El amor requiere atención, afecto y reciprocidad: es un ciclo natural de dar y recibir. El capitalismo puede mercantilizar fácilmente los dos primeros, pero el tercero se resiste al mercado. Y precisamente por eso el sistema está tan decidido a destruirlo
Kristen R. Ghodsee, Jacobin
Cada vez que me mudo a Alemania compro una taza. Esto suele implicar un viaje a la tienda más cercana, donde compro una taza extragrande por 4€ para mi té. Las delicadas tazas europeas que encuentro en los alojamientos amueblados no tienen la capacidad que necesito. Mis criterios son sencillos: debe ser grande y resistente. No me importa cómo sea ni quién la haya fabricado. En términos marxistas, solo me preocupa su valor de uso.
Sin embargo, si quisiera parecer elegante o estar a la moda, podría comprar una taza Hermès por 125€. Beber mi infusión de jengibre en esta preciosa pieza de porcelana podría aumentar mi valor social a los ojos de los conocedores de vajillas, pero su valor de uso sigue siendo el mismo: contiene mi té. Siguiendo con la jerga del marxismo, los 121€ adicionales que, en teoría, podría pagar por la taza de Hermès representan la diferencia entre sus valores de cambio como mercancías.
Cuando Karl Marx analiza la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio, se refiere a los objetos materiales que satisfacen los deseos y necesidades humanas, que solo se transforman en mercancías cuando se comercializan en un mercado. En 1857, utilizó el ejemplo del trigo, que
posee el mismo valor de uso, ya sea cultivado por esclavos, siervos o trabajadores libres. No perdería su valor de uso si cayera del cielo como la nieve. Ahora bien, ¿cómo se transforma el valor de uso en una mercancía? [Cuando se convierte en] un vehículo de valor de cambio.
Por lo tanto, algo intrínseco al capitalismo como sistema económico es la conversión de cosas que tienen valor de uso (que, a menudo, son abundantes y gratuitas) en cosas que tienen valor de cambio, es decir, bienes escasos por los que la gente debe pagar.
Aunque no es un objeto material, el amor también tiene un valor de uso que existe fuera de las relaciones sociales de intercambio que rigen las sociedades capitalistas. La mayoría de nosotros, si no todos, hemos dado y recibido amor, a menudo desde niños en nuestras familias, donde nos sentimos cuidados y valorados por las personas que nos rodean. Dar y recibir esta emoción tan vital es tan esencial para el desarrollo humano como la comida, el agua y el refugio, por lo que es lógico que ocupe un lugar destacado en cualquier programa político para la transformación socialista. Sin embargo, si queremos desarrollar un análisis socialista y una política del amor consecuente, debemos comprender cómo nuestro sistema económico actual nos priva del tiempo y la energía necesarios para darlo y recibirlo.
Para delimitar mejor entre el valor de uso y el valor de cambio del amor, propongo que el «amor» implica al menos tres componentes distintos: atención, afecto y flujo recíproco. Todas las diferentes formas de amor —romántico, platónico, filial, espiritual, etc.— implican alguna combinación de estos tres componentes. Los tres tienen valores de uso que existen fuera del mercado, pero solo dos pueden ser directamente mercantilizables, dejando al tercero, el flujo recíproco, necesariamente fuera del ámbito del intercambio.
Para comprender cómo y por qué el capitalismo disminuye nuestra capacidad de dar y recibir amor debemos analizar la simultánea devaluación y explotación del único valor de uso que no puede convertirse en valor de cambio.
Pagar por atención
El primer componente del amor es la atención, el enfoque casi exclusivo de las capacidades cognitivas de un ser en otro sujeto u objeto. Los seres humanos anhelan la atención de los demás. Nuestro sentido fundamental de pertenencia depende del acceso a recursos de atención, y nuestro deseo por ellos es tan fuerte que la mayoría de las personas prefieren la atención negativa a la ausencia de atención. Por ejemplo, un estudio de 2015 descubrió que la marginación en el lugar de trabajo era psicológicamente peor que «los comportamientos de acoso que directamente degradan, insultan, menosprecian o humillan a alguien». Ser ignorado por los compañeros de trabajo estaba «más relacionado negativamente que el acoso con la salud física de los empleados, sus actitudes hacia el trabajo y la rotación de personal a lo largo del tiempo».
La atención tiene claramente un valor de uso, dada su importancia fundamental para el desarrollo humano. Ser visto y reconocido por los demás es una necesidad psicológica esencial, al igual que ser escuchado y validado por nuestros pensamientos y opiniones. Un estudio de 2010 descubrió que el simple hecho de que nuestro interlocutor apartara la mirada provocaba un profundo sentimiento de ostracismo que reducía la «autoestima explícita e implícita». Una investigación de 2021 reveló que los sentimientos de exclusión social incluso alteraban la percepción auditiva: las personas ignoradas experimentan subjetivamente el mundo como un lugar más silencioso.
De los tres componentes del amor que he identificado, la atención es el más fácilmente comercializable. El dinero puede comprar la atención, y vender la propia atención es una forma legítima de ganarse la vida. Los terapeutas, los coaches personales y los entrenadores personales venden bloques de su atención exclusiva. Tarotistas y videntes cobran igualmente por sesión. Los padres pagan a los cuidadores de niños para que atiendan a sus pequeños y, en Estados Unidos —siempre a la vanguardia de la mercantilización— una empresa llamada rentafriend.com permite a los usuarios comprar y vender horas de atención platónica. Incluso contratamos robots para que nos presten atención: los registros de chat de programas de IA populares como ChatGPT están repletos de escritos confesionales.
Mientras tanto, las empresas, los algoritmos y las necesidades de la vida moderna devoran grandes cantidades de nuestros recursos de atención, dejándonos con poco que podamos disponer a nuestra discreción. Nuestros trabajos requieren toda nuestra atención durante la mayor parte de las horas que estamos despiertos. Las plataformas de redes sociales capturan nuestra atención restante y luego la venden a los anunciantes, dejándonos agotados. A medida que nuestro sistema económico agota nuestra capacidad de concentrar la atención, esta se vuelve cada vez más escasa, lo que aumenta su valor de cambio. Al final de otro día agitado en este capitalismo tardío, incluso los padres más generosos pueden llegar a ignorar a sus hijos. Los amigos dejan a sus amigos en «visto». Los amantes se ignoran mutuamente.
Si nos acostumbramos a pensar en la atención como algo que podemos comprar, también nos volvemos menos propensos a compartir (de forma gratuita) los escasos recursos de atención que nos quedan. Investigadores de la Universidad de Harvard señalan una «recesión de la amistad», ya que el aumento del coste de la vida obliga a las personas a pasar más tiempo en el trabajo y menos horas socializando. Mientras tanto, muchas mujeres estadounidenses (el 26%, según un estudio reciente) se muestran reacias a salir con hombres que no están en terapia, lo que es otra forma de decir que las mujeres desean compartir la carga de atención que imponen las relaciones románticas con los hombres, cuyos propios mundos sociales se están reduciendo a medida que sus amigos dedican su atención a otras cosas.
A medida que los miembros más ricos de la sociedad compran los recursos de atención de los demás, ya sea empleándolos como trabajadores o diseñando distracciones lucrativas para ellos como consumidores, asistimos al crecimiento de una clase baja de personas que disfrutan de poca o ninguna atención, lo que alimenta la epidemia mundial de aislamiento social. Según un informe de 2025 de la Organización Mundial de la Salud, una de cada seis personas en todo el mundo experimenta soledad, una falta de conexión social que representa casi 900 000 muertes adicionales al año.
Afecto y flujo recíproco
Otro componente importante del amor es el afecto, una categoría amplia que puede abarcar el sexo, el contacto físico, el consuelo, las palabras amables, los cumplidos y cualquier acción que exprese ternura, pasión, preocupación o devoción. En su famoso estudio de 1958 The Nature of Love, el psicólogo estadounidense Harry Harlow observó a monos rhesus bebés a los que se les proporcionaron dos madres sustitutas inanimadas, la primera hecha de alambre que dispensaba leche y la segunda cubierta de tela suave pero sin leche. Harlow descubrió que los monos bebés deseaban lo que él llamaba «contacto reconfortante» más que comida. Más recientemente, los antropólogos biológicos sugieren que el contacto humano básico puede ayudar a mitigar el estrés fisiológico asociado a entornos extremos, como la baja gravedad, las grandes altitudes o el frío y el calor excesivos. A medida que la crisis climática desafía aún más los límites de la biología humana, el afecto no hará más que aumentar su valor de uso.
Pero, al igual que la atención, las unidades de afecto se convierten fácilmente en mercancías. En sociedades donde el costo de vida supera el salario promedio, el exceso de trabajo y la ansiedad dejan a las personas sin tiempo y agotadas, acumulando sus reservas de afecto para los momentos más indispensables de autocuidado. Si vamos a cocinarle a alguien su comida favorita, será a nosotros mismos. La competencia implacable y la inestabilidad económica nos agotan. A medida que el afecto se vuelve escaso, su valor de cambio aumenta, y más trabajadores eligen racionalmente vender su afecto como una forma de fuerza de trabajo, especialmente cuando los salarios medios son bajos.
Un ejemplo claro es el trabajo sexual, que existía mucho antes de la llegada del capitalismo, pero que hoy en día adopta una gran variedad de formas más creativas, desde las webcams hasta el findom [dominación financiera]. Pero el dinero también compra otros tipos de afecto. Los empresarios japoneses pagan a las mujeres de los clubes de alterne para que se sientan deseadas y apreciadas a través de cumplidos personalizados. La riqueza también puede comprar un suministro constante de formas profesionalizadas de contacto humano: masajes terapéuticos, reflexología podal, tratamientos de spa, servicios de belleza, etc. A medida que el 1% llena sus agendas con formas compradas de mimos, el afecto en sí mismo se convierte en un bien de lujo, que se acumula, se intercambia y se exhibe, un tótem del éxito personal en un sistema económico en el que todo tiene un precio.
En las relaciones amorosas, compartir la atención y el afecto está ligado a un tercer componente que denomino «flujo recíproco», un ciclo natural de dar y recibir. Se trata de una dinámica generativa y productiva: cuanta más atención y afecto recibimos, más nos sentimos inspirados para dar, y viceversa. Esto lo encontramos en todas partes en la naturaleza, como tan bellamente plasma en sus escritos la botánica potawatomi Robin Wall Kimmerer. La tierra nutre a los árboles, que dejan caer sus hojas y frutos para nutrir la tierra. Las abejas recogen el néctar de las plantas con flores, polinizándolas y asegurando su supervivencia. Los seres humanos inhalan oxígeno y exhalan dióxido de carbono, mientras que las plantas inhalan dióxido de carbono y exhalan oxígeno. Ecosistemas enteros dependen de los ciclos constantes del dar y recibir.
El valor de uso del flujo recíproco se deriva de cómo dirige de forma natural estos delicados ecosistemas y permite la cooperación tanto intra como interespecífica y el mantenimiento del equilibrio en todo el sistema. En sus viajes por Siberia, el geógrafo ruso Piotr Kropotkin se maravilló de cómo diferentes animales colaboraban para garantizar su supervivencia mutua en un clima implacable. De manera similar, los investigadores descubrieron que los niños humanos participan en comportamientos altruistas entre especies; ayudan a los perros incluso cuando no hay esperanza de reciprocidad.
Gran parte del amor que he sentido por mis propios compañeros caninos a lo largo de los años proviene del flujo recíproco de afecto y atención que circula entre nosotros. Un estudio de 2024 reveló que los veteranos del ejército estadounidense informaron de «una reducción significativa de la gravedad de los síntomas del trastorno de estrés postraumático, la ansiedad y la depresión» cuando se les asignaban perros de servicio. Mi universidad lleva perros de terapia al campus durante los exámenes para reducir el estrés de los estudiantes. Los estudios demuestran que acariciar a un perro es tan placentero para quien acaricia como para quien es acariciado. Un perro no te devolverá las caricias, pero el acto crea una energía de afecto mutuo, un aura de amor.
Estamos todos juntos en esto
Flujo recíproco no es lo mismo que reciprocidad. La reciprocidad sugiere una hoja de cálculo en la que cada parte lleva la cuenta del equilibrio entre lo que da y lo que recibe. El flujo recíproco permite desequilibrios a corto plazo porque se produce dentro de relaciones que persisten en el tiempo y en estrecha proximidad. Mis perros y yo hemos compartido un flujo recíproco porque hemos vivido juntos la misma rutina diaria durante muchos años; nuestra familiaridad creció a la par que la intensidad y la longevidad de nuestra conexión.
Del mismo modo, la paternidad requiere cierta aceptación de este estado de flujo recíproco. Los niños pequeños exigen una cantidad excepcional de atención y afecto, pero muchos padres también sienten un profundo sentido de propósito y satisfacción al compartir libremente estos recursos (de lo contrario, nuestra especie no habría sobrevivido). Este estado de flujo recíproco se sustenta en la expectativa compartida de que las relaciones entre generaciones perdurarán durante décadas.
Una gran conversación es un microcosmos de flujo recíproco. Implica actos espontáneos de pensar, hablar, escuchar y responder en un intercambio fluido en el que nadie domina. Compartimos historias, novedades, ideas, observaciones y pedimos u ofrecemos simpatía, perspicacia y consejos sin tener en cuenta su posible valor de intercambio.
En el ámbito creativo, las jam sessions de jazz y el baile de salón amateur se basan en la alegría compartida del flujo recíproco. En los muchos meses de verano que he vivido en Friburgo de Brisgovia, siempre me detengo a admirar a los que están en el Tanzbrunnen, cerca de la cafetería de la universidad. En la fuente al aire libre que los aliados bombardearon hasta destruirla en la Segunda Guerra Mundial, parejas de todas las edades se reúnen en las cálidas noches para bailar juntos bajo las estrellas solo por diversión. Del mismo modo, en un reciente viaje a Escocia viví mi primera experiencia con un ceilidh, donde un grupo variado de personas lleva sus instrumentos para tocar juntos sin partituras ni repertorios preestablecidos. Es una mezcla ruidosa y alegre de canciones y sonidos, en la que los músicos improvisan entre ellos por el simple placer de tocar melodías tradicionales escocesas.
Incluso en los niños, la etapa más alta y la forma más importante de juego se denomina «juego cooperativo» o «juego recíproco». Piensa en aquellos largos días de la infancia en los que compartías mundos imaginarios con tus compañeros de juego, perdiendo la noción del tiempo en espacios de fantasía construidos mutuamente. Los juegos de rol, los disfraces y la narración colaborativa se basan en estados naturales de flujo recíproco entre la imaginación de los jóvenes. Estas actividades enseñan a los niños a leer las señales emocionales de los demás y a aprender a responder de forma espontánea. Los psicólogos infantiles reconocen que participar en largas sesiones de juego recíproco es esencial para nuestro desarrollo cognitivo. Perderse en estados compartidos de flujo recíproco es la forma en que aprendemos los comportamientos prosociales sobre los que se construyen nuestras sociedades.
Albert Einstein llevó este argumento aún más lejos en su memorable ensayo ¿Por qué el socialismo?, en el que proponía que los individuos y la sociedad existen en un estado constante de flujo recíproco:
El individuo es capaz de pensar, sentir, esforzarse y trabajar por sí mismo; pero depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual y emocional— que es imposible pensar en él o comprenderlo fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que proporciona al hombre alimento, ropa, un hogar, las herramientas de trabajo, el lenguaje, las formas de pensamiento y la mayor parte del contenido del pensamiento; su vida es posible gracias al trabajo y los logros de los muchos millones de personas del pasado y del presente que se esconden detrás de la pequeña palabra «sociedad».
Cuando se trata de la amistad y el amor romántico, entramos naturalmente en estados de flujo recíproco con otras personas como resultado de la longevidad y la proximidad. Las razones para entrar en este flujo pueden variar (atracción física, compromisos políticos similares, intereses intelectuales afines, etc.), pero el flujo recíproco de atención y afecto crece más allá del impulso inicial. A diferencia de lo que ocurre con las mascotas y la mayoría de los niños, estas relaciones adultas se sienten más precarias porque en cualquier momento una de las partes puede retirarse repentinamente del flujo.
Cuando estas relaciones se tambalean, puede ser porque al menos una de las partes ha abandonado el estado de flujo recíproco por una forma de intercambio mucho más calculada. El narcisismo, la codicia, el resentimiento, el trauma, la paranoia o cualquier otra condición psicológica pueden inhibir la capacidad de mantener un ritmo natural de dar y recibir. Y algunas otras personas, claro, son simplemente imbéciles.
El amor no se vende
La importancia del flujo recíproco en nuestra experiencia del amor queda aún más demostrada por las numerosas representaciones que se hacen de él en la música, el arte, la literatura y el cine. La trama de casi todas las comedias románticas o películas sobre mejores amigos gira en torno a personas que encuentran a su alma gemela, aquellas con las que más fácilmente entran en este estado de flujo. Pueden aparecer otros pretendientes más ricos o más atractivos, pero el «amor verdadero» casi siempre se basa en una conexión especial e irremplazable.
Las demostraciones de flujo recíproco también pueden comercializarse, con espectadores ansiosos por presenciar el flujo recíproco en tiempo real. La comedia improvisada es un excelente ejemplo, al igual que los deportes en los que los atletas triunfan trabajando en equipo con sus compañeros. Aunque las ceilidhs a las que asistí en Inverness eran gratuitas, tanto para participar como para verlas, el público a veces compraba cervezas para los músicos o echaba monedas en un cubo para propinas.
Sin embargo, a diferencia de la atención y el afecto, el flujo recíproco no se puede mercantilizar. Asignar un valor de intercambio al flujo recíproco niega su esencia como ciclo natural y rítmico de dar y recibir sin la expectativa inmediata de un retorno de la inversión. Es como ver a alguien con un cartel que dice «Abrazos gratis» en una mano mientras agita una lata de donativos en la otra. Ya no son «gratis» si se solicita alguna forma de pago. Mientras que los valores de uso del afecto y la atención permanecen al menos en cierta medida intactos, ya sea que se compartan libremente, se vendan o caigan del cielo como la nieve, el flujo recíproco pierde su valor de uso una vez que se introduce en el mercado. Se basa en la generosidad, en compartir recursos afectivos por cuidado y no por interés propio. El mero hecho de intentar mercantilizar el flujo recíproco lo mata.
Esto supone un problema para el capitalismo. Los capitalistas quieren reconocer el valor del flujo recíproco e incluso pueden estar de acuerdo en que no se le puede asignar un valor de cambio. Por ejemplo, los conservadores familiares y los ideólogos de derecha que, por lo demás, valoran los mercados privados, reconocen que los niños pequeños necesitan experimentar una gran cantidad de afecto, atención y flujo recíproco para desarrollar sus habilidades sociales y cognitivas.
Pero los tradicionalistas afirman que proporcionar atención y afecto a los niños pequeños solo debe lograrse a través del estado de flujo recíproco, y que facilitar este estado es responsabilidad inherente de los padres, especialmente de las madres, que deben hacerlo por un amor «natural» y biológicamente arraigado hacia sus propios hijos.
Aunque hay numerosas pruebas que revelan que los bebés y los niños pequeños pueden ser bien cuidados y establecer vínculos seguros con una amplia variedad de adultos que los cuidan (ya sean remunerados o no), la idealización omnipresente del «vínculo especial» entre la madre y el niño tiene el efecto de excluir el trabajo de cuidado de las mujeres de la economía productiva. En una sociedad en la que todo tiene un precio, las cosas que siguen siendo «invaluables» son, sospechosamente, aquellas de las que se benefician las élites.
Por otro lado, en el capitalismo también existe un impulso por disminuir el valor de uso de las cosas que se resisten a la mercantilización. A medida que nos hacemos adultos, las sociedades altamente individualistas nos enseñan a temer los riesgos de caer en estados de flujo recíproco porque otros podrían aprovecharse de nosotros. Tu amabilidad se interpretará como debilidad. Los estudios internacionales muestran niveles sorprendentemente divergentes de confianza social.
Los estados de bienestar más consolidados y extendidos se correlacionan con niveles más bajos de desconfianza. Por ejemplo, la séptima oleada de la Encuesta Mundial de Valores, realizada entre 2017 y 2022, preguntó a los encuestados: «En términos generales, ¿diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que hay que tener mucho cuidado al tratar con ellas?». La mayoría de los alemanes y estadounidenses respondieron que «hay que tener mucho cuidado» al tratar con otras personas: el 54,5% en Alemania y un abrumador 62,5% en Estados Unidos, frente a solo el 25,8% de los encuestados en Dinamarca y el 26,9% en Noruega.
En sociedades capitalistas despiadadas con altos niveles de desigualdad, aprendemos a protegernos de aquellos que toman pero rara vez dan. Se nos anima apresuradamente a alejarnos de las amistades «tóxicas» y a romper con las parejas «necesitadas». En un mundo en el que la atención y el afecto tienen un precio tan alto, es una tontería compartirlos libremente.
El amor más allá del capitalismo
Las sociedades más justas e igualitarias que dan prioridad al bienestar de los ciudadanos crean las condiciones necesarias para el flujo recíproco. Se necesita tiempo y proximidad para entrar en un flujo recíproco con los demás, para dejar atrás la mentalidad contable que hemos aprendido y volver a unirnos a un ciclo de dar y recibir sin contabilizar los costes y los beneficios. Por eso solemos tener grandes conversaciones con nuestras familias y viejos amigos. Ya no nos preguntamos «¿Qué puede hacer esta persona por mí?» o «¿Qué ha hecho por mí últimamente?». Confiamos en que el flujo se equilibrará con el tiempo. Pero el tiempo es escaso y, bajo el estrés constante de los mercados inestables, la proximidad puede alimentar la tensión más que la conexión.
El flujo recíproco es un componente clave del amor, pero el capitalismo lo está venciendo. Incluso los miembros más ricos de nuestra sociedad notan su declive. Los ricos compran una cantidad infinita de atención y afecto de otras personas, pero ninguna cantidad de dinero puede comprar esa experiencia de estar completamente inmerso en un ciclo natural de dar y recibir sin transacciones, porque es, en esencia, sin transacciones. Los socialistas lo han entendido desde el principio.
En el Manifiesto comunista, Marx y Engels escribieron que el sistema burgués crea una sociedad en la que «no existe otro vínculo entre los hombres que el interés propio desnudo, que el pago en efectivo». El capitalismo ahoga toda emoción humana genuina en el «cálculo egoísta» y reduce «el valor personal al valor de cambio». En consecuencia, «todo lo que es sagrado se profana»; nuestras experiencias más íntimas y valiosas se llevan al mercado y se les asigna un precio.
En 1923, Alexandra Kollontai escribió sobre el «frío de la soledad interior» que sienten las personas en economías donde la propiedad privada distorsiona nuestros ideales colectivos de amor. Imaginó un futuro socialista en el que las personas disfrutarían de tal abundancia de flujo recíproco que la pérdida de cualquier flujo específico se sentiría menos devastadora.
Albert Einstein también era consciente de que las personas podían desconfiar del flujo recíproco natural entre los individuos y la sociedad. Sugirió que una persona puede no ver esto como «un activo positivo, como un vínculo orgánico, como una fuerza protectora, sino más bien como una amenaza a sus derechos naturales, o incluso a su existencia económica». En cambio, las personas que trabajan duro bajo un sistema en el que los valores de cambio se elevan por encima de los valores de uso son «sin saberlo, prisioneras de su propio egoísmo; se sienten inseguras, solas y privadas del disfrute ingenuo, sencillo y sin complicaciones de la vida».
Si viviéramos en una sociedad más equitativa, con mayores niveles de seguridad social y tiempo para el ocio, ganaríamos una mayor capacidad para un flujo recíproco genuino. La diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio de la atención y el afecto se reduciría. Esto no quiere decir que no deban comercializarse en absoluto; al menos por ahora, demasiadas personas dependen de su venta para su sustento básico, y estos trabajadores deben organizarse para mejorar sus condiciones laborales como cualquier otro.
Pero también debemos pensar en grande. Un estado de bienestar más sólido y una mejor protección de los trabajadores facilitarían el flujo recíproco, pero esto por sí solo no trascenderá las estrictas limitaciones que siglos de capitalismo han impuesto a la forma en que nos amamos a nosotros mismos y a los demás. Necesitamos una nueva política del amor, una que se resista activamente a la lógica de la acumulación y el lucro mediante una renovada aceptación de la alegría, la compasión, la conexión y la solidaridad.
Este tipo de amor ilimitado y no alienado solo será posible después del capitalismo, un sistema de escasez que genera desconfianza y que está fundamentalmente en contradicción con la generosidad de la que depende el amor. Debemos luchar por un mundo nuevo en el que todos tengamos los recursos para compartir el tiempo y la proximidad necesarios para disfrutar de los placeres ingenuos, sencillos y poco sofisticados del ciclo natural de dar y recibir.

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