sábado, 28 de septiembre de 2013

Por qué fracasan los países

Eduardo Olier, El Economista

En 2012, Daron Acemoglu, profesor de economía del MIT, y James Robinson de Harvard, publicaron un extenso libro cuyo título abre este artículo. La obra tiene que ver, de alguna manera, con otra anterior de David Landes, un reconocido profesor de historia que pasó por las universidades de Columbia y Berkeley (California), para acabar en Harvard.

Landes publicó en 1998 un extenso libro de sugerente título: La riqueza y la pobreza de las naciones, donde repasaba el porqué de las desigualdades económicas: cómo China se había separado en sus formas de hacer de Europa, cuando antes había sido un riquísimo imperio; los porqués del descalabro colonial español en Sudamérica pasando por el impulso que dio la Revolución Industrial a los países que se sumaron a ella, las vicisitudes japonesas hasta llegar a ser la potencia económica que es hoy, y muchos otros profundos análisis de verdadero interés.

Al final, antes de cerrar la obra, Landes presenta dos capítulos que centran el núcleo del problema: los ganadores y... los perdedores. Respecto de estos últimos, el autor, hace la siguiente observación: "Comparando el este asiático con el resto del mundo, parece un análisis en movimiento lento, o incluso un paso adelante y dos atrás"; comentando también que la riqueza de Oriente Medio es aparente, ya que se fundamenta en los enormes ingresos procedentes del petróleo, si bien sus estructuras políticas, sociales y culturales son incapaces de promover un desarrollo económico y tecnológico autónomo. Y después de pasar por Rusia, recaba en África, para concluir que África no está tan mal como parece, sino peor. Siendo como es una obra fundamental, el enfoque de Landes es más histórico que económico.

Y es aquí donde aparece la claridad de los autores del libro Por qué fracasan los países que, siguiendo de alguna forma el esquema de Landes, presenta muy relevantes conclusiones de por qué siendo rico se puede entrar en la pobreza.

Pasar de rico a pobre

Acemoglu y Robinson, con sólidos argumentos, desechan la situación geográfica o cultural como factores de empobrecimiento y se centran en las consideraciones políticas como elemento esencial del estancamiento económico o de la vuelta atrás después de un período, más o menos largo, de prosperidad. Pues son las instituciones políticas quienes determinan a la postre quién tiene poder en la sociedad y el uso que hace de él, demostrando la sólida unión que existe entre las diversas formas de ejercer la política y la prosperidad o pobreza de las distintas naciones.

En su argumentación, estos autores definen dos tipos de instituciones políticas: extractivas e inclusivas. Las instituciones políticas inclusivas son, según Acemoglu y Robinson, aquellas que están suficientemente centralizadas a la vez que son pluralistas. Mientras que las extractivas son las que concentran el poder en manos de una élite reducida que acaba extrayendo los recursos del resto de la sociedad, de manera que la riqueza que acumulan en lo económico les ayuda al final a consolidar su poder político. Un bucle de muy difícil ruptura como demuestra la historia.

De acuerdo con los autores que comentamos, este tipo de instituciones, aunque diferentes en sus formas, son el origen del fracaso de los países, con el añadido de que cuando existen élites extractivas, siempre aparecerán suficientes incentivos para que otros luchen por sustituirlas. Esto supone que las luchas internas y la inestabilidad creada por conflictos políticos permanentes se convierten en los rasgos inherentes de las instituciones extractivas. Instituciones que son el origen de fuertes ineficiencias que, al final, anulan la centralidad política y llevan al fracaso por la vía de la falta de respeto a la ley, lo que provoca la evidente consecuencia de la ruptura del orden establecido y del caos.

La clave del éxito, por el contrario, está en mantener una pluralidad efectiva. Es decir, en consolidar las suficientes opciones políticas, con absoluto respeto a las reglas del juego, y sin perder el control central en las tareas propias del Estado. Sin un efectivo grado de centralización, según Acemoglu y Robinson, un Estado no podrá representar su papel de imponer la ley y el orden, y mucho menos de fomentar y regular la actividad económica.

La historia es persistente en demostrar que la riqueza de las naciones tiene mucho que ver con las instituciones políticas inclusivas, que son las que están suficientemente centralizadas y son pluralistas. Pero cuando falle alguno de estos propósitos se entrará en las políticas extractivas cuyos negativos efectos son bien conocidos.

Todo lo anterior lleva a pensar en los problemas actuales de España, un país que sufre desde hace bastante tiempo una permanente inestabilidad institucional, después de que optara en su día por la creación de un Estado inclusivo de evidentes éxitos.

Sin embargo, es previsible que, de no ajustar la deriva actual, España acabe convirtiéndose, como tantas veces en su historia, en un conglomerado de instituciones extractivas de incierto futuro. Recomendamos la lectura del libro de Acemoglu y Robinson para aquellos que piensen que les espera un futuro mejor en el entramado de una nación de naciones.

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