La idea que actualmente prevalece en Europa es que la austeridad presupuestaria es la condición necesaria y suficiente para detener la crisis de deuda soberana de la zona euro.
Se nos ha dicho que si los países de la periferia (y pronto los menos periféricos como Bélgica y Francia) aplican unos dolorosos programas de austeridad, los mercados financieros recobrarán la confianza y podrá detenerse la crisis de deuda. Oímos esta receta tanto en Bruselas como en Fráncfort.
Así, en Bruselas la Comisión Europea trabaja activamente para obligar a los Gobiernos nacionales a implementar programas de austeridad más duros, amenazando con la imposición de sanciones automáticas si la austeridad se relaja. Pero también se nos dice que si aplicamos este desagradable remedio, la recompensa llegará porque los mercados financieros recuperarán la confianza. Entonces, esta confianza se verá compensada con unos tipos de interés más bajos y la vuelta al crecimiento económico.
En Fráncfort, el BCE cuenta la misma historia: sólo la austeridad resolverá la crisis de deuda. De este modo, la solución queda de lleno en manos de los políticos. El BCE no tiene nada que ver con ello, y desde luego sería un error que este guardián de la estabilidad de los precios fuera un prestamista de última instancia.
Cada vez queda más claro que la austeridad generalizada en la zona euro no va a calmar a los mercados financieros. Al contrario, la creciente intensidad con la que se aplica la austeridad presupuestaria hará que los mercados financieros tengan menos -y no más- confianza en que la crisis de la deuda soberana puede superarse. La razón es muy simple, como se va reconociendo cada vez más.
Cuando todos los países de la zona euro se ven obligados a aceptar la austeridad a la vez, se ponen en marcha fuerzas deflacionarias que rebajan la producción y los ingresos de los Estados en toda la zona euro. De esta forma, los déficit presupuestarios de los Estados no se reducen lo suficiente como para impedir el incremento de los coeficientes de deuda-PIB, dado que el denominador de estos coeficientes (PIB) se reduce más rápido que el numerador (el nivel de deuda).
Con ello, el efecto de la austeridad generalizada es la recesión y unos niveles más insostenibles de deuda estatal. La austeridad generalizada socava la confianza de los mercados financieros, porque lleva a la zona euro de cabeza a la recesión.
Hay que cambiar de estrategia
Este panorama no parece disuadir al contingente Bruselas-Fráncfort de su convicción de que debe aplicarse aún más austeridad. Los legisladores europeos perciben el hecho de que los déficit presupuestarios no se reduzcan como prueba de que no se está aplicando la suficiente austeridad, no de que la austeridad generalizada no funcione.
La Comisión Europea y el BCE siguen creyendo erróneamente que la austeridad elevará la confianza y que, al hacerlo, estimulará la actividad económica. Hay poca evidencia de calidad que respalde esta teoría, pero los legisladores no se han visto disuadidos y perseveran en el intento de forzar más austeridad.
Paradójicamente, la teoría de la confianza vuelve como un bumerán hacia los propios legisladores: ahora queda claro que la estrategia de la austeridad ha socavado la confianza y que está provocando la difusión indiscriminada de la crisis de deuda soberana. Tantos recortes han desembocado en miedo y pánico. Y esto no se va a apaciguar aplicando aún más austeridad.
Hay que cambiar rápidamente la estrategia. En primer lugar, la Comisión Europea debería declarar que como la zona euro se está adentrando rápidamente en la recesión, hay que suavizar y extender los programas de ajuste durante un período de tiempo más largo. Esto debería permitir a los estabilizadores automáticos de los presupuestos nacionales impedir a las economías entrar en una espiral a la baja.
Asimismo, algunos países cuyos niveles de producción superan los de gasto deberían iniciar estímulos presupuestarios para reducir la brecha existente entre la capacidad de producción y la de gasto.
En segundo lugar, el BCE debería asumir su papel de prestamista de última instancia en los mercados de bonos estatales de países miembros de la zona euro solventes pero carentes de liquidez. Con la excepción de Grecia, los demás países miembros deberían contar con el beneficio de la duda y ser considerados solventes siempre que puedan acceder a financiación a unos tipos de interés razonables.
Es fundamental que el programa de compra de bonos del BCE se organice de manera que pueda crear confianza en el mercado. Hoy no es el caso, porque el BCE ha anunciado que su programa de compra de bonos es limitado en tamaño y tiempo. Así, los inversores temen que en cuanto el banco central deje de hacer sus compras, los precios de los bonos bajarán. Esto desembocaría en una dinámica de venta permanente, obligando al BCE a comprar un montón de bonos.
En su lugar, el BCE debería anunciar que pretende usar sus recursos ilimitados durante todo el tiempo que sea necesario. Asimismo, debería anunciar un objetivo claro; por ejemplo, en el caso de Italia, un tipo de interés a largo plazo que no exceda, digamos, de 250 puntos básicos por encima del tipo del bono alemán carente de riesgo. Esto constituiría una tasa de penalización suficiente como para inducir al Gobierno transalpino a reducir su déficit presupuestario.
Las objeciones a esta perspectiva parecen cada vez más triviales. El problema hoy es el miedo y el pánico en los mercados de la deuda soberana. Se corre el riesgo de que este temor abarque a todo el sistema bancario de la eurozona y, finalmente, a la propia zona. Cuando el área euro corre el riesgo de derrumbarse, la fuerza de las objeciones se reduce a cero, al menos para aquellos a quienes les importa su supervivencia. Pero, ¿quién sabe? Puede que haya algunos en Fráncfort a quienes no les importe la supervivencia de la zona euro.
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* Paul de Grauwe es Profesor de Economía de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), asesor del presidente de la Comisión Europea José Manuel Durao Barroso y miembro del Centro de Estudios de Políticas Europeas (CEPS)
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