Es difícil desprenderse de la sensación de fatiga e irrelevancia que envuelve en ocasiones la labor filosófica. A día de hoy, a muchos se les antojará imposible que la Filosofía siga el ritmo de las Ciencias Naturales y aporte algo valioso al universo del conocimiento humano, donde solo mediante la especialización parece factible obtener logros reales, avances robustos en la senda del saber
Carlos Alberto Blanco, The Conversation
En su libro El gran diseño, escrito junto a Leonard Mlodinov, Stephen Hawking sentenciaba: “La Filosofía está muerta”. ¿Es cierto? ¿Tenía razón el eminente físico británico? ¿Cabe decir que la Filosofía ha sido completamente superada por el desarrollo de las ciencias empíricas, cuyos incuestionables progresos le habrían arrebatado el monopolio de la reflexión sobre las cuestiones más profundas del pensamiento humano?
De ser así, ¿en qué condiciones podríamos esperar un renacimiento futuro de la Filosofía, si es que la defunción de esta disciplina no ha de considerarse un fenómeno irreversible, sin visos de resurrección venidera?
Es difícil desprenderse de la sensación de fatiga e irrelevancia que envuelve en ocasiones la labor filosófica. A día de hoy, a muchos se les antojará imposible que la Filosofía siga el ritmo de las Ciencias Naturales y aporte algo valioso al universo del conocimiento humano, donde solo mediante la especialización parece factible obtener logros reales, avances robustos en la senda del saber.