lunes, 20 de octubre de 2025

Entre los Tomahawks y la diplomacia


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Con el optimismo de quien se ha acostumbrado a conseguir prácticamente todo lo que pide y a la sombra de las amenazas que Donald Trump había dirigido a Rusia, a quien advirtió con la posibilidad de enviar misiles capaces de golpear en cualquier lugar de la parte europea del país, y a la Unión Europea, a la que ha dado orden de imponer sanciones secundarias a China e India por sus relaciones comerciales con Moscú, Ucrania había planteado esta semana como una gran ocasión en la que obtener un gran rédito. A la visita de Volodyrmyr Zelensky del viernes había precedido el trabajo de una extensa delegación encabezada por Andriy Ermak, que había celebrado encuentros con representantes políticos, lobbies y empresas de dos sectores clave -las armas y la energía- como preparación para culminar la semana con grandes acuerdos. Ucrania acudía a Estados Unidos para ofrecer su país, no solo como laboratorio de pruebas de una guerra moderna en la que empresas como Raytheon podrían probar sus armas en situación de combate de alta intensidad, sino como un territorio con amplias infraestructuras de almacenamiento de gas que podría ser utilizado por Estados Unidos como nodo logístico para la exportación de gas natural licuado a Europa. Nuevamente, Ucrania aspira a aprovecharse de las extensas infraestructuras heredadas de la odiada República Socialista Soviética, desaparecida hace más de tres décadas, pero de cuya riqueza industrial sigue intentando aprovecharse.

La semana ha transcurrido finalmente según un patrón establecido a lo largo de los nueve meses de mandato de Donald Trump: exageración de las expectativas, euforia ucraniana ante la certeza de que está a punto de conseguir exactamente lo que busca -armas, tratos comerciales favorables y sanciones contra Rusia-, una intervención rusa en el momento preciso y la reunión que, sin ser negativa, no da los resultados esperados. “La prioridad número uno de Zelensky en la visita era obtener compromisos de Trump no solo sobre los misiles Tomahawk, sino también sobre una variedad de sistemas de armas que Ucrania desea adquirir, según declaró su jefe de gabinete a Axios antes de la reunión. Trump no ofreció tales compromisos”, escribía Barak Ravid, el periodista favorito del trumpismo para filtrar aquello que quiere poner en circulación mediática.

“Zelensky había viajado a Washington con la esperanza de recibir los misiles de crucero de largo alcance, que, en su opinión, podrían asestar un golpe decisivo a la economía de guerra del Kremlin al permitir ataques selectivos contra instalaciones petroleras y energéticas en el interior de Rusia”, precisaba CNN, que añadía que “Zelensky pareció marcharse con las manos vacías, calificando la reunión de «productiva», pero negándose a hacer más comentarios sobre los Tomahawks porque Estados Unidos «no quiere una escalada»”. En sus declaraciones posteriores a la reunión, el presidente ucraniano se aferró a la táctica ucraniana de seguir insistiendo a pesar del no inicial, un método que le ha dado resultado con los tanques Leopard, la artillería de larga distancia o los ATACMS con permiso de uso en territorio de la Federación Rusa. “Nadie ha cancelado este diálogo, este tema. Así que tenemos que seguir trabajando en ello”, insistió antes de añadir que es “realista”, es decir, que si sigue exigiendo esas armas es porque cree que es capaz de conseguirlas.

En esa pelea, Zelensky espera utilizar un argumento que considera poderoso. “En esta guerra hacen falta miles de drones”, afirmó para dar la razón a Donald Trump durante la parte pública de la reunión en la Casa Blanca, “pero también necesitamos Tomahawks”. En ese uso combinado que la guerra moderna ha hecho obligatorio, como se observa cada noche en los cielos rusos y ucranianos, Kiev propone un “mega trato”: drones ucranianos como parte del pago por los misiles estadounidenses. “Sin ninguna aspiración a gestar un trato de armas”, insistió el periodista cuya pregunta había dado lugar a esa intervención de Zelensky, “¿eso es algo en lo que estaría interesado?”, añadió dirigiendo la duda a Donald Trump. La contestación del presidente de Estados Unidos fue un sí condicionado. Trump elogió los drones ucranianos, pero continuó alabando los estadounidenses y terminó mencionando el placer que supuso ver a los “aviones más rápidos” trabajar para derribar drones iraníes que atacaban Israel. El líder estadounidense sigue sin comprender que el uso de las aeronaves más costosas contra sencillos y baratos drones es la receta incorrecta, que dificulta, además, el intento de Zelensky de presentar los drones ucranianos como una innovación única capaz de pagar por misiles mucho más caros.

Contra el argumento comercial de Zelensky y sus promesas de que el uso de Tomahawks ya ha causado tanto miedo en Rusia que Moscú se ha apresurado a exigir la reapertura de la diplomacia choca la realidad del número de misiles de los que dispone Estados Unidos y su escasa voluntad de cederlos a la ligera. El argumento ruso para tratar de convencer a Trump de lo nocivo del potencial envío de misiles Tomahawk a Ucrania se basa en tres puntos que Dmitry Polyansky, uno de los altos cargos de la diplomacia en la misión permanente de la Federación Rusa en Naciones Unidas, detalló en una entrevista concedida al profesor universitario noruego Glenn Diesen: las implicaciones en el frente, en las relaciones con Estados Unidos, y el peligro de escalada que supondría.

Para el diplomático, el envío de misiles Tomahawk, no modificaría la realidad en el frente, donde la dinámica de guerra de desgaste está establecida y Rusia mantiene el control (aunque admite que avanza demasiado lentamente). Este argumento, aunque verdadero, es el menos determinante, ya que el uso de Tomahawks no está pensado para el frente, sino para la retaguardia. Blanco de los misiles serían las refinerías rusas -el principal objetivo sería hundir la economía rusa- y la industria militar, por ejemplo, las plantas en las que actualmente se producen drones Geran (los Shahed iraníes mejorados) en cantidades industriales. Además del argumento del frente, Rusia insiste en que el envío de esos misiles a Ucrania supondría hacer de este conflicto “la guerra de Trump”, ya que ante la dificultad logística y de instrucción para que los soldados ucranianos utilizaran esas armas, serían soldados o contratistas estadounidenses los que las manejarían, con el consiguiente empeoramiento de las relaciones entre las dos principales potencias nucleares. El tercer argumento va en esa misma dirección. Como Rusia ha dejado claro, el lanzamiento de un Tomahawk, con capacidad nuclear, implica no saber si la carga que contiene es atómica o no. Según Polyansky, eso obligaría a Rusia a activar su doctrina nuclear, “algo que no queremos hacer”.

Tras mencionar el jueves, totalmente a la ligera, que había preguntado a Vladimir Putin si deseaba que Estados Unidos enviara un par de miles de Tomahawks a Ucrania, la postura de Trump durante la reunión con Zelensky fue mucho más seria, quizá tras escuchar los argumentos rusos o puede que tras conocer la cantidad de misiles de los que dispone en su arsenal. “Tengo la obligación de garantizar que estemos completamente abastecidos como país. Vamos a hablar de Tomahawks, pero preferimos que no necesiten Tomahawks. Preferiríamos mucho más que la guerra terminara”, afirmó Trump, dejando claro que el suministro de esos misiles está siendo utilizado como herramienta de advertencia en lo que parece la culminación de la estrategia de incentivos -evitar la destrucción de bombardeos profundos en Rusia y, quizá, recuperación de las relaciones económicas con Estados Unidos- y amenazas. El siguiente capítulo de esa larga saga se verá en la reunión que han de mantener Sergey Lavrov y Marco Rubio en preparación de la cumbre más importante, la que celebrarían posteriormente los dos presidentes y a la que Trump acudirá, como hizo en Alaska, con una exigencia, el camino rápido a la paz, y más de una amenaza: sanciones económicas a sus aliados y misiles capaces de causar serias pérdidas a la Federación Rusa.

El problema de Trump, que ha dejado claro que su intención es lograr el final de la guerra y no su escalada, es que la estrategia por la que ha optado para lograr la paz parte de unas bases que no son lo suficientemente sólidas y que, sin incentivos adecuados que ofrecer a Rusia y a Ucrania, siempre tiende a la escalada. A ello contribuyen también el papel de los aliados europeos, decididos a lograr por la vía militar la derrota de la Federación Rusa que llevan tres años persiguiendo, y las ambiciones económicas de Estados Unidos, que actualmente se lucra masivamente vendiendo a los países europeos de la OTAN las armas que posteriormente se envían a Ucrania.

La postura de Donald Trump, que prefiere simplificar al máximo una guerra compleja para exigir una resolución sencilla que once años de conflicto enseñan que no es posible sin un arduo trabajo diplomático, es otro factor determinante. “Que se detengan en la línea de batalla y ambos bandos deberían regresar a casa, con sus familias, detener la matanza, y punto. Deténganse ahora mismo en la línea de batalla. Se lo dije al presidente Zelensky. Se lo dije al presidente Putin”, declaró a la prensa horas después de su reunión con la delegación ucraniana en otra muestra de no haber comprendido que esta guerra parte de la base de un conflicto político que no se detiene simplemente con una orden de alto el fuego argumentada en que esta es una mala guerra. El frente, ese en el que Donald Trump espera que las partes simplemente dejen de luchar, transcurre actualmente por el interior de la ciudad de Kupyansk, donde las tropas rusas han llegado y ocupan una parte del territorio urbano. Es solo un ejemplo de los muchos que hacen más complicado de lo que Trump espera un alto el fuego viable. Aunque el actual presidente prefiera no recordarlo, la guerra, que ya existía durante su primera legislatura y que, como Obama, no supo resolver, requiere de un marco político que haga sostenible un alto el fuego, inviable en los casos en los que, como ocurrió durante el proceso de Minsk, no existía esa voluntad. El conflicto actual, mucho más internacionalizado y complicado de resolver, precisa de que un contexto político que no solo trate el territorio y las fronteras -que en sí necesitan un tratamiento menos frívolo que el que plantea el presidente del mundo libre-, sino, sobre todo, en lo que respecta a las garantías de seguridad y armamento, focos principales del desacuerdo entre Moscú, Kiev y las capitales europeas.

Desde hace nueve meses, la pregunta es si Estados Unidos será capaz de crear ese contexto. Hasta ahora, cada una de las reuniones bilaterales han demostrado las carencias. El viernes, Zelensky entró en la reunión exigiendo Tomahawks y salió de la misma manera pese a la insistencia de Trump en la paz. La siguiente ocasión será el trabajo de Rubio y Lavrov. Mientras, Kiev seguirá exigiendo misiles estadounidenses, sus aliados comenzarán a presionar de nuevo a Alemania en busca del envío de misiles Taurus y Ucrania tratará de intensificar la guerra aérea mutua en la retaguardia, que seguirá imparable mientras no comience un verdadero proceso diplomático en el que se tengan en cuenta las exigencias viables de las partes, las necesidades de seguridad, los condicionantes territoriales y, sobre todo, la complejidad de una guerra que no puede detenerse por medio de posts en las redes sociales. “Que los dos canten victoria, que decida la historia”, proclamó en su mensaje Donald Trump, que sigue tratando la guerra como un conflicto sin importancia, algo que Kiev y Moscú pueden abandonar y pasar página, una actitud que no se corresponde con la realidad y que hace prácticamente imposible que se produzca un verdadero proceso diplomático.



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