La política socialista del siglo XXI no puede basarse en los mismos principios que la guiaron a inicios del siglo XX. En lugar de tratar de acelerar el tren capitalista, debemos orientar nuestros esfuerzos a tirar del freno de emergencia
Estefanía Martínez, Jacobin
¿Qué son las crisis? ¿En qué se diferencian de otros eventos repentinos como las catástrofes que causan trastornos y devastación? ¿Y qué revelan sobre la naturaleza del sistema capitalista? Estas son algunas de las preguntas clave que aborda Ståle Holgersen en su libro Against the Crisis: Economics and Ecology in a World on Fire, publicado por Verso en 2024.
El argumento central de Holgersen es que las crisis son paroxismos sociales; acontecimientos repentinos y a menudo violentos que, aunque parecen impredecibles o espontáneos, en realidad tienen su origen en la dinámica sistémica del propio capitalismo. Esta dinámica se deriva de la irracionalidad de un sistema económico impulsado por la búsqueda incesante del beneficio. En este sentido, las crisis funcionan como mecanismos a través de los cuales el capitalismo libera la presión de sus contradicciones internas.
Sin embargo, paradójicamente, las crisis también están sujetas a procesos de racionalización, es decir, pueden ser interpretadas, gestionadas y explotadas estratégicamente por la clase dirigente. Así, un argumento central de la obra de Holgersen es que las crisis son expresiones estructurales de las contradicciones internas del capitalismo —surgen desde dentro del sistema— y, al mismo tiempo, representan oportunidades estratégicas para la clase dominante.
En este sentido, las crisis no solo parecen amenazar el orden establecido, sino que también sirven para estabilizar y reproducir el mismo sistema que parecen poner en peligro. En consecuencia, las clases dominantes pueden movilizar las crisis como instrumentos para la consolidación y reproducción de su hegemonía política, económica e ideológica.
