domingo, 23 de noviembre de 2025

Los aliados europeos al rescate


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Olvidado, de momento, el escándalo de corrupción que acechaba su Gobierno y que por un momento puso en duda la capacidad de Zelensky de mantener en su puesto a su mano derecha, Andriy Ermak, el presidente ucraniano lucha contrarreloj para no tener que elegir entre “la dignidad y un aliado clave”. Según afirmaba ayer Financial Times, la reunión celebrada en Kiev con presencia de representantes europeos, ucranianos y Dan Driscoll, secretario del Ejército de Estados Unidos -y encargado de entregar a Zelensky el borrador del plan de Trump- fue complicada y una de las fuentes del medio la califica de “nauseabunda”. Estados Unidos parece estar poniendo en práctica aquella máxima de Victoria Nuland –fuck the EU– y no quiere adaptar en exceso su propuesta a las necesidades de sus aliados continentales, a los que el plan exige, entre otras cosas, 100.000 millones de dólares para financiar la reconstrucción de Ucrania, actividad económica de la que, según el documento, Estados Unidos obtendría el 50% de los beneficios.

Según Financial Times, “Driscoll llegó tarde y salpicó sus comentarios con palabrotas. «Tenemos que acabar con esta mierda», dijo. «Las Fuerzas Armadas de EEUU aman a Ucrania y la apoyan, pero la sincera valoración del ejército estadounidense es que Ucrania se encuentra en una situación muy delicada y que ahora es el mejor momento para la paz», continuó Driscoll. Sobre esa base y tras anunciar que “no vamos a negociar detalles”, según The Guardian, Driscoll informó a los embajadores de los países de la OTAN que “ningún acuerdo es perfecto, pero hay que llegar a él cuanto antes», les dijo, según una persona que estuvo presente”. “Fue una pesadilla de reunión. Volvió a ser el argumento de «no tienes cartas»”, insiste el artículo citando a una persona asistente en la reunión. El trumpismo ha vuelto al pasado mes de febrero para recuperar el argumento que provocó la primera gran movilización de los países europeos para impedir el deterioro de la relación entre Estados Unidos y Ucrania.

El momento actual es similar al de entonces y a los que se producirían en abril, cuando Washington amagó con optar por una propuesta considerada excesivamente favorable a Rusia -la propuesta final de Steve Witkoff, que rápidamente se convirtió en la contrapropuesta europea y ucraniana tras la intervención de Marco Rubio y Keith Kellogg-, y en agosto, cuando la visita colectiva a la Casa Blanca consiguió paralizar el “entendimiento” alcanzado por Donald Trump y Vladimir Putin. En todos los casos, la táctica europea fue intervenir para resaltar las infracciones rusas, insistir en las males intenciones del Kremlin y dejar pasar el tiempo suficiente para que Donald Trump cambiara nuevamente de opinión. Una vez más, con ayuda de los países europeos, más sorprendidos aún que Kiev de la aparición de un plan de paz al que Ucrania ha de responder en menos de una semana, Zelensky y su equipo se reagrupan para conseguir que el plan de 28 puntos desarrollado, según la Casa Blanca, por Steve Witkoff y Marco Rubio sea solo un disgusto pasajero.

La amenaza que supone para Zelensky puede medirse en el perfil de la delegación elegida para acudir a Suiza a negociar directamente con Estados Unidos. La delegación estará encabezada por Andriy Ermak, lo que garantiza la presencia de la voz de Zelensky, y acompañarán a la mano derecha del presidente Rustem Umerov, presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional; Kirilo Budanov, director de la inteligencia militar; Andriy Hnatov, jefe de personal de las Fuerzas Armadas; Oleh Ivaschenko, jefe de la inteligencia exterior; Serhiy Kislitsa, viceministro de Asuntos Exteriores; Yevhen Ostriasnkiy, vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa; Oleksandr Pokland, subdirector del SBU y Oleksandr Bevz, asesor de la Oficina del Presidente. La delegación contrasta con la enviada a Estambul, en la que Ucrania dio orden a sus delegados de no negociar ninguna cuestión política. La situación es mucho más peligrosa ahora, ya que Ucrania no ha de simular negociaciones con su enemigo, sino negociar con su aliado, el país que le amenaza con retirar el suministro de inteligencia en tiempo real y con abandonar el sistema según el cual los países europeos de la OTAN adquieren armas estadounidenses que posteriormente son suministradas para la guerra. En esa importante negociación, a la que Ucrania se presenta de la mano de sus aliados europeos e insistiendo en la paz justa.

La postura europea es llamativa por su flagrante incapacidad de reacción y por su obsesión de aferrarse a una situación coherente con su propaganda, según la cual Rusia ha perdido la guerra y su colapso está cada vez más próximo, en lugar de con la realidad. “La vía de salida al conflicto es que Rusia se vaya de Ucrania”, sentenció el viernes, con su tono más serio, la exprimera ministra de Finlandia Sanna Marin. En esta enorme marea de emociones, de la seriedad puede pasarse rápidamente a la risa nerviosa que mostró apenas un segundo después, cuando se alejaba de los micrófonos habiendo dejado el corte proucraniano que deseaba colocar en los medios. Las palabras de Marin complementan las pronunciadas horas antes por la exprimera ministra de Estonia y actual líder de la diplomacia comunitaria, Kaja Kallas, que restaba relevancia a la filtración del plan de 28 puntos para lograr la resolución del conflicto en Ucrania. Desde la simpleza con la que ha actuado Bruselas, el plan de resolución de la guerra de Ucrania solo necesita dos puntos: sanciones contra Rusia y financiación para Ucrania. La máxima recuerda a la reacción de Antony Blinken, entonces secretario de Estado de Estados Unidos, cuando China presentó su propuesta de paz para Rusia y Ucrania, que comenzaba por la reafirmación de “la integridad territorial de todos los países” y posteriormente detallaba una serie de puntos para favorecer la negociación. “El plan chino consta de doce puntos. Si se tomaran en serio el primero, la soberanía, esta guerra podría terminar mañana mismo”, afirmó entonces Blinken. La voluntad de los países europeos y gran parte del establishment político estadounidense de continuar la guerra hasta que Ucrania pudiera conseguir, de una manera que nunca han conseguido explicar, unos objetivos que desde 2023 es evidente que no son realistas ha creado una forma de pensamiento mágico que ha favorecido el statu quo y que ha desdeñado cualquier iniciativa que buscara una resolución diferente a la soñada.

La falta de realismo no es solo algo de la Unión Europea. El pasado jueves, JD Vance, el hombre que provocó el estallido de Volodymyr Zelensky en la catastrófica reunión del Despacho Oval, se preguntaba por qué Rusia y Ucrania no se daban cuenta de que es mejor comerciar entre ellas y olvidarse de la guerra. En la mente de quienes lideran potencias mundiales todo es sencillo y puede resolverse de forma rápida simplemente con entender esa sencillez. Quizá esa haya sido una de las razones por las que la diplomacia que Estados Unidos ha tratado de impulsar este año haya sido tan torpe y haya carecido de la continuidad y capacidad de trabajo que requiere negociar con dos bandos con exigencias contradictorias, proponer vías de resolución, encontrar los recursos necesarios para ponerlas en marcha y buscar apoyos a nivel nacional e internacional. De esta forma, han tenido que pasar diez meses para que, después de tres ciclos de negociación y pausa, el trumpismo haya realizado una propuesta mínimamente desarrollada de la forma con la que quiere resolver el conflicto militar y político entre Rusia y Ucrania.

Tras la sorpresa que supuso la publicación del plan y el disgusto con su contenido en el que no han participado, los países europeos, algunos de cuyos líderes se encuentran en Sudáfrica para participar en el G20, se han puesto manos a la obra para proteger a Ucrania de una paz para la que todos ellos tendrían que realizar concesiones a las que no están dispuestos: renuncia a territorios y a la OTAN para Kiev y readmisión de Rusia en las relaciones internacionales occidentales para Bruselas. Como paso previo al inicio de la negociación, Antonio Costa, Úrsula von der Leyen y los presidentes o primeros ministros de Finlandia, Francia, Alemania, Irlanda, Italia, Países Bajos, España y Polonia como miembros de la UE y Reino Unido, Canadá, Noruega y Japón emitieron ayer un comunicado de apoyo a Ucrania y posicionamiento ante el proceso diplomático.

“Acogemos con satisfacción los continuos esfuerzos de Estados Unidos por llevar la paz a Ucrania. El borrador inicial del plan de 28 puntos incluye elementos importantes que serán esenciales para una paz justa y duradera”, afirman. Tras esa valoración positiva obligatoria en las primeras líneas para evitar ofender a Donald Trump, estos líderes matizan esa opinión para añadir que “el borrador es una base que requerirá trabajo adicional”. “Estamos dispuestos a comprometernos para garantizar que la paz futura sea sostenible. Tenemos claro el principio de que las fronteras no deben modificarse por la fuerza. También nos preocupan las limitaciones propuestas para las fuerzas armadas de Ucrania, que dejarían al país vulnerable a futuros ataques”, añaden antes de mencionar que “que la aplicación de los elementos relacionados con la Unión Europea y con la OTAN requeriría el consentimiento de los miembros de la UE y de la OTAN, respectivamente”. En pocas palabras, estos líderes occidentales a los que les molestan solo aquellos cambios de fronteras por la fuerza que no les benefician, rechazan las cuestiones territoriales y de seguridad del documento, aspectos que no pueden calificarse de detalles, sino de enmiendas a la totalidad. Ese es exactamente el mensaje que Ucrania busca de los aliados que van a acompañarle en la negociación más importante, que nunca iba a ser con Rusia, sino con el país que hace posible que el ejército ucraniano luche con garantías y que puede impedir que siga haciéndolo.

“Los líderes de la UE dijeron que se deberían cambiar cuatro cláusulas clave del plan de 28 puntos, naturalmente para que Rusia rechace el plan y la guerra continúe. Pero no han dicho cómo van a financiar el esfuerzo bélico de Ucrania por sí solos, sin Estados Unidos. Todo esto es teatro”, escribió el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, firme defensor de la paz aunque sea imperfecta, para describir la actitud de los países europeos, ofendidos con cualquier iniciativa diplomática ajena, pero incapaces de presentar una propia. Como escribía ayer el académico estadounidense Samuel Charap, que siempre ha defendido las negociaciones de Estambul en 2022 como base sobre la que lograr un acuerdo directo entre Rusia y Ucrania “la quejas de algunos al otro lado del charco sobre los 28 puntos -independientemente de lo que se piense de ellos- son poco difíciles de digerir. Hace meses que cedieron por completo el terreno diplomático y, por lo tanto, inevitablemente se encuentran persiguiendo a quienes aún mantienen el compromiso. ¿Dónde quedó la iniciativa diplomática europea? No se puede esperar influir en los resultados si se permanece al margen”. Sin embargo, los líderes europeos, siguiendo el ejemplo de lo que han logrado a lo largo del año, confían en influir decisivamente en la negociación. Reino Unido, además de Francia y Alemania -los dos países que protegieron a Petro Poroshenko de una derrota negociando los acuerdos de Minsk- acompañarán al equipo de Zelensky en Ginebra con ese objetivo.

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