David Brooks, La Jornada
El premio Nobel de la Paz viajó a Vietnam la semana pasada, país que resistió una de las guerras más largas de la historia moderna donde perecieron más de un millón y tal vez hasta 2 millones de vietnamitas y unos 58 mil militares estadunidenses, y, al reconocer las heridas y buscar cerrar este capitulo bélico, ofreció no una rosa, ni un ramo de olivo, ni palomas de la paz, sino… armas.
Más de medio siglo después del inicio de la intervención militar estadounidense en el sureste asiático, el presidente Barack Obama visitó Vietnam en actos de fuerte simbolismo tanto para ese país, y su pueblo, el cual aún padece las secuelas de esa guerra, sobre todo el uso del equivalente de armas químicas como el Agente Naranja y heridas permanentes por el lanzamiento de más bombas que el total arrojado sobre Alemania, Japón e Italia por los aliados en toda la Segunda Guerra Mundial (algunas de las cuales no detonadas siguen estallando y matando). Ahí siguen las imágenes imborrables del uso de armas tan brutales como el napalm para quemar a la población civil, incluidos los niños. Es ese mismo país donde ahora el presidente y otros políticos estadounidenses creen tener la autoridad moral para atreverse a criticar las violaciones de derechos humanos.
Pero la noticia con que culminó el viaje histórico, cuyo objetivo era festejar el inicio de una nueva relación y superar el pasado, fue que Obama anunció que Estados Unidos suspenderá el embargo a la venta de armas a Vietnam. Ese era el regalo que llevaba el premio Nobel de la Paz.
Al parecer, la mejor forma de festejar el fin de la historia bélica entre Washington y un país al cual intentó destruir para salvarlo (la famosa frase es de un mayor estadounidense en referencia al pueblo en Ben Tre, quien le comentó al entonces reportero Peter Arnett, de AP, que fue necesario destruir al pueblo para salvarlo de las fuerzas del Vietcong), es con una feria de armas.
Vale recordar que Estados Unidos, en el gobierno de Barack Obama, rompió el récord de cualquier presidente desde finales de la Segunda Guerra Mundial en el volumen de ventas de armas y equipo militar al mundo. En el año fiscal 2015, el total del programa de ventas de armas al extranjero –no incluye todas las transferencias de armas a otros países– fue de 46.600 millones de dólares, según cifras del Departamento de Defensa.
En Japón, segunda escala de la gira asiática del premio Nobel de la Paz, Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en ir a Hiroshima, sitio del primer y único ejemplo en la historia del uso de un arma de destrucción masiva. Ahí, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos arrojó una bomba atómica que mató a aproximadamente 140 mil hombres, mujeres y niños (y otra tres días después sobre la ciudad de Nagasaki). Tanto Hiroshima, como Nagasaki eran ciudades de civiles, no objetivos militares (aunque había una base militar dentro de la primera ciudad).
Esta semana Obama colocó una corona de flores en el monumento a esa tragedia, y recordó que “hace 71 años… la muerte cayó del cielo y el mundo fue cambiado… un muro de fuego destruyó una ciudad y demostró que la humanidad poseía los medios para destruirse”. No mencionó que la narrativa oficial –esa que indica que se usó la bomba para evitar la prolongación de la guerra que resultaría en muchas más muertes, o sea que era el menor de dos males– ha sido no sólo refutada por historiadores, sino que la mayoría ha concluido que, en gran medida, es falsa, recordó el historiador Alex Wallerstein en The New Yorker.
Obama no ofreció ninguna disculpa (Washington casi nunca se disculpa ante otros países), recordó que Japón tuvo la culpa de la guerra, y en un mensaje emotivo declaró que se requiere un despertar moral alrededor del mundo para deshacerse de armas nucleares, y pidió tener la valentía de escapar de la lógica del temor y promover un mundo sin armas nucleares.
Lo que no dijo entre las palabras siempre tan bonitas de este presidente, es que, en los hechos, su gobierno ha impulsado un ambicioso programa de un billón de dólares para modernizar el arsenal nuclear estadounidenses en los próximos 30 años, que incluye el desarrollo de una nueva generación de bombas nucleares tácticas, o minibombas nucleares, para uso en campos de batalla.
Más aún, un informe del propio Pentágono emitido la semana pasada y analizado por la Federación de Científicos Americanos demuestra que el gobierno de Obama ha reducido el tamaño del arsenal nuclear estadounidenses menos que cualquier otro presidente de la post guerra fría, o sea menos que George W. Bush, Bill Clinton y George Bush padre. En 2015, Estados Unidos tenía 4 mil 571 bombas nucleares, una reducción, sí, de 702 bombas desde 2008, pero más que suficiente para destruir el mundo varias veces.
Aunque el presidente Barack Obama asumió su puesto con un fuerte compromiso de Estados Unidos para reducir el número y el papel de las armas nucleares y dar pasos concretos hacia un mundo sin armas atómicas, su gobierno podría ser recordado, eventualmente, más por su compromiso con modernizar el arsenal nuclear estadounidense, advirtió el Boletín de Científicos Atómicos hace más de un año.
Vale recordar, en este contexto, que este premio Nobel de la Paz ha continuado las guerras que heredó en Irak y Afganistán, y que ahora son las más largas en la historia de este país. A la vez, el comandante en jefe que fue electo a la Casa Blanca, en parte por su promesa de poner fin a estas dos guerras, ha abierto nuevos frentes en Siria y Libia, y ha incrementado la tensión bélica frente a China (parte del propósito del viaje a Vietnam) y Rusia. A la vez, ha ampliado y coordinado una de las campañas más amplias de operaciones especiales y de asesinato e intervención internacional vía control remoto empleando drones en varios puntos del planeta.
En resumen, esta semana en los cielos volaba algo que no se alcazaba identificar: ¿era una paloma de guerra o un águila de la paz?
_______
Ver Contradicciones nucleares de Obama: va a Hiroshima y elude Nagasaki
No hay comentarios.:
Publicar un comentario