El escudo de Abraham no es en absoluto un plan de paz, sino más bien un plan de guerra encubierto con el lenguaje publicitario de la estabilidad y la prosperidad mutuas.
Anis Raiss, The Cradle
Días después de la guerra de 12 días entre Israel e Irán, los conductores de Tel Aviv se encontraron con una colosal valla publicitaria digital en la que aparecían rostros conocidos: miembros de la realeza del Golfo Pérsico con túnicas inmaculadas, presidentes árabes con trajes planchados, todos agrupados bajo un llamativo banner: «La Alianza Abraham».
No se aclaraba quiénes la habían firmado oficialmente, ni había ninguna nota al pie sobre «consultas en curso». La imagen no hacía distinciones. El mensaje era claro: ya fuera de forma oficial o discreta, estos gobiernos ya se habían sumado a la visión regional del Estado ocupante.
Durante años, los gobiernos árabes han jugado a dos bandas: por un lado, emitían declaraciones de solidaridad con Palestina, mientras que, por otro, coordinaban el espacio aéreo, la inteligencia y las inversiones con Tel Aviv. Arabia Saudí afirma repetidamente que no normalizará sus relaciones sin avances en la cuestión palestina, incluso mientras los aviones israelíes surcan sus cielos y se intercambian discretamente delegaciones comerciales.
¿Revelaba la valla publicitaria la verdad? ¿O simplemente confirmaba lo que se había negado durante tanto tiempo?
El plan detrás de la valla publicitaria
No se trataba de un truco de relaciones públicas. Era la presentación pública de una estrategia para convertir Gaza en un laboratorio controlado, reclutar a los Estados árabes en una alianza antiiraní y redibujar las fronteras sin guerra ni negociación, solo con poder y complicidad.