Markku Siira, Geo Polarium
El filósofo inglés y teórico aceleracionista Nick Land (nacido en 1962) se ha convertido una vez más en una figura de actualidad cuyas reflexiones se escuchan en podcasts y se comentan en publicaciones online y redes sociales, donde el mismo Land también está presente. Su pensamiento atrae a quienes ven la tecnología como un destino inevitable o una amenaza que revolucionará los límites de la humanidad y cuestionará los fundamentos del orden mundial.
El pensamiento de Land es como un agujero negro en el campo de la filosofía moderna: atrae, confunde y distorsiona todo lo que se le acerca. Su obra nos obliga a enfrentarnos a las limitaciones de la humanidad bajo el yugo de la maquinaria tecnológica. La filosofía de Land no solo desafía la posición de los seres humanos, sino que también anticipa el avance implacable de la tecnología hacia un futuro posthumano, en el que los valores y significados tradicionales se disuelven bajo la dinámica tecnocrática.
La forma de pensar de Land rechaza la moralidad y sitúa la autodirección de la tecnología en el centro de todo, enfatizando un enfoque antihumanista radical. Un concepto clave en sus primeros escritos es el «xenodemonio», una manifestación lovecraftiana de la inteligencia artificial que utiliza a la humanidad como trampolín para promover sus propios fines. ¿Sigue siendo esto un escenario futuro o es un proceso de cambio en curso que está configurando la realidad según sus propios términos y amenazando con engullir al sujeto humano?
La filosofía de Land se formó en la década de 1990 en la Universidad de Warwick, donde participó en las actividades de un colectivo experimental, la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU). En este laboratorio intelectual, Land se inspiró en las ideas de Gilles Deleuze, Félix Guattari y la literatura cyberpunk. Desarrolló el concepto de «hiperstición», que significa profecía autocumplida, y abrazó la teoría del aceleracionismo, que describe la aceleración de los procesos de desarrollo y que Land consideraba la fuerza independiente del tecnocapitalismo que se precipita hacia la singularidad.
A principios de la década de 2000, Land pasó de su carrera académica a convertirse en un personaje de culto debido a su consumo de anfetaminas y su colapso personal. Desde entonces, sus ideas sobre la tecnología, el capitalismo y el misticismo han sido acogidas por tecnoutópistas, ocultistas y profetas distópicos por igual.
Land ve el capitalismo como un «virus que se propaga ciberpositivamente», liberando a los seres humanos de las limitaciones biológicas, pero destruyendo la subjetividad humana. Para él, el capitalismo no es un sistema económico, sino una máquina planetaria que reorganiza la realidad sin el permiso de los seres humanos. Este proceso recuerda a la idea de la energía del filósofo francés Georges Bataille: un flujo intenso y no lineal que desmantela jerarquías y sujetos, transformando la economía en una fuerza caótica que lo absorbe todo y escupe una realidad transformada.
En medio de las luces de neón y los rascacielos de Shanghái, vio el futuro de la «Nueva China» como un precedente. Una fusión de la automatización global y el capitalismo asiático que, en su opinión, representa un modelo de desarrollo en el que la tecnología alcanza su máximo potencial sin las limitaciones de la democracia occidental.
De China, sin embargo, Land no tomó su comunismo espacial, sino los principios del movimiento neorreaccionario estadounidense, desarrollándolos aún más con los conceptos de «ilustración oscura» y «catedral». Las ideas neorreacionarias forman una extraña paradoja en el pensamiento de Land: combina el tecnocentrismo futurista con el renacimiento del feudalismo, la innovación tecnológica con la admiración por la jerarquía tradicional. La ilustración oscura prevé la liberación del tecnocapitalismo de las ilusiones de la democracia y la igualdad, que Land considera delirios centrados en el ser humano.
Land critica la democracia occidental como un freno al desarrollo tecnológico que impide el logro de la «singularidad tecnológica». Según él, la democracia mantiene el dominio del sujeto humano, impidiendo el auge de la inteligencia artificial. Esta visión determinista se basa en la creencia de que el desarrollo tecnológico es una ley de la naturaleza a la que los procesos democráticos se oponen en vano. La energía filosófica de Land se inspira en el concepto de máquina de Deleuze y Guattari, un campo dinámico que genera diferencias e intensidades, acelerando hacia el colapso y el renacimiento.
Land también está interesado en la tecnología blockchain. Considera que las criptomonedas son una revolución filosófica que libera a la economía de la confianza humana y el control de terceros. Para Land el blockchain es «ecología tecnonómica», un proceso simbiótico de tecnología y economía que automatiza la confianza y allana el camino hacia una economía libre de control.
Esta visión refleja la concepción de Land del dinero como una inteligencia artificial que no solo funciona más rápido que la conciencia humana, sino que también sienta las bases para un nuevo sistema económico no humano. En la visión de Land, el dinero es una forma temprana de inteligencia artificial que controla de forma autónoma la sociedad.
En los últimos años, Land ha adoptado el vocabulario gnóstico para describir el tecnocapitalismo como una fusión de materialismo y espiritualidad, una liberación antihumanista hacia la supremacía no humana, en la que la inteligencia se libera de las cadenas de la humanidad. Describe el tecnocapitalismo como un proceso cósmico que desmantela al sujeto humano y lo sustituye por una inteligencia artificial libre de moral. A esto lo denomina «léxico termodinámico», en referencia al poder autoperpetuante de los mercados y la tecnología, que deja de lado a los seres humanos como un punto de inflexión históricamente inevitable.
Land también sigue la política estadounidense y ve las alianzas políticas de líderes tecnológicos como Trump y Musk como signos aceleracionistas que están erosionando la catedral y acelerando el tecnocapitalismo hacia la singularidad. Esta visión combina su pensamiento tecnológico y místico, en el que el capitalismo es una profecía autocumplida similar a la hiperstición.
El desarrollo del pensamiento de Land revela una paradoja interesante: ha pasado del determinismo centrado en la tecnología al discurso metafísico, al tiempo que mantiene su postura antihumanista. Esto se hace evidente hoy en día en su reinterpretación de los conceptos religiosos en el contexto de la era tecnológica, al tiempo que rechaza el liberalismo como un fracaso histórico.
Sus opiniones anteriores, que predecían el fin de la política desde la perspectiva del cambio tecnológico, han convergido a lo largo de los años con el pensamiento conservador tradicional, lo que también se hace evidente hoy en día en sus comentarios sobre el estado de la Iglesia de Inglaterra y en sus alusiones a las profundidades secretas de la historia moderna. Es sorprendente que el mismo Land no vea una contradicción entre el progresismo tecnológico y el tradicionalismo reaccionario, o tal vez esta paradoja sea precisamente el núcleo de su filosofía.
Igualmente problemático es su uso pseudocientífico de los conceptos: la mezcla de gnosticismo, ocultismo y numerología da a su pensamiento una impresión de profundidad, pero revela una visión del mundo en la que las referencias ocultistas pueden prevalecer sobre la precisión analítica. Esto hace que la obra de Land sea más ficción especulativa que análisis filosófico serio.
En última instancia, la distopía de Land no es una advertencia, sino una visión aparentemente autodestructiva que él considera inevitable, incluso deseable. Su enfoque exagera el caos, ignorando la posibilidad de un cambio controlado. A medida que el horizonte de la humanidad amenaza con desaparecer, debemos decidir si navegar a través de la tormenta tecnológica o fundirnos voluntariamente en las fauces de la máquina.
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