lunes, 16 de septiembre de 2019

La economía mundial al rojo vivo, hacia una nueva crisis global


Iván Cortés Torres, Rebelión

A pesar de los discursos optimistas promovidos por Donald Trump sobre la aceleración de la economía estadounidense en materia de crecimiento, inversión y empleo, las últimas cifras en materia económica y producción industrial sugieren que EEUU se ha sumado a Europa y Japón en una fuerte desaceleración que se ha manifestado con mayor claridad a partir del segundo trimestre del año. Este hecho ocurre en un contexto donde la “guerra comercial” y “tecnológica” entre los EEUU y China ha escalado un nuevo peldaño y amenaza -como lo señalan diversos especialistas- con desencadenar una recesión global antes de que termine el año.

De acuerdo con datos del JPMorgan, el Índice Global de Gestión de Compras (PMI) registró una caída de 0.6 unidades para el segundo trimestre del año, ubicándose en un valor de 51.2 unidades, lo que representa la tasa de expansión económica más lenta desde julio de 2016 (1). Los datos del PMI son consistentes con la ralentización del PIB mundial para el segundo trimestre del año al ubicarse a un ritmo de crecimiento anual de 1.8% -a precios de mercado-, por debajo del 2.4% registrado en el primer trimestre del año.

El PMI de la actividad manufacturera es el que está registrando la principal caída, al pasar de 49.4 unidades en el mes de junio a 49.3 unidades en el mes de julio -lo cual no se veía desde octubre de 2012- advirtiéndose que por debajo de las 50 unidades se manifiesta como una señal de contracción. Con ello el número de países con un PMI manufacturero, a la baja aumentó a 19 de los 30 países en donde se aplica esta metodología.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) en su reciente informe del mes de julio, ajustó por cuarta vez su proyección de crecimiento para la economía mundial, al situarla en 3.2%, con lo cual se estima una caída de cuatro puntos porcentuales con respecto a la tasa de crecimiento registrada en 2018. En este sentido Christine Lagarde presidenta del FMI, señaló que la economía mundial atraviesa un “momento delicado”, remarcando que hace dos años, el 75% de la economía global experimentaba un crecimiento “al alza”, mientras que para este año se prevé que el 70% experimente una desaceleración.

La desaceleración global se presenta en un contexto de recrudecimiento de la “guerra comercial” y “tecnológica” entre EEUU y China, que ha impactado en la contracción del comercio mundial y en la dinámica de los flujos de la Inversión Extranjera Directa (IED), en las diversas regiones del mundo. En este sentido, de acuerdo con datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el “Barómetro de Comercio de Mercancías” para el mes de agosto se ubicó en 95.7 puntos, lo que constituye su peor cifra desde marzo de 2010. Las lecturas de este índice muestran que cuando se ubica por debajo de los 100 puntos se espera una contracción en los intercambios mercantiles, mientras que si lo hace por encima se espera una expansión, lo cual no ha sucedido desde hace un año. En este mismo sentido, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2019), ha señalado que el crecimiento en el volumen del comercio mundial se ha desacelerado abruptamente en los últimos años, al pasar de alrededor del 5.05% en 2017 a alrededor del 0.75% en el primer trimestre de 2019.

Sumado a lo anterior, de acuerdo con datos la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, 2019), los flujos de la IED hacia las economías desarrolladas alcanzaron su punto más bajo desde 2004, disminuyendo en un 27%. Los flujos a Europa se redujeron a más de la mitad mientras que los de América del Norte disminuyeron en un 4%.

La ralentización de la economía global ha empujado a una reducción de los indicadores de la actividad económica en casi todas las principales economías de Europa, Asia y América.

En la zona del euro se proyecta un crecimiento del 1.3% (seis puntos por debajo del registrado en 2018), con una revisión hacia la baja para Alemania de 0.7%, Francia 1.3% e Italia 0.1%, ante un contexto de bajas tasas de interés y exacerbación de la deflación.

En la periferia europea la situación de la economía turca se agrava, ya que técnicamente se encuentra en recesión. En este sentido, el crecimiento económico registrado en ese país en los últimos años fue más una ilusión que una realidad, ya que en parte fue producto de una expansión inmobiliaria improductiva, acompañada de una creciente cantidad de créditos y préstamos externos, atraídos por las bajas tasas de interés, que finalmente estalló tras el fortalecimiento del dólar, generando la fuga de capitales y la depreciación de la Lira turca en más del 30% con respecto al dólar, disparando una tasa de inflación cercana al 20%. El temor a nivel global se acrecienta, en la medida en que las empresas y bancos turcos no puedan pagar dichos costos, generando un efecto de “contagio” en el ámbito internacional.

En la región de Asia se pronostica que la economía China registre la tasa de crecimiento más baja en casi tres décadas, al situarse en 6.2%. El Banco Popular de China (BPC), recientemente tomó la decisión de devaluar su moneda en 1.4% frente a la divisa estadounidense, superando la barrera psicológica de las 7 unidades por dólar y colocando la cotización en un nivel no visto desde hace 11 años. Esta medida fue generada luego de que la Casa Blanca anunciara que impondrá otro 10% en aranceles a los productos procedentes del gigante asiático por un valor de US$300,000 millones a partir del mes de septiembre.

La devaluación del yuan ha disparado al dólar luego de que los inversionistas movieran sus capitales en búsqueda de refugio hacia monedas duras como la estadounidense, generándose con ello un clima de incertidumbre que pudiera desatar un “tsunami” en los mercados financieros, como ya sucediera en 2015 y 2016.

Por otro lado, la economía japonesa sigue entrampada en un estancamiento económico al proyectarse una tasa de crecimiento de 0.7% -un punto por debajo del registrado en 2018- que la coloca en una franca desaceleración y deflación, a pesar de los fuertes “déficits presupuestarios”, generados durante casi 20 años.

En el continente americano, a pesar de los recientes discursos de Donald Trump sobre la recuperación de la economía estadounidense, se proyecta –de acuerdo con el FMI- una desaceleración gradual para los próximos años. Al cierre del presente año se estima un crecimiento del 2.6%, que lo coloca tres puntos porcentuales por debajo de la tasa registrada en 2018.

Así mismo el PMI manufacturero pasó de 50.4 unidades durante el mes de julio a 49.9 unidades en el mes de agosto, hecho que no se presentaba desde septiembre de 2009, lo que significa que la actividad manufacturera se encuentra en una recesión.

Al presidente Trump se le esfuman sus enardecidos triunfalismos cuando la política monetaria parece ser un instrumento de poco o nulo estímulo para detonar el crecimiento económico, hecho que mantiene a la FED -y su presidente Jerome Powell- en un claro dilema, ya que por un lado diversos miembros han insistido en mantener las tasas de interés en los niveles donde se encuentran actualmente porque temen que una tasa demasiado baja genere un auge y una caída del crédito de forma insostenible, en cambio otros mantienen la idea de seguir reduciendo las tasas, como parte de las exigencias de Trump, ante la desaceleración gradual de la economía.

Bajo este contexto, recientemente Jerome Powell -en su intervención dentro de la reunión anual de verano de los banqueros centrales del mundo en Jackson Hole, Wyoming- señaló su preocupación por la ralentización de la economía global motivada por las tensiones comerciales, haciendo entrever que podría rebajar más los tipos de interés si las turbulencias mundiales dañan la economía estadounidense: “[…] Las perspectivas de crecimiento mundial se han deteriorado desde mediados del año pasado. La incertidumbre de la política comercial parece estar desempeñando un papel en la desaceleración mundial y en el débil gasto en manufactura y en capital en EE. UU.”, así mismo Powell remarco que la FED no tiene un manual para responder a la incertidumbre que provocan estas tensiones.

Como respuesta al discurso de Powell, Trump –que insiste en que la FED baje las tasas en un punto porcentual completo, dejándolas en 1,25% -, arremetió contra éste al señalar que: “Como siempre, la Fed no ha hecho NADA. Es increíble que puedan hablar sin saber o sin preguntarme lo que estoy haciendo —lo cual voy a anunciar pronto—. Tenemos un dólar muy fuerte y una FED muy débil. Mi única pregunta es, ¿quién es nuestro enemigo más grande, Jerome Powell o el presidente Xi?”.

A pesar de las graduales tensiones provocada por estos dilemas, lo cierto es que la política monetaria seguida por la FED desde el estallido de la crisis económica-financiera global de 2007 -primero de flexibilización cuantitativa (QE) y luego de “normalización”- no han sido una palanca para apuntalar el crecimiento de la economía a los niveles anteriores de la crisis, hecho que se ha recrudecido ante la baja inversión con respecto al PIB y el estancamiento de los salarios y la productividad.

La inversión fija privada real registró una caída del 1.1% con respecto al primer trimestre del año, a su vez la no residencial lo hizo en 1.4%, lo que la coloca en su nivel más bajo desde el cuarto trimestre del 2016.

Por otro lado, en la región de Latinoamérica, las principales economías presentan un fuerte proceso de desaceleración económica, exacerbado entre otros factores por los impactos de la “guerra comercial” y la depreciación de sus monedas. De acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), la economía -brasileña-, registró una tasa de crecimiento del 0.4 % en el segundo trimestre del año -en comparación con la contracción de 0.1% registrada en el primer trimestre-, salvando una eventual recesión técnica, pero con un bajo crecimiento para el presente año del 0.8%.

La economía mexicana -igual que la brasileña-, libro para el segundo trimestre del año una eventual recesión técnica, al registrar una tasa de crecimiento del 0.1%, luego de que se contrajera en 0.17% en el primer trimestre del año. Con ello, para el presente año se pronostica un crecimiento del 0.50% de acuerdo con estimaciones del Banco de México, que lo sitúan muy por debajo del 2.7% previsto en julio del año pasado.

En Argentina se exacerba la “crisis de la deuda”, y por ende la recesión económica para el presente año. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), la economía argentina se contrajo 5.8% y 4.2% en el primero y segundo trimestre del año, lo que la coloca en una contracción del 1.3% para el presente año. Así mismo la tasa de inflación y desempleo se ubicaron en niveles históricos al llegar a 54.1% y 10.1% respectivamente.

La “crisis de la deuda” ha sido consecuencia de la mala conducción en la política económica por parte del gobierno actual de Mauricio Macri, ya que desde que asumió la presidencia en el año 2015 comenzó a financiar la salida de divisas mediante la deuda externa y el ingreso de dólares especulativos sin generar condiciones de reparo. Finalmente, este contexto macroeconómico estalló, cuando en abril de 2018 dichos capitales -que venían financiando las salidas ociosas de dólares-, se retiraran del país ante la subida de las tasas de interés por parte de la FED, desatando la corrida cambiaria que disparo la devaluación del peso y por ende la insostenibilidad para cubrir los servicios de la deuda, a pesar del crédito Stand-by de 57 mil millones de dólares emitido por el FMI.

Bajo este contexto la economía mundial transita por caminos bastante sombríos que la colocan en escenarios de alta inestabilidad y fragilidad, acentuándose las condiciones para el estallamiento de una nueva crisis global. Proceso enmarcado -como lo hemos denotado-, en una baja recuperación de la actividad económica a nivel mundial, que se prolonga desde hace ya diez años, cuando termino la Gran Recesión a mediados de 2009. De esta manera como lo señalan diversos autores nos encontramos en una “Larga Depresión” -similar a la de los periodos de 1873-1897 o 1929-1942-, que se caracteriza por ser la recuperación más larga tras una crisis en 75 años.

Si nos ubicamos en el contexto de la economía estadounidense diversos economistas de corte poskeynesiano, han señalado la necesidad de apuntalar la economía mediante un “estímulo fiscal”, a través del déficit presupuestario y el gasto gubernamental para alentar a la “demanda agregada”. Sin embargo, como lo señala diversos economistas, el problema con esta opción es que vivimos en una economía capitalista, donde las decisiones de inversión -que impulsan cualquier economía-, son tomadas por sectores empresariales, que buscan obtener la mayor rentabilidad en su capital. En este sentido de acuerdo con el proveedor de datos FactSet, durante el primer y segundo trimestre del año las ganancias de las compañías S&P 500, registraron una caída del 0.3% y 0.4% respectivamente, con lo cual es la primera vez que el índice reporta dos trimestres consecutivos de caídas interanuales desde el primer y segundo trimestre de 2016.

La caída de las ganancias por parte del capital monopolista-financiero estadounidense pone en evidencia las contradicciones del “régimen de acumulación con dominación financiera” (RADF) instaurado a principios de la década de los ochenta del siglo pasado, que trajo consigo un cambio cualitativo en la lógica de la reproducción del capital, ya que la esfera financiera predetermina a la esfera productiva. El RADF, exacerba las turbulencias financieras y por ende la vulnerabilidad de los mercados a nivel global consistente en bajas tasas de interés en los bonos soberanos, caída de índices bursátiles, aumento de la volatilidad financiera y depreciaciones de las divisas en los países emergentes, como está pasando en América Latina.

El capitalismo más que avanzar hacia una reconfiguración en los componentes de su “régimen de acumulación”, transita hacia un escenario de crisis y estancamiento económico, enmarcado -como se presenta en el caso estadounidense-, por: a) una tendencia a la caída de las ganancias por parte del capital monopolista-financiero, que desencadena una disminución en la inversión y en la producción; b) la nula existencia de una política monetaria y fiscal que promueva el crecimiento económico y c) la exacerbación de la “guerra comercial” y “tecnológica”.

¡Los ingredientes ya están sobre la mesa y han llegado para quedarse!

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