El espectro de una nueva Gran Depresión se cierne sobre gran parte del planeta y las perspectivas de la “realpolitik” no son precisamente alentadoras. Las élites dominantes de Occidente emplearán una miríada de tácticas destinadas a perpetuar la pasividad de las poblaciones que apenas han empezado a salir de un arresto domiciliario de facto y, que ha incorporado el disciplinario masivo por parte de los estados y de los círculos financieros-empresariales.
En su libro más reciente, La Desaparición de los Rituales, Byung-Chul Han, expone que la comunicación total (especialmente en tiempos de pandemia) coincide con la vigilancia total: «es una dominación que transforma en un fantasma la libertad”. El Big Data genera un conocimiento que abre la posibilidad de intervenir en la psique humana y manipularla. Visto desde este ángulo, la transparencia de los datos es un imperativo. El Big Data no representa la continuidad de la Ilustración, sino su fin.
Esta nueva versión de la Disciplina Castigo de Foucault coincide con la idea que el fin de la era neoliberal es una perspectiva exagerada. Lo que está surgiendo no parece ser una simple inmersión en un nacionalismo populista, sino más bien una restauración del neoliberalismo – narrado ahora como una novedad que incorpora algunos elementos keynesianos. Al fin y al cabo, en la era posterior al confinamiento, para «salvar» los mercados y la iniciativa privada, el Estado también facilitará una posible “transición ecológica”.
En resumen: nos encontramos ante un mero cambio cosmético, que ignora la profunda crisis estructural del capitalismo zombi, que seguirá cargando con sus impopulares «reformas» y sus deudas infinitas. Mientras tanto, ¿qué pasará con los diferentes tipos de fascismos? Eric Hobsbawm en La Era de los Extremos explicó que la clave para entender a la derecha fascista es su capacidad para movilizar a las masas: «Los fascistas son los revolucionarios de la contrarrevolución.
Tal vez nos dirigimos a algo más allá de un crudo fascismo. Podríamos llamarlo Neofascismo Híbrido. Sus estrellas políticas se inclinan ante los imperativos del mercado global, mientras la competencia política se traslada al ámbito cultural.
Tal vez nos dirigimos a algo más allá de un crudo fascismo. Podríamos llamarlo Neofascismo Híbrido. Sus estrellas políticas se inclinan ante los imperativos del mercado global, mientras la competencia política se traslada al ámbito cultural.
En esto consiste el verdadero «iliberalismo»: una mezcla de neoliberalismo y de autoritarismo político. Ahí se ubica Trump, Modi y Bolsonaro.
Del Antropoceno al Capitaloceno
Para contrarrestar el neoliberalismo zombi, algunos sueñan con un renacimiento social-demócrata o al menos un neoliberalismo con rostro humano. A este respecto, el libro «El Comunismo de Lujo» de Aaron Bastani, es un manifiesto utópico que sostiene que cuando la sociedad se deshaga de todo lo superfluo será posible encontrar los medios técnicos para tener una «vida de lujo» sin tener que recurrir al crecimiento interminable impuesto por el Capital.
Estas afirmaciones nos llevan al vinculo entre el Antropoceno y lo que conceptualizó el economista francés Benjamín Coriat como el Capitaloceno. El capitaloceno significa que nuestro estado actual de degradación planetaria no debería asociarse a una «humanidad» indefinida, sino a una «humanidad claramente definida y organizada por un sistema económico depredador».
El estado del planeta en el Antropoceno se asocia imperativamente al sistema económico hegemónico de los dos últimos siglos: la forma en que desarrollamos nuestro sistema de producción y legitimamos prácticas depredadoras indiscriminadas. Para superar este estado de cosas, la economía tendrá que ser reorientada y reconstruida por medio de un «big bang en políticas públicas y económicas».
En el Antropoceno, la humanidad tiene que ser contenida para tratar adecuadamente la depredación de la Madre Tierra. Y lo que hace el concepto “Capitaloceno” es describir al Capital como la raíz y el condicionamiento del sistema mundial actual. El resultado de la lucha contra los efectos devastadores del Capital determinará el posible futuro del ecosocialismo. Y esto trae de vuelta la importancia de los bienes comunes – que van mucho más allá de la oposición entre propiedad privada y propiedad pública.
La pandemia provocada por la COVID 19 según Benjamín Coriat ha puesto de manifiesto dos cuestiones cruciales: la importancia de los bienes comunes y la incapacidad del neoliberalismo capitalista para solucionar los problemas de la humanidad .
Entonces ¿Cómo construir el ecosocialismo? ¿Deberíamos empezar con el ecosocialismo en un solo país? ¿Deberíamos coordinar su despliegue en toda Europa? ¿Es posible luchar desde el interior de las estructuras osificadas de la Unión Europea? Después de todo, el neoliberalismo restaurado y el neoliberalismo autoritario tienen redes y estados muy poderosos. Un buen ejemplo es Hungría y Polonia, que siguen funcionando como partes de la cadena de suministros de la industria alemana.
¿Cómo evitar que alguien como Bill Gates tome el control de una agencia de las Naciones Unidas como la OMS, obligándola a invertir en programas que se ajusten a su agenda comercial? ¿Cómo modificar las normas de libre mercado que permiten la compra de aceite de palma y de soja genéticamente modificada, contribuyendo así a la deforestación de vastas zonas de África, Asia y América Latina?
Este estado de cosas es lo que permite que las naciones ricas de occidente y sus empresarios destruyan los ecosistemas del planeta.
Revolución, no reforma
Incluso si el neoliberalismo estuviera muerto – y no lo está- el mundo seguiría cargando su cadáver, parafraseando a Nietzsche cuando habla de dios. Y aunque la triple catástrofe – sanitaria, social y climática – es ahora innegable, la clase dominante al mando del Casino Financiero – seguirá oponiéndose, por cualquier medio, a cualquier impulso de cambio. Necesitamos una ruptura radical con los dictados de la Diosa del Mercado, una justa rebelión contra un neoliberalismo ultra-autoritario de Trump y compañía.
Las tácticas diversionistas que apoyan una supuesta «transición ecológica» no engañan a nadie. El capitalismo financiero se especializa en adaptarse a la crisis provocadas o desencadenadas por él mismo, e incluso se beneficia de ellas. Para actualizar mayo de 1968, lo que se necesita es L’Imagination au Pouvoir. Pero es una pérdida de tiempo esperar algo de meras marionetas como Trump, Merkel, Macron o BoJo.
La “realpolitik”, una vez más, sostiene la estructura turbocapitalista donde el “iliberalismo” -con sus elementos fascistas del 1% – y, la turbo-financiación son reforzados. Si no hay rebelión de masas el capital podrá seguir una explotación de una mano de obra exhausta y ahora en gran parte desempleada.
El turbocapitalismo posterior al confinamiento parece recuperarse después de cuatro décadas de thatcherización. Las fuerzas progresistas todavía no tienen municiones para alterar la lógica de los altísimos beneficios que se canalizan hacia las clases dominantes y a las grandes corporaciones mundiales (incluida la gobernanza de la Unión Europea).
El economista y filósofo Frederic Lordon, investigador del CNRS francés, va directo al grano: la única solución es una insurrección revolucionaria. Y él sabe perfectamente que la combinación de negocios financieros y mediáticos no permitirá que esto ocurra fácilmente. El Gran Capital es capaz de cooptar y sabotear cualquier cosa.
Esa, entonces, es la elección que nos queda: o la Restauración Neoliberal o un avance revolucionario. Sin nada en medio. Se necesita alguien del calibre de Marx para construir una ideología ecosocialista para el siglo XXI, una fuerza capaz de promover una movilización sostenida del pueblo. “Aux armes, citoyens”.
Y de los privilegios que? Seria lo principal sobre el tema y lo que costara mucha sangre, desmintiendo la tonta creencia que todos somos iguales que siempre chotea las democracias.
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