lunes, 4 de agosto de 2025

El Sur Global no ha estudiado el Soft Power


Enrico Toselli, Electo Magazine

Por un lado, las mentiras cotidianas de una desinformación italiana servil tanto hacia Kiev como hacia Tel Aviv. Por otro, la total incapacidad de Moscú para poner en marcha una estrategia de contrainformación. Lo mismo ocurre con China, en lo que respecta a las guerras comerciales. Los únicos justificados son los palestinos, hambrientos y bajo las bombas, totalmente ignorados por sus «hermanos árabes», que solo esperan para banquetearse sobre las ruinas de Gaza.

Pero los rusos y los chinos, al igual que todos los demás países del BRICS y alrededores, son sin duda responsables de no haber recurrido a una estrategia de poder blando que contrarreste la narrativa occidental. Es cierto que el Sur global está en continuo crecimiento, que algún día ya no necesitará al Occidente arrogante y decadente, etc., etc. Pero ese día aún está lejos y, por lo tanto, convendría tener en cuenta a quienes, durante años y años, seguirán representando el mercado de salida para las producciones del Sur global.

Aunque se registra, empezando por Italia, un descenso en el número de lectores de periódicos y de telespectadores que siguen los telediarios, la desinformación oficial sigue causando daños, manipulando las conciencias y los cerebros más limitados. Porque las redes sociales, por su naturaleza descoordinada, no bastan para ofrecer una alternativa capaz de revertir la narrativa oficial.

Es la ya habitual incapacidad de crear un sistema. Si las mentiras de los periódicos italianos sobre la guerra en Ucrania tuvieran al menos una mínima relación con la realidad, Putin ya habría muerto hace tiempo por las enfermedades más fantasiosas, Moscú habría sido ocupada por la alegre maquinaria bélica de Kiev y los rusos estarían pasando hambre.

Lo mismo ocurre con Xi Jinping, ya muerto pero no nos lo dicen, con Venezuela, con Cuba, con Corea del Norte.

Lo mismo ocurre con la cultura europea —la verdadera, no la oficial—, transformada en una mezcla obscena entre el nuevo rumbo políticamente correcto de Walt Disney —con dioses nórdicos interpretados por actores africanos y princesas fluidas— y los viejos vicios de Hollywood, con soldados estadounidenses que, solos y desarmados, derrotan a pelotones de malvados alemanes e italianos.

Y cuando las producciones culturales son italianas, se alinean perfectamente con las indicaciones de los amos estadounidenses con la esperanza de recibir algún premio.

Por otra parte, no hay alternativas, el Sur global aún no ha estudiado la lección del soft power.


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