Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
sábado, 11 de octubre de 2025
El Nord Stream y los intereses euroatlánticos
Nahia Sanzo, Slavyangrad
El pasado mes de agosto, apenas una mes antes de que se cumpliera el tercer aniversario del atentado contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2, los medios de comunicación europeos recuperaban el misterio ignorado sobre qué pasó el 26 de septiembre de 2022 en las profundidades del mar Báltico, cuando explotaron tres de las cuatro tuberías. Inaugurado en 2011 en una ceremonia en la que participaron Dminitry Medvedev, entonces presidente de Rusia, y Angela Merkel, canciller alemana, junto a figuras como el sonriente Mark Rutte, que en este tiempo ha pasado de ser el primer ministro de Países Bajos a secretario general de la OTAN. Eran los años en los que la Unión Europea, especialmente Alemania, abogaban por utilizar el comercio como base de las relaciones continentales. Se trataba de una política lógica en la que Rusia vendía a los países miembros de la UE sus productos energéticos -gas y petróleo- a unos precios más asequibles que los de otros vendedores más lejanos y obtenía de ellos productos industriales. Con intereses económicos complementarios, esa relación era especialmente importante para Berlín, que hizo de la energía barata una de las bases de la competitividad de su industria.
Mucho más polémico que el primer gasoducto, la ampliación del Nord Stream se construyó durante los años posteriores a 2014, inicio de una crisis geopolítica que había permanecido latente y que posiblemente se había retrasado gracias a la existencia de intereses económicos comunes. Tras la adhesión de Crimea a Rusia y el inicio de la guerra de Donbass, las sanciones sectoriales impuestas por la UE prohibieron la venta de productos armamentísticos rusos, a lo que Rusia respondió vetando los productos agrícolas de los países de la Unión Europea. Era el inicio de un ciclo de medidas coercitivas mutuas que continúa a día de hoy y que adquirió una importancia capital a partir de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022. Días antes, cuando la intervención militar rusa se daba por hecha desde las inteligencias y cancillerías occidentales, Joe Biden lanzó una advertencia vinculada al Nord Stream-2, entonces en su fase final de preparación y a la espera de ser inaugurado. “No habrá Nord Stream”, afirmó Joe Biden, presidente del país que había hecho todo lo posible, incluido sancionar a las empresas que participaban en la construcción, para destruir el proyecto. Esas palabras han sido leídas retroactivamente en su literalidad por quienes vieron en las explosiones del Nord Stream la mano de Estados Unidos.
Tras años de división entre los países que defendían el proyecto desde su evidente lógica económica y los que lo calificaban de herramienta política en manos del Kremlin para controlar las voluntades europeas, en 2022, Bruselas tomó la decisión de abandonar progresiva pero rápidamente las importaciones de energía rusa, en favor de opciones políticamente correctas que nunca invadirían ningún país, como el gas natural licuado de Estados Unidos, o el democrático gas de Azerbaiyán o Qatar. La decisión complació especialmente a aquellos Estados que han hecho del odio a Rusia su principio fundamental de política exterior, como los países bálticos, o a los que se habían lucrado durante décadas de los ingresos que suponía el tránsito a través de su territorio y se arriesgaban a salir perdiendo por la existencia del Nord Stream-2, como Polonia y Ucrania.
“Tanto Polonia como Ucrania creen que tras las fugas está Rusia”, afirmaba aquel día el artículo de El País que recogía las reacciones de los diferentes actores afectados. “La fuga de gas del NS-1 no es más que un ataque terrorista planeado por Rusia y un acto de agresión contra la UE. Rusia busca desestabilizar la situación económica en Europa y sembrar el pánico preinvernal. La mejor respuesta e inversión en seguridad: tanques para Ucrania. Especialmente los alemanes”, escribió Podolyak la tarde del 27 de septiembre en un mensaje que, pese a todo lo que se ha dado a conocer desde entonces, no ha sido borrado ni su opinión matizada. Rusia siempre es culpable y cada acontecimiento es susceptible de ser utilizado para exigir más armas, en ese caso, a su aliado afectado por el atentado. Alemania debía responder al ataque ruso enviando tanques a Ucrania. Meses después, Olaf Scholz cedió finalmente a las presiones internacionales y anunció el envío de tanques Leopard para la inminente contraofensiva con la que Ucrania esperaba romper el frente de Zaporozhie, poner en peligro el control de Crimea y obligar a Rusia a negociar en posición de debilidad.
“Cualquier interrupción deliberada de la infraestructura energética europea activa es inaceptable y conducirá a la respuesta más fuerte posible”, había prometido Úrsula von der Leyen la noche en la que se produjeron las explosiones. La firmeza de la reacción, seguida en los meses posteriores por un sospechoso silencio indica que Bruselas miraba a Moscú en busca del actor culpable del ataque. La certeza de que el autor no se encontraba entre los enemigos sino entre los aliados obligó a un cambio de discurso que ha pasado de condenar el ataque a defenderlo. Todo ello por medio de un silencio que duró meses y que solo se rompió cuando se publicó una versión alternativa, la de Seymour Hersh, que acusaba directamente a Estados Unidos. La necesidad de exculpar al aliado imprescindible convirtió en mal menor la publicación de datos que dejaban clara la participación de ciudadanos de Ucrania en el ataque. Con el tiempo, diferentes medios de comunicación han publicado la ruta seguida por el pequeño barco deportivo Andrómeda desde el que se colocaron los explosivos e incluso los nombres falsos utilizados en pasaportes reales expedidos por las autoridades de Ucrania. Y del “grupo proucraniano” formado por personas de nacionalidad ucraniana y rusa del que se habló inicialmente se ha pasado a extensos artículos en los que medios como The Wall Street Journal acusaban directamente a Valery Zaluzhny de organizar la operación y admitían incluso que el propio Zelensky fue previamente notificado de las intenciones. Aunque todas las informaciones publicadas han querido exculpar al presidente ucraniano y a Estados Unidos, alegando que tanto Zelensky como la CIA dieron orden de detener la operación, todo indica que los hechos se produjeron siguiendo exactamente el esquema detectado por la inteligencia neerlandesa.
Ya sin ningún pudor, las detenciones de dos miembros del grupo de buceo del que se cree que hizo explotar el Nord Stream han dado lugar al siguiente paso en el cambio de discurso, de la acusación a Rusia a la aceptación de un acto prácticamente de justicia cometido por personas cercanas a las estructuras militares ucranianas. En agosto fue detenido en Rimini Serhiy Kuznetsov, a quien, ocultando su apellido, publicado por otros medios, The Wall Street Journal definía como “un capitán retirado del ejército” y “veterano del servicio del SBU y de las Fuerzas Armadas” y del que decía que “era un comandante en activo de una unidad militar de élite en el momento del sabotaje”. Según The Guardian, se sospecha que fue él quien falsificó la documentación para alquilar, por medio de intermediarios, el yate con el que se realizaron los ataques. El grupo, que según las investigaciones de varios medios europeos a lo largo de estos años, operaba desde Polonia, utilizaba como tapadera una agencia de viajes ubicada en un edificio vacío y que, contra toda lógica, obtuvo enormes ingresos en tiempos de pandemia, cuando la capacidad de viajar se vio reducida al mínimo. Incluso un medio polaco admitía que se trata del modus operandi de una empresa pantalla operada por algún servicio secreto, en este caso el ucraniano.
La virulenta reacción de quienes siempre fueron contrarios a la política de acercamiento a Rusia a las palabras de Angela Merkel en Budapest esta semana, en las que la canciller se lamentaba de la falta de apoyo de países como Polonia a un último intento de resolver la crisis ucraniana en 2021, se ha producido en paralelo al arresto de otro sospechoso por los atentados. En septiembre, en virtud de la orden de detención emitida por Alemania, detuvo a Volodymyr Zhuravlev, a quien había perdido la pista o permitido huir, supuestamente en un vehículo de la embajada ucraniana, cuando la orden se emitió por primera vez. Zhuravlev es considerado uno de los buceadores que colocaron los explosivos con los que se hizo explotar el gasoducto. La reacción de Polonia a esta detención y al proceso de extradición que se sigue actualmente se ha añadido esta semana a la reacción del Gobierno polaco a las palabras de Merkel, a la que Varsovia ha culpado de la existencia de un gasoducto contra el que siempre lucharon.
El Nord Stream siempre fue un error -o quizá incluso un crimen-, por lo que, en palabras de Donald Tusk, “las únicas personas que deberían guardar silencio sobre Nord Stream 2 son quienes lo construyeron. El problema no es que el gasoducto fuera hecho explotar, sino que se construyó en contra de los intereses vitales de Europa”. Polonia parece haber hecho política oficial del Estado el agradecimiento que quien ahora es ministro de Asuntos Exteriores, Radek Sikorski, mostró la noche de los hechos. “Thank you, USA”, publicó en las redes sociales. “Un ataque militar a la infraestructura crítica de un país clave de la UE/OTAN llevado a cabo desde el territorio de otro país de la UE/OTAN por la inteligencia militar de un aliado militar de la UE/OTAN es un problema, ¿no?”, respondía el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, que calificaba de “una declaración que hecha un poco por tierra la coartada de Polonia” lo añadido por el Gobierno polaco. “Quizás sea realmente necesario examinar si el traslado de este señor a los servicios alemanes, en primer lugar, cumple con todos los procedimientos, en segundo lugar, con los intereses del Estado polaco y los intereses de toda la comunidad euroatlántica y, en tercer lugar, también se deben tener en cuenta las consecuencias políticas de tal decisión”, afirmó Marcin Przydacz, jefe de la oficina presidencial para política internacional de Polonia. “Si realmente es cierto que esta persona demostró un gran coraje y una gran determinación para hacer que Europa fuera más segura, entonces, sin duda, también deben tenerse en cuenta los objetivos de sus actividades en beneficio propio”, sentenció. Polonia parece tener más interés en dar un premio a Volodymyr Zhuravlev que en extraditar a Alemania, su aliado en la UE y la OTAN, a unos de los hombres que atentó contra sus infraestructuras críticas.
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