miércoles, 8 de octubre de 2025

El mundo financia el déficit de EEUU


Jaime Bravo - Jorge Coulon, Contropiano

En agosto de 1971, Richard Nixon anunció la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro. Esto puso fin a un ciclo iniciado con los acuerdos de Bretton Woods, que habían otorgado a Estados Unidos —la única potencia industrial y financiera que emergió de la guerra con sus capacidades intactas y como acreedor del resto del mundo— la capacidad de convertir su moneda en la reserva global de valor.

Pero incluso con este poder estadounidense, fue necesario hacer concesiones respecto al respaldo del oro y, por lo tanto, concentrar las reservas de los países occidentales. Nadie estaba dispuesto a ceder la impresión de la moneda de reserva a un solo país.

Con la eliminación de la convertibilidad —el llamado Shock de Nixon— , el sistema de Bretton Woods, que había proporcionado estabilidad al comercio internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se derrumbó. Se abandonó el patrón oro, que garantizaba que cada dólar pudiera intercambiarse por una cantidad fija del metal precioso. Desde entonces, el dólar se ha sustentado únicamente en la confianza en la economía estadounidense y el poder político y militar que la sustenta.

Pero eso no es todo. La coerción para imponer su uso propició el nacimiento de los petrodólares. El propio Nixon firmó un acuerdo con Arabia Saudita, según el cual ese país —el mayor exportador de petróleo en aquel entonces— aceptaría pagos únicamente en dólares estadounidenses. A cambio, Estados Unidos garantizaría la seguridad de Arabia Saudita.

La alta dependencia de las economías mundiales del petróleo aseguró la permanencia de esta moneda como reserva y también como el medio de pago internacional más universal.

El privilegio exorbitante

Este cambio hacia una moneda basada en la confianza marcó el comienzo de un peculiar orden financiero: la moneda de un solo país se convirtió en referencia global. Con esto, Washington adquirió un privilegio sin precedentes: podía imprimir dólares a voluntad, sin que el mundo los rechazara. De hecho, el mundo los exigía.

Los bancos centrales, los gobiernos y las empresas necesitan dólares para comerciar, ahorrar y endeudarse. Lo que para cualquier otro país sería una receta segura para la inflación, para Estados Unidos se convierte en un mecanismo de financiación global.

El entonces ministro de Finanzas —y posteriormente presidente de Francia— Valéry Giscard d'Estaing calificó esta situación de « privilegio exorbitante ». Y tenía razón: gracias al predominio del dólar, Estados Unidos puede vivir por encima de sus posibilidades, financiando sus déficits fiscales y comerciales con papel —o registros digitales— que otros valoran como si fueran oro.

Cómo funciona la máquina

La maquinaria funciona de forma simple y brutal. Como hemos visto, el petróleo y la mayoría de las demás materias primas se negocian en dólares. La deuda internacional se emite en dólares. Las reservas de los bancos centrales se mantienen en dólares. Así, cada país del mundo paga una especie de "tributo" al centro del sistema.

Cuando la Reserva Federal, el banco central estadounidense, expande la oferta monetaria —como lo hizo tras la crisis de 2008 o durante la pandemia de 2020—, inyecta liquidez que trasciende sus fronteras. Algunos de estos dólares circulan en la economía global, presionando los precios y devaluando las monedas locales. Otros regresan a Estados Unidos mediante la compra de bonos del Tesoro estadounidense, considerados los activos más seguros del planeta. En ambos casos, Washington se beneficia: financia su deuda a bajo precio y exporta parte de su inflación.

No toda la culpa del dólar es del dólar

Vale la pena matizar este punto. La inflación global no se puede explicar únicamente por la emisión estadounidense. Hay otros factores en juego: guerras que interrumpen las cadenas de suministro, el aumento de los precios del petróleo, pandemias que interrumpen la producción, la especulación financiera y las políticas internas de cada país. Pero el dólar actúa como un amplificador: su condición de moneda de reserva global significa que los costos de las decisiones estadounidenses se socializan a escala global.

Cuando la Reserva Federal sube las tasas de interés, por ejemplo, el capital se fuga de los mercados emergentes hacia los bonos del Tesoro estadounidense, lo que fortalece el dólar y debilita las monedas nacionales. Esto encarece las importaciones, incrementa el costo de la deuda externa y afecta directamente a las economías periféricas.

Es un recordatorio de que la soberanía monetaria del Sur Global está atada a las decisiones de un banco central que responde exclusivamente a los intereses de Estados Unidos, con ejecutivos del mundo financiero privado y un presidente designado por el poder ejecutivo.

Financiación invisible

El resultado es paradójico: el mundo entero financia el déficit estadounidense. El país más endeudado del planeta sigue siendo, al mismo tiempo, el más solvente a ojos de los mercados. No porque sus cuentas estén en orden, sino porque siempre puede pagar con la moneda que solo él emite.

Es como si todos los demás aceptaran voluntariamente ser acreedores eternos de un poder que nunca pretende pagarles en oro, sino sólo con su propia promesa impresa.

¿Cuánto tiempo durará?

La gran pregunta es cuánto tiempo puede sostenerse este modelo. Ya se están desarrollando alternativas: el yuan chino (RMB), las iniciativas de los BRICS para comerciar en monedas locales, o incluso las monedas digitales de los bancos centrales. El euro, aunque importante, no ha logrado destronar al dólar.

La hegemonía del dólar no es solo una cuestión económica: es un mecanismo de poder . Estados Unidos no solo imprime la moneda que todos usan, sino que también puede bloquear transacciones, aplicar sanciones financieras y excluir a países enteros del sistema de pagos. La guerra y las finanzas están entrelazadas en el mismo campo de batalla.

Mientras tanto, el resto del mundo asume los costos: inflación importada, mayor deuda, crisis monetarias recurrentes. La conclusión es incómoda, pero clara: vivimos en un orden en el que el emisor de la moneda mundial gasta lo que no tiene, y el resto del planeta asume la carga, cada vez más con lo que tampoco tiene: deuda creciente y soberanía hipotecada .

Quizás el siglo XXI presencie el surgimiento de un nuevo equilibrio monetario. Pero mientras el dólar siga reinando, la paradoja persistirá: Estados Unidos incurre en déficits y el mundo entero los financia.

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Jaime Bravo es presidente de la Corporación Encuentro Ciudadano. Es economista con formación en técnicas de gobierno y estudios de psicología. Asesora a instituciones públicas y privadas, tanto chilenas como internacionales, en planificación situacional y desarrollo organizacional. Es escritor y ensayista en las áreas de pensamiento crítico, economía, estrategia y análisis de diversas dimensiones de la realidad nacional.
Jorge Coulon es músico, escritor y gestor cultural. Es miembro fundador del grupo Inti Illimani. Ha publicado Al vuelo (1989); La sonrisa de Víctor Jara (2009); Flores de centro comercial (2011); y, recientemente, En las cuerdas del tiempo. Una historia de Inti Illimani (2024).


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