Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
miércoles, 6 de agosto de 2025
La semana del ultimátum
Nahia Sanzo, Slavyangrad
La semana del ultimátum comenzó ayer con una pregunta clara a Donald Trump: “¿Hay algo que pueda hacer Rusia para evitar las sanciones?”. Sin embargo, para Ucrania, más centrada en utilizar la anécdota para restar atención a la situación en el frente, la pregunta verdaderamente importante es dónde está Medvedev. “El concepto de paz a través de la fuerza funciona. En el momento en que aparecieron los submarinos nucleares estadounidenses, un borracho ruso, que acababa de amenazar con una guerra nuclear en X, de repente se quedó en silencio. Rusia sólo entiende una cosa: la fuerza”, escribió ayer por la mañana el siempre exultante jefe de la Oficina del Presidente. Aparentemente, paz quiere decir que Dmitry Medvedev haya recibido algún tipo de advertencia y haya dejado de postear en las redes sociales durante unos días. En esta guerra, en la que la batalla informativa parece para Ucrania tan importante como la real, cualquier cuestión, por mínima que sea, es susceptible de convertirse en un asunto capaz de cambiar el desarrollo de los acontecimientos. Así lo ha demostrado la actuación de Donald Trump que, al más puro estilo del espectáculo que rodea a su administración y a su familia, ha movilizado submarinos nucleares contra dos posts en las redes sociales.
El episodio muestra la importancia de esos nuevos medios que líderes, oficiales y Gobiernos utilizan para lanzar su mensaje y recuerda que, durante su primera administración, cuando el estilo directo, en muchas ocasiones faltón y generalmente exaltado de los posts de Donald Trump sorprendía por igual a aliados y oponentes, el Gobierno ruso precisó que consideraba cualquier publicación del presidente como política oficial de la Casa Blanca, por lo que era previsible que el Kremlin se tomara en serio una advertencia de naturaleza nuclear. Sin embargo, como afirmaba un experto citado por Reuters, los submarinos nucleares, que forman parte de la triada nuclear, “se encuentran siempre en posición y en condiciones de lanzar misiles con capacidad nuclear contra objetivos en Rusia”. En otras palabras, las declaraciones de Trump únicamente recuerdan una realidad que no es puntual, sino permanente.
Aun así, la cuestión Medvedev también ha sido un tema de conversación en los medios rusos. Preguntado por si el expresidente ha recibido una llamada de atención por parte del Kremlin, Dmitry Peskov, portavoz de Vladimir Putin, insistió en que en todos los países -Estados Unidos, los miembros de la UE o Rusia- hay diferentes puntos de vista, algunos de ellos más radicales. Dando a entender que las autoridades rusas ubican en esa posición a Dmitry Medvedev, Peskov recordó que la política exterior está marcada por la presidencia. Es decir, la postura de la Federación Rusa no es la de Dmitry Medvedev, cuya capacidad de influencia en el desarrollo o puesta en práctica de las políticas dirigidas al exterior es nula, sino la de Vladimir Putin. Sin embargo, es evidente que el actual vicepresidente del Consejo de Seguridad ha recibido dos advertencias, la primera cuando tuvo que aclarar que su comentario sobre la existencia de países dispuestos a enviar armas nucleares a Irán no se refería a Rusia -sino posiblemente en referencia a Pakistán y/o la República Popular de Corea- y la segunda estos últimos días. Nada pone más nerviosa a Rusia que la retórica nuclear. Y pese a las exageradas declaraciones de Trump, que ha querido ver una amenaza nuclear donde no la había, el Kremlin ha visto la necesidad de rebajar la retórica y buscar mantener abiertas las vías de comunicación con Estados Unidos, algo especialmente importante esta semana de amenazas, pero también de posibilidades.
Como confirmó ayer Donald Trump, Steve Witkoff, enviado de la Casa Blanca para Oriente Medio y Rusia, visitará Moscú el miércoles o el jueves, es decir, 24 0 48 horas antes de que expire el ultimátum de Washington para que Moscú acepte la vía trumpista a algo que Donald Trump pueda llamar paz. “Conozco a Steve. Es un diplomático muy talentoso. Obviamente, va allí a dar un ultimátum. Y este ultimátum será: se debe alcanzar un alto el fuego inmediato. Ha llegado el momento. Necesitamos detener las matanzas. Esperamos que las importantes armas de alta tecnología y primera clase que vendemos a nuestros aliados europeos se utilicen en el frente en Ucrania y tengan un impacto significativo. Pero, en última instancia, repito: necesitamos detener las matanzas. Eso es lo más importante”, afirmó Matthew Whitaker en una entrevista concedida a Fox News, que en esta semana va a realizar un importante esfuerzo de exagerar el peligro con la esperanza de poder exaltar aún más las capacidades diplomáticas del trumpismo.
Pese a la contradicción que podría aparentar la afirmación del embajador de Estados Unidos en la OTAN de que “necesitamos detener la guerra, por lo que enviaremos aún más armas a Ucrania”, el planteamiento es coherente con la táctica seguida por Donald Trump estos meses, no solo en Ucrania sino en su política exterior en general. La paz por medio de la fuerza no es solo amenazar con movilizar submarinos nucleares que siempre están movilizados, sino advertir del cierre de facto del mercado estadounidense a quienes no dejen de comerciar con Rusia o que su sistema judicial pretenda juzgar una intentona golpista y bombardear un país cuando se resiste a aceptar una rendición para que Washington lo califique de acuerdo. En el caso de Ucrania, esta táctica era conocida desde antes incluso de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca: enviar más armas a Kiev como castigo a Rusia en caso de que Moscú se negara a negociar es la base del plan Kellogg-Fleitz publicado hace más de un año.
De la misma manera que Ucrania ha retorcido la definición de la palabra paz para hacerla equivaler a victoria, el trumpismo entiende la palabra negociar o sus variantes –“volver a la mesa de negociación”- como aceptar los términos de negociación amablemente presentados por Washington. Solo así puede entenderse la exigencia de negociar a Irán, que se encontraba en la mesa de negociación y dispuesto a presentar propuestas de compromiso a Estados Unidos cuando comenzó el ataque militar, primero israelí y posteriormente estadounidense. Algo similar, aunque sin un ataque militar directo, que Rusia tendría más capacidad que Irán de responder, ocurre en el caso de Rusia, una negociación en la que Trump no tiene interés por los detalles o por las conversaciones directas entre las partes en guerra, sino en la aceptación de unos términos que considera innegociables. La paz de Trump es la misma que la que afirma que él y solo él consiguió entre India y Pakistán, un alto el fuego que dejó las cosas como estaban sin ningún tipo de avance hacia la resolución del conflicto. De ahí que la respuesta a qué puede hacer Moscú para evitar las sanciones que Trump prepara para esta semana contra Rusia y sus aliados sea simplemente aceptar lo que se le ofrece, un alto el fuego tras el que, sin el menor interés del presidente de Estados Unidos, los dos países puedan repartirse el territorio mientras los países europeos planean la misión armada de la OTAN camuflada bajo sus banderas nacionales.
Consciente de que esa es la hoja de ruta que pretende imponer Keith Kellogg, con la aceptación de Ucrania y la alegría de las capitales europeas, que ven en la perpetuación del conflicto en lugar de su resolución definitiva una victoria parcial frente a la derrota estratégica que supondría una paz en las condiciones que marca el frente, Rusia ha tratado de resistirse a todo paso que abriera la posibilidad a ese camino. La semana pasada, cuando se conocía ya la fecha del ultimátum, Vladimir Putin afirmó que la decepción suele ser fruto de unas expectativas exageradas, algo que se ha repetido constantemente en el caso de Trump y su ingenuidad sobre lo sencillo que iba a ser resolver el conflicto que actualmente ya solo aspira a detener para cantar una victoria que sea, por lo menos, temporal.
La visita de Witkoff a Rusia, solicitada aparentemente por el Kremlin, obligado a ofrecer algo sustancial a Washington para evitar un fuerte aumento de la presión económica contra sus aliados y militar en su contra, es a la vez una advertencia del peligro que supone Estados Unidos y una oportunidad de ganar tiempo, algo cada vez más complicado teniendo en cuenta que Donald Trump ya ha adjudicado a Rusia la culpa por la ausencia de negociación en los términos dictados por la Casa Blanca. De ahí que varios medios vieran en las palabras de Dmitry Peskov sobre la posibilidad de una reunión entre Putin y Zelensky una apertura a la vía estadounidense a la paz. “Me gustaría recordar que el presidente no descarta la posibilidad de realizar tal reunión”, afirmó el portavoz del Kremlin, que añadió que podría producirse “solo después de que se haya realizado el trabajo necesario a nivel de expertos y se haya superado la distancia apropiada”.
Las declaraciones de Peskov son lo suficientemente explícitas como para entender que nada ha cambiado y que la voluntad rusa es que la reunión de presidentes sea la culminación al trabajo realizado por las delegaciones negociadoras en el avance hacia una postura más cercana que actualmente no parece posible. Sin embargo, todo dependerá de los términos que Witkoff plantee al presidente Putin el miércoles o el jueves y, sobre todo, del cálculo que haga la Federación Rusa sobre los riesgos que implica aceptar el farol de Donald Trump, continuar con los planes tal y como estaban planteados y asumir así la pérdida del único mediador que, pese a todo, ha sido el que ha conseguido, a base de alicientes y amenazas, que las partes se reunieran frente a frente por primera vez en tres años.
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