Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
domingo, 13 de marzo de 2011
El colapso del viejo orden: cómo terminará la era del petróleo
Michael T. Klare, TomDispatch.com
Sea cual sea el resultado de las protestas, levantamientos, y rebeliones que ahora afectan a Medio Oriente, una cosa es segura: el mundo del petróleo cambiará para siempre. Hay que considerar todo lo que está sucediendo sólo como el primer temblor de un terremoto que estremecerá hasta la médula a nuestro mundo.
Durante un siglo, a partir del descubrimiento de petróleo en el sudoeste de Persia, antes de la Primera Guerra Mundial, las potencias occidentales han intervenido repetidamente en Medio Oriente para asegurar la supervivencia de gobiernos autoritarios dedicados a producir petróleo. Sin semejantes intervenciones, la expansión de las economías occidentales después de la Segunda Guerra Mundial y la actual opulencia de las sociedades industriales serían inconcebibles.
Esa, sin embargo, sería la noticia que debiera estar en las primeras planas de los periódicos por doquier: El viejo orden petrolero se muere y, con su defunción, veremos el fin del petróleo barato y fácilmente accesible; para siempre.
El fin de la era del petróleo
Tratemos de apreciar lo que exactamente está en peligro en el tumulto actual. Para comenzar, casi no hay modo de hacerle honor al papel crítico jugado por el petróleo de Medio Oriente en la ecuación energética del mundo. Aunque el carbón barato alimentó la Revolución Industrial original, alimentando los ferrocarriles, los barcos a vapor, y las fábricas, el petróleo barato ha posibilitado el automóvil, la industria de la aviación, los barrios residenciales, la agricultura mecanizada, y la explosión de la globalización económica. Y mientras fueron sólo un puñado de áreas clave en la producción de petróleo las que lanzaron la Era del Petróleo (EE.UU., México, Venezuela, Rumania, el área alrededor de Bakú, en lo que era entonces el imperio zarista ruso, y las Indias Orientales Neerlandesas), es el Medio Oriente el que ha satisfecho la sed de petróleo del mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
En 2009, el año más reciente para el que existe ese tipo de datos, BP informó que los proveedores en Medio Oriente y el Norte de África produjeron en total 29 millones de barriles al día, o sea, un 36% del suministro total de petróleo del mundo. Esta información no nos da ni la más remota idea de la importancia de la región para la economía petrolera.
Más que ninguna otra área, Medio Oriente ha canalizado su producción hacia mercados de exportación para satisfacer el hambre de energía de potencias importadoras de petróleo como EE.UU., China, Japón, y la Unión Europea (UE). Estamos hablando de 20 millones de barriles canalizados cada día a los mercados de exportación. Comparemos eso con Rusia, el mayor productor individual del mundo, con siete millones de barriles en petróleo exportable, el continente africano con seis millones, y Suramérica con sólo un millón.
Lo que pasa es que los productores de Medio Oriente serán aún más importantes en los años por venir porque poseen lo que se calcula en dos tercios de las reservas no explotadas del petróleo restante. Según las recientes estimaciones del Departamento de Energía de EE.UU., Medio Oriente y el Norte de África proveerán en su conjunto aproximadamente un 43% del suministro mundial de crudo de petróleo en 2035 (un aumento, en comparación con un 37% en 2007), y producirán una parte aún mayor del petróleo exportable del mundo.
Dicho en pocas palabras: la economía mundial requiere de un creciente suministro de petróleo asequible. Sólo Medio Oriente puede proveerlo. Por eso, los gobiernos occidentales han apoyado durante mucho tiempo regímenes autoritarios «estables» en toda la región, suministrando y entrenando regularmente a sus fuerzas de seguridad. Ahora, ese orden embrutecedor y petrificado, cuyo mayor éxito fue producir petróleo para la economía mundial, se está desintegrando. No hay que contar con ningún nuevo orden (o desorden) que suministre suficiente petróleo barato para preservar la Era del Petróleo.
Para apreciar por qué será así, conviene presentar una pequeña lección de historia.
El golpe iraní
Después de que la Compañía Anglo-Persa de Petróleo (APOC) descubriera petróleo en Irán (conocido entonces como Persia) en 1908, el gobierno británico intentó ejercer su control imperial sobre el Estado persa. El creador principal de ese impulso fue el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill. Después de ordenar la conversión de los barcos de guerra británicos de carbón a petróleo antes de la Primera Guerra Mundial y determinado a colocar una importante fuente de petróleo bajo el control de Londres, Churchill orquestó la nacionalización de APOC en 1914. En la víspera de la Segunda Guerra Mundial, el entonces primer ministro Churchill supervisó la remoción del gobernante pro alemán de Persia, Shah Reza Pahlavi, y el predominio de su hijo de 21 años, Mohamed Reza Pahlavi.
Aunque tendía a ensalzar sus (míticos) vínculos con los imperios persas del pasado, Mohamed Reza Pahlavi fue un instrumento al servicio de los británicos. Sus súbditos, sin embargo, se mostraron cada vez menos dispuestos a tolerar el servilismo ante los déspotas imperiales de Londres. En 1951, el democráticamente elegido primer ministro Mohamed Mossadeq obtuvo el apoyo parlamentario para la nacionalización de la APOC, rebautizada para entonces como Compañía Petrolera Anglo-Iraní (AIOC). La acción fue extremadamente popular en Irán, pero en Londres provocó el pánico. En 1953, para salvar su gran presea, los dirigentes británicos conspiraron infamemente con el gobierno del presidente Dwight Eisenhower y la CIA para organizar un golpe de Estado que depuso a Mossadeq y trajo al Shah Pahlavi de vuelta de su exilio en Roma, una historia relatada recientemente con mucho estilo por Stephen Kinzer en All the Shah’s Men.
Hasta que fue derrocado en 1979, el Shah ejerció un control implacable y dictatorial sobre la sociedad iraní, gracias en parte a la generosa ayuda militar y policial de EE.UU. Primero aplastó a la izquierda secular, aliada de Mossadeq, y luego a la oposición religiosa, encabezada desde el exilio por Ayatolá Ruhollah Jomeini. Frente a su brutal contacto con el equipamiento policial y carcelario suministrado por EE.UU., los oponentes del shah llegaron a detestar en la misma medida a su monarquía y a Washington. En 1979, por cierto, el pueblo iraní salió a las calles, el shah fue derrocado y Ayatolá Jomeini llegó al poder.
Se puede aprender mucho de esos eventos que llevaron al actual impasse en las relaciones entre EE.UU. e Irán. El punto crucial que hay que comprender, sin embargo, es que la producción de petróleo iraní nunca se recuperó de la revolución de 1979-1980.
Entre 1973 y 1979, Irán había logrado una producción de casi seis millones de barriles de petróleo por día, una de las mayores del mundo. Después de la revolución, AIOC (rebautizada como British Petroleum, o después simplemente BP) fue nacionalizada por segunda vez, y los gerentes iraníes volvieron a hacerse cargo de las operaciones de la compañía. Para castigar a los nuevos dirigentes de Irán, Washington impuso duras sanciones comerciales, obstaculizando los esfuerzos de la compañía petrolera estatal de obtener tecnología y ayuda extranjera. La producción iraní cayó a dos millones de barriles por día e incluso dos décadas después, ha vuelto a sólo poco más de cuatro millones de barriles por día, a pesar de que el país posee las segundas de reservas por su tamaño de petróleo después de Arabia Saudí.
Los sueños del invasor
Iraq siguió una trayectoria inquietantemente similar. Bajo Sadam Hussein, la Compañía de Petróleo de Iraq (IPC), estatal, produjo hasta 2,8 millones de barriles al día hasta 1991, cuando la Primera Guerra del Golfo con EE.UU. y las sanciones resultantes hicieron caer la producción a medio millón de barriles al día. Aunque en 2001 la producción había vuelto a subir a casi 2,5 millones de barriles al día, nunca volvió a llegar a los niveles anteriores. Mientras el Pentágono se preparaba para la invasión de Iraq a fines de 2002, los círculos informados del gobierno de Bush y los expatriados iraquíes bien conectados hablaban como en sueños de una futura era dorada en la cual las compañías petroleras extranjeras volverían a ser invitadas al país, la compañía petrolera nacional sería privatizada, y la producción llegaría a niveles nunca vistos anteriormente.
¿Quién puede olvidar el esfuerzo que el gobierno de Bush y sus funcionarios en Bagdad invirtieron en la realización de su sueño? Después de todo, los primeros soldados estadounidenses en llegar a la capital protegieron el edificio del Ministro del Petróleo, incluso mientras soltaban a saqueadores iraquíes en el resto de la ciudad. L. Paul Bremer III, el procónsul elegido posteriormente por el presidente Bush para supervisar el establecimiento de un nuevo Iraq, llevó a un equipo de ejecutivos petroleros estadounidenses para supervisar la privatización de la industria petrolera del país, mientras el Departamento de Energía de EE.UU. predecía con confianza en mayo de 2003 que la producción iraquí aumentaría a 3,4 millones de barriles por día en 2005, 4,1 millones de barriles en 2010, y 5,6 millones en 2020.
Nada de esto sucedió, claro está. Para muchos iraquíes de a pie, la decisión de EE.UU. de dirigirse de inmediato al edificio del Ministerio del Petróleo fue un momento decisivo, un instante que transformó en cólera y hostilidad el posible apoyo para el derrocamiento de un tirano. El impulso de Bremer por privatizar la compañía petrolera estatal produjo, de la misma manera, una encarnizada reacción nacionalista entre los ingenieros iraquíes del petróleo, quienes esencialmente torpedearon el plan.
En seguida, estalló la insurgencia suní hecha y derecha. La producción de petróleo bajó rápidamente, llegando a un promedio de tan sólo 2 millones de barriles por día entre 2003 y 2009. En 2009, finalmente volvió a la marca de 2,5 millones de barriles, lejos de esos soñados 4,1 millones.
Es fácil llegar a una conclusión: los esfuerzos de extraños por controlar el orden político en Medio Oriente para obtener una mayor producción de petróleo generarán inevitablemente presiones contrapuestas que resultarán en una disminución de la producción.
EE.UU. y otras potencias que observan los levantamientos, rebeliones, y protestas que estallan en Medio Oriente deberían ciertamente tener cuidado: sean cuales sean sus deseos políticos o religiosos, las poblaciones locales siempre llegan a albergar una hostilidad feroz y apasionada a la dominación extranjera y, a la hora de la verdad, elegirán la independencia y la posibilidad de libertad antes que el aumento de la producción de petróleo.
Puede que las experiencias de Irán e Iraq no sean comparables en el sentido usual con las de Argelia, Bahréin, Egipto, Iraq, Jordania, Libia, Omán, Marruecos, Arabia Saudí, Sudán, Túnez, y Yemen. Sin embargo, todos ellos (y otros países que probablemente se sumarán al tumulto) exhiben algunos elementos del mismo molde político autoritario y todos están conectados con el viejo orden petrolero. Argelia, Egipto, Iraq, Libia, Omán, y Sudán son productores de petróleo. Egipto y Jordania protegen oleoductos vitales y, en el caso de Egipto, un canal esencial para el transporte de petróleo; Bahréin y Yemen, así como Omán, ocupan puntos estratégicos a lo largo de las principales vías marítimas del petróleo. Todos han recibido una ayuda militar estadounidense sustancial y/o albergado importantes bases militares de EE.UU. Y, en todos estos países, el grito es el mismo: «El pueblo quiere la caída del régimen».
Dos de esos regímenes ya han caído, tres se tambalean, y otros están en peligro. El impacto sobre los precios globales del petróleo ha sido rápido y despiadado: el 24 de febrero, el precio de entrega de crudo North Brent, un parámetro de la industria, casi llegó a 115 dólares el barril, el mayor desde la catástrofe económica global de octubre de 2008. El West Texas Intermediate, otra constante del crudo, cruzó amenazadoramente el umbral de los 100 dólares.
Por qué los saudíes son esenciales
Hasta ahora, el productor más importante de Medio Oriente, Arabia Saudí, no ha mostrado señales obvias de vulnerabilidad, o los precios se hubieran disparado aún más. Sin embargo, la casa real del vecino Bahréin ya está en apuros; decenas de miles de manifestantes (más de un 20% de su población de medio millón) han salido repetidamente a las calles, a pesar de la amenaza de que se abriera fuego con munición de guerra, en un movimiento por la abolición del gobierno autocrático del rey Hamad ibn Isa al-Khalifa, y su reemplazo por un régimen genuinamente democrático.
Esos eventos son especialmente preocupantes para la dirigencia saudí, ya que el ímpetu por el cambio en Bahréin es dirigido por la maltratada población chií del país contra la elite suní gobernante, atrincherada en el poder. Arabia Saudí también contiene una gran población chií, aunque no mayoritaria como en Bahréin, que también ha sufrido discriminación por parte de los gobernantes suníes.
Hay ansiedad en Riad ante la posibilidad de que la explosión en Bahréin pueda extenderse a la Provincia Oriental, rica en petróleo y la única área del reino en la cual los chiíes son mayoría, desafiando así al régimen. En parte para prevenir cualquier rebelión juvenil, el rey Abdullah, de 87 años, acaba de prometer 10.000 millones de dólares en subvenciones, como parte de un paquete de cambios de 36.000 millones, en ayudas al matrimonio de los jóvenes ciudadanos saudíes, para que obtengan casas y apartamentos.
Incluso si la rebelión no llega a Arabia Saudí, el viejo orden del petróleo de Medio Oriente no puede ser reconstruido. Es seguro que el resultado será una disminución a largo plazo en la disponibilidad futura de petróleo exportable.
Tres cuartos de los 1,7 millones de barriles de petróleo que Libia produce a diario desaparecieron rápidamente del mercado al propagarse la agitación en ese país. Gran parte puede permanecer desconectado y fuera del mercado hasta un futuro indefinido. Se espera que Egipto y Túnez restauren pronto la producción, modesta en ambos países, a niveles anteriores a la rebelión, pero es poco probable que adopten el modelo de grandes sociedades conjuntas con firmas extranjeras que podrían aumentar la producción mientras diluyen el control local. Iraq, cuya principal refinería de petróleo fue muy dañada por los insurgentes sólo la semana pasada, e Irán, no dan señales de ser capaces de aumentar significativamente la producción en los años por venir.
El protagonista crítico es Arabia Saudí, que acaba de aumentar la producción para compensar las pérdidas libias en el mercado global. Pero no hay que esperar que ese modelo se mantenga eternamente. Suponiendo que la familia real sobreviva la actual vuelta de levantamientos, indudablemente tendrá que desviar una mayor parte de su producción diaria de petróleo para satisfacer los crecientes niveles de consumo interno y alimentar a las industrias petroquímicas locales, que pueden suministrar puestos de trabajo mejor remunerados a una población intranquila y en rápido crecimiento.
Entre 2005 y 2009, los saudíes usaron cerca de 2,3 millones de barriles al día, dejando cerca de 8,3 millones de barriles para la exportación. Sólo si Arabia Saudí sigue suministrando por lo menos tanto petróleo a los mercados mundiales, el mundo podrá llegar a satisfacer las necesidades mínimas de petróleo previstas. No es probable que así sea. Los miembros de la familia real saudí se han mostrado renuentes a aumentar la producción sobre los 10 millones de barriles al día, por temor a dañar sus yacimientos restantes y a causar baja en los futuros ingresos de sus numerosos descendientes.
Al mismo tiempo, se espera que el aumento en la demanda interior consuma una parte cada vez mayor de la producción neta de Arabia Saudí. En abril de 2010, el director ejecutivo de Saudi Aramco, de propiedad estatal, Khalid al-Falih, predijo que el consumo interno podría llegar al asombroso nivel de 8,3 millones de barriles diarios en 2028, dejando sólo unos pocos millones de barriles disponibles para la exportación, con lo que se asegura que, si el mundo no puede cambiar a otras fuentes de energía, habrá una escasez extrema de petróleo.
En otras palabras, si se traza una trayectoria razonable de los actuales eventos en Medio Oriente, ya se ve lo que se avecina. Ya que ninguna otra área es capaz de reemplazar al Medio Oriente como el principal exportador de petróleo del mundo, la economía petrolera se debilitará y con ella, la economía global en su conjunto.
Hay que considerar el reciente aumento en el precio del petróleo como sólo un débil y temprano temblor que anuncia el terremoto petrolero que tendrá lugar. El petróleo no desaparecerá de los mercados mundiales, pero en las próximas décadas no volverá a llegar a los volúmenes necesarios para satisfacer la demanda mundial proyectada, lo que significa que, más temprano que tarde, la escasez se convertirá en la condición dominante en el mercado. Sólo el rápido desarrollo de fuentes alternativas de energía y una dramática reducción del consumo de petróleo salvarán al mundo de las peores repercusiones económicas.
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* Michael T. Klare es profesor de estudios de Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College. Su último libro es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy (Metropolitan Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175362/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123780
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5:36 a.m.
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Crisis del Petróleo,
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