Carlos Berzosa, en este artículo de Sistema Digital, La ortodoxia, un freno para combatir la crisis, señala que los problemas que desencadenaron la crisis siguen sin resolverse, y que se apela a medidas de ortodoxia económica para intentar revertir una de las mayores crisis de la historia. Se pretende que el recorte del gasto es la solución, cuando agravará aún más los problemas:
Cuando aún la salida de la crisis es incierta y vacilante, se alzan voces, cada vez con más insistencia, de economistas influyentes de que lo importante es el descenso del déficit público... Los economistas ortodoxos, no satisfechos suficientemente con los errores cometidos en el pasado reciente, vuelven a la carga con sus recetas, que son siempre las mismas: reducir el déficit público, reformar el mercado laboral a la baja, al igual que el sistema de financiación público de pensiones... Desde los años ochenta hemos sido sometidos a un bombardeo insoportable sobre lo que hay que hacer en política económica... Insistieron hasta la saciedad en la eficiencia de los mercados y su capacidad para autorregularse: para así disminuir el papel del Estado en la economía, recomendaron la privatización de empresas públicas, bancos públicos y servicios públicos, y defendieron la globalización como la gran panacea para el crecimiento económico y el desarrollo.
Para los ortodoxos, la política económica debe basarse en un reducido déficit público, acompañado de una reducción de impuestos y el uso de una política monetaria cuyo objetivo único sea el combate contra la inflación... Con esta política económica se pretendía convencer a todo el mundo de que se lograría una senda de crecimiento duradero y estable. La UE la llevó a cabo como la receta adecuada para seguir avanzando en el desarrollo.., y para los países subdesarrollados su aplicación se consideraba el mejor remedio para salir del atraso e ir alcanzando a las naciones que se encontraban a la cabeza. Con estas medidas se conseguía el avance, el desarrollo, y se evitaban las crisis económicas, que deberíamos dejarlas ya en el desván de los trastos viejos, como una pesadilla del pasado.
Los hechos se llevaron por delante a todas esas creencias, y las políticas de estabilidad no han sido capaces de evitar una crisis como la presente, la más grave desde la gran depresión de los treinta. La ortodoxia económica ha fallado estrepitosamente para evitar un cataclismo como el que estamos viviendo y que está dejando en la cuneta a millones de damnificados. Pero aún así quieren volver a las andadas de antes de la crisis, como si todo lo que ha sucedido nada tuviera que ver con las políticas económicas que se han venido recomendando como varita mágica para alcanzar el crecimiento. Ahora se pretende que lo más importante es la reducción del déficit público con las políticas de ajuste consiguientes, por lo que la situación puede agravarse más que resolverse. No es que piense que el déficit puede crecer ilimitadamente, pero una cosa es eso y otra tratar de bajarlo como sea en aras de un pacto de estabilidad que ha demostrado ya su ineficacia a la hora de vacunarnos contra la crisis.
En España, el problema principal no se encuentra en el elevado déficit, sino en la falta de crédito, en la no venta de la gran cantidad de pisos vacíos existentes y en la sustitución del motor de la construcción por otro u otros diferentes. Es ahí en donde habría que buscar soluciones, y no en la reducción del déficit público. También hay que subir los impuestos progresivos sobre la renta y establecer figuras impositivas sobre las grandes fortunas y la riqueza, al mismo tiempo que se combate con firmeza el elevado fraude fiscal. La crisis no puede ser pagada sólo por una parte de la población, que encima no ha tenido ninguna responsabilidad en su desencadenamiento. Hace falta una política más solidaria y que paguen más los que se han enriquecido en la época de las vacas gordas, de ganancias rápidas y fáciles y movimientos especulativos.
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