Azzam Tamimi, Sin Permiso
A las 9 de la mañana del sábado [12 de julio] los palestinos de Hebrón y otras ciudades de Cisjordania se subieron a los tejados para contemplar lo que el ala militar de Hamás había prometido que sería un ataque de misiles sobre Tel Aviv utilizando un nuevo tipo de cohete, el J80. La J viene de Jabari, comandante militar supremo, cuyo asesinato por parte de Israel el 14 de noviembre de 2012, desencadenó la anterior guerra. Se trataba de una clara señal de desafío por parte del movimiento, que mantiene que, si bien no inició el actual ciclo del conflicto, está decidido a derrotar la ofensiva israelí.
Hamás ha insistido siempre, contrariamente a las afirmaciones de Binyamin Netanyahu, en que no sabía quién secuestró y asesinó a los tres adolescentes israelíes que el primer ministro israelí utilizó como pretexto para su arremetida contra la Franja de Gaza. No es la clase de operación que habría llevado a cabo Hamás, teniendo en cuenta que su meta estriba en garantizar la liberación de los presos palestinos en manos de Israel.
Muchos palestinos creen que Netanyahu llevaba planeando una ofensiva contra Hamás meses antes de ese secuestro. Después de que las negociaciones en punto muerto con Israel dieran lugar a que el presidente palestino, Majmud Abbás, buscase un acercamiento a Hamás, la indirecta respuesta positiva de los EE.UU. y la EU enfureció a los israelíes. La ofensiva sobre Gaza ha sido el último truco de Netanyahu, después de haber tratado de paralizar el nuevo gobierno de unidad y bloquear el pago de salarios a miles de empleados de Gaza.
Puede que esto acabe por demostrarse otro desastroso error de cálculo. En fecha tan temprana como el pasado invierno los israelíes hablaban en privado de mensajes de las nuevas autoridades militares egipcias en el sentido de que era ahora el mejor momento para atacar Gaza y derribar a Hamás. El régimen del Cairo, que derrocó al primer presidente democráticamente elegido de la historia de Egipto, ha ido estrechando el cerco sobre Gaza manteniendo el cierre del paso de Rafá a Egipto y destruyendo los túneles que mantenían la actividades de la gente de Gaza mientras Israel imponía sanciones y un asedio terrestre, marítimo y aéreo.
Como siempre, Israel trata de convencer al mundo – que contempla con horror el salvajismo con que el arsenal de Israel se ceba en los civiles de Gaza– de que no hace otra cosa que responder a los misiles que Hamás dispara sobre sus pueblos y ciudades. Pero desde la última tregua negociada con el entonces presidente de Egipto, Mohamed Morsi, Hamás no sólo se contuvo sino que trató de contener a otras facciones menores para evitar que respondieran a los frecuentes asesinatos o bombardeos con misiles por parte de Israel. La prioridad de todos se centraba en acabar el cerco, en lugar de caer en una nueva guerra.
Los dirigentes israelíes han justificado el bombardeo de viviendas y el asesinato de mujeres y niños argumentando que estos civiles son utilizados por Hamás como escudos humanos. Pero los cazas israelíes no perdonaron siquiera un centro para discapacitados. Indudablemente estos ataques, que no se pueden describir de otro modo que como crímenes de guerra, han resultado bochornosos hasta para los más acérrimos defensores de Israel en Occidente. Cuanto más dure esta ofensiva militar, más dañina resultará para Israel y sus patronos occidentales como los EE.UU. y la UE. Por esta razón es por la que el presidente Obama se ofreció a hacer de mediador en una tregua. El secretario de Exteriores británico, William Hague [que cesó en su cargo el 14 de julio], ha hecho una oferta similar, aunque su implícita hostilidad hacia Hamás – que espera, según ha dicho, sea derrocada en Gaza –mina su credibilidad como mediador. Y otro tanto hace su sesgo a favor de Israel, que, en palabras suyas, parece tener un derecho exclusivo a la autodefensa. La gente de Gaza querría preguntarle a Hague si se les considera seres humanos con derecho a la autodefensa cuando se les somete a la agresión israelí.
Sin embargo, la mayor dificultad para cualquier mediación es la falta de un liderazgo egipcio que pudiera desempeñar este papel. El actual régimen egipcio es más hostil a Hamás de lo que lo nunca lo fue el régimen durante la época de Mubarak. El enviado de paz Tony Blair parece haberse embarcado en la tarea de negociar algo con los egipcios, pero tiene un historial despreciable de hostilidad hacia los movimientos islámicos.
Por ahora, Hamás no dice mucho de ninguna oferta de mediación, pese a las informaciones de que los qataríes o los turcos pudieran tener algún papel en ello. Sin embargo, está claro que Hamás no se avendrá a ninguna mediación a menos que se tomen sus demandas en consideración. Entre éstas se cuenta reactivar las condiciones del anterior acuerdo de tregua, algunas de los cuales ha violado Israel repetidamente, y el levantamiento del bloqueo marítimo y aéreo.
Esta guerra tendrá indudablemente como consecuencia muchas muertes y una destrucción masiva para la vida de muchas personas. Los daños del lado israelí pueden ser más de naturaleza psicológica, política o económica. Lo que es seguro es que, como antes, la guerra no hará otra cosa que impulsar la popularidad de Hamás. Y esto aportará cohesión moral a todos los palestinos, sea en Gaza, en Cisjordania, o en la diáspora por todo el mundo. Resultará absolutamente crucial en el tercer levantamiento naciente, la intifada de Al-Quds [Jerusalén].
Azzam Tamimi es director del Instituto de Pensamiento Político Islámico (IIPT) de Londres. Ha sido profesor visitante en las universidades de Kyoto (2004) y Nagoya (2006) y es colaborador de Al Yazira. Es autor de varios libros, el más reciente de los cuales, sobre Islam y democracia, se titula Rachid Ghannouchi, Democrat within Islamism (Oxford University Press, Nueva York, 2001). También ha sido coeditor de Islam and Secularism in the Middle East (Hurst, London & NY University Press, Nueva York, 2000) y ha escrito sobre el conflicto palestino-israelí Hamas, the Unwritten Chapters (2006).
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