El mes pasado se anunció que China se había convertido en 2013 en la primera potencia comercial del mundo, algo que ha vuelto a extender las especulaciones sobre cuándo se convertirá en la primera economía mundial. Por otro lado, hace apenas dos semanas varios periódicos internacionales revelaban una intensa actividad de parientes de dirigentes del Partido Comunista Chino (PCCh) en paraísos fiscales. No obstante, aunque relevantes, estas noticias no son sino el aspecto más mediático de las contradicciones del proceso chino de transformación.
China ha construido su éxito económico sobre la expansión de las desigualdades. La limitación del incremento de los precios agrícolas ha provocado un continuo proceso de migración campo-ciudad. Esta migración ha nutrido de fuerza de trabajo a las fábricas de la industria exportadora. Sin embargo, al no poder acceder a un permiso de residencia urbano, los migrantes rurales se han encontrado sin derechos dentro de su propio país. La presión que esto ha generado sobre los salarios ha permitido inundar el mercado mundial de productos made in China.
A pesar del discurso de conflicto con Estados Unidos, este modelo de crecimiento se ha estructurado en simbiosis con la economía norteamericana: mientras ésta se convertía en el principal mercado de las exportaciones chinas (sólo superado por la UE, tomada en su conjunto), el Banco Central de China ha ayudado a financiar los “déficit gemelos” (fiscal y externo) de EE UU mediante continuas compras de bonos del Tesoro.
Aunque esto ha permitido a la economía china crecer como lo ha hecho, también ha generado un profundo incremento de las desigualdades sociales. El 10% de las familias urbanas más ricas ha pasado a acaparar más de un cuarto de la renta disponible generada. La corrupción es un fenómeno generalizado. No obstante, un enriquecimiento como ése no puede explicarse sólo por ella. Por el contrario, la fuente principal de la que ha bebido es la extracción de beneficios por parte de las empresas chinas. La élite política que pone la riqueza familiar a salvo en paraísos fiscales es únicamente la cara visible de una burguesía de la que ha pasado a formar parte, pero de la que en absoluto es su miembro principal. No en vano, es probable que la publicación de los denominados “Chinaleaks” vaya a tener más impacto externo que interno. No sólo debido a la censura informativa que reina en China, sino también a que la corrupción que percibe la población es la más cercana; entre otra, la de los dirigentes locales que expropian, en beneficio de alguna compañía local, tierras públicas explotadas en usufructo por familias campesinas.
Protestas populares
Frente a estas prácticas se han producido importantes protestas populares, como las que se desarrollaron en Wukan, en la provincia de Guangdong, a finales de 2011. No obstante, la gestión de las protestas llevada a cabo por el PCCh, basada en el consentimiento de las que surgen espontáneamente, la represión de cualquier atisbo de organización política que pretenda ir más allá de ellas y la destitución de algunos de esos dirigentes corruptos, se ha demostrado hasta ahora capaz de evitar un cuestionamiento generalizado de la legitimidad del poder del Partido.Los cambios en su cúpula que se han producido en los dos últimos años parecen señalar hacia una continuidad con esas políticas. Xi Jinping impulsó nada más acceder al cargo de secretario general una campaña de lucha contra la corrupción dentro del PCCh. Al mismo tiempo, el Comité Central del Partido autorizó en su III Sesión Plenaria la creación de un Comité de Seguridad Estatal a través del cual se quieren coordinar las medidas de represión y control social. En esa misma sesión, también se aprobó conferir un rol “decisivo” al mercado dentro de la economía china, que aún se encuentra parcialmente controlada por el Estado. Esta medida, cuyo principal objetivo va a ser la puesta en marcha de una liberalización financiera, amenaza con volver a incrementar la desigualdad interna. Abrir nuevos ámbitos de negocio para el capital parece la única vía que tiene China para sortear la crisis. No obstante, si quiere evitar un incremento de la inestabilidad social, el Gobierno del PCCh deberá retomar las medidas redistributivas que durante los últimos meses parece haber dejado de lado.
En ese caso, la única manera de que esas medidas no cuestionen los intereses de la burguesía china será tratar de “externalizar” el conflicto distributivo interno tratando de acaparar los mercados de materias primas, deslocalizar fábricas y empezar a competir en sectores de alta tecnología. Si esto acaba siendo así, la batalla contable sobre cuál es la primera economía del mundo podría llegar a convertirse en un conflicto real entre China y EE UU. Por el momento, la relación entre ellos sigue estable a pesar de las filtraciones de los medios internacionales.
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