lunes, 17 de noviembre de 2025

Dick Cheney (1941-2025), artífice de la guerra sin fin

Dick Cheney, el arquitecto de la guerra contra el terrorismo e inventor de la "armas de destrucción masiva" para justificar la invasión a Irak, fue una de las figuras más poderosas de la historia a costa de las mentiras y los abusos

Kelley Beaucar - Vlahos Jim Lobe, Sin Permiso

Dick Cheney murió el pasado 4 de noviembre a la edad de 84 años. El vicepresidente de George W. Bush fue probablemente el más poderoso de la historia, pero a costa de los Estados Unidos.

Formidable asesor de la Casa Blanca y del Departamento de Defensa (durante el mandato de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford), abandonó el cargo para dirigir una empresa petrolera igualmente formidable con sede en Texas (con cuantiosos contratos federales) y regresó más tarde a Washington como vicepresidente de George W. Bush. Cheney es probablemente la figura más simbólica del fracaso de las guerras posteriores al 11 de septiembre de 2001. En particular, de la guerra de Irak. Fue su acumulación de poder y su grupo especial de operadores conocidos como neoconservadores, dentro del antiguo edificio de la Oficina Ejecutiva y el Anillo E del Pentágono, quienes, con alevosía estratégica, dominaron la política y la información de inteligencia necesarias para llevar a Washington a la invasión de 2003 y propagar una guerra global contra el terrorismo que perduró mucho más allá de su mandato.

Según todos los indicios, fueron sus mentiras sobre las armas de destrucción masiva las que nos llevaron ahí, seguidas de los errores (como no anticipar la insurgencia iraquí), la pérdida de millones de vidas, el coste para nuestro tesoro público y la aparición de una nueva forma de guerra marcada por las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, el secretismo y la guerra sin fin que transformó la sociedad y la política norteamericanas, acaso para siempre.

Porque fue la explotación del dolor, el miedo y el patriotismo norteamericanos tras el 11-S, para llevar adelante guerras neoconservadoras en Oriente Medio, lo que acabó con la fe del pueblo en las instituciones gubernamentales. Destruyó prácticamente el Partido Republicano y dio lugar a movimientos populistas en ambos lados del espectro político. Creó una generación de veteranos que albergaban más desconfianza hacia las élites y Washington incluso que la de la época de la guerra de Vietnam. En el otro extremo del espectro, desató guerras mercenarias, drones asesinos, guerras civiles y poderes policiales en los Estados Unidos que sólo han servido para que la gente sea menos libre y tenga más miedo de su Gobierno. Gracias en parte a Dick Cheney, el Ejecutivo, es decir, el presidente, goza de más poder que nunca: puede bombardear, detener y «decapitar» a cualquier líder gubernamental que le disguste.

Se escribirán muchas necrológicas sobre Dick Cheney, y todas estarán señaladas por su papel en la guerra de Irak. Fue un hombre muy, muy poderoso, durante cierto tiempo, y se jubiló luego para ayudar a criar a sus nietos. ¿Cuántos cientos de miles de familias norteamericanas hay que no pudieron hacer lo mismo, acosadas por la muerte, la enfermedad, las lesiones mentales, la esterilidad, el divorcio, la adicción, el suicidio, debido a una guerra que él impulsó sin descanso, pero que nunca debería haberse producido?

La búsqueda de mayor poder ejecutivo y de «Machtpolitik» por parte de Cheney

Cheney saltó a la fama nacional cuando ocupó el cargo de jefe de gabinete de la Casa Blanca (1975-77) con el presidente Gerald Ford. En ese puesto, trabajó en estrecha colaboración con el secretario de Defensa Donald Rumsfeld para contrarrestar y, finalmente, hacer descarrilar la estrategia de “distensión” de Henry Kissinger con la Unión Soviética.

En el curso de esa iniciativa, Cheney y Rumsfeld también colaboraron estrechamente con los líderes del emergente movimiento neoconservador, con sede en Washington, algunos de los cuales, como Richard Perle y Elliott Abrams, trabajaban en la oficina de Henry «Scoop» Jackson, senador demócrata por el estado de Washington y presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, para promover, entre otras cosas, la emigración judía a Israel desde la Unión Soviética y persuadir a Ford de que convocara a un «Equipo B» ultraconservador fuera de la comunidad de los servicios de inteligencia para exagerar la supuesta amenaza militar que representaba Moscú, con el fin de sabotear un acuerdo de control de armas nucleares.

Su interés mutuo en llevar a cabo un enorme incremento del armamento norteamericano y, en general, una política exterior agresiva, sentaría las bases de una alianza entre el nacionalismo agresivo y la «Machtpolitik» [“política de poder”] de Cheney y Rumsfeld, por un lado, y de los neoconservadores centrados en Israel, por otro, la cual, más de dos décadas después, daría lugar en 1997 al famoso Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano (PNAC), cuyas ideas y asociados acabarían dominando la «guerra global contra el terrorismo» (GWOT) del primer mandato de George W. Bush tras el 11-S y la invasión de Irak en 2003, de la que nunca llegó a arrepentirse.

En la década de 1980, Cheney, molesto por las restricciones impuestas por el Congreso al poder presidencial tras el Watergate, especialmente en materia de política exterior, era el único congresista de Wyoming en la Cámara de Representantes, donde se convirtió en firme y poderoso defensor, tanto de las políticas antisoviéticas de Ronald Reagan como de la «Doctrina Reagan» consistente en hacer retroceder los regímenes y movimientos de izquierda en el Sur Global, especialmente en América Central y el sur de África. Fiel defensor de los protagonistas de lo que se convirtió en el escándalo Irán-Contra, una operación secreta para vender armas a Irán y utilizar los ingresos para financiar a los contras nicaragüenses (a quienes el Congreso había prohibido expresamente cualquier ayuda norteamericana), convenció posteriormente al presidente George H. W. Bush, para quien trabajó como secretario de Defensa, para que indultara a aquellos, como Abrams, que fueron procesados o condenados por distintos delitos como resultado de su participación en el asunto.

Tras la primera Guerra del Golfo, Cheney ordenó a su subsecretario de Política de Defensa, Paul Wolfowitz, que redactara una estrategia norteamericana a largo plazo, denominada Directiva de Planificación de Defensa (Defense Planning Guidance -DPG), cuyas ambiciones globales, cuando se filtraron al Washington Post, provocaron una gran controversia sobre el futuro papel de los Estados Unidos en el mundo.

Entre otras cosas, el borrador instaba a Washington a mantener el dominio militar permanente de Eurasia, lo que se lograría «disuadiendo a los posibles competidores de aspirar siquiera a desempeñar un papel regional o global más importante» y adelantándose, utilizando todos los medios necesarios, a los Estados extranjeros de los que se creyera estaban desarrollando armas de destrucción masiva. Predijo un mundo en el que la intervención militar norteamericana se convertiría en un «elemento constante» del panorama geopolítico, y Washington actuaría como garante último de la paz y la seguridad internacionales.

Uno de los principales redactores del documento, I. Lewis “Scooter” Libby, se convertiría más tarde en el eficaz jefe de gabinete y asesor de seguridad nacional del vicepresidente Cheney durante el primer mandato de George W. Bush, hasta que fue acusado en octubre de 2005 de perjurio en relación con la filtración de la identidad de un agente clandestino de la CIA.

El borrador del DPG se convertiría esencialmente en la inspiración de lo que en 1997 se convirtió en el PNAC, una organización con membrete creada por los neoconservadores Bill Kristol and Robert Kagan, la cual, en cierto modo, formalizó la coalición de personalidades políticas como Cheney, Rumsfeld y John Bolton; neoconservadores proisraelíes como Perle, Abrams, Libby, Eliot Cohen, y Frank Gaffney; y sionistas cristianos tales como Gary Bauer y William Bennett.

Posteriormente, el PNAC publicó una serie de declaraciones belicistas y cartas abiertas en las que exigía aumentos substanciales en el presupuesto de Defensa de los Estados Unidos y una acción más enérgica por parte de este país contra quienes percibía como adversarios, sobre todo contra Irak, Siria y China. Liderados por Cheney como vicepresidente y Rumsfeld como secretario de Defensa, muchos asociados del PNAC, en particular los neoconservadores, ocuparon puestos clave en la administración de George W. Bush en 2001, mientras que el PNAC, junto con el American Enterprise Institute, se convirtió en el grupo dirigente fuera de la administración que impulsaba la invasión de Irak y la agresiva búsqueda de los fines de la GWOT.

La influencia de Cheney en la política exterior comenzó a disminuir en 2005, cuando quedó claro que los Estados Unidos se enfrentaban a una grave insurgencia en Irak. Varios neoconservadores clave, entre ellos Wolfowitz como subsecretario de Defensa, fueron destituidos al inicio del segundo mandato de Bush, y la salida de Libby en octubre supuso un claro revés. Presionado por el Gobierno israelí, Cheney presionó mucho a Bush a partir de 2007 para que atacara objetivos nucleares y de otro tipo en Irán, pero, según varias informaciones, sus peticiones se vieron rechazadas de plano.

Sin embargo, el legado de Cheney sigue vivo. Sus esfuerzos por concentrar el poder en un «ejecutivo unitario» para revertir lo que él consideraba una desastrosa intromisión del Congreso destinada a limitar el poder presidencial y su creencia de que los Estados Unidos debían conservar y ejercer el derecho a intervenir militarmente de forma unilateral en cualquier lugar y en cualquier momento en defensa de sus propios intereses han sobrevivido claramente a su desaparición.


* * * *

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin