domingo, 26 de enero de 2025

A un año del derribo del UL-76: el tiempo confirma la evidencia


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Por su propia naturaleza, por el volumen de recursos utilizados simultáneamente y no necesariamente bajo un único mando, debido a errores o incluso por sabotaje, los escenarios militares suelen causar tragedias a priori evitables. En el caso de la aviación, ambos bandos en lucha en la guerra de Ucrania han sufrido, por ejemplo, pérdidas de aeronaves debido al fuego amigo. Es así como fue derribado erróneamente el primer F16 de la fuerza aérea ucraniana. Más allá de los cazas utilizados para la actividad en el frente, la aviación es vulnerable también lejos de la primera línea de batalla y, a diferencia de otros aspectos, cualquier error o incidencia puede derivar en decenas de muertes imprevistas. Hace cinco años, 176 personas murieron cuando Irán derribó un Boeing 747 de la aerolínea nacional ucraniana al confundir la aeronave civil con un misil estadounidense en el marco de la escalada política y militar en alza entre los dos países en ese momento. Seis años antes, como Ucrania recuerda anualmente, el MH17 de Malaysian Airlines fue derribado, probablemente también por error al ser confundido con una aeronave militar, sobre los campos de Donbass, provocando 298 muertes de civiles sin ninguna relación con la guerra. En ambos casos, la confusión provocó errores humanos que no debieron producirse y que supusieron un elevado número de víctimas mortales completamente inocentes.

Hace exactamente un año, sobre los cielos de la región rusa de Belgorod, fronteriza con el oblast ucraniano de Járkov, se produjo otro sangriento episodio en el que un derribo erróneo causó la muerte de 74 personas entre la tripulación, 65 prisioneros de guerra ucranianos que debían ser intercambiados ese mismo día y el personal que acompañaba para ese proceso. La noticia del derribo de una aeronave sobre territorio ruso provocó la euforia de parte del público ucraniano, acostumbrado a celebrar rápidamente sus éxitos sin comprobar primero qué había ocurrido. A lo largo de las siguientes horas, el cruce de versiones y las acusaciones mutuas, habitual reacción de ambos bandos en casos de incidentes con elevadas bajas, se convirtió en una maraña de teorías y versiones que no ayudaron a dar credibilidad al discurso de Kiev.

“En un comunicado cuidadosamente redactado, el Estado Mayor de las fuerzas armadas ucranianas afirmó que los recientes ataques contra la ciudad de Járkov, situada a tan sólo 18 millas (30 km) de Rusia, están siendo facilitados por aviones de carga rusos que acercan armamento a la frontera. «La intensidad registrada de los bombardeos está directamente relacionada con el aumento del número de aviones de transporte militar que se han dirigido recientemente al aeródromo de Belgorod», dice el comunicado. «Teniendo esto en cuenta, las Fuerzas Armadas de Ucrania continuarán tomando medidas para destruir los medios de entrega y controlar el espacio aéreo para eliminar la amenaza terrorista, incluso en la dirección Belgorod-Járkov». Fuentes ucranianas dijeron anteriormente que el avión transportaba misiles para el sistema de defensa antiaérea S-300. CNN no puede verificar de forma independiente las afirmaciones de ninguna de las partes”, escribió entonces el medio estadounidense que, como toda la prensa occidental, evitó mostrar ninguna certeza y dejó abierta la puerta a que el derribo no hubiera sido obra de Ucrania o que, en caso de serlo, Rusia hubiera mentido sobre quién o qué transportaba en el avión.

“Los vídeos grabados con teléfonos móviles presuntamente cerca del lugar del siniestro mostraban el avión en llamas y rastros de humo supuestamente dejados por un misil ucraniano. Mientras tanto, abundaron las acusaciones de que Rusia mataría a los soldados ucranianos capturados en prisiones rusas y colocaría sus restos en los restos del avión derribado para «aportar» pruebas del crimen de guerra de Kiev”, escribió dos días después Al Jazeera, mucho más dispuesta a aceptar la posibilidad de una teoría de la conspiración. “«Tienen a los prisioneros en tierra y tendrían que matarlos, destrozar sus cuerpos y mezclar los restos con los restos del avión», dijo un oficial militar ucraniano a Al Jazeera bajo condición de anonimato. «Para demostrar su punto de vista, los rusos pueden ir muy lejos, incluyendo la liquidación de estos prisioneros de guerra y el desmembramiento de sus cuerpos», dijo a Al Jazeera el teniente general Ihor Romanenko, ex jefe adjunto del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Ucrania”, añadía el medio, dispuesto a aferrarse a cualquier teoría que exculpara a Ucrania de lo que muy probablemente había sido un error con unos elevados daños colaterales en forma de prisioneros que debían haber regresado con vida a sus familias ese mismo día.

Al contrario que en episodios más confusos, Rusia actuó con relativa rapidez y, lo que es más destacable, con un discurso coherente que no ha cambiado en el tiempo transcurrido. Desde que se confirmó el incidente, Moscú comunicó la presencia de prisioneros de guerra en la aeronave y culpó a las defensas aéreas ucranianas de haber derribado a sus propios soldados. Esa misma mañana, Margarita Simonyan, editora-jefe de RT, publicó la lista de fallecidos en un mensaje dirigido explícitamente a las familias ucranianas afectadas.

Al contrario que en el caso del Nord Stream, no hubo que esperar meses para que la ausencia de pruebas que inculparan de alguna manera a Rusia diera paso a la lenta aceptación de que no era Moscú quien había hecho explotar nada. “El legislador ruso Andrey Kartapolov afirmó que los tres misiles fueron disparados desde un complejo de defensa antiaérea Patriot, de fabricación estadounidense, o desde un sistema Iris T, de fabricación alemana. «Los dirigentes ucranianos conocían muy bien el canje, se les informó de cómo se entregarían los prisioneros, pero el avión Il-76 fue derribado por tres misiles», declaró”, escribía Al Jazeera en el mismo artículo en el que daba credibilidad a la idea de que Rusia fuera a asesinar a sangre fría a 65 prisioneros de guerra para hacerlos pasar por las víctimas del derribo de un avión en el que habría portado los misiles S-300 que Ucrania alegó en un intento de culpar a Rusia o, cuando menos, confundir la situación para evitar aceptar la culpa. Kiev no solo trataba de evitar perder credibilidad con su población sino fundamentalmente con sus aliados, que no debían ver a Ucrania como una fuerza militar poco fiable y capaz de malgastar la munición antiaérea derribando a sus propias tropas.

Un año después, The New York Times, el único gran medio que se ha hecho eco del aniversario, se pregunta en su titular si Ucrania derribó a sus propios soldados. “Las autoridades rusas lo calificaron de acto «terrorista» y convocaron una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU”, recuerda el medio para contextualizar el incidente antes de añadir que “las autoridades ucranianas no admitieron ni negaron haber derribado el avión y dijeron que no podían confirmar que hubiera prisioneros ucranianos a bordo. Funcionarios estadounidenses evaluaron posteriormente que las fuerzas ucranianas habían utilizado un misil Patriot de fabricación estadounidense para derribarlo, pensando que el avión transportaba misiles y municiones rusas”. El tiempo ha confirmado la versión rusa del derribo ucraniano, incluso las armas utilizadas. Pero como ha ocurrido en cada caso en el que no ha podido culparse a Rusia de un episodio de elevado coste humano, no ha habido excesivo interés mediático por confirmar que la versión aportada desde el principio por la Federación Rusa era más coherente que los titubeos ucranianos con la teoría de la conspiración.

Días después del derribo, Ucrania confirmó que la lista que había publicado Simonyan se correspondía con las personas que iban a ser intercambiadas aquel día, aunque insistía en sembrar la duda sobre si esos soldados se encontraban en el avión. Sin embargo, las autoridades ucranianas reunieron a las familias para solicitar muestras de ADN. “«Nos reunieron y nos explicaron la situación, pero no respondieron a ninguna pregunta», afirmó. Las autoridades se comprometieron a investigar «rápidamente», dijo, y pidieron a los familiares que presentaran ADN”, escribe ahora The New York Times citando a Sofia Solobieva, hija de uno de los soldados que encontraron la muerte el día que iban a ser puestos en libertad.

“El Comité Internacional de la Cruz Roja confirmó que estuvo presente en el traslado de los restos mortales el 8 de noviembre. Rusia afirmó que el traslado incluía los restos de 65 muertos en el derribo del IL-76, pero esta afirmación no pudo verificarse de forma independiente”, añade el medio para precisar que se ha identificado ya a alrededor de 50 soldados, cuyas identidades coinciden con la lista de prisioneros de guerra publicada apenas unas horas después del derribo.

“El fiscal general y el servicio de seguridad de Ucrania no respondieron a las preguntas de The New York Times sobre el estado de la investigación o si se habían identificado restos. Sin embargo, parece haber pocas discrepancias sobre quién derribó el avión”, admite el artículo. “«Lógicamente, entendemos que Ucrania lo derribó», dijo, aunque “oficialmente no tenemos nada”. De lo que no está tan segura es de si las familias tendrán alguna vez respuestas a sus otras preguntas, como por ejemplo cómo ocurrió y por qué”, añade citando nuevamente a la única familiar que denuncia, con su nombre y apellido en la prensa occidental, el abandono de las autoridades. Hace un año, Ucrania prometió una investigación rápida que no tenía forma de llevar a cabo. Los cuerpos no iban a ser entregados con rapidez a la parte que causó sus muertes y tampoco iba a garantizarse a Kiev acceso al lugar del siniestro.

Pero, ante todo, la investigación era imposible por la claridad de los hechos, tan incómodos para las autoridades como otros casos de alto perfil que, pese a ser utilizados como mito fundacional del nacimiento de la nueva Ucrania que lucha contra Rusia, no han sido resueltos por no existir la voluntad de investigarlos. Es el caso de las muertes de la Casa de los Sindicatos de Odessa el 2 de mayo de 2014 y también de los disparos que acabaron con la vida de un centenar de personas en la capital durante los últimos días de Maidan. Los muertos de Odessa han sido difamados durante más de una década, mientras que los de Kiev son parte de la historia del país, mártires de la lucha por la libertad pese a que, según la única sentencia judicial sobre el caso que trataba de adjudicar todos los asesinatos a las fuerzas de Yanukovich, al menos una parte de los disparos llegaron del bando rebelde. Los 65 prisioneros de guerra que murieron hace un año habrían sido convertidos en héroes de la nación si el avión en el que fueron transportados hubiera sido derribado por la Federación Rusa. Su condena al olvido es una prueba incluso más concluyente de lo ocurrido que la confirmación de que fue un misil occidental y no uno ruso o soviético el que causó la tragedia.


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