sábado, 18 de octubre de 2025

Controlar la narrativa, controlar el poder


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Sin perder tiempo, quizá por la certeza de que Donald Trump exige inmediatez y cambia de opinión si no ve progresos en sus proyectos, Rusia, Estados Unidos y Hungría han comenzado ya a preparar la cumbre con la que el presidente de Estados Unidos quiere conseguir el final de “esta ignominiosa guerra”. Ayer, Vladimir Putin mantuvo una conversación telefónica con su homólogo húngaro, Víktor Orbán, posiblemente el europeo más feliz de que el encuentro vaya a producirse en su territorio, un país miembro de la OTAN y de la UE, pero que se ha desmarcado políticamente del discurso oficial. Hungría, como Eslovaquia, ha ejercido cierta resistencia a las sanciones para finalmente aprobar todos y cada uno de los paquetes de medidas coercitivas contra Moscú que ha presentado Bruselas, pero se ha desmarcado especialmente en lo respectivo a la diplomacia. Como presidente de turno de la Unión Europea, Orbán llegó a viajar a Kiev y Moscú con el objetivo de presentar su candidatura a ejercer la mediación, una actuación personalista y más dirigida a la propaganda, pero que fue duramente condenada por las autoridades comunitarias, instaladas en la vía militar y en el apoyo a Ucrania mientras sea necesario. De celebrarse finalmente en Budapest, la llegada de Vladimir Putin sería el primer viaje del presidente ruso a la UE desde 2019. Sin embargo, la cumbre requiere de una preparación previa innecesaria en el primer encuentro de Trump y Putin en Alaska, un territorio que comparte frontera con la Federación Rusa. Se supone que esa negociación previa comenzara ayer con los contactos entre Sergey Lavrov y Marco Rubio, que según el acuerdo entre sus presidentes, han de reunirse, aparentemente también en Budapest, para gestionar la reunión entre Putin y Trump. Esa reunión podría aclarar el tono en el que va a producirse, el orden del día y, sobre todo, cuál será la ruta de vuelo que vaya a tomar el avión presidencial ruso, que tendrá que atravesar varios países de la OTAN -Turquía y Bulgaria- camino de Serbia para posteriormente aterrizar el Hungría según el trayecto más probable.

Habituales en las redes sociales, personalidades de la UE como Úrsula von der Leyen o Kaja Kallas, quizá sorprendidas por la facilidad con la que Vladimir Putin consiguió, por medio de una llamada telefónica que se prolongó durante dos horas, contraprogramar la reunión de ayer de Volodymyr Zelensky en la Casa Blanca, ni siquiera mencionaron el nuevo plan. Fue la portavocía de la Comisión Europea la que se manifestó ayer para restar importancia al hecho de que, pese a las sanciones, Vladimir Putin esté planeando pisar suelo de la UE. “Tenemos a Putin y Lavrov bajo congelación de activos, pero no específicamente bajo prohibición de viaje”, afirmó Anitta Hipper. La UE, que ha repetido hasta la saciedad que Rusia rechaza negociar, pero que siempre se ha negado a apostar por la vía de la diplomacia para resolver el conflicto en Ucrania, ha vuelto a verse fuera de juego, y su lenta reacción es una muestra de que su opinión no fue consultada a la hora de elegir el lugar de la cumbre entre Rusia y Estados Unidos. Bruselas, que ha demostrado ampliamente su sometimiento a Estados Unidos -en la negociación comercial, en la cuestión del gasto militar y aportación a la OTAN o en la gestión de la guerra de Ucrania- no dispone de la autonomía estratégica para decir no a Donald Trump, y busca la forma en la que aparentar que mantiene el control. El hipotético viaje de Vladimir Putin a Hungría no es un revés a la política de ruptura continental de Bruselas, sino que es algo correcto “si ayuda a terminar la guerra”, una anécdota a la que no hay que dar importancia.

Mantener el control ha sido uno de los principales objetivos de las capitales europeas desde la llegada al poder de Donald Trump, un hombre que impone su postura sin pedir la opinión a sus aliados. Controlar la narrativa y condicionar la actuación del presidente de Estados Unidos fue el objetivo de la delegación euroatlántica que acudió a Washington a escudar a Zelensky tres días después de la cumbre de Alaska. Aunque profundamente autoritario, Donald Trump es también manipulable debido a sus limitados conocimientos sobre las guerras que quiere resolver. Sus cambios de parecer suelen coincidir con la postura de su asesor más cercano en cada momento. Es así como puede pasar de amenazar a Vladimir Putin con enviar 2000 Tomahawks de los que no dispone a precisar al día siguiente que, pese a disponer de “muchos”, son necesarios para Estados Unidos. Atar en corto a Donald Trump sigue siendo una necesidad objetiva para la Unión Europea, que en su radicalidad belicista, no ha sabido presentar una visión sobre cómo conseguir sus maximalistas objetivos de derrotar a Rusia e imponer su voluntad sobre Moscú. Esas carencias diplomáticas provocan respuestas como la de ayer, claras muestras de no saber cómo reaccionar ante la enésima -y siempre incierta- posibilidad de diplomacia.

Las dificultades de la Unión Europea, cuyo único proyecto de política exterior actual gira en torno a la guerra de Ucrania y su obsesión con obtener una victoria contra su enemigo ruso, no se limitan a las cuestiones continentales, la certeza de que no va a conseguir por la vía militar derrotar a Rusia o su incapacidad de controlar a Donald Trump, sino que se extienden a otros aspectos geopolíticos. En verano, el South China Morning Post publicaba un artículo en el que afirmaba que Kaja Kallas se había visto sorprendida por una confesión del ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular China, que le había confirmado de forma explícita que Beijing no quiere ver derrotada a Rusia. La postura china no se debe a la solidaridad con un aliado o a las consecuencias que podría tener para la población rusa que Kaja Kallas consiguiera su ambición de hacer Rusia más pequeña, sino a su propio cálculo político. Una derrota rusa liberaría a Occidente para centrarse por completo en la contención de China, un resultado indeseado para Beijing. Como ella misma ha confirmado, su papel siguió siendo el mismo, presionar a las autoridades chinas para lograr que el vecino más importante de la Federación Rusa, con quien comparte, miles de kilómetros de frontera y la postura de que la hegemonía unipolar occidental es perjudicial para el resto del mundo, rompa con Moscú. Este intento, que hasta ahora ha resultado completamente fallido pese a las amenazas de sanciones secundarias, es la representación de que la política de sanciones con las que Bruselas y Washington pretendían aislar a Rusia ha fracasado.

La pérdida de poder político y económico de las antiguas potencias europeas es una evidencia para todos los actores, salvo para la propia Unión Europea, instalada en una postura según la cual el pasado es presagio del futuro y ningún cambio va a producirse sin su protagonismo. Esa valoración política de su posición en el mundo no solo supone sobreestimar su importancia, sino que lleva a subestimar a potencias emergentes y a tratar a países que actualmente le superan en población, capacidad económica y comercial e innovación como Gobiernos a los que se reserva el derecho a humillar y dar órdenes. Tras el shock de Kallas en China el pasado verano, cuando Beijing simplemente dijo abiertamente lo que la UE ya debería haber comprendido, Bruselas vuelve a mostrar su incapacidad de asumir su posición en el mundo. La negación de la realidad hace que cualquier comentario disidente sea recibido como una sorpresa inaceptable, especialmente en lo que respecta a la guerra de Ucrania.

“Los legisladores de Bruselas y Pekín discuten sobre Rusia y Taiwán en las primeras conversaciones desde 2018.”, titula esta semana South China Morning Post en un artículo que vuelve a poner de manifiesto que la Unión Europea no es capaz de aceptar que su postura no sea la única posible en el mundo en relación a Rusia, Ucrania, la guerra en Europa o la arquitectura de seguridad continental. Para la UE, que sí se otorga a sí misma la posibilidad de dar órdenes a otros países, es más difícil aceptar que demás muestren opiniones que las capitales europeas consideran inaceptables. Por supuesto, cualquier idea que contradiga el discurso oficial europeo ha de ser considerada una narrativa rusa. “Los legisladores de la UE y otras personas presentes afirmaron que los delegados de la Asamblea Popular Nacional (APN) se hicieron eco de la narrativa rusa sobre las causas de la guerra de tres años en Ucrania, durante su visita al Parlamento Europeo para el primer diálogo desde 2018, tras la normalización de las relaciones a principios de este año”, escribe el artículo, que cita al líder de la delegación europea, el diputado alemán Engin Eroglu afirmando que “la parte china cuestionó el derecho de la OTAN a existir. No había oído eso públicamente antes. Desde la perspectiva china, no hay razón para que la OTAN exista tras el fin de la URSS. Me parece absurdo, teniendo en cuenta la agresión rusa contra Ucrania y los países de Europa del Este”.

“Miriam Lexmann, una diputada de centro-derecha sancionada anteriormente por Beijing, dijo que se quedó «impactada» al escuchar el diagnóstico de sus homólogos chinos sobre los problemas que llevaron a la guerra”, continúa el artículo. “Sus narrativas, en lo que respecta al papel de la UE y Estados Unidos han sido muy similares a la narrativa rusa, hablando de la expansión de la OTAN hacia el este y cosas por el estilo. Creo que esto es muy preocupante”, sentencia Lexmann. Pese a que la UE se permite dar órdenes a China sobre qué petróleo y gas ha de adquirir, tomar el control de empresas chinas que producen microchips en países de la UE -concretamente los Países Bajos, como ha ocurrido este semana- o amenazar con la imposición de sanciones secundarias por su apoyo a Rusa, se horroriza en cada ocasión que Beijing muestra opiniones que, aunque han existido desde hace décadas en el continente, ahora mismo son consideradas inaceptables.

Cuestionar la existencia de la OTAN, que bombardeó la embajada de China en Belgrado durante su agresión a Yugoslavia, es preocupante para Bruselas, que entiende este tipo de opiniones como muestra de la mano de Moscú y de su nocivo trabajo de propaganda. La UE, dispuesta a continuar negando la realidad, prefiere no creer que China pueda tener su propia opinión ni darse cuenta de que la postura china no es preocupante por su cuestionamiento del papel de la OTAN, sino porque muestra que ha quedado anclada en un pasado en el que su peso político era el que erróneamente cree mantener hoy en día. Bruselas no solo ha perdido el control de la narrativa y de la historia, sino que no ahora es únicamente un actor más en unas relaciones internacionales en las que se encuentra sometida a un poder mayor, Estados Unidos, y ya no puede aspirar a proyectar fuerza hacia territorios a los que sigue viendo a través de su mirada supremacista.


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