Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
lunes, 26 de mayo de 2025
Seguridad en el frente y en la retaguardia
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“No será posible un acuerdo de paz duradero que no aborde los temores mutuos de Ucrania y Rusia a largo plazo. Como hicieron en Estambul en 2022, ambas partes siguen dando prioridad a estas preocupaciones de seguridad nacional. Otras cuestiones -como el estatus de los territorios disputados, el levantamiento de las sanciones a Rusia y la financiación de la reconstrucción económica de posguerra en Ucrania- son importantes pero fundamentalmente secundarias”, escriben en la actual edición de Foreign Policy Sergey Radchenko y Samuel Charap, los dos expertos estadounidenses que a lo largo de estos tres años de ausencia de diplomacia han tenido acceso a los documentos de la negociación de los primeros meses de la guerra y que mucho antes de que Vladimir Putin convocara un Estambul 2.0 ya defendían aquel diálogo como una posible base de la futura resolución del conflicto.
Basada en los documentos producidos por Rusia y Ucrania durante la primavera de 2022 y el contacto con personas que participaron en la negociación, la conclusión de Radchenko y Charap, profesor de la Universidad Johns Hopkins y experto de RAND Corporation respectivamente, refleja lo que ya podía observarse en las declaraciones de las partes y en la oferta inicial rusa en el momento en el que se produjo. En abril de 2022, apenas unas semanas después de la invasión de Ucrania y cuando las tropas rusas aún se mantenían -aunque con enormes bajas, sin posibilidad de avance y con grandes dificultades para mantener sus posiciones- en los alrededores de Kiev, Rusia proponía abandonar todos los territorios capturados desde el 22 de febrero más allá de Donbass, cuyas fronteras quedaban pendientes de un acuerdo entre Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin. Frente a la idea de la ambición expansionista imperial rusa que han pregonado durante años los expertos de la prensa occidental, el objetivo principal era detener la expansión de la OTAN hacia su frontera en Ucrania y conseguir la neutralidad del país, contrapartida ofrecida a Kiev para recuperar gran parte de sus territorios perdidos. Las dos excepciones, Crimea y Donbass, se justificaban como el hecho consumado de 2014 en el caso de la península y el castigo que Ucrania merecía por su rechazo al cumplimiento de los acuerdos de Minsk en el de la región minera.
Según Charap y Radchenko, las conversaciones se prolongaron mucho más allá de lo que se hizo ver en aquel momento, cuando la guerra se dirigía ya a una fase de enfrentamiento cuerpo a cuerpo en Donbass y Ucrania preparaba el terreno para sus contraofensivas de otoño. “Hasta el último momento tuvieron la esperanza de que fuéramos a firmar”, declaró meses después en una entrevista David Arajamia, el líder de la delegación ucraniana que, como los expertos estadounidenses, también comprendió que la cuestión de la OTAN era la única prioridad para Rusia. Durante aquellos meses en los que la negociación se compaginó con la guerra abierta, la lucha rusa se centró en Donbass, sin ningún intento serio de avanzar más allá de la ciudad de Jersón o aproximarse a Zaporozhie. Mantener las posiciones en el sur de Ucrania era clave porque en aquel momento, igual que ahora, el territorio, sea o no el aspecto más importante, es una herramienta de negociación y muestra la fuerza de cada una de las partes sobre el terreno, idea que se mantiene a día de hoy.
En los casi tres años transcurridos entre la ruptura del primer intento de resolver el conflicto por la vía diplomática y la reapertura de negociaciones de hace una semana, la guerra ha cambiado notablemente. En este tiempo, se ha podido observar las debilidades iniciales de la Federación Rusa, que no creyó posible una resistencia organizada y extendida en el tiempo por prácticamente todo el territorio ucraniano. Esos errores, muchos de ellos de bulto especialmente en términos de logística e inteligencia, han dado lugar a cambios que han mostrado las fortalezas del país. A costa de pérdidas territoriales, Rusia redujo el frente a una línea más manejable y sin obstáculos insalvables como el río Dniéper, aunque ello supusiera renunciar a luchar por la única capital ucraniana más allá de Donbass, Jersón. La movilización parcial y los fuertes incentivos para reclutar voluntarios, además de las famosas tropas norcoreanas han sido suficientes para evitar imágenes como las que a menudo se observan en Ucrania. Incluso la Rada ha tenido que admitir la existencia de la célebre busificación, la captación forzosa de reclutas en plena calle, en muchas ocasiones con la resistencia del futuro soldado.
El rearme ucraniano, cortesía de sus aliados europeos y norteamericanos, hizo imposible una ruptura masiva del frente, peo no fue suficiente para que Ucrania pudiera hacer lo propio con la línea de defensa rusa en 2023. Este tiempo ha dado también lugar a la demostración de las debilidades occidentales y unos errores muy similares a los cometidos por la Federación Rusa un año antes. Subestimar al oponente y confiar en su incapacidad para mejorar su rendimiento o lograr avances tecnológicos puede llevar a decisiones equivocadas. Con la arrogancia de quien cree su propia propaganda y considera sus armas invencibles, Estados Unidos, Reino Unido y Ucrania prepararon una contraofensiva terrestre en la que los vehículos blindados se vieron sometidos a la principal novedad de esta guerra: el uso masivo de drones, que hace inviable un avance rápido en grandes columnas blindadas. Sorprendentemente atrasada en el desarrollo de esa tecnología, Rusia aprovechó el tiempo de preparación de la ofensiva ucraniana para recuperar el tiempo perdido. Con ocho años de experiencia en la guerra de trincheras, Ucrania era mucho más consciente de la importancia de los drones, en muchos casos tecnología civil y barata adaptable a las realidades de la guerra para cumplir tareas sencillas de forma muy efectiva.
Los drones han hecho cambiar la guerra tanto en el frente como en la retaguardia. En la primera línea, cualquier convoy puede ser avistado, emboscado y destruido, algo que comprendieron rápidamente los tanques Leopard y sus acompañantes rusos y soviéticos en los campos de Zaporozhie. Pero esa actuación, o el uso generalizado de drones kamikaze era solo el primer paso de un desarrollo de drones tanto aéreos como marítimos que ha sido una de las principales obsesiones de ambos países.
“2024 fue sin duda el año de los drones de visión en primera persona (FPV), con su característico chirrido por el aire y su desordenada imagen estática que a menudo captura los últimos momentos de la vida de un soldado. En 2025, ha llegado algo nuevo. Imágenes de túneles kilométricos de redes erigidas sobre carreteras enteras, de calles de ciudades y campos cubiertos de una densa maraña de hilo brillante, y de las mismas imágenes de ataques con drones FPV, pero ahora con una calidad de cámara perfecta”, explica esta semana un artículo publicado por The Kiyv Independent. “Rusia ha tomado la delantera en la carrera de los drones, superando a Kiev en la fabricación y uso de drones FPV de medio alcance y variantes de fibra óptica que han cambiado la forma de toda la línea del frente de 1.200 km”, añade The Times. “«Los cambios que plantean los drones son tan rápidos que los conceptos que aplicábamos hace apenas un mes ya no funcionan ahora», afirma un comandante de batallón de infantería, cuyo nombre de guerra es Cuba, de la 13ª brigada Jartia. «Vivimos en un espacio de perpetua adaptación rápida. Sólo en la última semana, el alcance de los ataques de drones rusos ha aumentado en cuatro kilómetros»”, insiste.
Por cada paso ruso, hay también uno ucraniano. “Los ataques a gran escala de drones ucranianos han sacudido varias regiones rusas por tercer día consecutivo, dejando en tierra los vuelos, interrumpiendo el acceso a Internet y poniendo a prueba los sistemas de defensa antiaérea del país”, escribía ayer The Washington Post en referencia a un uso más tradicional de los drones de ataque a larga distancia. A instancias de Kiev y aceptando como verdades absolutas las cifras, posiblemente infladas, de la producción doméstica de drones, los países occidentales han proclamado a Ucrania potencia mundial en la producción de drones, capacidad que los aliados europeos consideran un activo importante y garantía para el futuro. “Según las autoridades rusas, en las últimas 72 horas se han interceptado más de 700 drones, casi cien de ellos cerca de la capital. Los ataques, aunque mucho menos destructivos que las andanadas de misiles rusos sobre ciudades ucranianas, demuestran la evolución del uso por Ucrania de esta tecnología de bajo coste y gran impacto”, continúa el artículo.
Los drones se han convertido también en el actor secundario imprescindible de cualquier ataque de artillería o misiles. Ayer, la aviación rusa atacó la ciudad de Kiev. Horas antes, al menos dos misiles habían impactado en el puerto de Odessa. “Con cada ataque de este tipo, el mundo se convence cada vez más de que la causa de la prolongación de la guerra reside en Moscú. Ucrania ha propuesto un alto el fuego en numerosas ocasiones, tanto total como en el aire. Todo ha sido ignorado. Es evidente que se debe ejercer una presión mucho mayor sobre Rusia para obtener resultados e iniciar una verdadera diplomacia. Esperamos medidas de sanciones por parte de Estados Unidos, Europa y todos nuestros socios. Solo sanciones adicionales dirigidas a sectores clave de la economía rusa obligarán a Moscú a un alto el fuego”, escribió Volodymyr Zelensky en su hábito de exigir un paso, el de la presión y las sanciones, que no han funcionado en tres años. El ataque con misiles de ayer, en el que la aviación ucraniana afirma haber derribado seis de los catorce proyectiles (aunque la cifra de explosiones cuestiona ese triunfalismo), y el posterior de esta noche han sido la respuesta rusa al fuerte aumento del uso de drones contra instalaciones industriales y aeropuertos en la Federación Rusa, que además de causar daños busca, según el medio estadounidense, “interrumpir la vida diaria y ser un duro recordatorio a los rusos lejos del frente que la guerra no se limita a las trincheras”. Aunque solo los ataques rusos son considerados evidencia de que la falta de voluntad de paz, la guerra aérea rusa no se produce en el vacío ni es unilateral.
El desarrollo en el uso de drones hace más fácil y asequible el ataque en cualquier lugar de la geografía de un país y a enormes distancias del frente, lo que dificulta también la tarea de las defensas aéreas. Lejos de los datos ofrecidos por la aviación ucraniana, ayer se produjeron más que ocho explosiones por misiles y cinco por los drones rusos que acompañaron el ataque y de los que Ucrania afirma haber derribado 245 de los 250 lanzados. Uno de los muchos incendios cuyas imágenes emergieron ayer a lo largo del día corresponde a la planta Antonov, una infraestructura estratégica para Ucrania que actualmente Kiev no puede proteger. A lo largo de los últimos días, ha sido especialmente llamativa la cantidad de drones Shahed, antes fácilmente derribados, que Rusia ha conseguido hacer estallar en sus objetivos.
Las innovaciones de esta guerra, en la que ambos países han conseguido éxitos y realizado importantes avances, han difuminado aún más la línea entre el frente y la retaguardia. De ahí que ideas como la que planteó horas antes de la reunión de Estambul Keith Kellogg resulten casi un anacronismo. El general estadounidense proponía una retirada de 15 kilómetros del armamento de ambos bandos, creando una zona desmilitarizada de 30 kilómetros entre ellas y dando como resultado un alto el fuego que sería verificable. Las circunstancias de la guerra actual hacen que un planteamiento así resulte insuficiente y sea prácticamente una garantía de fracaso. El peligro no está únicamente en el frente sino que se extiende a toda la geografía de los dos enormes países que llevan tres años en guerra y que, pese a la insistencia en la cuestión territorial, mucho más asequible para quienes quieren resolver el conflicto rápidamente dibujando una línea en el mapa, tienen en la seguridad su principal objetivo.
Tres años de guerra y de fracaso occidental en obligar a Rusia a aceptar los términos impuestos por Ucrania dejan claro que la cuestión tendrá que resolverse por medio de una negociación en la que la seguridad será el punto más importante y contenciso. “Los ucranianos temen que, a menos que tengan garantías de las potencias occidentales y capacidad para defenderse , cualquier aparente acuerdo de paz no hará sino preparar una futura invasión rusa. Los rusos temen que una Ucrania bien armada pueda intentar recuperar cualquier territorio ucraniano que Moscú siga ocupando. Y al Kremlin le preocupa la perspectiva -por improbable que pueda parecer ahora- de un eventual ingreso de Ucrania en la OTAN, y las implicaciones de seguridad a largo plazo de tal evolución. Aunque la administración Trump descarta la entrada en la OTAN, esto no tranquiliza a Moscú: una futura administración podría cambiar de rumbo”, escriben este mes Charap y Radchenko, que pese a su postura favorable a Ucrania son conscientes de que “las actuales conversaciones tienen la obligación de abordar estas percepciones de amenaza para maximizar las posibilidades de éxito”. La duda, a día de hoy, es si existe realmente la voluntad de tratar esas cuestiones más complicadas o si, por el contrario, la intención no es la de continuar utilizando el teatro ucraniano como laboratorio de pruebas y proseguir con la estrategia de la presión y el lenguaje del ultimátum para aspirar a dictar los términos en el futuro. Todo ello a riesgo de seguir causando víctimas, destrucción y creando una situación aún más peligrosa y difícil de resolver para la región y el continente.
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