Ante las transformaciones estructurales del capitalismo contemporáneo, Andrea Pannone escribe que hoy es necesario redefinir el concepto de poder, superando la concepción de este como la simple capacidad de influir en las acciones de otros, típica de la economía dominante, y ampliando la perspectiva marxista. En este artículo, Pannone define el poder como la capacidad diferencial de influir en las esferas económica, política y social mediante la centralización del control sobre los recursos materiales, humanos y financieros.
Andrea Pannone, Machina Rivista
El análisis científico del poder: un vacío por llenar
En el panorama del análisis económico, el concepto de poder —entendido como la capacidad de moldear las relaciones sociales y controlar recursos— sigue siendo sorprendentemente marginal, especialmente en la economía convencional. Los paradigmas neoclásicos, centrados en el equilibrio del mercado, la eficiencia y la racionalidad individual, tienden a reducir el poder a un efecto secundario de la dinámica competitiva, descuidando su papel estructural en las asimetrías entre capital y trabajo, o entre grandes corporaciones e intereses colectivos. Si bien las escuelas heterodoxas, como la economía marxista, reconocen el poder como intrínseco a las relaciones de producción, sus análisis, si bien ricos en profundidad teórica, a menudo carecen de un enfoque sistemático que combine el rigor analítico con una clara validación empírica. Este artículo representa un primer paso hacia la construcción de un marco metodológico científico que integra el poder como categoría central en el estudio de la dinámica de la economía contemporánea, desde la financiarización hasta la centralización del capital y la formación de formidables oligarquías transnacionales.
La visión dominante del poder
Como ha señalado Giulio Palermo (2007, 2014, 2016), uno de los pocos economistas que ha explorado recientemente el tema, en la economía convencional, el "poder" se define como la capacidad de "alguien" de influir en las acciones de "otros". Desde esta perspectiva, el poder se reduce a la dimensión interpersonal: en el mercado, donde, por ejemplo, algunos vendedores imponen a los compradores las condiciones de acceso a los bienes a través de los precios, y en la empresa, donde capitalistas y trabajadores, lejos de ser considerados entidades sociales, son vistos simplemente como individuos dotados de diferentes cualidades innatas que se expresan en el entorno laboral, estableciendo una relación jerárquica. La existencia de una relación de poder, concebida de esta manera, queda totalmente descartada en un mercado competitivo en equilibrio walrasiano, es decir, en un mercado donde la oferta se iguala perfectamente a la demanda. De hecho, según el primer teorema del bienestar (Arrow y Debreu, 1954), sabemos que esta condición de equilibrio permite una asignación de recursos Pareto-eficiente (óptima en el sentido de Pareto). Una optimalidad de Pareto implica que no es posible mejorar el bienestar (utilidad) de un individuo sin empeorar el bienestar de los demás. Por lo tanto, en esta configuración de mercado, nadie puede tener "poder" sobre otro, en consonancia con la definición de este concepto. La existencia de una asimetría de poder (es decir, el hecho de que "alguien tenga poder sobre otro") depende necesariamente de la introducción de una serie de imperfecciones en el modelo de competencia perfecta, que se presenta como un "estado de naturaleza", carente de cualquier explicación histórica. El análisis se centra exclusivamente en la dimensión del intercambio (la circulación de bienes), sin intentar explicar cómo surgieron estas imperfecciones con el tiempo. Según algunos autores, estas imperfecciones —y, por lo tanto, la propia cuestión del poder— podrían, en teoría, eliminarse definitivamente (o al menos reducirse considerablemente) mediante la adopción de tecnologías digitales como la inteligencia artificial o la cadena de bloques (blockchain), gracias a su potencial capacidad para eliminar las restricciones de información que dificultan la eficiencia asignativa de los mercados 1.
La ontología del poder en una perspectiva marxista
El propio Giulio Palermo, en un loable intento de construir una ontología del poder coherente con el análisis de Marx, ofrece una definición diferente del poder que se centra principalmente en la dimensión de la producción. Desde una perspectiva marxista, la producción capitalista es de naturaleza explotadora: el capital impone su lógica al proceso de trabajo y permite a su propietario apropiarse de la plusvalía producida por el trabajador (Marx, 1864). La explotación en la economía impone formas particulares de poder y coerción a la sociedad. Por lo tanto, así como el modo de producción capitalista se basa esencialmente en la explotación de los trabajadores, también se basa en el poder y la coerción. La economía no es simplemente una entre muchas posibles fuentes de poder, sino el ámbito en el que se generan las formas esenciales del poder capitalista. Cabe señalar que el concepto de poder, desde esta perspectiva, no representa simplemente el "poder de influir en las acciones de otros" (como ocurriría si nos limitáramos a la dimensión de la circulación de mercancías), sino la capacidad de quienes poseen y controlan el capital (la clase capitalista) de influir en las acciones de quienes deben vender su tiempo de trabajo para sobrevivir (la clase trabajadora). La explotación es esencialmente una relación social, no una relación interpersonal entre un solo capitalista y un solo trabajador (Chattopadhyay, 1994). Y es por ello que el poder capitalista también es esencialmente una relación social, no una posible imperfección causada por la falta de competencia entre capitalistas. El mecanismo coercitivo opera entre las clases sociales e impone la acumulación de capital productivo como objetivo de la sociedad.
De la acumulación de capital productivo a la acumulación pecuniaria
En cualquier caso, la acumulación de capital productivo (capital físico y fuerza de trabajo) ha dejado de ser el motor central de la dinámica del capitalismo actual. Este tipo de acumulación, de hecho, ha dejado cada vez más espacio para otro proceso: la acumulación de activos financieros y monetarios, que definiremos como acumulación pecuniaria y que se asocia aquí con el llamado fenómeno de la financiarización. Desde la década de 1980, de hecho, ha sido evidente que la tasa de ganancia ha tendido a caer, si bien con períodos de inversión de la tendencia, en la mayoría de los sectores productivos de las economías occidentales, lo que ha empujado a las empresas a ralentizar las inversiones en capital físico y a invertir cada vez más en los mercados financieros para diversificar su cartera de actividades (véase aquí)2. Como consecuencia, por ejemplo, la proporción promedio de las ganancias de las empresas estadounidenses que se deriva de las actividades financieras actualmente ha aumentado a alrededor del 30%, con picos que superan el 50% para grandes bancos como Goldman Sachs y JP Morgan. Además, incluso considerando la volatilidad cíclica y las fluctuaciones económicas globales, los índices bursátiles han seguido subiendo de forma sostenida durante los últimos 33 años, lo que ha generado una creciente desconexión estructural entre el valor de los activos financieros y el valor de los activos reales (véase Bichler y Nitzan, 2023), impulsada por políticas monetarias flexibles y estrategias de gestión orientadas al crecimiento de los primeros. Desde finales de la década de 1990, la valorización de los activos financieros se ha convertido en una expresión, nada ficticia, de capital real, transformándose en una palanca concreta para las operaciones de fusiones y adquisiciones (M&A)3. Mediante estas operaciones, las grandes empresas pueden crecer, reorganizar sectores enteros y consolidar su dominio en los mercados, a menudo como alternativa a las inversiones productivas, en particular en lo que respecta a la rápida adquisición de innovaciones y tecnología (véase, por ejemplo, aquí y aquí).
El proceso descrito ha llevado a la configuración y estructura de un fenómeno de centralización de la riqueza en manos de unas pocas empresas (véase Brancaccio et al., 2018). Se sabe que, hoy en día, la capitalización bursátil —es decir, el valor total de las acciones de una empresa, calculado multiplicando el precio por acción por el número de acciones en circulación— de las primeras 50 empresas del S&P supera con creces la de las 250 empresas más pequeñas del índice. El término centralización no es casual y se refiere al concepto de centralización al que Marx hace referencia en el primer libro de El Capital (1867), aunque ahora el proceso se refiere a una esfera paralela a la producción material subyacente a esa riqueza4.
Cabe señalar también que, en este nuevo contexto, la capacidad intrínseca de explotación humana con fines de lucro, que para Marx constituye la esencia del modo de producción capitalista, ciertamente no desaparece, sino que adquiere una dimensión cada vez más abarcadora que no puede reducirse únicamente al trabajo. La «lucha de clases», antes centrada principalmente en la «fábrica», se ha extendido ahora a todos los aspectos de la existencia y la inexistencia social (Ilerler y Nitzan, 2006). El objetivo fundamental ya no es principalmente la producción de bienes y servicios, sino la formación de subjetividades predecibles y rastreables. En la era de las tecnologías digitales, los individuos se convierten en fuentes continuas de datos, transformables en recursos exclusivos —patentables, comercializables— y convertibles en valor económico mediante algoritmos predictivos (véase Zuboff, 2019). Este valor deriva de las proyecciones de comportamiento futuro, que se expresan en la capitalización bursátil: una cuantificación de la capacidad de una empresa para generar beneficios gracias a la protección legal de la tecnología y otras formas de exclusión, que hacen que sus activos sean cada vez más atractivos para los operadores financieros. Esta dinámica ha contribuido a acentuar la desigualdad, ya que los beneficios de la apreciación de los activos se han concentrado entre los segmentos más ricos de la población, lo que ha generado una enorme brecha en la distribución del ingreso y la riqueza (Piketty 2013).
En otras palabras, las finanzas se convierten en la esfera donde se generan actualmente las formas esenciales del valor capitalista. En este contexto, la producción no desaparece, sino que se subordina a la lógica de la valorización financiera y la capitalización anticipada del valor futuro, convirtiéndose en uno de los múltiples terminales de una dinámica de acumulación que se reproduce y genera desigualdades principalmente mediante el control de la información, la liquidez y el riesgo5.
Hacia una nueva definición del poder
A la luz de las transformaciones estructurales del capitalismo contemporáneo, creemos necesario redefinir el concepto de poder. Más allá de la concepción del poder como la simple capacidad de influir en las acciones de otros —típica de enfoques basados exclusivamente en la esfera de la circulación— y ampliando la perspectiva marxista adoptada por Palermo —centrada principalmente en la capacidad de extraer plusvalía de los trabajadores en el proceso de producción—, defino el poder como la capacidad diferencial de actuar en las esferas económica, política y social mediante la centralización del control sobre los recursos materiales, humanos y financieros. Esta definición no contradice la marxista, sino que la incorpora para hacerla coherente con la evolución del capitalismo ocurrida en las últimas tres décadas. Como se vio en el párrafo anterior, hoy el control no se ejerce solo en la dimensión productiva, sino también —y sobre todo— en la capacidad de orientar y estructurar las convenciones especulativas que se forman aguas arriba de la producción, es decir, incluso antes de que se generen los bienes y las ganancias 6. Esto ocurre gracias a la generación de expectativas capaces de autocumplirse, si se acompaña de un volumen adecuado de liquidez e inversiones financieras que solo unas pocas grandes empresas pueden movilizar7. Esta movilización desvía recursos de las inversiones productivas, saboteando la expansión del sector productivo, y al mismo tiempo favorece el aumento promedio de la capitalización bursátil de las mismas empresas, transformándolas, como se ha visto anteriormente, en un potencial instrumento de intercambio para adquisiciones estratégicas y el aumento de la concentración empresarial.
Sin embargo, esto es solo una parte de la historia. La capitalización de una empresa en el mercado de valores nacional, de hecho, solo proporciona indicaciones limitadas sobre su estructura de control real. Esto se debe al menos a dos razones. En primer lugar, la rápida expansión de los mercados de valores en los últimos años ha contribuido a desplazar el centro de gravedad del control corporativo dentro de una red financiera transnacional, lo que hace extremadamente complejo, también desde un punto de vista regulatorio y legal, identificar al propietario real (propietario final) de una inversión extranjera y su país de origen, una complejidad agravada aún más por el uso frecuente de vehículos corporativos registrados en paraísos fiscales y regulatorios offshore 8. Además, la capitalización no refleja la influencia ejercida por los propietarios/accionistas en la propiedad de la empresa, como en el caso de los grandes fondos de inversión (en primer lugar BlackRock, Vanguard, State Street, Fidelity Management, etc.), cuya capacidad para dirigir estrategias corporativas con participaciones muy por debajo del 50% (incluso con el 20, el 10 o el 5 por ciento) está ampliamente documentada en la literatura contemporánea 9. Con frecuencia, estos fondos poseen participaciones significativas en empresas competidoras que operan en los mismos mercados, lo que fomenta conductas colusorias tanto explícitas (acuerdos directos más o menos difíciles de rastrear) como implícitas 10 . La posibilidad de mover rápidamente, y sin obstáculos significativos, grandes flujos de capital destinados a la adquisición de participaciones en empresas activas en sectores estratégicos de terceros países, como defensa, energía, telecomunicaciones e infraestructuras, ha permitido a los grandes fondos de inversión extender su esfera de influencia mucho más allá de las fronteras corporativas y nacionales, favoreciendo la expansión de conglomerados multinacionales en los sectores productivos clave de los países involucrados, casi siempre en detrimento de los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas11.
Sobre el poder del Estado y las instituciones públicas
Ante tal penetración, los Estados han aprendido a desempeñar un papel cada vez más complaciente, hasta el punto de competir entre sí ofreciendo regulaciones permisivas e incentivos fiscales a los inversores extranjeros, con el fin de obtener la suscripción de sus títulos de deuda12 o alguna planta de producción capaz de asegurar, siempre que los costos no sean excesivamente onerosos, un cierto número de empleos. En muchos casos, las concesiones implican la transferencia de sucursales enteras de empresas a empresas de nueva creación (las llamadas newco), creadas específicamente para incorporar aquello de lo que evidentemente quieren deshacerse, a menudo en un clima de culpable desconocimiento con respecto a los efectos sistémicos de tales decisiones (véase Undiemi 2021). El resultado ha sido una venta progresiva de grandes porciones del tejido productivo de los Estados y una reducción drástica del margen de intervención de la política industrial, cada vez más condicionada por los intereses de poderosos grupos de presión supranacionales. Estos, mediante el conocido mecanismo de "puertas giratorias", ejercen cada vez más una presión decisiva no solo sobre los gobiernos, sino también sobre los principales organismos multilaterales, contribuyendo a redefinir los límites mismos de la soberanía económica 13.
Por razones similares, los bancos centrales han terminado alineándose con los intereses financieros al renunciar deliberadamente a intentar contener la dinámica especulativa. De hecho, sus políticas monetarias se han utilizado como palanca para fomentar el crecimiento de la intermediación financiera fuera del perímetro bancario tradicional y regulado, allanando así el camino para el sistema bancario paralelo. Este comportamiento se justificó elevando a dogma el principio de autorregulación de los mercados. Cuando los riesgos acumulados amenazaron la estabilidad de todo el sistema financiero, las propias autoridades intervinieron para evitar el colapso, enmascarando así sus propias responsabilidades. Tras el colapso de 2008, se han multiplicado los compromisos solemnes de no repetir los errores del pasado. Sin embargo, los hechos cuentan una historia diferente: bajo la atenta mirada de las mismas instituciones, el sistema bancario en la sombra no sólo no se ha reducido, sino que ha seguido creciendo, alcanzando un monto total de activos de 238,8 billones de dólares en 2024, muy por encima de los 62 billones de dólares de 2007 14.
En conclusión, resulta ilusorio considerar el Estado y las instituciones nacionales y supranacionales como un campo de batalla a reconquistar mediante reformas políticas más o menos progresistas, capaces en todo caso de interrumpir o limitar los procesos de acumulación desenfrenada en la economía y la sociedad. Obviamente, esto no implica que las «fuerzas políticas» ya no puedan asumir una postura independiente o incluso fuertemente crítica hacia las acciones de las instituciones públicas y el gobierno. Pueden. Pero la probabilidad de que lo hagan, así como el grado de su independencia, tiende a disminuir drásticamente ante los márgenes de autonomía que las oligarquías económicas y financieras están dispuestas a tolerar. Además, la estructura de estas estructuras de poder y la red de conexiones que las sustentan son tan complejas y opacas que eluden cualquier interpretación lineal o inmediata. Precisamente estas características dificultan enormemente que los organismos de representación colectiva incluso articulen adecuadamente el problema de su oposición, suponiendo que dicha oposición realmente represente un objetivo. Esto es claramente evidente, por ejemplo, en relación con medidas como el impuesto mínimo global (OCDE, 2021), introducido por la OCDE en 2021 (Pillar Two). Esta medida busca garantizar que las ganancias de las multinacionales se graven al menos con un 15% a nivel mundial, independientemente del país donde se declaren, aplicando un impuesto complementario cuando el tipo efectivo pagado en una jurisdicción sea inferior al umbral mínimo. Sin embargo, la medida no captura el valor acumulado transnacionalmente: las empresas pueden eludir parcialmente su eficacia reinvirtiendo las ganancias en fusiones y adquisiciones (M&A), a menudo estructuradas mediante canjes de acciones, de modo que las ganancias no se distribuyan como dividendos gravables, sino que se transformen en ganancias de capital latentes, no sujetas a tributación inmediata. Esto es posible porque el mecanismo del Pillar Two se centra en la tributación de las ganancias contables realizadas y registradas a nivel de cada jurisdicción fiscal individual, sin incluir sistemáticamente las ganancias de capital no realizadas ni las transferencias de valor intragrupo relacionadas con transacciones extraordinarias.
Otro aspecto se refiere a la eficacia real de los aranceles. Cuando los gobiernos imponen aranceles a las importaciones para proteger las economías locales o reequilibrar la balanza comercial, las multinacionales pueden sortear estos obstáculos adquiriendo empresas en los mercados objetivo. Por ejemplo, si Estados Unidos impone aranceles a productos chinos, una multinacional china puede invertir en fusiones y adquisiciones adquiriendo una empresa estadounidense, trasladando la producción localmente y vendiendo sus productos como "de producción local", evitando así los aranceles. Este tipo de estrategia permite a las multinacionales neutralizar el impacto de los aranceles, manteniendo su competitividad global y eludiendo las políticas comerciales restrictivas impuestas por los Estados.
Multinacionales y Redes de Control: Hacia un Análisis Científico del Poder
De lo que se ha descubierto hasta ahora, debería quedar claro que, en la fase actual del capitalismo, un análisis del poder con base científica no puede ignorar el papel de los conglomerados multinacionales que operan a escala global, empezando precisamente por la inversión extranjera directa (IED) que realizan en cada contexto nacional. Sin esto, la idea misma de construir un "contrapoder" capaz de contrarrestar eficazmente la fuerza de esos intereses organizados parece totalmente irreal. Es comprensible que dicha investigación dista mucho de ser sencilla. Por ejemplo, las estadísticas de IED se compilan considerando únicamente a las dos contrapartes inmediatas involucradas en la relación financiera, mientras que las inversiones de las multinacionales suelen canalizarse entre varios países a través de una red de filiales interconectadas. En consecuencia, las propias estadísticas pueden no representar con precisión qué países y qué sectores de actividad económica son los beneficiarios finales reales de los flujos y los stocks de inversión (véase Accoto y Oddo, 2023). Damgaard et al. (2019) estiman que alrededor del 40% de la IED mundial consiste en "estructuras corporativas" sin actividad económica real, que operan predominantemente como entidades de transferencia, canalizando flujos financieros a otros destinos, a menudo con fines opacos o evasivos. Este fenómeno reduce significativamente la capacidad de los gobiernos para evaluar, más allá de las declaraciones de los inversores, los beneficios reales de la entrada de nuevo capital y, en general, para medir el impacto real de la IED en el desarrollo económico nacional.
Además, debe tenerse en cuenta que la ubicación de cotización de una empresa multinacional a menudo no proporciona información transparente sobre la nacionalidad de sus accionistas, el origen real de sus operaciones y los verdaderos objetivos del inversor (producción, finanzas, impuestos, ilegalidad, régimen de sanciones, etc.), dado su negocio principal. Este problema es sumamente relevante dado que, hoy en día, casi un tercio de todos los activos globales son propiedad de extranjeros (y quizás más, dada la opacidad de los vínculos internacionales con la delincuencia y el blanqueo de capitales). En otras palabras, citando a Bichler y Nitzan (2006), los capitalistas que viven en Estados Unidos, pero también en China o Rusia, son cada vez menos "estadounidenses", "chinos" o "rusos" en términos de su propiedad, y a menudo muchos de quienes poseen activos "estadounidenses", "chinos" o "rusos" residen en otros lugares.
En conclusión, identificar al verdadero beneficiario de una IED, la propiedad efectiva de una empresa y el poder económico real asociado a ella requiere, en primer lugar, un método capaz de analizar en profundidad las redes de participación corporativa y las relaciones de control directo e indirecto de las empresas que han realizado inversiones extranjeras directas en un territorio determinado15. Para ello, resulta útil utilizar técnicas modernas de análisis de redes (o "análisis de redes"), potentes herramientas para analizar la propiedad accionaria y comprender la estructura de mando dentro de las empresas (véanse Vitali 2011, Brancaccio et al. 2022, Brancaccio et al. 2018, para una revisión y algunas aplicaciones). Más precisamente, estas técnicas permiten visualizar las conexiones entre accionistas y empresas, identificando a quienes ostentan posiciones de influencia y control, especialmente a través de participaciones cruzadas y sociedades holding. De hecho, el análisis de redes puede destacar: a) nodos centrales (accionistas o grupos de control) que ejercen una influencia significativa sobre múltiples empresas; b) vías de control indirectas, donde una empresa o individuo puede influir en otra empresa a través de participaciones intermediarias; c) Grado de centralización del control, que mide hasta qué punto el poder se concentra en manos de unos pocos actores.
Construcción de índices para evaluar el poder de las multinacionales
Una vez estructurado el análisis mencionado en el párrafo anterior, es necesario identificar algoritmos eficaces para medir la influencia que ejercen las empresas que cotizan en bolsa, como los grandes fondos de inversión, sobre la red global de propiedad subyacente a la empresa que ha realizado una IED. Esto permite comprender hasta qué punto una persona puede ejercer poder o control mediante la propiedad (incluso minoritaria) de acciones. Sin embargo, la mayoría de los estudios publicados miden el poder de los propietarios finales para controlar las empresas (véanse Vitali et al., 2011; Mizuno et al., 2020), pero los gestores de patrimonio, por ejemplo, no son propietarios finales; son accionistas intermedios que también pertenecen a sus propietarios finales. Además, como señalan Mizuno et al., 2023, algunos de los grandes gestores de activos son empresas de amplio capital, cuya propiedad a menudo se divide entre numerosos accionistas menos influyentes. Sin embargo, ejercen una influencia sustancial. ¿Cómo se obtiene el poder de control corporativo? Un indicador eficaz debe considerar el control indirecto resultante de la dispersión de la propiedad en las redes globales. Mizuno et al. (2023) introdujeron el Flujo de Poder de la Red (FPN), un índice que cuantifica la influencia de los accionistas, tanto finales como intermedios, mapeando el flujo de control mediante un algoritmo de muestreo aleatorio con 20.000 iteraciones sobre datos de la base de datos Orbis Van Dick de 2020. El FPN identifica los canales a través de los cuales se propaga el poder en estructuras complejas, como la propiedad cruzada, integrando el Índice de Herfindahl-Hirschman (IHH) para evaluar la concentración de control16. El FPN permite observar la distribución del poder entre los accionistas, destacando el papel crucial de los intermediarios. A pesar de las limitaciones relacionadas con los datos históricos y algunos supuestos restrictivos, ofrece una visión innovadora del gobierno corporativo en las redes globales17 y podría convertirse en un elemento importante de un programa de investigación destinado a reconstruir rigurosamente los mapas de poder en el capitalismo contemporáneo. El desarrollo de este programa será el foco principal de mi trabajo en los próximos meses.
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Notas:
- Por ejemplo, en su artículo "Tecnología Inteligente", publicado en 2016 en Finance & Development, Hal Varian, economista jefe de Google, explica cómo la mediación informática es ahora fundamental para casi todas las transacciones económicas, ya que las computadoras permiten el registro, la recopilación y el análisis de datos a gran escala, mejorando la calidad y la eficiencia de las transacciones futuras. En particular, Varian destaca cómo los sistemas informáticos reducen la asimetría de la información y mitigan problemas como la selección adversa y el riesgo moral, eliminando potencialmente los obstáculos para el correcto funcionamiento del mercado.
- Cabe destacar que por financiarización nos referimos principalmente al proceso de transferencia de liquidez de inversiones productivas a activos financieros. Muchos autores han utilizado el mismo término para describir (al menos algunos) de los aspectos analizados en este artículo. Sin embargo, las contribuciones son bastante heterogéneas y carecen de una visión coherente de lo que debe explicarse (Krippner 2005, p. 181). Como señalan Carnevali et al. (2022), incluso después de muchos años, aún no existe una interpretación unívoca del concepto.
- En el capítulo 29 del tercer libro de El Capital (1894), Marx reconoce que el precio de los valores —la capitalización bursátil— se regula independientemente del valor del capital real que estos valores, al menos en parte, representan. Por lo tanto, cuando estos valores no representan capital real, sino simplemente derechos a ganancias futuras, el derecho a dichas ganancias se convierte en capital monetario ficticio, sujeto a fluctuaciones constantes. Sin embargo, estas fluctuaciones pueden desviarse significativamente del valor del capital real, que para Marx depende del valor del trabajo, solo por un tiempo limitado. Tras este tiempo, a menudo como resultado de una crisis financiera, la capitalización bursátil tenderá a reajustarse.
- Recordemos que, para Marx, la centralización se refiere a la redistribución de la propiedad del capital y encuentra una explicación teórica precisamente en la competencia entre capitalistas que luchan por la valorización de su capital productivo. En este sentido, la centralización completa el trabajo de acumulación al permitir a los capitalistas industriales expandir la escala de sus operaciones (véase Fineschi, 2012, p. 695).
- Notamos que si bien el enfoque cognitivo (ver, por ejemplo, Vercellone 2006 y Fumagalli 2007) ha capturado la expansión de la esfera productiva más allá del trabajo material, identificando la "subsunción vital" como una nueva forma de captura de valor, no obstante tiende a volver a proponer la centralidad de la producción —esta vez inmaterial y digital— como el núcleo de la dinámica capitalista, sin lograr, en mi opinión, captar plenamente la característica crucial del capitalismo del siglo XXI.
- En los últimos 10 a 15 años, las recompras de acciones se han convertido en una herramienta clave para impulsar artificialmente las acciones e índices. Al reducir las acciones en circulación, aumentan las ganancias por acción y los precios, incluso sin fundamentos sólidos, ofreciendo una apuesta casi segura a todos los inversores financieros. La fiscalidad favorable y la presión competitiva han generalizado su uso, ampliamente adoptado incluso por las empresas más grandes y, en su momento, las más innovadoras, como Apple, Google, Facebook y Microsoft (véase Lazonik, 2023).
- A partir de 2022, el endurecimiento de las condiciones crediticias y el aumento de los tipos de interés decididos por los bancos centrales han reducido drásticamente el número de operadores capaces de movilizar recursos significativos para inversiones financieras. El acceso al apalancamiento, que durante el período de expansión cuantitativa tras la crisis de 2008 había propiciado una gran expansión de las posiciones especulativas y las inversiones a largo plazo, se ha vuelto mucho más costoso y arriesgado. En este nuevo entorno, la capacidad de obtener y desplegar liquidez a gran escala se ha concentrado en un número muy reducido de grandes empresas que, gracias a sus sólidos balances, acceso privilegiado a los mercados de capitales y el uso de instrumentos financieros complejos, han consolidado una ventaja diferencial en materia de liquidez. Esta ventaja no solo les permite operar cuando la mayoría de los demás actores se ven obligados a reducir su exposición, sino que también aumenta su poder para influir en los mercados y los precios de los activos.
- Los "paraísos regulatorios" se refieren a lugares o jurisdicciones donde las regulaciones fiscales, financieras o legales son particularmente favorables o ventajosas para empresas o particulares. Las jurisdicciones consideradas paraísos regulatorios pueden ofrecer ventajas más allá de la simple baja tributación (como ocurre en los "paraísos fiscales"), como regímenes legales y regulatorios que favorecen la privacidad, la protección de activos y la flexibilidad operativa.
- Esto depende esencialmente de la dispersión accionarial, el voto por delegación, el peso institucional y las alianzas estratégicas con otros inversores. También es bien sabido que los tres fondos están estrechamente relacionados: Vanguard y State Street poseen conjuntamente el 12% de Blackrock; Vanguard y Blackrock poseen el 18% de State Street; mientras que Blackrock y State Street poseen el 20% de Vanguard y se encuentran en el centro de una vasta red de accionistas, que también incluye otros importantes fondos de inversión e instituciones financieras (como Fidelity, T-Rowe, Goldman Sachs, J.P. Morgan y Morgan Stanley). Sobre las razones del significativo crecimiento del papel de las Tres Grandes, estrechamente vinculado a la disponibilidad diferencial de recursos líquidos, véase, por ejemplo, Fichtner et al., 2017.
- En el segundo caso (colusión implícita), que es más sutil y generalizado, las empresas alinean espontáneamente sus comportamientos en función de los intereses comunes del accionista común, a menudo sin necesidad de comunicación directa. Un ejemplo actual es la presencia simultánea de las Tres Grandes (BlackRock, Vanguard y State Street) tanto en NVIDIA como en Alphabet, dos actores clave en el mercado estratégico de chips de inteligencia artificial: incluso en ausencia de coordinación formal, la propiedad compartida de los mismos inversores dominantes tiende a desincentivar el comportamiento agresivo y a promover una forma de «disciplina sectorial» que reduce la competencia efectiva.
- Cabe señalar que, desde la década de 1990, la mayoría de las inversiones extranjeras directas se han realizado a través de fusiones y adquisiciones (M&A) transfronterizas, que son equivalentes a flujos financieros para adquirir paquetes de acciones de empresas ya existentes en el país de destino, en lugar de a través de la creación ab integro de nuevas estructuras de producción (inversiones greenfield). Esto está empezando a suceder, en particular, en países que emprenden una gran privatización de empresas públicas. En comparación con las inversiones greenfield, por lo tanto, las M&A pueden implementarse más rápidamente gracias a la adquisición de entidades que ya operan en el territorio/mercado que se pretende penetrar. Si bien no todas las M&A pueden asimilarse a inversiones financieras, el creciente predominio de la lógica financiera sobre los objetivos industriales que caracteriza al capitalismo actual puede hacer que este tipo de IED sea cada vez más similar a dichas operaciones, especialmente en las estrategias de internalización. Si bien es difícil obtener estimaciones precisas, es bastante evidente que en los países desarrollados (que incluyen la mayoría de los países de la OCDE), las fusiones y adquisiciones han representado históricamente la mayor parte de la IED entrante, en comparación con las inversiones en nuevas instalaciones (véase, por ejemplo, aquí).
- En 2024, la deuda pública estadounidense alcanzó aproximadamente 36,1 billones de dólares, de los cuales 28,7 billones estaban en manos de inversores públicos. Los "Tres Grandes" —BlackRock, Vanguard y State Street— y los bancos comerciales estadounidenses (como JPMorgan Chase, Bank of America y Citibank) desempeñan un papel crucial como tenedores de esta deuda. (Véase, por ejemplo, aquí).
- Este es el tema, ahora de dominio público pero también ampliamente explorado en la literatura científica, de las puertas giratorias, un término utilizado para identificar la transición de funcionarios públicos y políticos del sector público al privado, pero también la entrada en las administraciones públicas y organizaciones internacionales de expertos y directivos provenientes de empresas privadas y viceversa, y del mundo empresarial (véase Gallino 2011, Coveri et al. 2023, Pannone 2024).
- Véase Katharina Pistor sobre este punto.
- Obviamente, para aplicar el método de encuesta, es necesario tener acceso a 1) una amplia base de datos que contenga información sobre la IED realizada en un país determinado durante un período determinado, desglosada por estado de avance (p. ej., anunciada, en curso, ya finalizada) y por tipo (p. ej., nueva o fusiones y adquisiciones); 2) información detallada sobre estados financieros, estructura de propiedad, transacciones de fusiones y adquisiciones, aspectos ESG y gobernanza, con alta calidad y cobertura internacional.
- Para medir el grado de autonomía de un accionista i en el ejercicio de su poder de control corporativo, Mizuno et al. (2023) introducen una nueva versión del índice de Herfindahl-Hirschman (HHI), tradicionalmente utilizado para medir el grado de monopolio en un sector determinado. En este caso, el HHI, calculado como la suma de los cuadrados de las cuotas de control de cada accionista, mide la concentración de poder en una red. Valores bajos (p. ej., 0,05) indican un control fragmentado, mientras que valores altos (p. ej., 0,2) sugieren una mayor concentración.
- Por ejemplo, el supuesto de voto transitivo de Mizuno et al. (2023) simplifica el análisis del NPF al asumir que el control se propaga sin fricciones a través de la red de propiedad, y que los accionistas controlados votan en consonancia con sus controladores. Este supuesto permite mapear el flujo de control en redes complejas, pero se ve limitado por posibles conflictos de interés, acciones sin derecho a voto y regulaciones. Ampliarlo para incluir comportamientos no cooperativos, clases de acciones diferenciadas, restricciones regulatorias, dinámicas temporales o influencia minoritaria haría que el NPF fuera más realista, pero aumentaría la complejidad computacional y los requisitos de datos. Estas mejoras podrían probarse con estudios de caso para evaluar su eficacia.
Bibliografía:
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- K. J. Arrow, G. Debreu, (1954), Existence of an Equilibrium for a Competitive Economy. «Econometrica», 22(3), 265–290.
- S. Bichler , J. Nitzan (2006), New imperialism or new capitalism?, MPRA paper n. 5578, 4 novembre, consultabile al link https:// mpra.ub.uni-muenchen.de/5578/.
- S. Bichler e J. Nitzan (2023), The mismatch thesis. Fiction and reality in the accumulation of capital, in «Revista de Estudios Globales», pp. 13-40 (consultabile al link https://bnarchives.net/id/eprint/818/2/20231200_bn_the_mismatch_thesis.pdf)
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La explotación se ha convertido en manipulación?
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