La política socialista del siglo XXI no puede basarse en los mismos principios que la guiaron a inicios del siglo XX. En lugar de tratar de acelerar el tren capitalista, debemos orientar nuestros esfuerzos a tirar del freno de emergencia
Estefanía Martínez, Jacobin
¿Qué son las crisis? ¿En qué se diferencian de otros eventos repentinos como las catástrofes que causan trastornos y devastación? ¿Y qué revelan sobre la naturaleza del sistema capitalista? Estas son algunas de las preguntas clave que aborda Ståle Holgersen en su libro Against the Crisis: Economics and Ecology in a World on Fire, publicado por Verso en 2024.
El argumento central de Holgersen es que las crisis son paroxismos sociales; acontecimientos repentinos y a menudo violentos que, aunque parecen impredecibles o espontáneos, en realidad tienen su origen en la dinámica sistémica del propio capitalismo. Esta dinámica se deriva de la irracionalidad de un sistema económico impulsado por la búsqueda incesante del beneficio. En este sentido, las crisis funcionan como mecanismos a través de los cuales el capitalismo libera la presión de sus contradicciones internas.
Sin embargo, paradójicamente, las crisis también están sujetas a procesos de racionalización, es decir, pueden ser interpretadas, gestionadas y explotadas estratégicamente por la clase dirigente. Así, un argumento central de la obra de Holgersen es que las crisis son expresiones estructurales de las contradicciones internas del capitalismo —surgen desde dentro del sistema— y, al mismo tiempo, representan oportunidades estratégicas para la clase dominante.
En este sentido, las crisis no solo parecen amenazar el orden establecido, sino que también sirven para estabilizar y reproducir el mismo sistema que parecen poner en peligro. En consecuencia, las clases dominantes pueden movilizar las crisis como instrumentos para la consolidación y reproducción de su hegemonía política, económica e ideológica.
Contradicción y reestructuración
La primera idea de este argumento está profundamente arraigada en las teorías marxistas sobre la crisis. Según Marx, las crisis son momentos de fluctuaciones profundas y a menudo violentas en los precios de las mercancías, que dan lugar a «interrupciones, grandes trastornos e incluso catástrofes en el proceso de reproducción» (Marx, 1991, 213). Marx observó que el capitalismo es un sistema intrínsecamente propenso a las crisis, ya que los mismos procesos que reducen el valor de las mercancías aumentan simultáneamente la plusvalía que estas incorporan (Marx 1976, 437; citado en Heinrich 2013, 212). Se refirió a esto como la tendencia a la caída de la tasa de ganancia (TRPF, por sus siglas en inglés).
Gran parte de la literatura marxista sobre la crisis se ha basado en esta tesis para explicar la aparición periódica de crisis económicas. Sin embargo, como han señalado los críticos de esta tesis, existen tendencias contrarias que pueden mitigar, posponer o incluso revertir temporalmente la caída de la tasa de ganancia (Heinrich 2013, 45). Uno de estos mecanismos, como argumentó Harvey (1989) en su famosa obra Limits to Capital, es la «solución espacial», que permite la reubicación del capital excedente a nuevos espacios geográficos donde puede volver a ser rentable.
En lugar de adherirse estrictamente a cualquiera de las principales tesis marxistas sobre la crisis, Holgersen sigue la línea del análisis de Harvey y utiliza las crisis como ventanas analíticas a través de las cuales es posible examinar tanto las tendencias que conducen a la caída de la tasa de ganancia como las tendencias compensatorias que permiten convertir las crisis en instrumentos de poder de clase, herramientas para restaurar la acumulación a pesar de sus devastadoras consecuencias sociales y ecológicas.
Sostiene que las crisis de 1973, 1979, 1981, 1990 y 2008 representaron tanto la causa como la solución de la siguiente. En otras palabras, las contradicciones del capitalismo nunca se resolvieron, sino que se reconfiguraron y transformaron en oportunidades para reestructurar el sistema, allanando el camino para nuevas rondas de acumulación y profundizando al mismo tiempo su inestabilidad inherente. Por lo tanto, cada crisis representa no una ruptura, sino un mecanismo de renovación que permite al capitalismo perpetuarse desplazando y externalizando sus contradicciones.
Crisis económicas y crisis ecológicas
Desde esta perspectiva también puede entenderse la crisis de la COVID-19. Esta crisis ejemplificó los efectos acumulativos de la trayectoria histórica de las crisis y exacerbó las vulnerabilidades estructurales producidas por las respuestas neoliberales a la crisis de sobreacumulación de la década de 1970.
La pandemia puso al descubierto décadas de austeridad, privatización y producción globalizada que socavaron sistemáticamente los sistemas de salud pública. Sin embargo, esta no fue una crisis económica en sus orígenes, ya que fue desencadenada por la propagación mundial del virus de la COVID. En este sentido, esa crisis estuvo profundamente arraigada en la relación contradictoria entre el capitalismo y la naturaleza, lo que ilustra cómo la expansión de las fronteras de extracción y el aumento de la brecha metabólica pueden perturbar gravemente los sistemas ecológicos y generar crisis económicas y sociales. Por tanto, Holgersen hace énfasis en la importancia de distinguir entre crisis económicas y ecológicas en el capitalismo.
Las crisis económicas y ecológicas operan en temporalidades fundamentalmente distintas. Las crisis económicas, argumenta, son cíclicas y, al menos temporalmente, solucionables o postergables mediante la intervención estatal, la innovación financiera o la expansión espacial. Las crisis ecológicas, por el contrario, se desarrollan en escalas temporales geológicas y biológicas de largo plazo y sus efectos son no solamente acumulativos sino también impredecibles e irreversibles.
Si bien «la crisis económica es al mismo tiempo la crisis en sí misma y la solución a la crisis», la crisis ecológica es una crisis que puede representar la «posible desaparición de nuestras sociedades tal y como las conocemos» (Holgersen 2024, 73). Las crisis ecológicas se derivan de lo que Marx denominó el «metabolismo social» [Stoffwechsel] entre los seres humanos y la naturaleza, es decir, los procesos materiales que los unen en la producción y la reproducción (Holgersen 2024, 52-53).
La alteración de este metabolismo por parte del capitalismo ha producido una brecha metabólica cada vez mayor, que se manifiesta con mayor claridad en fenómenos como el cambio climático. El uso intensificado de fertilizantes sintéticos en la agricultura y la dependencia excesiva de los combustibles fósiles para sostener una acumulación implacable han acelerado la ruptura de los sistemas ecológicos.
A diferencia de las crisis económicas, las consecuencias del cambio climático son en gran medida irreversibles; no se manifiestan de forma gradual, sino a través de perturbaciones repentinas y sistémicas —olas de calor, sequías, inundaciones y pandemias— que reflejan la creciente inestabilidad del propio sistema terrestre.
Sin embargo, como advierte Holgersen, es poco probable que incluso una perturbación ecológica tan profunda provoque el colapso del capitalismo. El capital ha demostrado históricamente una extraordinaria capacidad para adaptarse y seguir acumulándose, incluso en condiciones de degradación ecológica y desestructuración social. En este sentido, Holgersen cuestiona las tesis aceleracionistas que anticipan la autodestrucción del capitalismo bajo el peso de sus contradicciones internas haciendo eco de la crítica de Walter Benjamin a la metáfora de Marx de las revoluciones como «locomotoras de la historia».
Marx consideraba que las revoluciones tienen la capacidad de revertir el orden existente, sin embargo, la historia ha demostrado que las crisis como las locomotoras suelen servir más para reforzar y estabilizar las relaciones capitalistas que para trascenderlas. Desde esta perspectiva, Holgersen sostiene que ni el progreso tecnológico ni la modernidad, por sí mismos, darán paso a un futuro poscapitalista. Más bien representan al capitalismo en su forma más intensificada. Dicho esto, Holgersen se muestra escéptico respecto al decrecimiento como alternativa viable, sugiriendo que, si bien ofrece una crítica convincente del productivismo, a menudo pasa por alto la inmediatez de las necesidades materiales, especialmente en sociedades donde la subsistencia básica sigue siendo precaria (Holgersen 2024, 258).
El autor hace una crítica de los enfoques keynesianos y poskeynesianos para la gestión de la crisis. En esencia, sostiene que el enfoque keynesiano está profundamente arraigado en el pensamiento económico liberal, es decir, en la creencia de que los mecanismos de mercado y la empresa privada constituyen los principales motores del crecimiento económico y el bienestar social, y que la intervención del Estado debe servir principalmente para estabilizar, más que para transformar, la dinámica capitalista.
En teoría, la reformas propuestas por el keynesianismo dan por sentadas las relaciones sociales capitalistas, por tanto se guían por el imperativo de la rentabilidad (Holgersen 2024, 246, 254). En la práctica, el keynesianismo propone una forma de gobernanza de la crisis la cual busca gestionar las contradicciones del capital en lugar de trascenderlas (Holgersen 2024, 247). No obstante, existen variantes más progresistas del keynesianismo, como el Green New Deal, que aboga por una mayor intervención económica estatal para hacer frente al cambio climático y reducir las desigualdades sociales mediante políticas que promuevan las energías renovables y creen puestos de trabajo.
Dinámicas de clase de la crisis
Esto nos lleva a la segunda dimensión de la tesis del autor, que se centra en la movilización estratégica de las crisis por parte de la clase dominante. A este respecto, Holgersen sostiene que las crisis no son meras perturbaciones del orden capitalista, sino que también son mecanismos clave a través de los cuales la clase dominante asegura su propia reproducción. Basándose en las teorías marxistas del Estado —en particular en la concepción del Estado como expresión institucional de los intereses de la clase dominante—, Holgersen destaca que las respuestas políticas y sociales a las crisis suelen configurarse para mantener las estructuras de poder existentes.
La clase capitalista y el poder político dependen mutuamente el uno del otro para el funcionamiento del orden dominante. Y el orden dominante debe mantenerse para que «tanto la clase capitalista como los Estados existentes puedan reproducirse» (Holgersen 2024, 173). Sin embargo, esta dependencia mutua está mediada por lo que Poulantzas denominaba la «autonomía relativa» del Estado, es decir, la autonomía relativa del poder político frente al poder económico.
Es precisamente esta autonomía relativa la que confiere a las crisis su doble carácter: su apertura como momentos de transformación potencial y sus límites, ya que las respuestas siguen estando condicionadas por los parámetros de las relaciones de clase y las estructuras estatales existentes (Holgersen 2024, 174-175). Dado que la responsabilidad de gestionar las crisis recae normalmente en el Estado nacional, las respuestas políticas y sociales tienden a estar determinadas —o manipuladas— por los intereses de la clase dominante.
En este marco, el fascismo surge como una de las respuestas políticas más extremas a la crisis: una estrategia autoritaria para restaurar el orden capitalista cuando los mecanismos convencionales de reproducción resultan insuficientes. Lejos de ser una aberración histórica, el fascismo representa un modo en el que el capitalismo se reproduce a través de la crisis, especialmente en momentos en los que la inestabilidad sistémica amenaza con superar la capacidad de autorrenovación del sistema (Holgersen 2024, 198, 204).
De esta manera, el autor revela el carácter de clase de la crisis. Dado que la crisis climática ha sido causada en gran medida por una clase capitalista predominantemente blanca del Norte Global y afecta desproporcionadamente a las poblaciones del Sur Global, Holgersen sostiene que la lucha de clases actual en el capitalismo es entre una clase capitalista (principalmente blanca) en el Norte Global y una clase trabajadora (principalmente no blanca) definida en términos generales en el Sur Global (Holgersen 2024, 195-196).
Este enfoque bastante voluntarista de la crisis, basado en un análisis sociológico de clase, contrasta fuertemente con las teorías marxistas clásicas de la crisis, que interpretan las crisis como el resultado de los imperativos contradictorios de la valorización del capital (la expansión del valor como proceso objetivo) y no como el resultado de estrategias conscientes de determinados grupos sociales (véase Clarke 1991). Para Holgersen, sin embargo, reconocer la dinámica de clase de las crisis es esencial para resistirlas y detener el motor que impulsa al sistema capitalista hacia la acumulación sin fin.
Tirar del freno de emergencia
Reconocer los efectos diferenciados de las crisis en las clases sociales —el desarrollo geográfico desigual de la crisis— implica cuestionar la noción burguesa del progreso como solución a las desigualdades sociales, uno de los pilares del pensamiento desarrollista de la posguerra. En este sentido, Holgersen sostiene que la política socialista del siglo XXI no debe basarse en los mismos principios que guiaron la política socialista a inicios del siglo XX.
En lugar de tratar de acelerar el tren capitalista, la política socialista debe aspirar a tirar del freno de emergencia. Como escribe Holgersen: «El tren capitalista nunca se detendrá por sí solo ni acelerará hacia el socialismo. Se precipitará por el acantilado si no tiramos del freno de emergencia» (Holgersen 2024, 163).
Resistir las crisis requiere algo más que acuerdos tecnocráticos o «pactos» políticos, insiste. Requiere del desarrollo de luchas sostenidas y movimientos sociales transformadores capaces de desafiar los fundamentos estructurales del orden socioeconómico existente, integrando tanto las luchas en el lugar de trabajo como las que se producen fuera de la fábrica, incluidas las luchas por el medio ambiente.
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Referencias:
- Clarke, S. (1991). Value, Class and the Theory of Society. In: Marx, Marginalism and Modern Sociology. Palgrave Macmillan, London. https://doi.org/10.1007/978-1-349-21808-0_4
- Harvey, David (1989). Justice, nature and the geography of difference. Oxford: Blackwell Publishers Inc.
- Heinrich, Michael (2013). “The ‘fragment on machines’: a Marxian misconception in the Grundrisse and its overcoming in Capital”. In Bellofiore, R.; Starosta, G. and Thomas, P. (Ed) In Marx’s Laboratory. Leiden: Brill Academic Publisher.
- Marx, Karl (1991). Capital, Vol. 3, Penguin, Harmondsworth.
Nota: Este artículo es una reseña de Against the Crisis: Economy and Ecology in a Burning World, de Holgersen, Ståle (Verso Books, 2024).

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