martes, 2 de septiembre de 2025

Rusia siempre es culpable


Nahia Sanzo, Slavyangrad

“El avión en el que Úrsula Von der Leyen viajaba a Bulgaria sufre interferencias en su GPS, supuestamente rusas”, escribía ayer la agencia EFE. Se trata de un caso más en el que un sabotaje, accidente o incidente sin consecuencias es adjudicado directamente a Moscú sin necesidad de la más mínima investigación previa. Pese a no haber declarado la guerra, la Unión Europea se ve con la legitimidad de intervenir –aunque aún no de expropiar, ya que una parte de la UE es consciente de la ilegalidad que supondría- activos públicos y privados rusos que utilizar como chantaje para exigir reparaciones de guerra a Rusia y se permite también adjudicar a Rusia las culpas de todo aquello que ocurre en el continente. Pase lo que pase, Rusia siempre es culpable.

“El denominado «bloqueo y suplantación de GPS», que distorsiona o impide el acceso al sistema de navegación por satélite, era utilizado tradicionalmente por los servicios militares y de inteligencia para defender lugares sensibles, pero cada vez más países como Rusia lo utilizan como medio para perturbar la vida civil. Los gobiernos de la UE han advertido de que el aumento de los bloqueos de GPS atribuidos a Rusia corre el riesgo de provocar un desastre aéreo al dejar prácticamente ciegos a los aviones comerciales en pleno vuelo. Los incidentes de interferencia del GPS han aumentado significativamente en el mar Báltico y en los estados de Europa del Este cercanos a Rusia en los últimos años, afectando a aviones, barcos y civiles que utilizan el servicio para la navegación diaria”, escribía ayer Financial Times, sin explicar que el contexto militar de la región, al que no solo ha contribuido Rusia, se presta a todo tipo de incidentes, enfrentamientos buscados o no buscados y uso militar incluso accidental contra infraestructuras civiles. En esta situación, la aviación es el eslabón más débil, ya que puede suceder rápidamente una situación de peligro de accidente. Como una de las regiones más militarizadas del mundo ahora mismo, eso que ya está llamándose “frente oriental” se presta a todo tipo de incidencias en las que la guerra electrónica de las diferentes partes en conflicto –no solo Rusia y Ucrania, sino también la OTAN- afecte a infraestructuras civiles. El intento de cegar al enemigo por medio de esas herracontas aumenta el peligro para la aviación, sin que pueda atribuirse directamente la culpabilidad a la siempre presente mano de Moscú.

Rusia ya fue señalada como responsable, por ejemplo, de las explosiones del Nord Stream, gasoducto del que es copropietaria. Calificado entonces de acto de guerra o de terrorismo internacional por el que se prometían consecuencias graves, el desarrollo de los acontecimientos ha probado con el tiempo aquello que fue evidente en septiembre de 2022: no tenía sentido que Rusia hubiera hecho explotar sus propias infraestructuras, que en algún momento podría haber utilizado como herramienta económica, ya fuera como forma de presión a la UE o, por el contrario, como vía para recuperar las relaciones. La pasada semana, Italia realizó un arresto vinculado al atentado contra el gasoducto. Las informaciones que se han publicado desde entonces confirman lo que habían apuntado medios como The Wall Sreet Journal, Der Spiegel o The Washington Post, que todo apunta a Ucrania. Identificado ya todo el grupo del que se cree que utilizó un yate deportivo, el Andrómeda, para camuflar un ataque de terrorismo internacional como un grupo de amigos navegando por el Báltico, la única duda es ahora cuál era el grado de participación de las estructuras del Estado.

Pese al intento de presentar la misión del Andrómeda como una iniciativa prácticamente privada, financiada por cierto empresario y realizada de forma independiente, el hecho de que, según la prensa alemana, los participantes viajaran a través de Polonia con pasaportes ucranianos reales, aunque con identidades falsas, confirma el papel del Estado de Ucrania. La actuación polaca, permitiendo la huida de uno de los sospechosos tras la emisión de una orden de detención por parte de Alemania es suficiente indicio como para apuntar a la complicidad de Varsovia. Prácticamente resuelto el caso, queda aún saber el grado de conocimiento de la cadena de mando militar en Ucrania, que evidentemente lleva a Zaluzhny como líder militar y a Zelensky como comandante en jefe, y el papel que tuviera, en la distancia, el principal aliado de Ucrania. Es difícilmente creíble que Estados Unidos, que había sido notificado por la inteligencia neerlandesa de que se preparaba un ataque exactamente como el que se produciría meses después, no fuera consciente de que la inteligencia ucraniana –el GUR, el SBU o ambos- seguía adelante con esos planes.

El Nord Stream y la forma en la que se ha tratado política y mediáticamente es un ejemplo representativo sobre la forma en la que se ha aplicado la vara de medir. Hacer explotar el Nord Stream habría sido un gravísimo atentado internacional y habría sentado un terrible precedente de uso de las infraestructuras energéticas como arma de guerra en caso de que hubiera podido probarse la participación rusa. Habría sido así incluso en el caso de que la implicación ucraniana no hubiera sido tan evidente, con pruebas por parte de los servicios secretos europeos de que la mano negra que se buscaba no estaba en un gobierno enemigo sino en uno amigo, motivo por el cual las revelaciones de la semana pasada han pasado prácticamente desapercibidas y no se han producido reacciones políticas al respecto. Todo es diferente cuando puede culparse a Rusia.

Algo similar ha ocurrido estos días con la gira belicista que ha realizado Ursula von der Leyen a los siete “países del frente” y que ha culminado en una imagen muy comentada por los sectores críticos. En Polonia, coincidiendo con la publicación de un artículo en el que se constata que incluso la Casa Blanca comienza a ver intentos europeos de sabotaje a las aspiraciones de diplomacia y paz de Washington, la presidenta de la Comisión Europea quiso reforzar el mensaje que se ha convertido en la razón de ser de la UE, el rearme como única arquitectura de seguridad posible en el continente. Al contrario que en Lituania, Letonia o Estonia, donde la militarización ha sido fruto de la política expansionista de la OTAN y calificar de “frente” a la frontera con Rusia es una forma más de demonizar al enemigo político y justificar aumento de gasto militar a costa de recortes en el estado del bienestar, hay argumentos para poder calificar a Polonia como un Estado de la primera línea entre la paz y la guerra. Sin embargo, el llamativo discurso de von der Leyen en ese país no se produjo en la frontera entre Polonia y Ucrania, sino frente al muro que Varsovia ha construido en la frontera bielorrusa con motivos que poco tienen que ver con la guerra sino con la cruzada europea contra la inmigración, es decir, contra familias que abandonan todo lo que tienen, en ocasiones en países destruidos por la injerencia occidental, y lo arriesgan todo en busca de una vida mejor.

En ese escenario, la presidenta de la Comisión Europea insistió en que Vladimir Putin no va a cambiar y, para resaltar su ADN belicista, afirmó que el actual presidente ruso ha comenzado a lo largo de su mandato cuatro guerras. Evidentemente, se trata de la segunda guerra de Chechenia, en la que pese a las atrocidades rusas no puede achacarse a Moscú toda la responsabilidad en su inicio; la guerra de Georgia, que incluso un informe de la UE admitió que fue, en gran parte, debido a los actos de Mijail Saakashvili; la guerra de Donbass, cuyo origen es la declaración de la Operación antiterrorista que, como admitió el recientemente asesinado Andriy Parubiy, se decretó para justificar el uso de las fuerzas armadas en territorio nacional y, por supuesto, la actual guerra de Ucrania, en la que únicamente se tiene en cuenta la invasión y no el contexto de conflicto previo en el que se produjo. Todas las guerras que se han producido son única y exclusivamente culpa de la Federación Rusa y concretamente de su presidente, un argumento perfecto para justificar las políticas de militarización tanto de los países miembros de la UE como de su “frontera externa”, una zona altamente armada muchos años antes de la invasión rusa, acto que contribuyó al aumento de la tensión y que hizo posible que Rusia pudiera plantear la legítima queja de estar siendo rodeada por la expansión de una alianza militar que, con la desaparición de la Unión Soviética, había perdido su razón de ser.

En esta era de confrontación y polarización en la que cada acto es considerado un motivo para reafirmarse en las posturas previamente marcadas, el mundo queda dividido en quienes entienden incidentes peligrosos -el aterrizaje de emergencia de aeronaves civiles debido a la guerra electrónica, precedentes de normalización de ataques de terrorismo internacional como la voladura del Nord Stream o la escalada de ataques aéreos mutuos entre Rusia y Ucrania, de los que la prensa occidental únicamente resalta los rusos, ignorando bombardeos ucranianos contra infraestructuras civiles- como motivo para reafirmarse en la necesidad de rearme, militarización y más guerra y quienes ven en ellos la necesidad urgente de negociación y diplomacia. Esa es a día de hoy la lucha más importante y la que va a determinar el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania y la estructura de seguridad que vaya a resultar de este conflicto entre Moscú y Kiev con claras implicaciones internacionales.



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