jueves, 6 de junio de 2024

Arde Palestina


Tanalís Padilla*, La Jornada

Cuando la madre de Hind Rajab, la niña palestina asesinada por el ejército israelí en enero, se enteró que los estudiantes de la Universidad de Columbia habían tomado Hamilton Hall y lo habían renombrado Hind Hall, se echó a llorar. La pequeña de seis años había huido junto con cinco familiares cuando el auto en el que viajaban fue atacado por un tanque israelí. Hind sobrevivió y por tres horas se mantuvo en el teléfono con la Media Luna Roja que enviaba personal sanitario por ella.

“Tengo tanto miedo; por favor, vengan por mí”, imploraba la pequeña, mientras se obtenía autorización de las fuerzas israelíes para entrar por ella. La comunicación eventualmente se cortó y no fue hasta 12 días después que su cuerpo fue hallado junto al de sus familiares y, no muy lejos, el de los dos rescatistas que, ya obtenida la autorización, habían ido por ella.

“Ardo por dentro deseando que mi hija estuviera conmigo”, continúa la madre de Hind. “Espero que estas protestas [estudiantiles] no terminen hasta que haya un cese de fuego permanente en Gaza […]. ¿Cómo es que otros como Hind siguen sufriendo esto?” Ésta es una pregunta que se hacen todos menos quienes tienen el poder para detener esta barbarie.

Meses después, el horror sigue sin tregua. El 26 de mayo, dos días después de que la Corte Internacional de Justicia ordenó el cese de operaciones militares en Gaza, Israel atacó un campamento de refugiados en Rafah, matando a 45 personas, la mitad mujeres, niños y ancianos. Las imágenes parecen provenir del infierno mismo. El lugar que Israel había designado como zona segura estaba ahora consumido en llamas. Los escombros yacían repletos de cuerpos calcinados, niños mutilados y restos de bombas fabricadas en Estados Unidos.

Cuando un reportero preguntó a John Kirby, el asesor de Seguridad Nacional de Biden, cómo era posible que este ataque no cruzara su llamada línea roja, respondió que no veía ninguna operación terrestre en Rafah. “¿Cuántos cuerpos de niños calcinados tiene que ver para cambiar de política?” Kirby respondió que esa pregunta era ofensiva. Como escribiría un articulista de Counterpuch, Kirby no se ofendió por las cenizas humanas que dejaron las bombas estadunidenses.

Arde Palestina y, entre jóvenes al otro lado del mundo, arde la convicción de que no se puede proseguir con la cotidianidad ante tanta barbarie. Hace unas semanas, en una de las tantas universidades en Estados Unidos donde se establecieron campamentos propalestinos, hubo un intercambio revelador.

Al entregar su lista de demandas a las autoridades universitarias, los estudiantes exigieron una respuesta antes de que finalizara el día. “¿Por qué la prisa?”, respondió la vicerrectora. Incrédulo, pero respetuoso, el alumno respondió, “No sé si está viendo las noticias, pero hoy descubrieron otra fosa repleta de cuerpos con los brazos atados bajo los escombros de un hospital”. Eso fue hace 5 mil muertos.

Los campamentos universitarios se han extendido a otros países del llamado mundo civilizado. En Ámsterdam, Copenhague, Oxford, Lyon, Berlín y Dublín, universitarios exigen un fin al genocidio del pueblo palestino. Una y otra vez sus gobiernos han respondido con fuerzas policiacas armadas hasta los dientes. Tal militarización ante expresiones pacíficas de los estudiantes revela el pánico que sus gobiernos sienten ante una generación que se rehúsa a ser cómplice con el genocidio.

Quienes han querido ofuscar, distraer y atacar a estos estudiantes han montado virulentas campañas que no por la ridiculez de sus argumentos son menos nocivas. La más común es la noción de que la solidaridad con Palestina es una posición de facto antisemita. Con histeria, los mismos congresistas republicanos que han defendido a grupos supremacistas que abiertamente coreaban consignas contra los judíos ahora les reprochan a los rectores de universidades que los estudiantes están produciendo una situación de odio, violencia e inseguridad hacia los alumnos judíos. Esta situación produce escenas como la del mes pasado en Dartmouth College cuando policías antimotines atacaron a una profesora judía de 65 años, ex directora del programa de Estudios Judíos, por defender a los estudiantes que intentaban instalar un campamento propalestino.

Las autoridades de la ONU han manifestado su preocupación por la forma en que han sido tratados los estudiantes que se solidarizan con Palestina. El Alto comisionado de Derechos Humanos expresó su consternación por la mano dura con que se han enfrentado las protestas en las universidades estadunidenses; asimismo la relatora especial para la defensa de los derechos humanos declaró que esta represión es una obvia violación a los derechos estudiantiles.

Como en tantas universidades donde hubo campamentos propalestinos, al concluir el año escolar los estudiantes, profesores y trabajadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) organizaron una graduación alternativa, La Graduación del Pueblo, se llamó. En la ceremonia, Austin Cole, el estudiante seleccionado para dar un discurso, declaró: “Esto no empezó el 7 de octubre y no estamos aquí sólo porque hay 40 mil cadáveres palestinos. […] Si no seguimos construyendo nuestra resistencia, nuestro sentido de humanidad se queda hueco. […] El sionismo ejerce sus más brutales crímenes contra los palestinos en Gaza, pero el sionismo es nuestro enemigo también aquí. Hemos visto cómo el imperialismo, la represión carcelaria y el fascismo empresarial, han tratado de eliminar la resistencia de nuestra generación y tenemos que resistir. […] Si no resistimos deshonramos a los niños que han muerto, deshonramos a los mártires, deshonramos a nuestros ancestros y nos deshonramos a nosotros mismos”.

Arde Palestina y, con ella, en el seno del imperio, arde la voluntad de seguir resistiendo.

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* Tanalia Padilla es Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
Autora del libro Lecciones inesperadas de la revolución. Una historia de las normales rurales (La Cigarra, 2023).


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