Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
miércoles, 13 de agosto de 2025
Argumentos para la paz o para la guerra
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Un día más cerca de la cumbre en la que los países europeos temen que, sin su presencia ni la de Zelensky, se determine el sentido de la guerra, los diferentes actores continúan tratando de poner sus cartas sobre la mesa para influir en lo posible en lo que va a ocurrir el viernes en Alaska. A día de hoy, y a la espera de si la táctica para las últimas horas previas cambia tras la reunión telefónica de líderes europeos con Donald Trump, el discurso ucraniano pasa por la repetición ad nauseam de tres ideas principales: insistir en que no es un obstáculo para la paz, exigir a Rusia un alto el fuego incondicional y acercarse, de la manera que sea, a sus aliados en busca de garantías de protección futura. En su conversación de ayer con el primer ministro indio Narendra Modi, Zelensky se refirió a la actualidad como “un momento en que finalmente existe una posibilidad diplomática de poner fin a la guerra. En lugar de demostrar su disposición a un alto el fuego, Rusia solo muestra su deseo de continuar la ocupación y las matanzas”. Ucrania se escuda en haber aceptado el pasado marzo el alto el fuego ordenado por Trump, que ni Kiev ni Bruselas deseaban y que suponía que Moscú no aceptaría. Se trataba de una tregua incondicional impuesta sin negociación previa y sin promesas de dar paso a un proceso diplomático para poner fin a la guerra por medio de una resolución definitiva, por lo que Rusia, más fuerte que Ucrania en el frente, no tenía ningún aliciente para someterse a la voluntad de Trump.
Ese farol ucraniano ha dado buenos resultados, ya que permite a Ucrania seguir presentando a Rusia como obstáculo a los avances, exigiendo concesiones a Moscú y ha conseguido poner a Donald Trump de su parte, algo importante teniendo en cuenta que de ello depende la continuación del suministro militar necesario para la guerra o para la paz armada del día después. Sin embargo, pese a la retórica de defensa de la paz, las condiciones exigidas por Ucrania son garantía de que no puede producirse un alto el fuego pactado entre los dos países en guerra, algo que Zelensky compensa a base de discurso y exigencias a Rusia de que acuda a la mesa de negociación en la que ya está. Como ocurriera en el caso de Estados Unidos contra Irán, la orden de negociar es solo un eufemismo con el que se quiere decir acudir a la mesa de negociación para aceptar el dictado de los países occidentales, algo que solo puede hacerse en una posición de fuerza de la que Zelensky carece.
La debilitad relativa de Ucrania se refleja en el frente pese a los intentos de Kiev, los países europeos y think-tanks aliados de maquillar esa realidad para tratar de rebajar las concesiones que Ucrania inevitablemente tendrá que realizar en caso de acuerdo entre Estados Unidos y Rusia que Donald Trump ya ha dejado claro que impondría sobre Zelensky. “El próximo viernes será importante porque se probará a Putin, si es serio a la hora de terminar esta terrible guerra”, afirmó en una entrevista concedida a ABC el secretario general de la OTAN, una organización acostumbrada a estar en la parte agresora y militarmente superior, por lo tanto, poco acostumbrada al tipo de negociación que requiere esta guerra. Pese al nerviosismo que ha causado en Ucrania, la UE y el Reino Unido la posibilidad de un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos que no sería del agrado de Bruselas ni de Kiev, las capitales europeas en bloque siguen insistiendo en una resolución de la guerra que no se corresponde con la realidad en el frente, ni siquiera en la retaguardia. La UE y Ucrania continúan insistiendo en la imposición de sanciones con la misma confianza tras 18 paquetes que cuando impusieron el primero y, sonriendo, proclamaron que supondría la derrota de la economía rusa. Y, sobre todo, los países europeos insisten en que, de ninguna manera, pueden realizarse concesiones territoriales.
“Sorprendente para los europeos, esta frase refleja la lógica milenaria de la guerra. El campo de batalla decide el resultado de la guerra”, afirmó el exdiplomático francés Gérard Araud, de quien no deben sospecharse simpatías prorrusas sino únicamente pragmatismo. El exembajador de Macron en Naciones Unidas respondía a unas palabras del lobista Ian Bremmer en las que afirmaba que “es imposible imaginar a cualquier otro miembro de la OTAN describiendo la invasión de Ucrania por parte de Rusia como territorio ganado en el campo de batalla”. Bremmer, uno de los muchos comentaristas proucranianos de esta guerra, reaccionaba con ira a las palabras de Matthew Whitaker, embajador de Estados Unidos en la OTAN, que había tratado de calmar los convulsos ánimos insistiendo en que “no se van a entregar grandes porciones o sectores que no hayan sido ganados o luchados en el campo de batalla”. Las palabras de Whitaker complementan lo afirmado el fin de semana por Donald Trump, que habló de intercambios de territorio para mejorar la posición de ambas partes, una idea cuestionable, pero que sugiere que los cambios que prevé para la frontera de facto serán mucho menores de lo que actualmente temen los países europeos.
Un indicador claro de la coyuntura actual y las posibilidades de futuro es la postura de los halcones más beligerantes. Entre ellos destaca habitualmente Lindsey Graham, que estos días ha realizado una gran cantidad de apariciones mediáticas. Sin olvidar sus simpatías proucranianas, el senador estadounidense afirmó, olvidando que Rusia también es parte de Europa que “la Tercera Guerra Mundial se puede prevenir si seguimos armando a Ucrania, para que Rusia sea frenada por el ejército más poderoso de Europa en este momento, que es Ucrania”. Armar a Kiev no es una opinión unánime en el trumpismo, como quedó claro ayer con las palabras de JD Vance, que insistió en desvincular a Estados Unidos del suministro de armas y dejarlo al criterio de los países europeos, que también deberán correr con los gastos. Sin embargo, la existencia de mecanismos recién creados para que sean los países europeos de la OTAN quienes sufraguen el coste de las nuevas armas que deseen enviar a Ucrania indica que Estados Unidos no dejará de suministrar armamento, por lo que el escenario de la paz fuertemente armada sigue siendo el más probable. Aun así, pese a su declarada voluntad de luchar hasta el último ucraniano por una victoria sobre Rusia, incluso Lindsey Graham parece haberse dado por vencido para aceptar congelar el conflicto militar. “Quiero ser franco. Ucrania no expulsará a todos los rusos. Y Rusia no va a marchar sobre Kiev. Al final, habrá un intercambio de territorios”, sentenció, en un poco habitual alarde de realismo, el belicista senador. De una forma similar se manifestó ayer Donald Trump, que calificó de “estúpida” la pregunta de si Ucrania podía derrotar a Rusia, a la que calificó de “país guerrero”. “Eso es lo que están haciendo, luchan muchas guerras. Derrotaron a Hitler y a Napoleón”, insistió. La historia no es un argumento para determinar el resultado de las guerras actuales, pero el comentario ahonda en lo que el trumpismo ha dejado claro: Ucrania no va a derrotar a Rusia y la guerra debe terminar.
“Me molestó un poco que Zelensky dijera «necesito la aprobación constitucional». O sea, tiene aprobación para entrar en guerra y matar a todo el mundo, pero necesita aprobación para hacer un intercambio de tierras. Porque habrá intercambio de tierras”, añadió, insistiendo nuevamente en la idea que planteó la semana pasada a los aliados europeos. Descontentos con la situación, los socios continentales tendrán el miércoles la oportunidad de “coordinar posiciones” con Donald Trump, al que sin duda presionarán en busca de la oferta más dura posible a Rusia. Desde las autoridades de la UE, el mensaje continúa enmarcado en la línea dura de Kaja Kallas o Friedrich Merz. Sin capacidad para ofrecer ninguna alternativa a continuar la guerra, los países europeos insisten en la misma receta que ha fracasado durante tres años. “La unidad transatlántica, el apoyo a Ucrania y la presión sobre Rusia son la manera como pondremos fin a esta guerra y evitaremos futuras agresiones rusas en Europa”, escribió ayer Kallas, confundiendo lemas publicitarios con políticas viables.
“Cualquier acuerdo entre Estados Unidos y Rusia tiene que incluir a Europa y a Ucrania”, insistió la líder de la diplomacia de la UE, que parece haber olvidado la existencia de las relaciones bilaterales. Su comentario es relevante, no solo en términos de continuación o no de la guerra y las condiciones exigidas a las partes para acordar un alto el fuego, sino, sobre todo, en lo que respecta al levantamiento de sanciones y situación en la que quedaría Rusia, readmitida o no en las relaciones internacionales occidentales, en caso de consolidarse una tregua. Esa es también la preocupación del canciller alemán que, una vez más, ha pecado de ingenuidad en sus declaraciones. Merz, el líder más honesto durante la cumbre del G7, en la que abiertamente admitió que Israel estaba haciendo contra Irán “nuestro trabajo sucio”, afirmó en una entrevista el pasado fin de semana que “no podemos aceptar que en cuestiones territoriales se celebren negociaciones o incluso se tomen decisiones entre Estados Unidos y Rusia sin la participación europea o ucraniana” y añadió que “no podemos aceptar que toda la arquitectura de seguridad europea se vea amenazada por Rusia. Por eso, no puede haber paz si Rusia es recompensada por su agresión”.
En otras palabras, no puede haber paz si no es según las condiciones marcadas por los países europeos, una opción tan remota que incluso el secretario general de la OTAN parece aceptar la resolución que siempre fue la más probable, congelar el frente. “En lo que respecta a reconocer, por ejemplo, posiblemente, en un futuro acuerdo, que Rusia controla de facto algunos territorios de Ucrania, tiene que ser un reconocimiento de hecho y no político, no de iure”, afirmó Rutte en declaraciones a ABC. Teniendo en cuenta que, salvo ese breve lapsus en el que Estados Unidos ofreció a Rusia el reconocimiento estadounidense -y no europeo- solo de la soberanía rusa sobre Crimea y que esa opción no ha vuelto a recuperarse, la retórica actual de Rutte parece señalar la resignación de la OTAN a la realidad marcada por el frente. Ahí, aunque Zelensky insistió ayer en que Ucrania mantiene sus posiciones e incluso ataca a las fuerzas rusas, la situación se acelera en el frente principal de Donbass. “Rusia supera en drones a Ucrania y consigue su mayor avance en el frente desde 2024”, escribía ayer Cristian Segura en El País en relación al avance prácticamente sorpresa que han realizado, de forma rápida y efectiva, las tropas rusas hacia Dobropilia, una localidad al norte de Pokrovsk que, como indica el artículo, se encontraba a 55 kilómetros del frente en agosto de 2022, hace dos meses se encontraba a 25 y que en el momento de la publicación, se había reducido a solo 11. La distancia ahora es incluso menor.
Frente a la tozuda realidad, Ucrania se aferra a argumentos como su profundo conocimiento del carácter de Vladimir Putin para advertir a Estados Unidos de que Rusia no quiere paz, sino ganar tiempo. “Entendemos la intención de los rusos de intentar engañar a Estados Unidos; no lo permitiremos”, afirmó ayer Zelensky, tratando de dar al argumento un giro de guion que llame la atención de Donald Trump. Vladimir Putin no solo quiere engañar a Ucrania, sino, ante todo, al mismísimo presidente de Estados Unidos.
El segundo comodín es exigir más a la Unión Europea. “Hoy tuve una conversación significativa con el primer ministro finlandés Petteri Orpo. Hablamos sobre el progreso de las negociaciones para la adhesión de Ucrania a la UE. Destaqué que Ucrania ha cumplido todas las condiciones necesarias para la apertura del Grupo 1 («Fundamentos») y ha continuado las consultas constructivas para avanzar en esta etapa. Creemos que las negociaciones de adhesión entre Ucrania y Moldavia deben avanzar conjuntamente. Confío en que la adhesión de Ucrania a la UE fortalecerá la seguridad a largo plazo de toda Europa. Esperamos contar con el apoyo continuo de Finlandia y con su colaboración para lograr un enfoque coherente y justo en este camino hacia la adhesión”, escribió Yulia Svyrydenko, primera ministra de Ucrania. La estrategia de Kiev es clara: acelerar, ahora que se acerca nuevamente la amenaza de una paz que no le gusta, la adhesión a la Unión Europea, en la que está obteniendo las facilidades de acceso que aún no ha encontrado en la OTAN. Solo hay que recordar que uno de los avances significativos destacados por Úrsula von der Leyen para alabar los progresos ucranianos en el cumplimiento de las condiciones de Bruselas fue el de la libertad de prensa. En un país que lleva más de una década censurando medios que considera enemigos –“prorrusos” o de izquierdas-, acosando, encarcelando o incluso asesinando a periodistas incómodos y que ha centralizado sus informativos para dejarlos en manos del Gobierno, la afirmación suena como un chiste macabro.
Un bloque político y no militar, la UE no es el principal objetivo de las autoridades de Kiev, que desde mucho antes de la invasión rusa buscaban la presencia militar de países de la OTAN en su territorio, pero se considera una cierta garantía de seguridad. La lógica es que, en caso de un ataque ruso, los países europeos no podrían permanecer al margen. Ingenuamente o no, ya que todos los países han declinado involucrarse directamente en esta guerra contra una potencia nuclear, Ucrania parece ver en la adhesión a la UE un sucedáneo del deseado Artículo V de la OTAN. La fuerza de Ucrania siempre ha sido la que sus aliados estaban dispuestos a ofrecer. La situación futura de Ucrania tras un posible acuerdo de alto el fuego seguirá siendo la de un país dependiente que exigirá a sus socios una protección continua que no se limite al flujo de armamento.
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