El ser humano consume ya los recursos producidos por 1,7 veces el planeta (2,4 en el estado español), advirtió el pasado dos de agosto WWF. Esta organización conservacionista y Global Footprint Network han señalado la importancia de la fecha, ya que muestra el creciente impacto de la actividad humana sobre el medio natural. Si en 1997 el ser humano consumió a finales de septiembre el equivalente a los recursos anuales que la naturaleza puede regenerar; en 2016 la fecha se adelantó al ocho de agosto y en 2017, al día dos del mismo mes. Es el denominado “Día de la Sobrecapacidad de la Tierra”, que avanza año a año en el calendario.
Global Footprint Network destaca las emisiones de carbono como principal componente de la “huella ecológica” humana en el planeta, que además ha registrado un significativo aumento en las últimas décadas: pasó del 43% en 1961 al 60% en 2012 (el resto de componentes evaluados son tierras de cultivo y pastoreo, zonas de pesca, superficie forestal y suelo urbanizado). La causa principal de este predominio es el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural). Además de ser el principal factor de la “huella ecológica” a escala mundial, las emisiones de carbono lo fueron en 145 de los 233 países evaluados en 2012, según el informe de WWF “Planeta Vivo. Riesgo y resiliencia en el antropoceno” (2016).
En un artículo titulado “El planeta entra en números rojos”, la organización conservacionista destaca acciones cotidianas al alcance de cualquier ciudadano para retrasar el “Día de la Sobrecapacidad de la Tierra”. Por ejemplo, la reducción del uso del automóvil. Sin embargo, las tendencias son poco halagüeñas. La Organización Mundial de Constructores de Automóviles (OICA) informa que la producción global de vehículos aumentó un 5% en 2016 respecto al año anterior, lo que supone 94 millones de coches, vehículos comerciales y autobuses fabricados en 2016. China mantiene un rotundo liderazgo. Además, en 2014 se superó la cifra de 1.200 millones de automóviles circulando por el planeta.
No menos perentoria es la necesidad de reducir el despilfarro de alimentos, que asimismo plantea WWF. En 2012 la FAO señaló que un tercio de los alimentos producidos para el consumo humano, en todo el planeta, se pierden o desperdician; la citada proporción equivale a 1.300 millones de toneladas anuales. “Es un exceso en una época en la que mil millones de personas pasan hambre”, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. En el informe “El estado de los bosques en el mundo” (2016) la FAO alerta también sobre los ritmos de la deforestación. En el periodo 2000-2010 se registró una pérdida neta de siete millones de hectáreas anuales de bosque en los países tropicales, una parte en beneficio de la agricultura; el documento establece diferencias en función de las regiones; si la agricultura comercial da lugar a cerca del 70% de la deforestación en América Latina, el porcentaje se reduce a un tercio en África (en este continente la pequeña agricultura contribuye en mayor medida a la tala de bosques).
La “huella ecológica” permite medir las demandas de la humanidad a la naturaleza, en relación con la capacidad biológicamente productiva de ésta (para suministrar recursos, y también para absorber residuos). El Informe “Planeta Vivo” analiza este indicador, que además de los impactos de la acción humana sobre el medio ambiente, hace posible calibrar los desequilibrios globales. Así, entre 1961 y 2012, la “huella ecológica” media por habitante de los países con elevados ingresos (según la clasificación del Banco Mundial) aumentó de 5 a 6,2 hectáreas globales (la cota más alta, 6,6 en el año 1985). También se produjo un incremento en los países de ingresos medios: de 1,4 a 2,3 héctareas globales per cápita en el mismo periodo. El punto de contraste lo ofrecen los países con bajos ingresos, que en cinco décadas se mantuvieron en torno a una hectárea global por habitante. En los países empobrecidos, los patrones de consumo que determinan la “huella ecológica” difieren de los del mundo rico. Así, en Tanzania el 94% obedece a las demandas de alimentos y vivienda, porcentaje que en Estados Unidos se sitúa en el 43%; y en el 51% en Alemania.
El informe de WWF señala que desde 1971, la demanda de la humanidad a la capacidad regenerativa del planeta no ha dejado de incrementarse. Si prosigue la tendencia, en 2020 la proporción entre demanda humana y capacidad regeneradora de la naturaleza podría ser un 75% superior en el primero de los conceptos. Uno de los capítulos en los que puede apreciarse el impacto de la acción humana sobre el medio es la producción de soja, que ha aumentado de manera franca en las últimas décadas. La superficie dedicada a su cultivo en América Latina pasó de 17 millones de hectáreas en 1990 a 46 millones en 2010 (la demanda europea requiere un área de 13 millones de hectáreas en Latinoamérica, aunque el principal importador y en palmario crecimiento es China); además, la FAO cifró la producción mundial del año 2013 en 278 millones de toneladas.
Con la soja se alimenta al ganado y, en consecuencia, se satisface una demanda en crecimiento exponencial de carne. “Esta expansión se ha asociado a un cambio considerable en el uso del suelo y a la deforestación de hábitats de gran valor ecológico, como el Cerrado brasileño”, subraya el documento “Planeta Vivo”. En 2014 WWF-Brasil hizo sonar las alarmas: “desde finales de los años 50 del siglo pasado hasta hoy, aproximadamente la mitad de la sabana natural del Cerrado se convirtió en territorio agrícola”. Si continúa la tendencia, agrega esta fuente, “se intensificaría la presión sobre el Cerrado, la Amazonía, el Chaco y otros ecosistemas amenazados”.
A partir de datos de la FAO, el Informe de WWF señala el enorme impacto de la producción ganadera. Cerca de un tercio de los 1.500 millones de hectáreas de los campos de cultivo del mundo tienen como fin la producción de alimentos para los animales; a ello se agregan 3.400 millones de hectáreas de pastos, destinados a forraje también para los animales. De este modo, puede concluirse que cerca del 80% de las tierras agrícolas se dirigen, de modo directo o indirecto, al ganado, bien para la producción cárnica, de lácteos u otras proteínas de origen animal. Una variable de interés es el impacto en el cambio climático de las actividades vinculadas al sector primario. La suma de agricultura, ganadería y el resto del sistema alimentario producen entre el 25 y el 30% de las emisiones de efecto invernadero, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas.
La acción depredadora del ser humano afecta también a la biodiversidad. El Índice Planeta Vivo (IPV) global resalta que en cuatro décadas, entre 1970 y 2012, la población de vertebrados se redujo en un 58%. En cuanto a las poblaciones analizadas en los sistemas de agua dulce (lagos, ríos y humedales), la disminución alcanzó el 81% en el periodo citado (los datos proceden del estudio de 3.324 poblaciones de 881 especies de agua dulce). Otro factor apuntado en el documento es la merma de los humedales, principalmente por la necesidad de terrenos para la agricultura. El índice WET, que mide las transformaciones del área de los humedales naturales, revela un descenso del 30% en las últimas cuatro décadas. Además, algunos especialistas apuntan que en las últimas tres centurias podrían haber desaparecido el 87% de la superficie de las zonas húmedas.
Circunstancias similares rodean a los ríos: cerca de la mitad de su volumen global fue alterado por la regulación de caudales o la fragmentación. Por otra parte, desde hace 25 años la FAO mesura la disponibilidad de recursos hídricos. En 2014 cerca de 50 países sufrieron “estrés” hídrico (principalmente en África, donde lo padecen el 41% de los países) o escasez de agua (el 25% de los países asiáticos), en comparación con la treintena de 1992. La amenaza se cierne también sobre la actividad pesquera. De hecho, entre 1974 y 2013 el porcentaje de peces que se situaba en cotas sostenibles pasó del 90 al 68,6%.
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