Martine Orange, Viento Sur
Por enésima vez, Europa se ha puesto en modo “pánico” para gestionar la crisis del euro. El miedo a un contagio de la crisis, que amenaza ya a Italia, gana. El gobierno americano, la FED, el banco central de Inglaterra, empujan a Europa a actuar con rapidez. Cada hora o casi, es publicado un nuevo comunicado de los responsables europeos para asegurar que Europa tiene la situación bien cogida, que el euro no corre riesgos en absoluto. En este estadio de aceleración, los gobiernos europeos parecen dispuestos a todo.
Por un lado, el principio de un nuevo plan de rescate para Grecia está decidido y debería ser oficializado el 3 de julio. Para evitar la explosión de Grecia, los responsables europeos no ven como única solución sino aportar nuevas ayudas, según una receta ya bastante bien conocida: préstamos a cambio de refuerzo de los programas de austeridad. Una línea de crédito de 12 millardos de euros, que remite al primer plan de rescate Europa-FMI, debería ser desbloqueada rápidamente, a fin de permitir al gobierno hacer frente a sus pagos de julio. A continuación debería ser desbloqueado un nuevo plan de 110 mil millones de euros –se hablaba de 60 mil millones hace aún menos de tres semanas-, a condición de que Atenas se comprometa a un plan de austeridad de 28,5 mil millones de euros y obtenga 50 mil millones de privatizaciones.
Pero es sobre todo en otro lado donde se juega la partida más interesante. La que opone a banqueros y responsables políticos. Oficialmente, se trata de encontrar un acuerdo entre las posiciones a priori irreconciliables del Banco Central Europeo y de Alemania. El BCE se opone a toda reestructuración de la deuda o a cualquier otra medida que pudiera relacionarse con una situación de impago o un "evento crediticio". Alemania, por su parte, exige una participación de los bancos en el nuevo plan de rescate griego, estimando que los contribuyentes europeos no tienen que asumir solos el peso de la crisis griega y de la crisis del euro.
A pesar de las advertencias de múltiples economistas, que estiman que Grecia ha llegado a un punto de no retorno y que toda ayuda suplementaria no serviría más que para comprar tiempo (si no va acompañada de una reestructuración de la deuda), la opción de una reestructuración del endeudamiento griego ha sido oficialmente excluida, como deseaba el BCE. Pero los responsables europeos no pueden barrer el argumento de la necesidad de una reestructuración, frente al fracaso del primer plan de rescate griego: la economía griega va peor que hace un año. Por tanto, se ha encontrado un compromiso para intentar salvar las apariencias, a la vez que se intenta aportar una solución: los bancos podrían aceptar rodar sus créditos –es decir, suscribir nuevas obligaciones griegas en el momento en que las primeras vencen- a condición que ello se haga “de forma voluntaria”, ha insistido el BCE. Este esfuerzo debe hacerse de “forma sustancial”, ha añadido el gobierno alemán, probando que la discordia estaba lejos de haberse disipado con el instituto de emisión monetaria.
Para arrancar la participación de los bancos, que debe ser lo más amplia posible, los gobiernos europeos están dispuestos a muchas concesiones. Antes incluso de emprender las discusiones, se han echado atrás de uno de sus compromisos, que había sido uno de los principales puntos de discordia en el pasado otoño: las obligaciones suscritas por el nuevo fondo europeo de estabilidad financiera no serán ya tratadas como créditos privilegiados. En claro, los estados europeos renuncian a ser pagados en primer lugar, por delante de los acreedores privados. El dinero de los contribuyentes no es ya prioritario. A este ritmo, podría incluso estar el último en la lista, borrándose ante el mundo financiero.
Una participación que se paga cara
Esta renuncia corre el riesgo de no ser más que la primera. Pues los bancos se saben en posición de fuerza, tanto más cuanto que las agencias de notación han volado en su auxilio. Antes incluso de que fuera firmado el primer acuerdo, éstas han hecho saber que la menor reorganización que podría aparecer como obligada o forzada de la deuda griega sería asimilada a una ruptura de contrato, el famoso "evento crediticio" temido por el BCE.
Si tal fuera el caso, los seguros tomados sobre la deuda griega por medio de los CDS (credit default swaps) podrían ser llamados en garantía. Como estos productos se negocian en mercados absolutamente no reglamentados, de mutuo acuerdo entre las partes, nadie es capaz de estimar los montantes en juego. A partir de ahí, todos los espantajos del miedo pueden ser agitados. Los operadores financieros, apoyados por el BCE, se han apresurado a recordar el hundimiento del asegurador americano AIG, principal negociador de CDS antes de la crisis, tras la caída de Lehman Brothers. El rescate de AIG ha costado más de 170 mil millones de dólares a los contribuyentes americanos.
Reforzados por el apoyo de las agencias de notación y de los mercados financieros, agitando como les conviene todos esos miedos, los bancos están en situación privilegiada para presionar con más fuerza. Cada gobierno europeo ha emprendido discusiones con sus bancos para arrancar su compromiso con el plan de apoyo a Grecia. Incluso si los gobiernos hacen valer que es del interés de los bancos salvar a Grecia y el euro, las primeras reuniones no dejan duda alguna sobre el resultado de las negociaciones. Su eventual participación en el rescate de Grecia va a pagarse cara.
Desde el miércoles, los bancos alemanes han hecho saber que la participación en el esfuerzo general merecería compensación. “Todo el mundo está dispuesto a tomar sus responsabilidades”, ha asegurado el presidente de la federación alemana de bancos privados Michael Kemmer. Pero “es evidente que es preciso que tengamos alicientes para hacerlo”, ha insistido.
Las primeras condiciones planteadas comienzan a filtrarse fuera de las reuniones. Una nueva suscripción de obligaciones griegas cuando las primeras vencieran no puede contemplarse, según los bancos, más que si obtienen garantías. En primer lugar, quieren que los títulos sean de corta duración, tres a cinco años como máximo. Además, éstos deben ir acompañados de una tasa elevada, al menos comparable a los aprobados por el fondo europeo de estabilidad financiera. Los bancos cambiarían así títulos en torno al 3% por títulos al 6% por lo menos. Estas dos únicas condiciones dejan augurar que Grecia no va a ganar nada con el cambio. En el mejor de los casos, gana un respiro, nada más.
Pero las exigencias no se detienen ahí. Para evitar que este trueque obligatorio sea asimilado a un “evento crediticio” por las agencias de notación –en claro, que consideren que se trate de una reestructuración disfrazada de la deuda griega-, los bancos insisten en que las nuevas obligaciones sean productos nuevos. El mecanismo que preconizan es una garantía por medio del Fondo Europeo de Estabilidad. Así, obtendrían un seguro a todo riesgo en calidad de acreedor privilegiado, estatus que niegan a los estados.
Rescate del euro
Las discusiones que se desarrollan desde el miércoles en París entre los banqueros y el Tesoro no son menos animadas. Nicolas Sarkozy ha anunciado el viernes que los banqueros y los aseguradores franceses estaban dispuestos a suscribir de forma voluntaria nuevas obligaciones públicas. Pero los mecanismos de reorganización de la deuda griega siguen estando en discusión. Más allá de la técnica, que tiene su importancia en los balances bancarios, la demanda de los banqueros franceses es la misma que la de los banqueros alemanes: obtener el máximo de garantías y de intereses por el precio de su participación.
Estas negociaciones permiten a los banqueros y aseguradores franceses volver a discutir sobre un punto que les obsesiona desde la crisis financiera: la vuelta de la reglamentación financiera. Desde hace meses, los bancos franceses dicen a media voz todo el mal que piensan de las nuevas reglas de prudencia impuestas en el marco de Basilea III. Alegan que estas nuevas reglas van a asesinarles, no podrán ya financiar la economía, como lo hacían antes. Los aseguradores, sometidos también a nuevos marcos, llamados Solvency II, están en la misma línea.
Pero hasta ahora, resultaba difícil a la profesión bancaria atacar de frente esas reglas de prudencia, única medida impuesta al mundo financiero por los gobiernos después de la crisis. Las negociaciones sobre una reestructuración parcial, que no se expresa como tal, de la deuda griega les da la ocasión de volver al combate sobre este frente. Tanto más cuanto que la autoridad bancaria europea acaba de darles nuevos argumentos. Encargada de supervisar el conjunto del sistema bancario europeo, ésta ha anunciado estos últimos días que los nuevos tests de resistencia (stress tests) realizados a los bancos europeos, que deben ser difundidos en julio, no tenían en cuenta “ninguna exoneración sobre los títulos de deudas públicas de la zona euro en manos de los bancos” y “no contemplaban ninguna suspensión de pagos”.
Para evitar el ridículo del año pasado –su apreciación sobre la solidez de los bancos europeos fue desmentida menos de tres semanas después por la quiebra de tres bancos irlandeses-, la autoridad de regulación europea precisa sin embargo que los bancos “deben evaluar los riesgos de la deuda soberana de la misma forma que evalúan todos los riesgos de crédito de su cartera bancaria”. Los riesgos de suspensión de pagos y las pérdidas provocadas por esa falta de pago deben ser calculadas.
Los banqueros se han apropiado inmediatamente de este cambio de principio contable para discutir sobre la reordenación de los cambios de las reglas de prudencia. Si las deudas públicas que forman el zócalo de sus capitales propios son consideradas como títulos de riesgo, señalan, sus fondos propios van a fundirse como nieve al sol. Jamás, podrán respetar las reglas de prudencia que se les quieren imponer. Habrá que realizar recapitalizaciones masivas, bastante más allá de todas las cifras evocadas hasta ahora. No podrán ya financiar la economía. Aprovechándose de las discusiones sobre el tema de la reacomodación “voluntaria” de la deuda griega, comienzan a atacar poco a poco las reglas de prudencia, para tirar al menos una parte del edificio.
Agotados, los gobiernos europeos corren el riesgo de tener la tentación de ceder ante ellos. El rescate del euro está ante todo. El débil control del sistema financiero tiene todas las oportunidades de ceder. La opacidad que ha participado en el estado de confusión en el que se encuentra Europa va a poder prosperar.
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