Yemil Harcha Raffachello, Santiago de Chile
La primera pregunta que procede hacerse frente al actual estallido social debiera ser – a mi juicio- tratar de determinar si lo que estamos experimentando hoy en Chile, son los síntomas de una enfermedad social o -por el contrario- se trata del despertar de un largo coma social, es decir la cura de una enfermedad. Precisar, en suma, si estamos enfermando o estamos sanando.
Si consideramos la mutilación y pérdida de vidas por disparos de la policía o la destrucción por bandas violentistas de irrecuperables edificios patrimoniales, hay que concluir que estamos en presencia de una grave enfermedad. Pero si observamos la desaparición de la farándula televisiva y su reemplazo por necesarios debates políticos, parecería que –al revés- estamos por fin recuperando la racionalidad, enmudecida por décadas.
Curiosamente todo el mundo está de acuerdo en ambas conclusiones contradictorias,. Porque, si hay un rasgo evidente en este estallido social, es su naturaleza contradictoria: todos rechazamos la costosa destrucción humana y material ocasionada tanto por la policía como por los manifestantes, pero asimismo todos respaldamos absolutamente sus reivindicaciones.
Esta ambivalencia de la ciudadanía se refleja también en la vacilación del aparato institucional para enfrentar la situación. Por una parte reprimiendo, pero también acogiendo las reivindicaciones. Tal ambivalencia se manifiesta aun en la fuerza armada, donde mientras unos disparan a matar, otros se cuestionan de reprimir, o revisan sus protocolos de derechos humanos y hasta ha habido confraternización con los manifestantes.
En el núcleo de cada uno de los grupos, actores de este estallido, se encuentra ínsita la contradicción y heterogeneidad mas absoluta. Entre los manifestantes hay una mayoría de jóvenes –y no tan jóvenes- que protestan generosamente por un país más igualitario, por sueldos y pensiones dignas para sus mayores; o reivindicando la postergación de minorías, incluyendo la indigenista. Y también manifestantes –como los transportistas- que sólo buscan ventajas para su gremio. Las motivaciones van pasando de reivindicativas a ciudadanas y de estas a revolucionarias.
Y si hurgamos dentro del grupo que ha usado la violencia, encontramos la mayor heterogeneidad. Hay quienes han cultivado por largo tiempo su cultura de desprecio radical al modelo y se han armado de una ideología neo-anárquica expresada por ejemplo en operativos de “recuperación” de alimentos o pañales desde supermercados, para repartir entre pobladores. Pero también en quemas de los símbolos del capitalismo (Bancos o Mall) o de la cultura (catedrales, bibliotecas e incluyo el Metro, la joya de la ciudad)
Pero ni la agresividad de estas indignadas vanguardias, ni las marchas pacificas (reivindicativas ciudadanas o revolucionarias) por masivas que fueren, hubieren alcanzado a conformar este imprevisto estallido de alcance nacional, si no contara con una nutrida caja de resonancia demográfica. Me refiero no sólo a los estudiantes que fueron la mecha de este estallido, sino también a los marginales (no sólo los llamados ni-ni sino trabajadores que viven en la marginalidad), con su anómica rabia de haber tenido que bailar de por vida – ellos y sus mayores- el baile de los que sobran, atrapados todos en la trampa existencial del modelo.
En suma, algunos expresan su ansia de cambiar el modelo, pero otros solo el deseo de subirse a él. O el miedo de caerse de él (“el miedo inconcebible a la pobreza” que canta el gitano Rodríguez). También hay quienes arrastrados por la necesidad de épica, expresan su ansia juvenil de aventura en un contexto previo de desprestigio de todas las instituciones. Y hay también turbas que oportunistamente se sienten con derecho a saquear (en un país en que sienten que todo ha sido saqueado) al extremo de que se forman para robar electrodomésticos para revenderlos. Sin descuidar la hipótesis mas siniestra: la sospecha de que la protesta también esté incentivada por provocadores, infiltrados en funciones “de inteligencia” cuyo objetivo consiste, mas bien, en fundamentar subrepticiamente una futura respuesta represiva.
Es inevitable concluir entonces que, en este abigarrado mosaico de motivaciones heterogéneas que han conformado esta tormenta perfecta, concurren ambos rasgos coetáneamente: por un lado, los rasgos de una soterrada enfermedad social, pero por otro, también el germen de su cura. Tal fragmentación en motivaciones y métodos da cuenta de una masa que no nos preocupamos de integrar en la polis, pero que fue tomando conciencia política en sucesivas marchas multitudinarias.
Responden asi, mas o menos espontáneamente –sólo con indignación o con violencia- a la violencia institucionalizada, que pretendió encerrarlos en subjetividades sin formación grupal. Por eso, un rasgo notable de las manifestaciones es la alegría generosa de reencontrarse espontáneamente en una fraternidad perdida (en sus tácticas incluyen dispositivos voluntarios de autodefensa y sanitarios). En este estallido hay, pues, un anhelo de comunidad perdida. No es casual que, en el nombre de partidos emergentes aparezca repetida la palabra “común”. Hay casos de egoísmo es verdad, pero mucho altruismo, como ha pasado en casi todas las revueltas.
Este proceso podría derivar hacia una profundización de la patología: represión, emergencia de grupos fascistoides, de autodefensa vecinal, deterioro de la situación económica con la extorsión política que conlleva, etc… hasta una franca salida autoritaria. Como reza nuestro escudo nacional, estamos entre la Razón o la Fuerza. Ojalá encuentre cauce hacia una salida terapéutica que, en definitiva concluya en una sociedad igualitaria. Confiemos que, como en toda crisis, dentro del dolor se abra entonces una inédita oportunidad.
No será posible dar con esas políticas efectivamente terapéuticas si no afinamos previamente este diagnóstico. El primer problema a enfrentar es cómo procesar la heterogeneidad de las demandas. Debiéramos evitar lo que ocurre después de casi toda revolución el olvido prescindencia nuevamente de aquel pueblo anónimo que puso su sangre. No desembocar en la monopolización del movimiento por los grupos más organizados o mas manipuladores. En suma, evitar la simple circulación de una elite por otra, sin democratizar el poder y la cultura.
Conviene, sin duda, empezar examinando la historia para descubrir o develar las causas profundas mas allá de cada indignación evidente, de este actual “estallido” social en Chile, Quizás esa mirada nos ayude a descubrir por donde debiera ir la actitud a seguir. Al respecto hay poca claridad y -como en el verso de Machado- debemos “hacer camino al andar”.
Chile, el laboratorio de Hayek, Friedman y Ayn Rand
La historia nos ha puesto a los chilenos, en este extremo occidente del mundo, en un papel histórico: haber sido -a nivel planetario- la cuna de la brutal emergencia mundial del neoliberalismo. Y ahora, -también notablemente después de casi 50 años- de ser los primeros en estallar en su contra, con lo que el famoso homo oeconomicus estaría encontrando también su tumba.
Para los que éramos jóvenes en el Golpe del 73 la vida entera transcurrió luchando contra la corriente de un rio aún sanguinolento. Y ahora, paradojalmente, cuando el curso de las aguas parece recobrar su cauce, se nos da la oportunidad única de observar –un poco desde la orilla- este inesperado retorno telúrico de la historia. Lo hacemos con una sensación de tristeza por ese doloroso pasado que felizmente se diluye, pero por otro agradecidos de haber alcanzado a admirar los bríos de nuestros nuevos actores henchidos de futuro. Es la emoción contradictoria que cantó Silvio: Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentado/ Y en una hermosa plaza liberada/ me detendré a llorar por los ausentes
Pero ¿será que efectivamente nos estamos liberando? ¿Qué significado y realmente qué futuro estamos incubando con este estallido? No es fácil predecirlo, pero ayuda examinar la perspectiva de la historia reciente.
Podríamos comenzar nuestro planteamiento desde la bizarra ocurrencia de la Sra. Ayn Rand, cuya locura inspiró al prof. Hayek y a la elitista Sociedad de Mount Pelerin para elaborar un proyecto tan antidemocrático como ultra liberal de ingeniería social mundial que, en su momento, parecía un completo absurdo.
O quizás debiéramos empezar nuestro análisis mucho mas atrás para entender mejor. Quizás con Max Weber, con la emergencia del protestantismo como “espíritu del capitalismo” -ese espíritu de lucro-saqueo que permeó el norte anglosajón de Europa a partir del siglo XVII, recogido en los textos de Mandeville, Bacon, Newton, Smith, etc. Este espíritu individualista y lucrativo, practicado sólo por una exclusiva minoría de plutócratas (inspirados en la Torá) por tanto, muy opuesto al espíritu católico medieval del sur de Europa (inspirado en la sentencia de Jesús, que advierte que un rico entraría al reino de los cielos, sólo después que un camello atravesase el ojo de una aguja.
Estos recientes ultra-liberales, se aplicaron a dar una sobrevida al capitalismo, decadente hacia la mitad del siglo XX. Es decir, se aplicaron a idear un mundo que sirviera mejor a los intereses de los ricos, sin que se notase mucho. Y que desdeñase la democracia real, considerada un “camino de servidumbre” hacia el socialismo estatista (al decir de Karl Popper) Los publicistas de este llamado ahora neo-liberalismo, no deberían por tanto acusar a los socialistas de utópica e irrealizable su propia ingeniería social del futuro. En su momento, en pleno Estado de Bienestar, los proyectos de estos extremistas ultra-liberales parecieron ilusiones anacrónicas de un grupo de seudoacadémicos termocéfalos. Y sin embargo, lo lograron. Esta acusación de utopísmo, que se nos hace a quienes aspiramos a un mundo mejor, no es sino una de las tantas falacias de esta ideología contradictoria que, posando de liberal es, en el fondo, ultra conservadora.
Pero hay otra característica de este modelo incubado en la mente de la extraña Sra. Rand y sus seguidores: Hayek, Kissinger, Nixon, Reagan, Thatcher, Friedman, Harberger, mentor de los prefabricados Chicago-boys de Pinochet. Durante décadas dictaron cátedra, difundiendo la ideología neoliberal disfrazada de ciencia económica; y luego a los confundidos países ex-socialistas del este europeo; entre otros, a través de José Piñera (los que probablemente también desembocarán con el tiempo en un estallido semejante al que estamos experimentando en Chile)
La otra característica de este constructo neoliberal consiste en que este modelo neo-liberal difiere del verdadero mundo liberal, el liberalismo clásico propuesto entre otros por Adam Smith, e igualmente adoptado por las oligarquías de la post Revolución Industrial. La diferencia consiste en que estos actuales extremistas no cuentan ni con la racionalidad, ni con el sentido crítico ni la bondadosa naturaleza moral de Smith. Menos con el realismo y pragmatismo de esa vieja Escuela liberal que otorgaban un imprescindible rol al Estado. De manera que crearon un modelo tan extremo de su “mano invisible” que debió ser impuesto (bien poco liberal!) a punta de pistola.
Ahora sabemos que, además de irreal y autoritaria, esta ingeniería resultó (quizás mas tarde que temprano), extremamente peligrosa. Tanto que parece inminente concluir que, entre tanta invasión imperial a pueblos indefensos, vertiginoso avance tecnológico y actual tsunami de desinformación y manipulación, este modelo va a terminar colonizando las mentes y esclavizando al mundo.
O sea, este virus neoliberal habrá terminado siendo el verdadero “camino de servidumbre” (y no el socialismo que temían Popper, Hayek et. alt.) En efecto este inminente siervo voluntario, inmaduro por la ignorancia, drogado por el ansia de consumo conspicuo y corroído por la desinformación –por ejemplo la mitología seudo-evangelística- nunca va a percibir su necesidad de liberarse. Como en la distopía de Huxley vivirá feliz. extirpado de toda conciencia de clase o de cualquier identificación que no sea un numero.
Si asi fuere la nuestra sería la última generación que representante algún grado de conciencia humana. Esta espantosa angustia-miedo-tristeza-rabia acerca del futuro, subyace en el subconsciente de nuestros post modernos jóvenes. Esta oscura premonición nos permite contextualizar lo que puede estar carburando el presente ataque de pánico de estos jóvenes. Este vértigo con respecto al futuro los lleva a bambolear entre el amor (a los animales, al entorno planetario o a remansos metafísicos) y la rabia (hacia su entorno institucional, hacia sí mismos y hacia toda la raza humana). Eros y Tanatos.
El homo –este modelo ideal de homúnculo capitalista ideado por estas enteléquicas mentes neoliberales – dista mucho de todas estas pulsiones contradictorias que estructuran al ser humano real. el homo neoliberal se supone que sabe, no muchas cosas, pero al menos tiene el instinto de dirigirse a un solo y único fin: la búsqueda de su placer. Como la tortuga cibernética de Wiener, este homo se moviliza sólo en pos de su exclusivo bienestar.
Es cierto que la aplicación forzosa del modelo -a punta de pistola- y su complemento mental –desinformación, mitología y seudo-evangelísmo- lograron efectivamente convencer a muchos de la conveniencia de adoptar la motivación lucrativa de este conveniente “hombre nuevo”, de este homo oeconomicus, para hacer sólo lo que a cada cual le conviene, con prescindencia de lo correcto, de cualquier valor ético. No es sólo que uno deba comportarse como un buen homo-maximizador, es decir hacer del lucro el leit motiv de la vida, sino que está implícito que uno debe emular y admirar al del arriba, al que tiene mas. Después de todo, el rico es el ideal. O sea el modelo supone la desigualdad, pero promete –vía chorreo- la igualdad. Pero como resulta inalcanzable que todos lleguen a la cumbre, sobreviene la frustración, la revolución de las expectativas insatisfechas, que ahora explota. Fue sólo cuestión de tiempo advertir la evidencia de que el resultado no era la armonía y el progreso predichos por esa mentirosa escuela ultraliberal.
En suma resulta que nuestro hombre real no tenia racionalmente casi nada claro, pero si concluyo en una sensación intuitiva de fracaso social. Especialmente ocurre con nuestras últimas generación de millenials postmodernos. Por lo demás, primera generación criada sin haber escuchado la voz del padre, hundido en el naufragio de la institución familia-barrio-Escuela-Estado-religión; víctimas del estrangulamiento de la Comunidad por la Empresa, de los afectos por la transaca-lucro; de la Gemeinschaft por la Gessellschaft
En suma, ahora mas que nunca, el hombre real no busca, ni sabe como buscar, ni siquiera su propio bienestar. Parado sobre un suelo inestable, su conducta desconcertada oscila, a menudo autodestructivamente. entre el miedo-angustia y la búsqueda de un ilusorio placer, que no sabe bien en que consiste. Y cuando subjetiva y conscientemente logra definir y buscar su propio bienestar, el resultado es desconcertante. Principalmente porque, en ese modelo individualista, no está considerada la Comunidad. Incluso si hubiera considerado esta generosa motivación gregaria en sus acciones, tal altruismo habría resultado disfuncional para sí, pero sobretodo contradictorio con el “correcto” funcionamiento del modelo. En efecto, el altruismo destruye la lógica egoísta en que debe basarse el mercado, pilar del modelo. Este mecanismo funciona bien sólo si cada cual se rasca con sus propias uñas.
Además de saber hacia donde va, nuestro homo-neoliberalis se suponía que sabía cómo llegar; es decir conoce y ocupa los medios adecuados para llegar a ese fin. Con una gran masa de estos homúnculos asi modelados, entregados entre sí a la mutua interacción de la mano invisible del “mercado”, suponían estos liberales que la sociedad lograría, si no la felicidad, al menos cierta armonía.
Esta ingeniería alucinada, ese modelo abstracto e inductivo (pero interesado) fue enseñado en todo el mundo por décadas. Sobretodo a nuestra generación, a la que se juzgó por su aprendizaje de estas “verdades” nada evidentes. Cada uno de nosotros debía ser o hacerse homo oeconomicus. Al menos admirar a ese esperpento acumulador y exitoso. No se nos describió al mundo real, sino que se nos manipuló por décadas, se nos modeló para convertirnos en ese modelo funcional al capitalista. Con desprecio total del conocimiento científico, o sea descriptivo-explicativo, que debió respetar la realidad-real (es decir respetando la complejidad de lo humano, incluyendo su instinto ético de amor hacia sus semejantes). Se amoldó la realidad al modelo. Con la lógica de que “si la Realidad no coincide con la Teoría, bueno, cámbiela … no la Teoría, sino la Realidad” . De ahí que han tenido que imponer este modelo teórico a punta de pistola. Y su complementaria manipulación mental mítico-metafísica.
Ahora -felizmente- está ocurriendo lo inevitable. Este hombre, asi manipulado, no pudo ser tan deformado, no pudo ser tan encajonado en el irreal molde de ese homo ultracapitalista. Su íntima naturaleza gregaria, aplastada por décadas, en una reminiscencia por ser nuevamente persona humana, pugnó por una anhelada Comunidad. En realidad nunca adhirió completamente ni se convenció íntimamente, de llegar a ser tal esperpento modelístico. Por eso fue que no sólo debió instalarse el modelo a punta de pistola, sino además mantenerse su forzada cohesión con la zanahoria de la promesa monetaria y el palo del despido.
El homo oeconomicus, ramplón del liberalismo
Pero algo ocurrió. Nuestros plutócratas oligarcas, ya cansados de matar o reblandecidos con la conciencia de que las bayonetas pueden servir para asaltar el poder, pero no sirven para sentarse en ellas, se sintieron excesivamente cómodos en su admirado oasis latinoamericano. En la cubierta de abajo se había acumulado sin embargo la bronca del hombre real, que superado el miedo y recuperada parcialmente las fuerzas, busca su emergencia a la primera clase de este transatlántico clasista que ha llegado a ser nuestro país. Y ha estallando en su catarsis: vox populi-vox dei.
Porque no es sólo que no se convencieron del modelo que les toco vivir. Es que ese homo ramplón del liberalismo no ofrece grandeza alguna. Pero felizmente el hombre real sí la tiene. Eso es lo que nos hace humanos. No es ser el santo como Maximilian Kölbe que entregó su vida por un desconocido. Sino que todos vivimos con uno u otro grado de altruismo. Desde la madre esforzada hasta el revolucionario que arriesga la vida, pasando por el simple trabajador, incluso el burgués, el comerciante, el vendedor, todos tenemos un grado de heroísmo, aunque no sea mas que la lucha por el diario sustento. Recuerdo una estatua, erigida en la acera misma, en un paradero de bus en Estocolmo. Era la representación en tamaño normal de un hombre entrado en carnes, de mediana edad, abrigo largo, maletín y rostro cansado, pero bondadoso que, con paciencia pétrea, esperaba el bus junto a mi. La placa decía: “Al Hombre Común”. En efecto, todo hombre en su diario vivir, necesita de algún motivo trascendente; no basta la ramplona búsqueda del placer que preconiza ese homo liberal. Así pues, nuestros millenials aunque no lo sepan bien, han empezado a buscar esa causa legitima, mas allá de sus narices: la defensa del planeta, defensa de los animales, defensa de las minorías, de los pueblos originarios, de la diversidad, por fin de su clase. Nadie puede vivir dignamente sólo queriéndose exclusivamente a si mismo. Como dijo el millonario Carnegie: “el que muere rico, muere deshonrado”
Lamentablemente así como grandezas, el hombre real tiene también sus bajezas: el delincuente se aprovechara de esta crisis para robar, con la lógica de que “El que roba a un ladrón …” Pero es también lo que han aprendido en esta cárcel manicomio global que les hemos legado. En ella roban y matan los poderosos a lo largo y ancho del planeta. El ejemplo mas deletéreo y menos edificante para la juventud es el de colonos invasores que, en otras latitudes, roban su tierra y asesinan a las poblaciones originarias, como siempre en nombre de su dios.
En un mundo asi, a la juventud les parece inútil cultivar valores humanistas. Como si estuvieran en guerra o en una cárcel, les resulta peligroso cultivar valores humanistas en medio de asesinos. Y eso no se arregla con mas dinero, ni regalando libros, ni dándoles gratuidad. Se arregla solo arreglando el mundo en que viven. Por eso la esquizofrenia completa del fenómeno actual: por un lado puede haber altruismo y grandeza, pero por otro bajeza. Como en el hundimiento del Titanic enfrentamos la esquizofrenia justamente de quienes tienen el poder para enfrentar la crisis: por un lado llamar a la racionalidad y por otra “echar los perros”.
Porque es un Gobierno con limitaciones: atado una Constitución dictatorial, atado a los poderes fácticos de una sociedad de propietarios capitalistas; un Gobierno de empresarios defendidos por militares. Un Presidente que puede ser hasta bien intencionado y paternalista; pero sobretodo Empresario. Y un empresario puede estar disponible para discutir con el Sindicato; si es necesario desgastarlo con migajas, amenazas de despido o compra de sus dirigentes. Pero nunca estará disponible para discutir la propiedad de la empresa (o la participación en las utilidades, que es lo mismo). Si llegara a hacerlo, sería sólo para gatopardear el tema.
Porque el problema está justamente allí: en la propiedad. Mejor dicho, en la desigual distribución de la propiedad. En nuestro caso, al extremo de haber llegado a ser una sociedad donde vales por lo que tienes, en vez de una en tienes por lo que vales. Con el agravante de que la desigualdad se incrementa exponencialmente; porque la propiedad genera flujos y estos… nueva propiedad. Pero no crece sólo por obra de la energía solar, sino con el detrimento de quien no tiene y nunca llegara a tener: el fogonero de la cubierta inferior que alimenta las calderas.
La explicación de por qué es asi, es un análisis crucial que no se puede soslayar; por lo que merece una mínima digresión acá. Dejando de lado otros enfoques disciplinarios, para hacer corta la explicación, veámoslo sólo desde el punto de vista jurídico. Es de sentido común que todo derecho debiera compensarse con una obligación correlativa. Pues bien, un propietario tiene el derecho de que le sea respetada su propiedad, lo cual compensa su obligación de respetar la propiedad ajena. Pero he aquí que la propiedad privada genera una asimetría. El no-propietario –el pobre- tiene la obligación de respetar las propiedades de todos –erga omnes; pero no tiene el derecho compensatorio de ser respetado en una propiedad que no posee. La que debería equilibrar sus derechos con sus deberes.
Y si se quiere contra argumentar –como se hace a menudo- que ese privilegio, esta anomalía, es el justo premio por un anterior trabajo, hay que aplicar la definición de la ciencia económica. La definición científica de capitalista es “aquel agente que no obtiene rentas de su trabajo, sino de su propiedad”. Por eso es que son justamente los propietarios los que tienen mas flujo de ingresos y no los trabajadores.
A este tema subyacente habrá que hincarle inevitablemente el diente, en la nueva Constitución; incluso suponiendo que se quiera mantener el actual capitalismo, mas o menos remozado. Porque, incluso éste, no podrá funcionar en un mundo desigual. La razón es simple. En un buen Mercado –uno que funcione eficientemente se debe generar precio único de equilibrio, igual para todos. Y tal precio no va a ser políticamente tolerable en presencia de una extrema desigualdad.
La esperanza, la gran ventaja que tenemos nosotros, a diferencia del trágico final del Titanic, consiste en que, en aquel malogrado trasatlántico, no hubiera servido de nada para evitar el inevitable naufragio, ni la obediencia a la oficialidad ni el más completo acuerdo entre los pasajeros de las distintas clases ….
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Yemil Harcha Raffachello, Economista Universidad de Chile, Abogado y Marino
Maravilla de artículo. Gracias por postearlo. Saludos.
ResponderBorrarExcelente lo hare circular !
ResponderBorrarsin inmigracion ilegal masiva y abusiva, este fenomeno no habria ocurrido: 80% de los nuevos puestos de trabajo formales son para extranjeros, en los ultimos meses (Bco.Central) ; pero criticar o siquiera mencionar el tema esta prohibiso, y estigmatizado; tanto en los medios chilenos como en las redes sociales: rabia generalizada, pero ahogada , metamorfoseada y transferida o desplazada a cualquier otro factor de descontento.
ResponderBorrarSOLO TIENE QUE BAJAR LOS SUEDOS DE DIPUTADOS SENADORES SUEDOS VITALICIOS Y REPARTIR MAS justos los dineros de todos LOS CHILENOS, Y EL CONGRESO QUE ESTE EN STGO Y ECONOMIZAR TANTOS PRIVILEGIOS. PARA LOS NUEVOS ROMANOS FUERA EL IMPERIO ROMANO FLAITE
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