objetivo de arrojar un poco de luz sobre la coyuntura actual, vamos a abordar, en primer lugar, la trayectoria de la crisis estos últimos años, para después caracterizar los dilemas planteados en la fase actual y, finalmente, plantear los retos estratégicos de este nuevo periodo.
1. La crisis del capitalismo neoliberal
Para comprender bien los resortes de la crisis actual es necesario tomar un poco de perspectiva. El punto de partida es la crisis de los 70 que puso fin a los “treinta gloriosos”. Como las políticas habituales no eran capaces de hacer funcionar el sistema, se opera el gran giro neoliberal de principios de los 80. Así pues, desde hace 30 años (¿los “treinta penosos”?) vivimos bajo un régimen de capitalismo neoliberal que se caracteriza por tres elementos determinantes:
1. Reducción de la masa salarial e incremento de la tasa de beneficio
2. Dinámica divergente (en tijera) entre los beneficios y las inversiones
3. Incremento de los dividendos
Por ello, antes de la crisis, la imagen de la economía capitalista es la de una enorme masa de “capitales libres” alimentada por la compresión de los salarios y los desequilibrios internacionales. Gracias a la desregulación financiera, estos capitales circulan sin trabas en busca de una hiper-rentabilidad, que las condiciones concretas de producción de plusvalía no puede garantizar más que virtualmente. Así pues, resulta lógico que esta fuga hacia delante se desarrolle en la esfera financiera sin que ello conlleve que la crisis sea estrictamente financiera. Plantear que la crisis es fruto de la desregulación financiera supone ignorar sus causas profundas.
La crisis actual debe entenderse como la crisis del modelo neoliberal que hemos descrito antes; un esquema puesto en pie para dar solución a la crisis anterior. Siendo coherente, este modelo, cuyos elementos constituían todo un sistema, era al mismo tiempo un modelo que generaba desigualdades, frágil y desequilibrado. Pero, a los ojos de las clases dominantes, tenía la ventaja de permitirles acaparar una parte creciente de las riquezas producidas. Actualmente, lo más importante es que este modelo ya no puede funcionar como hasta ahora y que los capitalistas no tienen solución de recambio. Entramos en un período dominado totalmente por esta contradicción: todo lo que se hace tiene por objetivo volver al business as usual, pero eso ya no es posible.
2. La crisis : fase 3. Hacia un regulación caótica
No se trata de predecir la vía concreta que vaya a adoptar el capitalismo los próximos años, sino presentar el conjunto de contradicciones a las que va a estar confrontado. Las vamos a resumir bajo la forma de cuatro “dilemas” que configuran la “regulación caótica” que corresponde al movimiento del capitalismo entre dos imposibilidades: imposibilidad (y rechazo) de volver al capitalismo relativamente regulado de los “treinta gloriosos” por un lado; e imposibilidad de restablecer las condiciones de funcionamiento del modelo neoliberal, porque este modelo se basaba en una fuga hacia delante agotada. Este callejón sin salida se resume, una vez más, así: el capitalismo quiere volver al funcionamiento anterior a la crisis, pero eso resulta imposible.
Dilema del reparto: ¿restablecimiento de la rentabilidad o empleo? La crisis interrumpió de forma brutal la tendencia al alza de los beneficios. Esta degradación se explica, en gran parte, por la evolución de la productividad del trabajo que ha bajado fuertemente debido a que las plantillas sólo se han ajustado parcialmente a la caída de la producción. Ahora, bajo el fuego de la competencia, las empresas quieren lograr el restablecimiento de sus beneficios: mediante el ajuste o congelación de las plantillas e, incluso, mediante la reducción de los salarios.
Al mismo tiempo, dispositivos como el desempleo parcial se van a agotar poco a poco, al igual que las ayudas para relanzar la producción tipo planes renove. Por otra parte, una de las preocupaciones de los organismos internacionales es poner fin a las medidas de urgencia que se aprobaron al inicio de la crisis. Así pues, este ajuste de empleo y de salario va a desencadenar un nuevo giro recesivo debida a la contracción de las rentas familiares.
Dilema de la globalización: ¿reabsorción de los desequilibrios o crecimiento mundial? Uno de los principales motores de la economía mundial antes de la crisis fue el sobreconsumo de los hogares en los Estados Unidos. Es bastante difícil reconducir esta situación. La “definanciarización” emprendida con el reciente aumento de la tasa de ahorro conduce a una nueva contradicción, porque la reducción del consumo significa, también, una dinámica económica más débil. La opción adoptada es la de reorientar la economía americana hacia la exportación, pero esta opción supone que exista una mejora de la competitividad de las exportaciones USA que no se puede alcanzar mas que a través de una devaluación del dólar. Más recientemente se tomó la decisión de inyectar dinero masivamente (quantitative easing). Ahora bien, esta orientación no puede sino incrementar los desequilibrios de la economía mundial. Si logra imponerse la devaluación del dólar, ésta va a tener efecto sobre el ya débil crecimiento en Europa. Y si se combina con la creación monetaria impondrá una reevaluación de las monedas de los países emergentes, fraccionando aún más la economía mundial.
Dilema presupuestario: ¿reabsorción de déficits o gastos sociales? La crisis y los planes de relanzamiento han conducido a un incremento considerable de los déficits que, los gobiernos europeos sobre todo, han decidido reabsorber sin adoptar ninguna medida para estar al abrigo de la ofensiva de los mercados financieros. Es lo que anunció Trichet en 2009: “el proceso de ajuste estructural deberá comenzar, como muy tarde, durante la recuperación de la actividad económica”. En 2011, habrá que intensificar los esfuerzos. Pero, esta opción supone condenar Europa a un débil crecimiento y a la regresión social.
Dilema europeo: ¿coordinación o cada cual a lo suyo? Europa está en vías de implosionar como entidad económica. Su fraccionamiento comenzó bastante antes de la crisis, pero ahora ha pasado el umbral debido a que los distintos países de la UE sufren de la crisis de forma desigual en función del peso relativo de la finanza, del sector inmobiliario o del automóvil en su economía y de su inserción en el mercado mundial. Ahora bien, en la agenda europea no está al orden del día impulsar un verdadera política económica coordinada; mucho menos cuando la UE se ha privado voluntariamente de las instituciones que podrían llevarla a cabo: no existe presupuesto común, no hay una política de cambio y tampoco existe una coordinación fiscal. La Europa de la “competencia libre y no falseada” está, por lo tanto, condenada a que cada cual vaya a lo suyo y asistimos a una verdadera debacle del actual modelo de construcción europeo.
3. Algunas implicaciones estratégicas
Tras haber traducido la deuda privada en pública, el objetivo actual es hacérsela pagar a los trabajadores y trabajadoras. Esta terapia de choque se materializa a través de planes de austeridad que siguen un mismo modelo: reducción de los gastos socialmente útiles y aumento de los impuestos más injustos. Frente a esta violencia social, no hay otra alternativa que hacer pagar los costes del rescate del sistema a los accionistas y a los acreedores.
Porque ahora mismo, lo que está tocando pagar a las trabajadoras y trabajadores europeos es, también, la debacle del proyecto de construcción europea.
Desde el punto de vista de la clase trabajadora, las tareas inmediatas son claras: es necesario hacer frente a los planes de austeridad y rechazar el pago de la deuda soberana, que no es otra cosa que la deuda de la crisis. El proyecto alternativo sobre el que se puede desplegar esta resistencia social es el de la exigencia de otro reparto de la riqueza. Una exigencia coherente con el análisis de la crisis. En efecto, es la compresión salarial o, dicho de otro modo, la apropiación de una parte creciente del plusvalor por el capital financiero lo que ha conducido a la enorme acumulación de deudas que ha provocado la crisis.
Esta alternativa pasa, sobre todo, por una verdadera reforma fiscal que ponga fin a los beneficios fiscales que se vienen otorgando desde hace años a las empresas y a las fortunas. Implica, también, de una u otra manera, la anulación de la deuda pública. La incompatibilidad entre la deuda y los intereses sociales de la mayoría de la población es total. No puede haber una salida progresista a la crisis sin poner en cuestión esta deuda, sea suspendiéndola o reestructurándola. Además, probablemente, algunos países van a tener que suspenderla, lo que le da una importancia mayor al anticiparse a esta situación y plantear cómo debe ser gestionada.
¿Permitiría la salida del euro aflojar la presión? Esta idea se enfrenta a un primer problema: el hecho de que Gran Bretaña no forme parte de la eurozona no la ha preservado de la austeridad. Por otra parte, es bastante fácil de comprender por qué la extrema derecha nacionalista, como el Frente Nacional en Francia, exige la salida del euro. En sentido contrario, resulta más difícil ver cuáles podrían ser los beneficios de esta exigencia desde un punto de vista de izquierda radical. Si un gobierno liberal estuviera obligado a tomar un medida semejante bajo la presión de los acontecimientos, es claro que lo haría como pretexto para una austeridad aún más dura de la que conocemos hoy y que esto no posibilitaría en absoluto, más bien lo contrario, mejorar la relación de fuerzas de los trabajadores y trabajadoras. Esta es la lección que se puede extraer de experiencias pasadas.
Por el contrario, para un gobierno de izquierdas, salir del euro supondría un verdadero error estratégico. La devaluación de la moneda, que es el objetivo que se persigue, abriría inmediatamente una brecha que sería aprovechada por los mercados financieros para desencadenar una ofensiva especulativa sobre ella; lo que conduciría una espiral de deflación-inflación-austeridad. La devaluación, además, aumentaría bruscamente el montante de la deuda, hasta ese momento establecida en euros o dólares. Por otra parte, todo gobierno de izquierdas que desee de verdad adoptar medidas a favor de las y los trabajadores estaría confrontado a fuertes presiones del capitalismo internacional, por lo que ante este prueba de fuerza y desde un punto de vista táctico, valdría más utilizar de forma conflictiva la pertenencia a la zona euro.
¿Qué hacer en esta coyuntura extremamente difícil? Más que señalar las diferencias, ciertamente reales, entre la situación de los diferentes países, el reto está en construir una orientación internacionalista sobre la crisis en Europa. El único medio de oponerse verdaderamente al ascenso de la extrema derecha es proponer objetivos diferentes a las “cabezas de turco” habituales. Es, también, el medio para afirmar una verdadera solidaridad internacional con los pueblos más debilitados por la crisis, exigiendo que sus deudas sean compartidas a nivel europeo. Es necesario oponer un proyecto europeo alternativo al proyecto burgués que lleva a todo los países a una regresión social.
La tarea es difícil, al igual que el período de la crisis que la ha abierto, pero la izquierda radical no debe encerrarse entre la opción imposible de una aventura arriesgada -la salida del euro- y una armonización utópica; debe trabajar en torno a objetivo intermedios que pongan en cuestión las instituciones europeas actuales. Objetivos tales como:
• Que los Estados de la Unión pueden pedir préstamos directamente al Banco Central Europeo (BCE) a tasas de interés bajas y que la banca privada esté obligada a cargar con una parte de la deuda pública.
• Poner en pie un mecanismo para la suspensión de la deuda que permita anular la deuda pública en proporción a los beneficios fiscales otorgados a las fortunas y el dinero otorgado para el reflotamiento de los bancos.
• Que el saneamiento presupuestario pase por una reforma de la fiscalidad orientada a tasar, de forma armonizada a nivel europeo, el movimiento de capitales y las transacciones financieras, los dividendos y otras rentas del capital, las grandes fortunas y los grandes salarios.
Como seguramente sería absurdo esperar una ruptura simultánea y coordinada en todos los países europeos, la única hipótesis concebible debe tomar como punto de partida una experiencia de ruptura en un solo país. El gobierno en cuestión deberá adoptar medidas como la instauración de un impuesto sobre el capital pero, al mismo tiempo, deberá adoptar medidas de represalia contra actividades de las que va a ser víctima, con la instauración de un control sobre los capitales. Adoptando este tipo de medidas, entraría en conflicto abierto con las reglas de juego europeas.
Su principal punto de apoyo está en el carácter solidario de las medidas adoptadas. Esto constituye una enorme diferencia con el proteccionismo clásico, que trata siempre de mejorar la situación del propio país por medio de obtener mayor cuota de mercado frente a otros. Las medidas progresistas, por el contrario, son más eficaces en la medida que se generalizan a un número mayor de países. Por lo tanto, sería preciso plantear la necesidad de una estrategia de extensión de estas medidas basada en el siguiente criterio: afirmamos nuestra voluntad de tasar el capital y adoptamos medidas de protección adecuadas, a la espera de que éstas, tal como las proponemos, se extiendan al conjunto de Europa.
Conclusión: más que enfrentar una con otra, es preciso reflexionar sobre la articulación entre la ruptura con la Europa neoliberal y un proyecto de refundación europea.
[Ponencia para el foro El otro Davos]
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Tomado de Viento Sur
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