domingo, 8 de junio de 2008

A propósito de la muerte de mi madre


A propósito de la muerte de mi madre quiero agradecer la numerosa cantidad de mails que he recibido de amigos, familiares, alumnos, colegas, y muchas personas que son parte de la red de este blog y se han enterado hurgando en los Vínculos Esenciales. He recibido el apoyo de amigos en México, España y Perú, entre otros, lo que ha resultado muy conmovedor.
Es difícil no detenerse a pensar en la muerte, un accidente tan radicalmente humano que es la base de la historia. Nuestra historia es trágica porque sabemos que tarde o temprano vamos a morir. Es nuestra única certeza. Y es cosa del azar quien parte primero. A veces son los padres los que entierran a sus hijos. A mí me tocó enterrar a mi madre, por cierto, mucho antes de lo que esperaba.
Mi madre era una mujer modesta, de lo que antiguamente podía llamarse "la clase media" chilena; iba a la feria de Tobalaba con Simón Bolivar, compraba en el Portofino o El Milano de Plaza Egaña, en la panadería Palermo de Larraín, en el almacén El Cairo, que estaba al frente, y que para mi adquirió notoriedad cuando fue la guerra de los seis días y uno tan chico que no entendía nada. Tengo recuerdos infinitos con mi madre, y justamente los más hermosos, los de la infancia.
Ella era de pocas palabras pero mucha acción; pocas pero fieles amistades. Me inculcó el esfuerzo, la pulcritud, el respeto al prójimo, la lealtad. Vivíamos al nororiente de la Plaza Egaña, entre Genaro Benavides y Simón Bolivar, frente a la plaza del Bombero Soto donde a los cinco años encumbré un volantín hasta darle todo el hilo del carrete. Y estuve hasta el anochecer con ese puntito en el cielo, intentando alcanzar la Luna, hasta que ella me ayudó a bajarlo.
Mi madre fue la primera que me llevó al cine. Al Huelén, en el centro, o al Egaña, en la plaza, donde veíamos las de Raphael (Cuando tú no estás, Al ponerse el sol, Digan lo que digan), que a ambos nos gustaba. Y me alegré mucho cuando pudo ir a verlo al Teatro Caupolicán, en vivo, con alguna de sus hermanas.
Son miles los recuerdos que se me agolpan en la memoria. Nunca he olvidado sus lágrimas, el 4 de diciembre de 1970, cuando veíamos por TV a Eduardo Frei Montalva entregar el mando a Salvador Allende. Recuerdo sus palabras "Se va el mejor presidente que ha tenido Chile. Ojalá a Allende lo dejen gobernar".
Sabemos lo que fueron esos 1.012 días del gobierno popular, con presiones internas y un caos mundial. Y después, el terror del Golpe, las noches, los disparos, las metrallas. Recuerdo haber vivido una época en que no sabía si regresaba vivo a casa. Y era angustiante.
Abandoné muy temprano a mi madre. A los 15 años ingresé a la Santa María en Valparaíso. Y las cosas cambiaron. La distancia, el tiempo, la vida misma. Nada volvió a ser lo que era.
Pero en 1999 fui yo el que la instó a votar en las primarias de la Concertación. ¿Puedo?, me preguntó ella y mis hermanas. Y lo hizo.
El cortejo fúnebre que salió de las Iglesia La Viña incluyó en su recorrido la casa de Joaquín Godoy donde vivió más de 40 años. Y su despedida fue con cantos, homenajes, discursos y emociones llenas de calidez y alegría. Las mismas que ella tuvo en vida y que no olvidaremos ninguno de sus hijos y nietos.

1 comentario:

  1. Marco
    mis condolencias en este momento de dolor
    Un abrazo grande y mucha fuerza

    Anibal

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