Nouriel Roubini apoya la reelección de Ben Bernanke para un segundo mandato en la Reserva Federal. En esto coincide con Paul Krugman y otros destacados economistas
Hace pocas semanas, Ben Bernanke compareció en el congreso y desencadenó un debate sobre si Obama debería volver a nombrarle presidente de la Reserva Federal cuando venza su mandato en enero. Se lo merece, porque las decisiones convencionales e inconvencionales de este erudito de la Gran Depresión han impedido que la gran recesión de 2008-2009 se convirtiese en otra Gran Depresión.
Bernanke opina que, durante la Gran depresión, el colapso en el suministro de dinero y la falta de estímulo monetario durante las contracciones empeoraron la libre caída de la economía nacional. La lección ha valido la pena. La decisión de Bernanke de mantener bajos los tipos de interés y fomentar los créditos ha prevenido, por ahora, la casi depresión en forma de "L" que parecía tan probable tras el colapso financiero del pasado otoño.
Por supuesto, el respaldo al nombramiento de Bernanke viene acompañado de muchas advertencias. Bernanke, gobernador de la Fed al principio de esta década, apoyó políticas fallidas cuando Alan Greenspan llevó el índice de los fondos federales -la tasa política establecida por la Fed como su principal herramienta de política monetaria- demasiado abajo durante demasiado tiempo, y no supervisó correctamente los préstamos hipotecarios, dando lugar a la creación de la burbuja inmobiliaria, crediticia e hipotecaria.
Tanto él como la Fed cometieron tres gravísimos errores al principio de la crisis de las hipotecas basura. Primero, defendió incansable que la recesión inmobiliaria tocaría fondo enseguida -sigue sin producirse, tres años después-. Segundo, argumentó que el problema de los créditos basura estaba contenido, cuando en realidad era un síntoma del mayor apalancamiento y burbuja crediticia de la historia americana. Y, tercero, sostuvo que el colapso del mercado inmobiliario no conllevaría una recesión, incluso si cerca de un tercio de los puestos de trabajo creados en la última recuperación económica estaban relacionados directa o indirectamente con ese sector. El análisis de Bernanke era erróneo por otros motivos de peso. Argumentó que la política monetaria no debería emplearse para controlar las burbujas de activos, y atribuyó los grandes déficits de las cuentas corrientes de Estados Unidos a una superabundancia del ahorro en China y los mercados emergentes, infravalorando el papel que desempeñaron los déficits fiscales excesivos y la acumulación de deuda de los hogares americanos y el sistema financiero.
Aun así, cuando la crisis de liquidez y los créditos sobrevinieron en el verano de 2007, Bernanke ideó un giro de 360º en la política de la Fed que evitó que la crisis se convirtiera en una cuasi-depresión. Y lo hizo, principalmente, con acciones y programas que no formaban parte del arsenal tradicional de las políticas monetarias. El índice de los fondos federales fue bajado efectivamente a cero para reducir los costes de pedir prestado dinero y evitar el colapso de la demanda de los consumidores y el gasto de capital de las empresas. Los nuevos programas fomentaron que las entidades asustadizas retomaran los préstamos.
Por primera vez desde la Gran Depresión, el papel de la Fed como prestamista de último recurso se extendió a la banca de inversión. Bernanke también introdujo un amplio abanico de programas, como el plan para mantener el funcionamiento del mercado de papel comercial -que emite préstamos a corto plazo a las empresas para que puedan cubrir sus gastos de explotación, como el pago de las nóminas-. La Fed participó directamente en el rescate de entidades financieras como Bear Stearns o American International Group. Prestó dinero a bancos centrales extranjeros para agilizar la escasez mundial de dólares e incluso se comprometió a comprar hasta 1,7 billones de dólares en bonos del Tesoro, valores de garantía hipotecaria y deuda de la agencia para reducir las tasas del mercado.
Se trata, en todos los casos, de medidas radicales que casi nunca se habían tomado antes. Algunas de esas iniciativas han dado pie a grandes preguntas: ¿Rescató la Fed a entidades que deberían haberse dejado entrar en quiebra? ¿Provocó un riesgo moral cuando los prestamistas temerarios e inversores fueron rescatados efectivamente? ¿Cómo y cuándo acabará la Fed con el exceso de liquidez que ha resultado de sus medidas? ¿Terminarán provocando estas medidas una inflación y una caída en picado del valor del dólar? ¿Ha perdido la Fed su independencia al complacer las necesidades fiscales del Gobierno, rescatando bancos e imprimiendo dinero para cubrir grandes déficits fiscales?
Pero el dato principal sigue siendo cierto: las medidas creativas y agresivas de la Fed han reducido considerablemente los riesgos de una casi depresión. Sólo por eso, Bernanke merece volver a ser nombrado, para que pueda gestionar la salida de la intervención económica más radical desde su creación, en 1913.
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