viernes, 1 de agosto de 2025

"Cañones o mantequilla"


Nahia Sanzo, Slavyangrad

“La presidenta de la Comisión Úrsula von der Leyen ha presentado este miércoles los planes para recortar la financiación de la Política Agraria Común de la Unión Europea de 386.600 millones de euros a apenas 300.000 millones a partir de 2027 como parte de la revisión profunda del próximo presupuesto a largo plazo del bloque”, explicaba ayer la edición europea de Politico. Para complementar esa noticia, habría que recordar el plan de rearme por valor de 800.000 millones de euros que la sonriente von der Leyen presentó el pasado marzo o el compromiso de invertir 600.000 millones más allá del nivel habitual en armamento estadounidense. El resultado es buena demostración de las prioridades del bloque comunitario y fiel reflejo de la expresión inglesa “guns or butter”, cañones o mantequilla.

“Al obligarle a elegir entre los cañones o la mantequilla, las sanciones le encierran en un vicio que se aprieta poco a poco”, afirmó en 2022 sobre las sanciones europeas el entonces líder de la diplomacia de la UE Josep Borrell. En ocasiones, las sanciones resultan contraproducentes y dañan tanto o más a los países que las imponen. Las tasas de crecimiento y el aumento de los salarios han sido, en estos tres primeros años de guerra rusoucraniana, superiores en Rusia que en la Unión Europea, que ahora elige los cañones, no necesariamente los propios, por delante de la mantequilla.

“Una mala estrategia lleva a un mal resultado. La Comisión prefirió apaciguar y adular a Trump aceptando comprar más armas y gas, sobre lo que no es competente, y aranceles unilaterales. Europa sale geopolíticamente debilitada del pacto cerrado en una hora en un campo de Golf”, escribió Borrell ayer en las redes sociales, sumándose al creciente coro de voces que no comprenden la forma de negociar del actual liderazgo de la UE. Tras haber tratado arrogantemente de dar órdenes a China, segunda economía del planeta y una potencia mucho más importante en estos momentos, Bruselas mostraba su posición real en el tablero geopolítico, la sumisión a Estados Unidos como socio minoritario en una alianza basada en el desequilibrio de fuerzas y en la capacidad de Washington de poner las condiciones y las amenazas y obtener exactamente el resultado que buscaba.

Uno de los mayores éxitos es, sin duda, el compromiso de la UE de subvencionar de facto el complejo militar-industrial de Estados Unidos. Sin embargo, tras ratificar las bondades del acuerdo y posar felices con el presidente de Estados Unidos, las autoridades europeas han tratado de matizar la medida. “Pero el lunes, dos altos funcionarios de la Comisión Europea aclararon que el dinero procedería exclusivamente de empresas privadas europeas, sin que la inversión pública aportara nada. «No es algo que la UE, como autoridad pública, pueda garantizar. Es algo que se basa en las intenciones de las empresas privadas», dijo uno de los altos funcionarios de la Comisión. La Comisión no ha dicho que vaya a introducir incentivos para garantizar que el sector privado cumpla ese objetivo de 600.000 millones de dólares, ni ha dado un calendario preciso para la inversión”, escribía el medio. Horas después, la Casa Blanca publicaba una nota aclaratoria en la que dejaba claro que sí considera vinculante el compromiso, por lo que es previsible que tenga la intención de presionar a los países de la Unión Europea y a la Comisión para que cumplan con su declaración de intenciones. En el caso de la UE, Trump abiertamente exige que se prioricen las armas, concretamente las de Estados Unidos por encima de la mantequilla, un win-win teniendo en cuenta que Washington aspira a obligar a la UE a abrir su mercado al sector primario estadounidense, notoriamente desregulado y con prácticas que contradicen la legislación comunitaria.

Quienes siguen sin comprender cómo von der Leyen no ha sido capaz de obtener un trato mejor y se sorprenden al ver las declaraciones de la presidenta de la Comisión explicando que Estados Unidos no tenía que ceder, sino que, de partida, tenían que hacerlo los países europeos al existir un desequilibrio a su favor en la balanza comercial (algo que dista de ser cierto si no solo se incluyen los bienes sino los servicios, en los que el desequilibrio es aplastantemente favorable a Estados Unidos, aspecto en que la UE tampoco ha querido utilizar en la negociación) lo hacen sin tener en cuenta las exigencias del posicionamiento geopolítico de Bruselas. Colocándose a la sombra de Estados Unidos y cerrándose todas las demás puertas -el trato a China es un buen ejemplo de ello-, la UE requiere conservar esa alianza si aspira a mantenerse como actor importante en las relaciones internacionales. Fue Borrell quien imprudente y falsamente calificó de existencial para el bloque la guerra de Ucrania, definición que ahora implica la necesidad de adular y contentar a Estados Unidos para seguir obteniendo el material, inteligencia y cobertura aérea necesario para no sufrir una derrota estratégica frente a Rusia. Y es la UE, y no Rusia o Estados Unidos, quien se encuentra en la tesitura de elegir entre guns y butter o, como explicaba Mark Rutte en el Reino Unido días antes de la cumbre de la OTAN que ratificó la elección, entre mantener el sistema de salud público o tener que aprender ruso.

En el caso ucraniano, la elección no se produjo en 2022, sino en 2014, momento en el que la guerra contra Rusia comenzó a ser argumento central tanto del recorte del Estado social como del acercamiento a la UE y la OTAN y exigencia de inversiones a sus aliados. Curiosamente, Donald Trump, que acostumbra a valorar la gobernanza interna de aliados y enemigos, no se ha manifestado sobre si Kiev debería priorizar la mantequilla o las armas, posiblemente porque es consciente de que ambas corren a cargo de la Unión Europea y el material bélico más lucrativo procede de Estados Unidos.

Mirando a Rusia con la decepción de no haber conseguido lo que pensaba que sería sencillo, resolver un conflicto de una década en unas cuantas llamadas de teléfono, Donald Trump exigió a Moscú que se centre en la mantequilla en lugar de las armas. “Rusia podría ser muy rica ahora mismo, pero en cambio gastan mucho dinero en guerra y en matar gente”. Lo dice siendo el país cuyo presupuesto militar supera al de los diez países siguientes, que no es capaz de suministrar sanidad universal a su población y que actualmente realiza, escudándose en falsas acusaciones de fraude, recortes en su raquítica protección social. Sin embargo, desde el altar que ha creado para sí mismo, quien patrocina la masacre israelí en Gaza y en 12 días de guerra empleó el 14% de sus interceptores THAAD, con el coste que eso supone, para defender a Israel de la respuesta iraní a la agresión sufrida, exige a Moscú que termine la guerra en diez días. Teniendo en cuenta la complejidad del conflicto, es a todas luces inviable una resolución, por lo que el ultimátum ha de ser entendido como una orden de alto el fuego a Moscú por parte de Trump.

“El presidente Trump ha acortado el plazo de Putin de 50 a 10 días. Esto no es una decisión impulsiva ni cansancio por la espera”, escribió ayer Mijailo Podolyak pese a que se trata exactamente de un acto impulsivo de quien se ha cansado de esperar que la paz llegue sin un proceso de negociación que debió saber que sería largo y tremendamente duro. Dar la orden de someterse a la decisión de Washington, misma estrategia que siguió antes de bombardear Irán, es mucho más sencillo. “La Casa Blanca ha perdido la fe en las promesas y ha llegado a la conclusión de que no se puede confiar en el Kremlin. Todos los intentos de dialogar con Moscú han resultado inútiles. Occidente se ve ahora obligado a pasar de la diplomacia a instrumentos de influencia más duros”, añadió Podolyak, eufórico ante la cercanía del momento en el que Ucrania obtenga todo lo que pedía. Esa es, al menos, la esperanza que muestra la Oficina del Presidente de Ucrania, cuyo cuestionado jefe afirmó ayer creer que “las nuevas sanciones contra Rusia aplastarán cualquier narrativa rusa restante y silenciarán algunas de las voces prorrusas que todavía intentan convencer a la gente de que no pasará nada y de que el Kremlin y Putin simplemente seguirán jugando su juego”.

En la misma línea aunque en clave ligeramente diferente, Podolyak se distinguía tratando de presentar un argumento geopolítico. “Rusia ha perdido su estatus como sujeto de la política global y ahora es objeto de una paz forzada”, sentenció dando por hecho que Moscú tendrá que seguir las órdenes de Washington y sin haber entendido aún que el motivo por el que, al contrario que Ucrania, Rusia puede permitirse retar a Estados Unidos no siguiendo sus órdenes precisamente porque mantiene la soberanía. Ucrania es presentada como uno de los tres países capaces de cambiar el mundo. “Hoy en día, solo tres Estados tienen la capacidad de influir en la arquitectura de seguridad global: Ucrania, si se le concede acceso irrestricto a armamento moderno; Estados Unidos, mediante la aplicación de sanciones efectivas; y China, como conductor de la economía global. Pekín elude la responsabilidad, dejando la iniciativa a Washington, que demuestra su disposición a rearmar a Europa para la defensa de Ucrania. Esto confirma que el futuro del continente se decide cerca de Sumi, Kupiansk y Pokrovsk”, escribió el asesor de Andriy Ermak. En realidad, este fragmento destroza su propio argumento, ya que, pese a insistir en su fortaleza, Ucrania se presenta como un proxy militar y se oculta que para ello no solo precisa del armamento estadounidense sino de asistencia a sus refugiados y el constante flujo de financiación europeo para mantener a flote a su Estado.

La mención a China también es relevante. Desde la posición de sumisión absoluta a Estados Unidos que Zelensky ha considerado necesaria para la supervivencia del Estado y de su Gobierno tras la debacle en el Despacho Oval, Ucrania ha abandonado la esperanza de atraer a Beijing a su posición y conseguir que sea quien dé la orden a Moscú de cesar el fuego. Kiev ha optado por acusar a China, su primer socio comercial, de actuar de colaborador de Rusia en la guerra contra Ucrania e incluso de enviar soldados a la guerra, algo que Beijing ha negado repetidamente. Zelensky ha sometido a pena de telediario a dos ciudadanos que afirma que son chinos y luchaban en el ejército ruso. Casualmente, la escalada verbal contra China coincide con la guerra comercial de Donald Trump contra Beijing. China es también el objetivo de las sanciones que Trump afirma que entrarán en vigor la próxima semana contra los aliados de Moscú y clientes de su gas y petróleo. Además del suministro masivo de armas con las que atacar la retaguardia rusa, las sanciones secundarias contra China, India y Brasil -venganza de Trump por la actuación judicial contra Jair Bolsonaro, no por su adquisición de petróleo ruso o por tener algún tipo de papel en la guerra de Ucrania- eran la opción más previsible como primeras medidas tras superarse el plazo de diez días anunciado esta semana.

Así lo confirmó ayer el propio Donald Trump, cuya administración sigue negociando un acuerdo comercial con China, pero que está dispuesta a hacer estallar por los aires todo el trabajo a base de tratar de utilizar el lenguaje de la amenaza, que funciona con la Unión Europea, pero será más complicado imponer a la segunda economía mundial. Trump no se refirió a China, sino a India, aunque el comentario es indicativo de las medidas que se impondrán el 1 de agosto. “Recuerden que, aunque la India es nuestra amiga, a lo largo de los años hemos hecho relativamente pocos negocios con ella porque sus aranceles son demasiado elevados, de los más altos del mundo, y tienen las Barreras Comerciales no monetarias más estrictas y odiosas de todos los Países”, escribió ayer para añadir que “siempre han comprado una gran mayoría de su equipamiento militar a Rusia, y son el mayor comprador de Energía de Rusia, junto con China, en un momento en el que todo el mundo quiere que Rusia deje de matar en Ucrania - ¡No Todo Vale! - Por lo tanto, India pagará un arancel del 25%, más una penalización por lo anterior, a partir del Primero de Agosto". Al final, todos los problemas del mundo parecen pasar por que los países adquieran sus guns and butter en Estados Unidos.

Teniendo en cuenta el carácter de rival, no de amigo, que Estados Unidos adjudica a China, es previsible que las condiciones sean aún más draconianas en su caso. Transparente en sus intenciones, Trump busca con la amenaza a China el doble objetivo de obligar a Moscú a aceptar el alto el fuego que Washington ordenó en marzo -siempre sin ofrecer un proceso de negociación creíble y haciendo la medida inviable para Moscú- y presionar a Beijing en busca de un acuerdo comercial en el que la Casa Blanca dicte los términos, algo que puede aspirar a imponer en negociaciones con actores económicos o geopolíticos secundarios, pero no con la segunda potencia mundial.

“Puede que les afecte o puede que no”, afirmó Donald Trump en relación a los aranceles que va a imponer a los productos rusos. La realidad actual ha hecho que el comercio entre Rusia y Estados Unidos se limite tanto que prácticamente no es sancionable. El efecto que tendrán, a corto y, sobre todo, a medio plazo, las nuevas medidas dependerá de la actuación de países como China y de la capacidad de Moscú de volver a adaptarse a las nuevas sanciones, como ha hecho con relativo éxito desde 2022.



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