Dos hombres entraron a la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo y dispararon y mataron a dos policías, dos empleados y ocho periodistas de esa publicación que, desde 2006, había sido amenazada permanentemente por incluir caricaturas contra los líderes religiosos, políticos y empresariales del mundo. El presidente François Hollande calificó este hecho como un "acto terrorista" y declaró duelo nacional y elevó al máximo el nivel de alerta en París. El titular del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM) y rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur, condenó "en nombre de los musulmanes" de Francia el "horror del crimen" y subrayó que "es inútil ver en ello una connotación religiosa".
La página web de la revista francés Charlie Hebdo muestra ahora la imagen de arriba. En francés, "Je Suis Charlie" no sólo se traduce como "Yo Soy Charlie", sino que también como "Yo sigo a Charlie". Este crimen ha provocado conmoción mundial dado que no sólo se trata de un asesinado a sangre fría de un grupo de personas, sino de un atentado contra la libertad de expresión. Sin embargo, no debemos permitir que los gobiernos occidentales manchen la memoria de aquellos que fueron asesinados para promover consignas vacías sobre la libertad. Justamente lo que menos representaba Charlie Hebdo eran lemas vacíos. Su estilo provocador era más poderoso que la dinamita y muchas de sus portadas eran verdaderos golpes al mentón a la cursilería de las políticas actuales y al conformismo ramplón de los grupos religiosos. Este atentado es un nuevo golpe a la libertad de expresión para confundir y acallar el descontento ciudadano.
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