La crisis arrumba iconos de la economía de EE UU, pero el billete verde goza de una mala salud de hierro
Claudi Pérez, El País
Bismarck decía que Dios favorece a los locos, a los borrachos y a los Estados Unidos de América. Pero tal vez -sólo tal vez- la parte final de esa frase se haya quedado algo anticuada. Estados Unidos, la primera potencia económica del mundo, sufre un declive fenomenal. La crisis amenaza con llevarse por delante a varios de sus símbolos: General Motors, Citigroup y los arrogantes banqueros de inversión de Wall Street se han despeñado en los dos últimos años junto con una forma de ejercer el capitalismo que se ha revelado tóxica, salvaje, casi suicida. El estallido de la burbuja inmobiliaria y el colapso del sistema financiero han llevado a Estados Unidos a una recesión histórica.
Como consecuencia de todo eso, la nueva Administración de Barack Obama se encuentra con un déficit público disparado y una economía muy debilitada. E incluso el todopoderoso dólar está en entredicho como moneda de referencia. Lo que prácticamente equivale a poner en tela de juicio la supremacía económica norteamericana: algo que se anuncia desde hace 25 años, pero que no acaba de suceder.
La quiebra de un banco de inversión en Estados Unidos provocó un pánico financiero que llegó hasta Europa, derivó en una crisis de crédito y dejó a miles de empresas sin financiación y a decenas de miles de personas sin trabajo. No, no se trata del relato de la crisis actual. Corría el año 1873 cuando el pánico causado por un banquero insaciable llamado Jay Cooke -unido a una epidemia de gripe que introduce un siniestro paralelismo adicional con la recesión que ahora atravesamos- marcó el comienzo del declive del imperio británico (y de la libra esterlina) y el inicio de la hegemonía norteamericana (y del dólar).
Sencillamente, los británicos no podían competir con el coste de la mano de obra de Estados Unidos ni con el empuje procedente del otro lado del Atlántico. Algo que recuerda peligrosamente a lo que les pasa ahora a los estadounidenses con China. Aun así, tuvieron que pasar muchos años -y una crisis morrocotuda, la de 1929- para que Estados Unidos se asentara en ese liderazgo. Y todavía algunos más -y nada menos que la Segunda Guerra Mundial- para que el dólar empezara a dominar, allá por 1945. El billete verde se impone sin discusión desde entonces.
O quizá con discusión. Reproduciendo el patrón del relevo de Estados Unidos por el Reino Unido, de nuevo hay un cambio de guardia en la economía mundial que la crisis ha exacerbado, pero que estaba ahí latente desde hace tiempo. Un movimiento tectónico que desplaza parte del poder económico hacia el Este, a la costa asiática del Pacífico. Pero el final de la hegemonía del dólar no llegará antes de 2050, según las previsiones más fiables (si es que ese adjetivo conserva su significado después de esta crisis, con la economía convertida en la ciencia del "ya veremos"). Sólo a muy largo plazo puede pensarse en algo parecido a la caída del imperio -económico- americano y del dólar. Y a largo plazo, todos muertos: algo así decía Keynes, cuya abrumadora presencia en los periódicos y en boca de los políticos de izquierdas y de derechas debe tener a su antagonista, el liberal Milton Friedman, revolviéndose en su tumba.
Pero la cosa no va de Keynes ni de Friedman. Zhou Xiaochuan, ése es el hombre. El gobernador del Banco Central chino se ha convertido en una de las figuras clave de la economía mundial, y particularmente en el tablero de ajedrez de las divisas.
Justo antes del G-20 de abril en Londres, un informe firmado por Zhou causó un revuelo considerable en los mercados financieros. Propuso reemplazar el dólar como reserva global -algo que China reiteró la semana pasada- y sustituirlo por una supermoneda controlada por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se trataría de una cesta formada por las principales divisas y materias primas, algo parecido a lo que ya hace el FMI (y una idea que ya lanzó el inevitable Keynes hace 60 años, por cierto). Zhou obtuvo eco inmediato en el presidente ruso Medvédev y en sus socios del BRIC, el acrónimo que agrupa a los cuatro grandes emergentes: Brasil, Rusia, la India y China.
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