Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
martes, 11 de agosto de 2009
La crisis asiática, diez años después
Este artículo lo escribió Joseph Stiglitz en julio de 2007, al cumplirse diez años desde el estallido de la crisis asiática. Dada su gran relevancia, vale la pena recordarlo, para ver hasta que punto un mundo dominado por la política estadounidense, donde el FMI y el Banco Mundial han sido meros ejecutores, son responsables directos de la situaciòn actual.
Joseph Stiglitz
Este julio marca el décimo aniversario de la crisis financiera del este de Asia. En julio de 1997, el Baht tailandés se desplomó. Poco después, el pánico financiero se expandió a Indonesia y Corea, luego a Malasia. En poco más de un año, la crisis financiera asiática se convirtió en una crisis financiera global, con la caída del rublo de Rusia y el real de Brasil.
En medio de una crisis, nadie sabe hasta dónde caerá una economía ni por cuánto tiempo. Pero el capitalismo, desde sus inicios, ha estado signado por crisis; cada vez, la economía se recupera, pero cada crisis conlleva sus propias lecciones. De modo que diez años después de la crisis de Asia, es natural preguntar: ¿cuáles fueron las lecciones que el mundo aprendió de ellas? ¿Una crisis semejante podría volver a ocurrir? ¿Otra crisis es inminente?
Existen algunas similitudes entre la situación de entonces y la de hoy: antes de la crisis de 1997, había habido rápidos incrementos en los flujos de capital de los países desarrollados a los países en desarrollo –un incremento que se sextuplicó en seis años-. Después, los flujos de capital a los países en desarrollo se estancaron.
Antes de la crisis, algunos pensaban que las primas de riesgo para los países en desarrollo eran irracionalmente bajas. Estos observadores demostraron tener razón: la crisis estuvo marcada por las primas de riesgo en alza. Hoy, el exceso global de liquidez una vez más resultó en primas de riesgo comparativamente bajas y en un resurgimiento de los flujos de capital, a pesar de un amplio consenso de que el mundo enfrenta enormes riesgos (incluyendo los riesgos planteados por un retorno de las primas de riesgo a niveles más normales).
En 1997, el FMI y el Tesoro de Estados Unidos responsabilizaron por la crisis a la falta de transparencia de los mercados financieros. Pero cuando los países en desarrollo apuntaron con sus dedos a cuentas bancarias secretas y fondos de inversión, el entusiasmo del FMI y de Estados Unidos por una mayor transparencia disminuyó. Desde entonces, los fondos de inversión crecieron en importancia y las cuentas bancarias secretas florecieron.
Sin embargo, existen algunas diferencias importantes entre entonces y ahora. La mayoría de los países en desarrollo han acumulado masivas reservas de divisas extranjeras. Aprendieron a fuerza de golpes lo que les pasa a los países que no lo hacen, cuando el FMI y el Tesoro de Estados Unidos se entrometieron, arrebataron la soberanía económica y exigieron políticas destinadas a mejorar el reembolso a los acreedores occidentales, que sumergieron sus economías en profundas recesiones y depresiones.
Las reservas son costosas, ya que el dinero podría haber sido invertido en proyectos de desarrollo que mejorarían el crecimiento. No obstante, los beneficios de reducir la probabilidad de otra crisis y otra pérdida de independencia económica compensan por lejos los costos.
Este crecimiento de las reservas, al mismo tiempo que sirvió de garantía para los países en desarrollo, creó una nueva fuente de volatilidad global. Al perder el dólar perdió su lugar sagrado como depósito de valor bajo la administración Bush, reequilibrar estas carteras multimillonarias en dólares implica despojarse de los activos en dólares, contribuyendo al debilitamiento del dólar.
Al mismo tiempo, los países en desarrollo han pedido prestado cada vez más en sus propias monedas durante los últimos años, reduciendo así su exposición al riesgo de cambio. Para aquellos países en desarrollo que siguen fuertemente endeudados en el exterior, un incremento en las primas de riesgo casi con certeza provocaría una agitación económica, si no una crisis. Pero el hecho de que tantos países tengan grandes reservas significa que la probabilidad de que el problema derive en una crisis financiera global se reduce marcadamente.
En medio de la crisis de 1997, se generó el consenso de que existía la necesidad de un cambio en la arquitectura financiera global: el mundo necesitaba un mejor desempeño a la hora de prevenir las crisis y hacerles frente cuando ocurren. Pero el Tesoro de Estados Unidos y el FMI se dieron cuenta de que las probables reformas, por más deseables que fueran para el mundo, no eran de su interés.
Hicieron lo que pudieron para asegurar que no se produjera ninguna reforma importante durante la crisis, con la certeza de que después de la crisis el impulso para la reforma se disiparía. Tenían más razón de lo que pensaban. Después de todo, ¿quién podría haber anticipado que a Bill Clinton lo seguiría un presidente norteamericano decidido a socavar el sistema multilateral en todas sus manifestaciones?
Por ejemplo, cuando el FMI sugirió acertadamente, después de la crisis de Argentina, que era necesario implementar una mejor manera de reestructurar la deuda (un procedimiento de quiebra internacional), Estados Unidos vetó la iniciativa. Cuando la OCDE propuso un acuerdo para restringir el secreto bancario, la administración Bush también vetó esa iniciativa.
Por cierto, las dos lecciones más importantes de la crisis no han sido absorbidas. La primera es que la liberalización de los mercados de capital –la apertura de los mercados financieros de los países en desarrollo a incrementos en dinero “caliente” de corto plazo- es peligrosa. No fue casual que los únicos dos países en desarrollo importantes que no sufrieron una crisis fueran India y China. Ambos se habían resistido a la liberalización de los mercados de capital. Sin
embargo, hoy ambos están bajo presión para liberalizarse.
La segunda lección es que en un mundo altamente integrado, existe la necesidad de una institución financiera internacional creíble que diseñe las reglas del camino de manera que se mejore la estabilidad global y se promueva el crecimiento económico en los países en desarrollo. Con el FMI tan dominado por Estados Unidos (es el único país con derecho a veto) y Europa (que, por norma, nombra a su titular), durante mucho tiempo se consideró que el Fondo representaba los intereses de los acreedores internacionales. Sus fracasos en la crisis de 1997 socavaron aún más su credibilidad y su imposibilidad a la hora de hacer algo respecto de los masivos desequilibrios financieros globales que hoy representan la principal amenaza para la estabilidad financiera han subrayado sus limitaciones.
Las reformas siguen siendo necesarias –inclusive una revisión del sistema de reservas global-. Tal vez no estemos enfrentando una repetición de la crisis financiera global de 1997, pero a no confundirse, las imperfecciones en el sistema financiero global todavía pueden ser costosas, tanto en términos de prosperidad como de estabilidad global.
Enlace a texto original en Project Syndicate, The Guardian
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