Donald Trump habría preguntado a Zelensky por qué Ucrania no ha atacado Moscú o San Petersburgo y si disponía de las armas para hacerlo. Tras la publicación de los detalles de la conversación, la Casa Blanca trató de negar los hechos y Trump, acostumbrado a refutar la realidad y tratar de cambiar el significado de sus palabras, alegó que solo se había tratado de una "inocente pregunta"
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“El rechazo del presidente ruso, Vladímir Putin, a las propuestas de paz del presidente Donald Trump y sus continuas matanzas de civiles ucranianos en ataques a ciudades han frenado las esperanzas de alcanzar un acuerdo que ponga fin a la guerra o repare las relaciones de Moscú con Occidente”, escribe en su último artículo sobre la guerra de Putin el diario estadounidense The Washington Post. Este discurso, prácticamente único esta semana en los medios, evita explicar que el actual conflicto no puede resolverse con breves conversaciones entre presidentes y que nunca se ha llegado a un proceso de negociación en el que las partes trataran las cuestiones políticas, militares, territoriales y sociales que han llevado a la guerra, prerrequisito para un acuerdo que sea más que una imagen de compromiso de alto el fuego que presentar como un éxito que colapsaría poco después. Los análisis que están publicándose estos días omiten incluso que Estados Unidos ni siquiera dio a Rusia tiempo para responder o matizar la “propuesta final” preparada por Steve Witkoff antes de que esa hoja de ruta se convirtiera, gracias a la intervención de Keith Kellogg y Marco Rubio, en la contrapropuesta de Ucrania y sus aliados europeos.
En apenas unos días, la intervención externa hizo que los términos de la propuesta de Witkoff, tan breves y vagos que habrían sido manipulables como lo fueron los de Minsk, dejando abiertas las cuestiones territoriales y de seguridad, incluían el levantamiento de sanciones contra Rusia y el reconocimiento estadounidense de la soberanía sobre Crimea, fueran abandonados en favor de un documento en el que se especificaba que no habría limitaciones a la presencia de tropas extranjeras en territorio ucraniano, una de las causas de la guerra. Conscientes de que Rusia no puede aceptar si no es militarmente derrotada un documento en el que no se determinan unas fronteras -que quedan deliberadamente en el aire-, se abre la puerta a la adhesión futura de Ucrania a la OTAN y ni siquiera se levantan las sanciones, los países europeos, cuya propuesta era maximalista precisamente para evitar que pudiera ser debatida y acordada, elevaron la apuesta con un ultimátum. Francia, Alemania, el Reino Unido y Polonia dieron a Rusia 48 horas para aceptar un alto el fuego incondicional que ni siquiera venía acompañado de promesas de una negociación para lograr el final del conflicto, posiblemente porque mantenerlo sigue siendo la estrategia de los países europeos. De la guerra eterna al conflicto -político, económico y social- eterno.
Rusia ganó tiempo convocando a Ucrania a unas negociaciones directas a las que Kiev se presentó únicamente para cubrir el expediente. Desde entonces, en ningún momento se ha informado de avances en la negociación política, posiblemente porque nunca se han producido. El giro de guion dado por Donald Trump esta semana en la que se ha unido al lenguaje del ultimátum europeo y, aunque lo niegue, ha hecho suya la guerra de Biden, no es algo que haya surgido de forma espontánea, sino que era algo previsible en el momento en el que quedó claro que no iba a haber un alto el fuego que el presidente de Estados Unidos pudiera presentar como un éxito personal. Al agravio por la sensación de sentirse traicionado por un amigo, una visión infantil de las relaciones internacionales en general y más aún en condiciones de guerra, hay que añadir un proceso de acercamiento a las posiciones ucranianas desde la Operación Tela de Araña, momento en el que Ucrania más ha jugado con la tercera guerra mundial, como Trump había acusado a Zelensky meses antes, pero no en aquel momento.
“El presidente Trump se da cuenta de que Putin le está mintiendo, y es importante que el presidente Trump lo vea por sí mismo, no lo que oye de otra persona, sino lo que ve con sus propios ojos”, ha afirmado esta semana en una entrevista Volodymyr Zelensky, con la confianza renovada en que la opinión del presidente de Estados Unidos con respecto a la guerra de Ucrania no cambiará en el próximo mes y medio y con la certeza de que las declaraciones políticas van a venir acompañadas por gestos militares. Para garantizarlo, Zelensky está dispuesto incluso a volver a enviar una delegación a Estambul a negociar con Rusia, como afirmó ayer. Sin embargo, una reunión rutinaria más, en la que ya anuncia que volverá a exigir a Moscú el alto el fuego incondicional que sabe que el Kremlin no puede aceptar, no va a cambiar la trayectoria de la guerra ni de la paz.
“La Cámara de Representantes de Estados Unidos votó a favor de continuar la ayuda militar a Ucrania”, se congratulaba ayer Andriy Ermak en un post acompañado, como es habitual, por emojis para ilustrar su significado, en esta ocasión las banderas de Estados Unidos y Ucrania unidas por dos manos estrechándose. La decisión, que no implica asignación económica, es la ratificación de lo anunciado por Donald Trump, cuyo cambio de opinión ha causado, de forma inmediata, una postura similar en la inmensa mayoría del trumpismo, única parte del Partido Republicano que había rechazado el envío de más armas estadounidenses a la guerra. El beneficio económico y la necesidad de tapar el fracaso que supone para Trump no haber logrado ningún avance político en seis meses han provocado el punto de inflexión.
En Wiesbaden, el lugar en el que Estados Unidos y el Reino Unido ayudaron a Ucrania a librar la guerra proxy y planificaron con Zaluzhny la contraofensiva que debía romper definitivamente el frente para obligar a Rusia a una paz en condiciones de debilidad, el nuevo comandante del ejército estadounidense en Europa, Alexus Grynkevich, ha confirmado que está de camino el suministro militar de grandes cantidades de “armas muy sofisticadas”, como describió Donald Trump los sistemas de defensa aérea y posiblemente misiles. “No voy a revelar a los rusos ni a nadie el número exacto de armas que estamos transfiriendo ni cuándo lo haremos, pero lo que sí diré es que los preparativos están en marcha”, declaró en sus primeras horas en el cargo en una comparecencia en la que añadió que “vamos a movernos tan rápido como podamos”. En la misma línea se mostró el canciller alemán Friedrich Merz, principal patrocinador de la iniciativa según la cual la OTAN adquirirá el armamento para Ucrania, que pondrá los muertos, mientras que Estados Unidos se llevará el beneficio. “Ucrania recibirá pronto sistemas de ataque de largo alcance y apoyo militar adicional”, afirmó en una comparecencia común con sir Keir Starmer en la que añadió que “estamos trabajando con la administración de Estados Unidos y el Congreso para finalizar las decisiones al respecto”. Con sus palabras, Merz confirmó que la nueva asistencia no se limitará a sistemas y munición de defensa aérea como había prometido Trump durante la cumbre de la OTAN, sino de armas puramente ofensivas.
“He ordenado que se firmen urgentemente todos los contratos pertinentes para los drones que necesitan nuestras Fuerzas de Defensa de Ucrania. También hablamos sobre cómo garantizar la capacidad de ataque profundo: la frecuencia de nuestros ataques y las tareas prioritarias”, escribió ayer Volodymyr Zelensky apuntando también a un aumento de la guerra aérea en términos de reanudación de la estrategia de hace un año, con la que Ucrania quiso desgastar a Rusia a base de ataques con misiles occidentales en su retaguardia.
En este sentido, es relevante recordar lo publicado por medios como The Washington Post y Financial Times sobre la conversación entre Trump y Zelensky del 4 de julio, que el presidente ucraniano percibió como la más importante de las que ha mantenido con su homólogo estadounidense. Según los dos medios, Donald Trump habría preguntado a Zelensky por qué Ucrania no ha atacado Moscú o San Petersburgo y si disponía de las armas para hacerlo. Tras la publicación de los detalles de la conversación, la Casa Blanca trató de negar los hechos y Trump, acostumbrado a refutar la realidad y tratar de cambiar el significado de sus palabras, alegó que solo se había tratado de una inocente pregunta. Aunque Donald Trump insistió en que no había tratado de sugerir a Zelensky que Ucrania ataque las dos capitales rusas, la pregunta, unida al comentario en el que, según los dos medios estadounidenses, insistió en que “los rusos tienen que sentir el dolor” de la guerra, recuerda a la retórica de Biden durante su mandato. En otro paralelismo, exoficiales afines al presidente realizan apariciones mediáticas explicando la importancia de los actos de la Casa Blanca. Ya no es John Bolton en la CNN, sino el general Jack Keane en Fox News sugiriendo que Trump no ha prohibido a Ucrania atacar Moscú o San Petersburgo, sino recordado que solo ha de atacar objetivos militares. Teniendo en cuenta que nunca han molestado a Trump los ataques con artillería contra barrios de Donetsk ni tampoco el sabotaje de trenes causando víctimas civiles, el argumento suena a intento de desmarcarse de cualquier efecto secundario no deseado causado por las armas enviadas por Estados Unidos y cuyo uso precisa de la autorización de Washington.
“Como líder efectivo del mundo entero, Trump no está contento”, afirmó en una de sus ruedas de prensa de esta semana la portavoz del Departamento de Estado, que otorgó a su presidente el estatus de líder planetario, pero no fue capaz de explicar qué espera conseguir con las actuales medidas. La incoherente forma en la que la Casa Blanca ha gestionado su caótico intento de conseguir una negociación entre Rusia y Ucrania, el rápido retorno a la táctica de escalada progresiva de la era Biden y el paso a una retórica que recuerda a la de su predecesor han revitalizado las esperanzas ucranianas y europeas de seguir luchando hasta conseguir una posición de fuerza con la que imponer los términos de paz al Kremlin. En este contexto, las noticias sobre el envío australiano de 49 tanques estadounidenses Abrams o las esperanzas que Merz pone en los misiles de largo alcance suponen un flashback a 2023, cuando Ucrania preparaba su gran operación terrestre en los campos de Zaporozhie.
A los sueños ucranianos de ofensiva con la que derrotar a Rusia en el frente hay que añadir el comentario de Trump en la conversación del 4 de julio. “Según un oficial ucraniano, Trump afirmó que Ucrania no va a cambiar el curso de la guerra jugando a la defensiva y necesitaba pasar a la ofensiva”, escribe The Washington Post. Comparativamente mucho más debilitada que hace dos años, cuando se ponía en duda las capacidades rusas de defender un frente tan extenso con tropas movilizadas hacía apenas unos meses, es prácticamente impensable que Kiev pudiera ser capaz de organizar otra ofensiva multimillonaria en la que encontrarse con aún más dificultades que en 2023. El comentario de Trump, más retórico que político y basado en el desconocimiento de la realidad militar de la guerra, es solo otro paralelismo con la actitud del equipo de Joe Biden. Los 140.000 millones de euros en asistencia militar a Ucrania que los países occidentales y sus aliados habían entregado a Kiev hasta abril de este año según el último recuento del Kiel Institute no han conseguido derrotar a Rusia, una realidad que no ha enseñado a la Casa Blanca la lección de lo que implica subestimar la capacidad de Moscú de responder a las nuevas condiciones en el frente. La historia no se repite, ya que no hay actualmente condiciones para una gran ofensiva terrestre, pero sí rima, especialmente en la voluntad de Estados Unidos de utilizar la opción militar con la esperanza de poder imponer a Rusia unos términos que no se corresponden con el equilibrio de fuerzas que muestra el frente.
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