De partida resulta relevante intentar definir lo que entendemos por mercado y moralidad. La moral podríamos definirla en términos de la reciprocidad kantiana que equivale a "no hacer a otro lo que yo no aceptaría que otros me hagan a mí". En este sentido, los bancos y banqueros que, por ley, deben cuidar los intereses de sus ahorrantes, han trasgredido un básico principio moral al especular de una manera que probablemente no habrían hecho si se tratara de recursos propios.
En cuanto al mercado, me gusta la definición clásica de Jean Baptiste Say cuando dice que en el mercado "los productos se cambian por productos". De ahí la ley de Say: la oferta crea su propia demanda. Para entrar al mercado hay que ser oferente de algo: lechugas, tomates o fuerza de trabajo. Con su oferta, el oferente se transforma en demandante de otros productos: trigo o tela. Libre mercado no es más que el acceso libre de oferentes y demandantes al proceso del intercambio.
Si se entiende la naturalidad de este proceso, el libre mercado es una instancia no sólo deseable sino también necesaria: no se puede impedir que el excedente de lechugas o tomates sea intercambiado por tela o maíz. De esta misma manera el libre mercado no debería impedir la realización de la oferta de trabajo para demandar los bienes de subsistencia.
Keynes tenía claro el problema de la acumulación capitalista mucho antes de la gran depresión de 1929. El capitalismo tiene la natural apetencia del atesoramiento que crea los sobrestock que se transmiten no vía distribución sino vía creación de desempleo. La enorme acumulación de autos de la General Motors le ha significado el despido masivo de decenas de miles de trabajadores en lo que va de los últimos meses.
La loable Ley de Say, paradigma del libre mercado, tuvo en sus antípodas la influencia exacerbada de Milton Friedman quien con su teoría del ingreso permanente trasladó todos los flujos futuros al presente. El libre mercado dejó de ser un sistema de intercambio de bienes en el presente para ostentar, vía derivados, la opción de crear las demandas futuras en un proceso determinístico bajo el cual el ingreso al mercado del trabajo genera la hipotética demanda de autos y casas en el futuro próximo. La ecuación lineal, perfecta en su contexto, no considera eventos extra-sistémicos como las crisis en la cual si se pierde el empleo se deja de demandar todo bien y se bloquea el acceso al mercado.
En este aspecto me parece un tanto distorsionada la tesis de John Rawls y debo un comentario al post de Eduardo Robredo Criaturas rawlsianas y el test de Obama aunque su post sobre La izquierda Smithiana me alentó a escribir para El Blog Salmón, Fundamentalismo y realismo en economía. Al respecto, creo que hay un error en relación al utilitarismo y su confusión frente a dos estados mentales (o fenómenos síquicos): la felicidad y la satisfacción.
Para los utilitaristas (John Stuart Mill) la felicidad es la finalidad de la vida; para la teoría económica moderna la finalidad del consumidor es la satisfacción de los deseos o maximización del consumidor.
En gran parte este dilema deriva de un error de traducción que espero dar cuenta en otro post. Por ahora, una traducción más realista del texto de Mill.
Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho, es preferible ser un Sócrates insatisfecho que un imbécil satisfecho... Cualquiera que piense que esta preferencia se hace en detrimento de la felicidad... confunde dos ideas extremadamente diferentes: la de la felicidad con la de satisfacción.
Rawls comete el error de confundir ambos términos, que corresponden a dos estados mentales diferentes. En su Teoría de la Justicia (1971) sigue la corriente de los manuales de economía donde se postula que el individuo elige entre las alternativas posibles de su restricción presupuestaria, aquella canasta de bienes que le aporta el mayor nivel de satisfacción, de acuerdo a su escala de preferencias en lo que se denomina maximizar la utilidad individual. ¿Dónde queda la maximización de la utilidad colectiva? ¿Es esto lo que trata de dirimir Adam Smith en su ejemplo de la maximización del panadero? Creo que hay un error potente en esto pues la satisfacción individual echa por tierra la felicidad colectiva de J.S. Mill que, al parecer, no interesa a Rawls. Y este error permitió la exacerbación individualista de las ideas de Friedman, que nos han llevado al colapso global que tenemos hoy.
La pregunta de Citoyen es plenamente válida pero atendiendo a qué sistema de mercado nos referimos: ¿a la idea clásica y pura de Say, o a la exégesis derivativa y corruptible de Friedman?
Quedo en deuda por el momento pues la teoría económica no se ha dirigido a la felicidad de los pueblos sino a la maximización individual. Su deriva ha sido individualista y desagregativa, excluyente y desintegradora. Espero en otros post, y en la medida que este tiempo canibal lo permita, aportar algunos elementos sobre este tema que considero de gran relevancia.
Sobre Rousseau sugiero la lectura de Los orígenes de la desigualdad
En términos de la búsqueda del Bien, todo lo humano es Perfectible (Mejor) o alternativamente corruptible (peor).
ResponderBorrarEs útil llamar Progresismo al Perfeccionamiento en la búsqueda Personal y Altruista del Bien de Todos o Bien Común.
Es útil llamar "regresionismo" a la corrupción en la búsqueda individual y egoísta del bien de unos pocos.
Por lo tanto en un escenario absolutamente regresionista y economicista cómo el presente, la economía nos corrompe absolutamente.
La actual crisis ha dado cuenta que la economía es una de las actividades más propensas a la corrupción... Fraudes bancarios, estafas financieras, titulizaciones y derivaciones al ojo con tal de sacarle la plata a alguien, etc..
ResponderBorraraltamente corruptible