Jordan Pouille, Mediapart
El 10 de septiembre pasado, Hu Fulin tomó un avión y se fue precipitadamente a EE UU, dejando atrás a 3.000 obreros que no habían cobrado sus salarios. Con una producción de 20 millones de gafas al año, la fábrica de este empresario gozaba de buena reputación. Claro que nada se sabía entonces de la friolera de 313 millones de dólares de deudas que arrastraba Hu Fulin, la mitad derivadas de “préstamos bajo mano”. Hace unos días, para sorpresa de todos, el patrón fugitivo ha vuelto a aparecer en Wenzhou: ahora acepta “cooperar” con las autoridades locales. Huang He, presidente de una importante curtiduría de Wenzhou, y Yan Qin, propietario de la cadena de cafés Portman, siguen en paradero desconocido.
En total, 90 grandes empresarios de esta ciudad costera han abandonado China desde el mes de junio, una treintena tan solo en el mes de septiembre. Otros tres se han suicidado. En Wenzhou, los más adinerados se van del país. Los demás bajan la persiana y hacen como que no están. Y son muchos.
Shu Deuen es el presidente de la Asociación para el Desarrollo de las Pequeñas y Medianas Empresas de Wenzhou. Según sus cuentas, 90.000 pymes han cerrado o van a cerrar en las próximas semanas. “El 30% de las pymes de Wenzhou han parado o reducido fuertemente la producción por falta de dinero y la situación sigue agravándose”, explica. Esta ciudad portuaria de 7 millones de habitantes, capital mundial indiscutida del calzado y del encendedor desechable, cuenta con 450.000 pequeñas empresas privadas y muchos nuevos ricos. Está en construcción un rascacielos de 350 metros de altura: el Lucheng Plaza superará en 30 metros a la Torre Eiffel.
Wenzhou es el modelo del milagro económico chino, ciudad pionera del desarrollo de la economía de mercado, que incluso fue más allá de las reformas emprendidas por Deng Xiaoping a partir de 1979. Fueron los pequeños empresarios de Wenzhou los que financiaron de su bolsillo la construcción del aeropuerto y de la estación del tren de alta velocidad.
Un préstamo ilegal… e ineludible
Sin embargo, en esta China impulsada por el capitalismo de Estado es mejor ser una empresa controlada por las autoridades o de propiedad colectiva (mitad estatal, mitad privada) para poder beneficiarse de los préstamos a interés reducido y otras ofertas generosas de los bancos, también estatales, que manejan el dinero de millones de pequeños ahorradores chinos.
En caso de producirse algún imprevisto, los dueños de las pymes de Wenzhou no tienen otra opción que recurrir a una práctica ancestral china que oficialmente es ilegal: el préstamo “bajo mano”. Es decir, acuden a prestamistas privados que no se miran con lupa a la clientela, pero que aplican unos tipos de interés mucho más altos que los de los bancos.
¿Quiénes son los prestamistas? “En 2007, antes de la crisis financiera, aquí todo el mundo hacía sus pinitos en Bolsa. Desde entonces, esas mismas personas prestan a diestro y siniestro. Desde el fabricante que tiene dinero en efectivo y se da cuenta de que puede sacarle más jugo que produciendo, hasta pequeños funcionarios locales que tienen acceso a los préstamos legales de la banca y que reinvierten el dinero prestado en el lucrativo circuito semiclandestino, o incluso los chinos de la diáspora, originarios de Zhejiang, cuyo peso económico es hoy en día enorme», explica Li Yuhuan, economista y subdirector de la Academia de Ciencias Sociales de Cantón. Una situación que recuerda, en diversos aspectos, a la pirámide de Ponzi, tan apreciada por Bernard Madoff, según Andy Xie, economista chino de Shanghai: “También en este caso se aporta continuamente dinero nuevo para pagar el antiguo.”
Gao Shang dirige una pequeña empresa de materiales de construcción en Shaoxing, cerca de Hangzhou, la capital de Zhejiang sita a 200 kilómetros en línea recta de Wenzhou. Fabrica cemento y piezas cerámicas, emplea a diez personas para la contabilidad y las ventas. Y al menos el triple de eventuales, “entre 30 y 50 obreros según el proyecto”.
Todos los años, Gao Shang vende productos por 10 millones de yuanes (1,12 millones de euros), pero a menudo recurre a los préstamos ilegales. “Cuando mis clientes pagan con retraso, necesito efectivo para pagar a mis obreros y comprar nuevos materiales. Puesto que mis necesidades de dinero surgen siempre en último momento, me es imposible pasar por los bancos de Shaoxing, que tardan demasiado y requieren demasiado papeleo a cambio de importes insuficientes”, explica. Cuando Gao Shang toma prestado, quiere mucho y de inmediato. “Ojo: soy capaz de devolverlo muy pronto. Se trata de préstamos para salvar un problema de tesorería inmediato y no para reinvertir o especular.”
Evitar el colapso
Por supuesto, nuestro empresario se dirige a “amigos de la construcción” de su ciudad. “El tipo de interés aquí está entre el 5% y el 6%, es decir, el doble que el de los bancos. Este año ha ocurrido que he tenido que tomar prestado al 7%, pero son casos excepcionales. Los que prestan a estos tipos de interés son muy rápidos, pero tienen mala fama. ¡Pobres de aquellos que no paguen puntualmente! En general necesito 500.000 yuanes (56.000 euros) de inmediato. A veces incluso más de un millón de yuanes.”
¿Qué ocurre si hay problemas? “Ya ocurre. Con un prestamista honesto, primero se liquidan los intereses y después se devuelve el préstamo. Pero tengo amigos que no han podido devolverlo. Algunos han huido con sus familias por miedo a las represalias, a los secuestros. Otros han tenido que vender su casa de un día para otro.”
Gao Shang ya percibe el mar de fondo. “Este año, los precios aumentan mucho (inflación del 6,1% de enero a septiembre): los de la gasolina, las materias primas, los salarios de los obreros (+21,3% del salario base en promedio nacional este año). Y mis clientes pagan cada vez más con retraso. De ahí que tenga que recurrir casi siempre a los préstamos bajo mano.” Por fortuna para Gao, su actividad no decae: nada interrumpe el circuito. “Mis colegas sufren más porque sus productos van al extranjero, y ahora los pedidos se los llevan otros proveedores, de Vietnam o Bangladesh. Yo, en cambio, trabajo para el mercado local.”
Pero al igual que todos, a Gao no le falta mucho para llegar a trabajar con pérdidas: “Estos préstamos de interés elevado cercenan sistemáticamente lo magros beneficios de las empresas. Esto frenará el crecimiento si se generaliza”, concluye Li Yuhán, nuestro economista.
Los primeros afectados por la quiebra de la empresa son los trabajadores. Para evitar el colapso –la población de Wenzhou se compone mayoritariamente de obreros–, las autoridades municipales se apresuran a pagar los salarios de los afectados revendiendo lo antes posible su herramienta de trabajo. “Con el resultado de la venta de las máquinas, primero se paga a los obreros, después se liquidan los impuestos del gobierno y finalmente se saldan las deudas a los prestamistas supuestamente ilegales, pero tolerados, ya que son indispensables para mantener el auge de la economía”, explica Shu Deuen.
Desde el mes de febrero, una enmienda a la ley nacional declara ilegal la retención de un salario si la empresa tiene dinero para pagarlo. Pero da lo mismo: en China, los obreros de las provincias industriales son en su mayoría campesinos que han emigrado. Su huku (una especie de pasaporte interior) les garantiza derechos como el acceso a atención sanitaria y a la educación para sus hijos en la aldea de procedencia, pero no en la provincia en la que se instalan. En caso de conflicto con la patronal, estos asalariados, que se hallan en la semiclandestinidad en su propio país, no pueden hacer nada.
“Nuestras cajas están vacías”
Salvo enfrentarse. En la misma provincia de Zhejiang y a 180 kilómetros al sur de Shanghai, la ciudad de Huzhou ha conocido una semana de disturbios, hasta que el viernes se desplegó la policía militar. La chispa que provocó el estallido fue una querella entre un recaudador de impuestos y un pequeño fabricante de ropa infantil, escandalizado por una nueva tasa de 60 euros sobre sus máquinas de coser. Una multitud volcó 30 automóviles e incendió un coche de policía.
Aunque a regañadientes, los bancos de Wenzhou han acatado las órdenes de los representantes del gobierno de Zhejiang. “Tenemos la orden de prestar por lo menos 100.000 millones de yuanes a los empresarios, pero nuestras cajas ya están vacías después de haber repartido 60.000”, declaraba un banquero el pasado 25 de octubre a la revista de estudios económicos Caixin, de Pekín.
El mundillo bancario local se queja también de las presiones intempestivas de los agentes municipales para que no eleven los tipos de interés en este periodo de inquietud. “Esto va en contra de las reglas del mercado.” Al mismo tiempo, esos mismos agentes presionan a su superior del ayuntamiento para crear un fondo de estabilidad financiera de 60.000 millones de yuanes. Sin embargo, ¿puede Zhejiang seguir luchando contra la competencia de los países vecinos con unos productos tan poco sofisticados?
Que no cunda el pánico, claman los directivos del banco central de China, cómodamente apoltronados sobre 3,2 billones de dólares de reservas de divisas (que por cierto miran de reojo al fondo europeo de estabilidad financiera que está en trance de constituirse): el drama de Wenzhou es según ellos un caso aislado y no el resultado de un problema sistémico abocado a generalizarse.
Cosa que Shu Deuen desmiente con firmeza: “Ojo, están Dongguan, Cantón y las demás ciudades industriales del delta del río de las Perlas, donde el crédito bajo mano es moneda corriente y las quiebras de empresas surgen como hongos.” “Y también mucho más lejos, en Ordos, en la Mongolia Interior”, avisa Li Yuhán, el economista.
Desde hace dos años, Ordos es un mito. A 25 kilómetros de la ciudad histórica, en pleno desierto, el ayuntamiento animó a los promotores a construir una ciudad nueva allí donde no había nada para que sus nuevos ricos del gas y del carbón pudieran cambiar de tren de vida. Aunque espléndida, esta ciudad no ha dejado de ser un lugar fantasmagórico, pues únicamente un puñado de ordosianos han adquirido viviendas y los promotores lo han perdido todo. Ellos tampoco tenían acceso a los préstamos de la banca convencional, pues el gobierno decidió frenar la especulación inmobiliaria.
Por eso recurrieron a los préstamos bajo mano.
Uang Fuyin, funcionario del juzgado local de Ordos convertido en promotor, había amasado en pocos meses 30 millones de euros prestados por 10.000 pequeños ahorradores. Cada mes, el hombre de negocios tenía que devolver 900.000 euros nada más que en concepto de intereses. Lo han encontrado muerto, ahorcado en el lavabo.
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Tomado de Viento Sur
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Ver: La burbuja inmobiliaria china eclipsa a todas las otras burbujas
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