Comencemos por definir la crisis de hegemonía como la dimensión político-ideológica de una crisis orgánica, es decir, de una fase transitoria en la que la distancia de los aparatos y relatos ideológicos funcionales a una determinada estructura económica (superestructuras), llega a ser tan grande en comparación con la propia estructura económica, que no puede sostenerse.
Michele Berti, La Fionda
En estos meses, con la llegada de Trump, el concepto de imperialismo ha reaparecido con fuerza en el discurso público como un término comodín para interpretar la fase internacional actual. Al término se le han unido adjetivos como agresivo, cruel y despiadado.
En realidad, ninguno de los adjetivos que se utilizan consigue precisar y definir correctamente el concepto de imperialismo, que por definición siempre ha tenido esas características.
Pero ¿qué se entiende por imperialismo en sentido histórico y político?
La génesis del término hay que atribuirla a Hilferding aunque su uso generalizado se debe a la obra de Lenin que lo definió como la etapa monopolista del capitalismo, correspondiente a una formación social y económica marcada por una enorme concentración de la producción y del capital en clave monopolista, la fusión del capital bancario con el capital industrial en capital financiero gestionado por una reducida oligarquía financiera, un uso extensivo de la exportación de capitales y el reparto del mundo entre trusts internacionales.
El imperialismo norteamericano es pues esto, una formación económica y social que no puede adscribirse como etiqueta a un presidente, sino que es una configuración predispuesta a dominar el espacio de los demás con métodos convencionales y no convencionales, asumiendo el papel de líder con los aliados y de dominante con los adversarios.
Así, no hay imperialismo Trump o Biden, sino imperialismo estadounidense que, dependiendo de la fase, asume determinadas características en la gestión de la relación entre gobernantes y gobernados en las relaciones internacionales.
La dinámica, a la que se refieren los adjetivos unidos al término imperialismo, resultante de la discontinuidad presentada por la elección de Trump, puede ser interpretada, en cambio, de manera eficaz y coherente, con algunas categorías gramscianas como el concepto de hegemonía, crisis de hegemonía y crisis orgánica.
Gramsci, en los Cuadernos de la Cárcel, aplica sus estudios sobre la dialéctica y la interacción entre distintos, y logra desarrollar algunos razonamientos útiles para decodificar los acontecimientos de esta confusa fase histórica.
Comencemos por definir la crisis de hegemonía como la dimensión político-ideológica de una crisis orgánica, es decir, de una fase transitoria en la que la distancia de los aparatos y relatos ideológicos funcionales a una determinada estructura económica (superestructuras), llega a ser tan grande en comparación con la propia estructura económica, que no puede sostenerse.
Por lo tanto, las superestructuras deben en algún momento volver a unirse a las estructuras económicas, precisamente a través de una crisis orgánica.
La crisis orgánica estadounidense tiene distintos orígenes y entrelaza varios niveles; podemos enumerar algunos de ellos sin ninguna pretensión de exhaustividad.
En el ámbito de la economía financiera se asiste ciertamente a un repliegue de Estados Unidos, que en los últimos años ha sacrificado la economía real en favor de las rentas y los beneficios financieros. La desdolarización, es decir, el proceso iniciado hace años de sustitución de la moneda estadounidense como moneda de reserva en muchos intercambios comerciales, y la explosión de la deuda estadounidense.
La división internacional del trabajo que ha llevado a China a superar el estatus de manufacturera mundial y asumir un papel central económicamente y como referencia para el Sur global.
La crisis de identidad de una superpotencia sin alter ego y el fracaso del proyecto de ‘sheriff global’ universal y unipolar.
La crisis social en curso en Estados Unidos con la división entre costas ricas y zonas continentales desindustrializadas y empobrecidas, dinámica bien ilustrada por el análisis geográfico de los resultados electorales de noviembre.
Todos estos elementos conducen a la fractura entre la narrativa del sueño americano y del ‘mejor de los mundos’, libre y democrático, pero estrictamente unipolar y supremacista, y la realidad de una creciente dificultad para sostener el esfuerzo económico a escala global en términos de herramientas de proyección de poder y de presencia militar generalizada.
Todo ello se ha convertido, desde un punto de vista político-ideológico, en una profunda crisis de hegemonía, es decir, una crisis de consenso a escala internacional, que mina la credibilidad y la autoridad de EEUU y le obliga cada vez más a utilizar la coerción para perseguir sus intereses nacionales.
Esta tendencia lleva años produciéndose, pero se aceleró con el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania en febrero de 2022 y ahora asistimos a lo que cada vez parece más un realineamiento estratégico a nivel mundial de cara al desafío de los próximos años con China.
Emerge la necesidad de una recalibración de las esferas de influencia de EEUU, con el posible repliegue a un área imperial continental, el continente americano, con una nueva y actualizada Doctrina Monroe a una escala geográfica adecuada en términos de recursos y materias primas, en la que entran Canadá, Groenlandia, Cuba y Venezuela.
El caso del Canal de Panamá también es interesante, ya que entra dentro de esta dinámica y demuestra, para aquellos que aún tengan alguna duda, que multinacionales como Blackrock son ante todo instrumentos del poder estadounidense y que el mito del 1% de las multinacionales contra el 99% del mundo es sólo un sudario con el que ocultar la dirección del imperialismo estadounidense.
La única excepción a este razonamiento, una novedad a estas alturas es el papel de Musk que, al haber logrado una superioridad indiscutible en el juego espacial, dispone de grados de libertad inéditos en el pasado.
Para ello es necesario conocer y comprender a fondo los instrumentos de poder de los intereses nacionales estadounidenses, codificados en numerosas publicaciones de doctrina militar. Se trata de los DIMEFIL o brazos del sistema de dominación estadounidense:
Diplomacia, Información, Militar, Económico, Financiero, Inteligencia y Aplicación de la Ley. A cada uno de estos instrumentos corresponde una estructura organizativa y unas referencias precisas, y todos ellos se coordinan eficazmente entre sí para alcanzar los objetivos e intereses nacionales de EEUU.Entrando en los detalles del instrumento económico (definido en los manuales como “guerra económica” o “armas económicas”), los recortes a agencias como USAID o fundaciones como la NED (National Endowment for Democracy) son indicativos de la necesidad permanente de reorganización y amputan drásticamente la capacidad de poder blando estadounidense.
Los grandes presupuestos asignados a estos instrumentos proporcionaron financiación a ONG, periodistas en países extranjeros, activistas y “aparentemente” incluso a algunos grupos terroristas utilizados como “apoderados” o “sustitutos”.
El ataque a la USAID tiene sin duda un componente vinculado a la presencia de elementos del Estado profundo democrata en estas estructuras, pero sin duda también está vinculado a la necesidad de reducir los costes de estas actividades de creación de consenso, porque ya no son sostenibles.
Cambiando el enfoque hacia Europa, el viejo continente se verá obligado a aceptar estas dinámicas inventando una autonomía y un “imperialismo europeo” tras setenta y cinco años de OTAN dirigida por Estados Unidos y su brazo económico, la UE. Podemos definir este deseo de imperialismo europeo como un «imperialismo de castillos en el aire», retórico y pasional, pero sin base económica y financiera, tal como Gramsci definió el imperialismo italiano con Crispi.
En Europa está claro que los «Intelectuales al servicio del poder» de la fase histórica pasada, empleados en la maquinaria del consenso, arriesgan sus carreras, y esto puede llevar a dinámicas muy peligrosas, vinculadas a la supervivencia de una clase dirigente política y mediática y a su reacción belicista y guerrerista.
El papel de nuestro país, protectorado de facto y alineado obligatoriamente con la nueva cúpula estadounidense, queda fuera de juego, demostrando la soberanía verdaderamente limitada a la que estamos sometidos desde 1945.
La península itálica, portaaviones en el Mediterráneo, es un lugar de absoluto interés militar (los B61-16 acaban de llegar a Aviano y Ghedi) y se mantendrá cerca en comparación con otros emplazamientos en el contexto de la OTAN.
La crisis de hegemonía, que representa la fractura entre gobernantes y gobernados también a nivel internacional, como afirma Gramsci, puede remontarse a dos razones principales:
- El fracaso de un proyecto político sobre el cual la clase dirigente había pedido consenso y/o la irrupción en el escenario político de nuevas fuerzas.
- Ciertamente el fracaso del mundo unipolar y de la integración europea entran dentro de la primera esfera, la emergencia de los BRICS, a los que todo el Sur global mira con esperanza, entra dentro de la segunda causa posible.
Es el monstruo que nace cuando “el viejo mundo agoniza y el nuevo tarda en aparecer».
El efecto más visible de una crisis de hegemonía, elemento de actualidad, es la aparición en todos los contextos de verdaderas relaciones de poder, en estado puro, no mediadas por la superestructura, y el retorno a la economía pura de los procesos sin narrativas de apoyo.
Estas relaciones de poder pueden percibirse bien yendo más allá de las actividades del testaferro Trump y estudiando las actividades políticas del secretario del Departamento de Defensa, Pete Hegseth, del Departamento de Estado, Marco Rubio, y las declaraciones del vicepresidente J.D. Vance, que están construyendo una red de acuerdos bilaterales, reconstruyendo la fuerza perdida, empezando por la necesidad de distanciar a Rusia de China.
En el fondo, de hecho, permanece lo que John Pilger definió, en un maravilloso y actual documental suyo, «la guerra que vendrá», una nueva fase en la que los objetivos de EE.UU. estarán ligados a la contención a toda costa de la globalización ganar-ganar china, con la relativa concentración de los recursos de poder en el cuadrante indo-pacífico.
Esta fase de profunda crisis podría ser una excelente oportunidad para repensar la construcción ordoliberal [2] de Europa y su papel internacional.
Es una lástima que unas clases dirigentes insensatas, diplomáticamente incapaces y desconectadas de las necesidades de las poblaciones, se hayan metido en un callejón sin salida que condena a Europa a la irrelevancia en las relaciones internacionales y del que parece que ahora sólo podremos salir -nos dicen- con las armas y una guerra contra el invasor ruso.
Sin embargo, los militares en nuestro territorio son estadounidenses, no rusos, lo que nos recuerda el viejo dicho:
La oveja pasa toda la vida con miedo al lobo. Al final, quien se la come es el pastor.En fin, el antiguo y artificial miedo a ver a los cosacos beber en la Fontana di Trevi parece destinado a volver a estar de moda.
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Ver también:
- Ha comenzado el fin de la hegemonía occidental
mamvas. 15/07/2010 - El inminente colapso del imperio americano
Chris Hedges. 17/07/2024 - 50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas
James Petras. 10/03/2015 - El imperio se autodestruye
Chris Hedges. 19/02/2025 - La purga del Estado profundo y el camino a la dictadura
Chris Hedges. 22/02/2025
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