miércoles, 29 de enero de 2025

Cuatro escenarios y un destino


Nahia Sanzo, Slavyangrad

El pasado fin de semana, las tropas rusas capturaron la localidad de Velyka Novosyolka. En parte por la importancia del avance, mucho más rápido que en el caso de Chasiv Yar, por la que Rusia lleva meses luchando, o incluso Toretsk, batalla que previsiblemente termine en días, si no horas, y también para impedir que Ucrania pudiera negar los hechos, las tropas rusas escenificaron su victoria con fuegos artificiales. Clave para el suministro y las comunicaciones en el frente sur, la pérdida de Velyka Novosyolka no implica una ruptura en profundidad del frente, pero sí dificulta para Ucrania la defensa de los territorios del sur, en los que su posición es cada vez más complicada. El profundo desinterés ucraniano y mediático hacia Donbass ha facilitado la labor de minimizar la importancia de la pérdida de terreno en el este -que siempre se ha justificado con la coletilla de las enormes bajas rusas, sean reales o imaginarias- y ni siquiera está valorándose debidamente el cierre de la mina de coque de la que depende la producción metalúrgica ucraniana o la pérdida del principal yacimiento de litio, que Kiev pretende utilizar en el futuro para su recuperación económica. La batalla por Velyka Novosyolka, excesivamente cercana a la frontera de un oblast que sí es una prioridad para Ucrania y donde ya se publican imágenes de la construcción de trincheras, ha roto ligeramente esa dinámica y ha provocado más preocupación que los progresos rusos en Donetsk y Lugansk.

Pese a la lentitud en el movimiento del frente y la retórica de exagerar hasta la saciedad los problemas rusos mientras se oculta los ucranianos -mucho más graves al depender completamente de las subvenciones exteriores, que actualmente están siendo puestas en duda-, incluso los medios más favorables a Ucrania aceptan ya que la situación es peligrosa. “En cuestiones de supervivencia nacional, Ucrania espera la decisión del presidente Trump como un gladiador herido aguarda el giro del pulgar de un emperador: aunque todavía no rota, la esforzada nación está ciertamente de rodillas. En el campo de batalla, el panorama nunca ha sido tan sombrío. Las tropas rusas tomaron seis veces más territorio ucraniano en 2024 que en 2023. Más de la mitad del territorio que Ucrania capturó en su incursión sorpresa de otoño en Kursk ha sido cedido desde entonces”, escribía el pasado domingo The Times, que recordaba el retroceso en el frente y las dificultades económicas e industriales como principales argumentos, a los que añadía el habitual reproche de la negativa a reclutar a los jóvenes de entre 18 y 25 años.

En esa situación, el artículo plantea cuatro escenarios posibles que, en comparación con los planteados en años anteriores son notablemente menos optimistas. En 2022, el experto en relaciones internacionales Alexander Graef presentaba las posibles opciones de resolución de la guerra entre la guerra eterna, el alto el fuego, la consolidación rusa y la victoria ucraniana. En marzo de 2023, fracasada ya la contraofensiva terrestre ucraniana que debía otorgar definitivamente la iniciativa a las tropas de Kiev, el Royal United Services Institute británico actualizaba los escenarios posibles para incluir el de la victoria rusa. Esa posibilidad se planteaba como improbable, como lo era también la victoria ucraniana. Entre esos dos extremos se colocaban dos escenarios intermedios: “un juego de ajedrez que termina en empate y donde no hay una salida victoriosa”, es decir, la guerra eterna más o menos activa, y el de una paz pactada en la que Ucrania probablemente se vería obligada a invertir el orden de prioridades y contentarse con lograr sus objetivos de seguridad a costa de una parte de los territorios perdidos.

“Si Rusia decide seguir adelante con la guerra y rehuir las negociaciones, entonces, si se separa del apoyo estadounidense, Ucrania puede acabar quebrada y derrotada militarmente”, escribe ahora The Times para presentar el más pesimista, aunque posible, de los cuatro escenarios que observa como posibles. A la posibilidad de victoria rusa, se añade ya la del colapso ucraniano. “Casi tan malo como el primer resultado posible es el segundo en el que, a falta de un acuerdo negociado o el apoyo de Estados Unidos, Ucrania se rinde y solicitar la paz desde una posición de debilidad para lograr un mal acuerdo de paz que deje el país dividido y un gobierno incómodo establecido en Kiev: una victoria para Rusia, y una clara derrota para Ucrania y sus aliados occidentales”, añade como segundo escenario.

“La tercera implica un alto el fuego. Si forma parte de una fase transitoria que conduzca a un acuerdo final, a un acuerdo de paz y a una conclusión real de la guerra, podría conducir a la estabilidad regional y a la supervivencia de Ucrania, rodeada de garantías económicas y de seguridad”, continúa para relatar la posibilidad de un alto el fuego que no dé lugar a un acuerdo final. “El crisol de la esperanza ucraniana”, finaliza The Times¸ “implicaría que Estados Unidos empoderara a Ucrania para que pudiera participar en las conversaciones de paz desde una posición de fuerza, dando lugar a un acuerdo que garantice a Ucrania un futuro soberano y económicamente viable, con garantías de seguridad que la protejan de nuevas amenazas rusas”.

Desde la consolidación de la línea del frente tras la retirada rusa de Kiev y las derrotas de Járkov y Jérson en otoño de 2022, cuando se eliminó de todos los escenarios posibles la idea de la victoria rusa y Ucrania comenzó a exigir armamento y financiación en busca de una victoria hasta entonces imposible de imaginar, el objetivo de los socios de Kiev ha sido lograr el cuarto escenario: reforzar al máximo a Ucrania, debilitar por las vías militar y económica a la Federación Rusa y aceptar una negociación solo cuando Kiev se encuentre en posición de imponer los términos a Moscú. Pese a los intentos de ofensivas, endurecimiento de las sanciones e incluso el permiso para utilizar armamento pesado occidental en territorio ruso -una clara línea roja hasta hace apenas unos meses-, Occidente no ha conseguido que Ucrania recupere la iniciativa que perdió en el momento en el que subestimó la capacidad rusa de defender el frente de Zaporozhie y aprovecharse del desgaste ucraniano.

La llegada de Donald Trump no ha supuesto un cambio de política sino la constatación, por parte de un sector político que desea centrarse en la rivalidad con China, del desinterés estadounidense por la situación en Europa, que ha dejado de ser el teatro prioritario de enfrentamiento político y económico que fue en la Guerra Fría. La candidatura de Trump no ha escondido ese desinterés por Ucrania y Europa en general y, en sus primeros días al frente de la administración estadounidense, se reafirma en sus objetivos: conseguir un alto el fuego a corto plazo, una negociación para dar por finalizado el conflicto y lograr un fuerte aumento de la implicación económica europea para que quede en manos de la UE hacerse cargo de los costes de la guerra y, sobre todo, de la reconstrucción.

La suspensión de programas de ayuda humanitaria y desarrollo, la limitación de la situación privilegiada de acceso de personas migrantes procedentes de Ucrania a Estados Unidos o los comentarios negativos que ha realizado Donald Trump sobre Volodymyr Zelensky -al que, como ya hiciera Lula da Silva, otorga parte de la culpa en el estallido de la guerra- se suman al nombramiento de Keith Kellogg (que el pasado año presentó un plan de actuación con el objetivo de lograr una negociación) para gestionar la política ucraniana en una serie de pasos que muestran el deseo de la Casa Blanca de dar por concluida la guerra de Ucrania. A esos gestos hay que sumar otro que se ha conocido este fin de semana, la presencia de un enviado ucraniano en la toma de posesión de Trump y Vance el 20 de enero. No se trata de Zelensky ni de su mano derecha, el poderoso cardenal verde Andriy Ermak, sino de David Arajamia, líder del partido del presidente en la Rada y, sobre todo, jefe de la delegación ucraniana en las negociaciones de Estambul. Su presencia denota el interés de Washington por reanudar las negociaciones, posiblemente sobre la base de lo ya trabajado en Estambul en la primavera de 2022. Esa era la recomendación de dos expertos, Samuel Charap, de Rand Corporation, y Sergey Radchenko, profesor de la Universidad Johns Hopkins, que tuvieron acceso a los documentos de trabajo y pudieron comprobar lo lejos que llegaron Rusia y Ucrania en busca de un acuerdo antes de que Kiev renunciara a la diplomacia en favor de continuar luchando por una victoria completa. Arajamia fue la persona que lideró la negociación ucraniana en aquel momento y es también quien confirmó que existía voluntad de acuerdo por parte de Rusia, que ya en aquel momento dejó claro que no priorizaba la cuestión territorial -Moscú estaba dispuesta a abandonar prácticamente todos los territorios ganados desde febrero de 2022- sino la de la seguridad.

Ese aspecto, que es también la prioridad absoluta para Ucrania, es uno de los elementos centrales de una propuesta que ha sido publicada en las últimas horas por los medios ucranianos y que podría corresponderse a un borrador de acuerdo en el que estaría trabajando la administración estadounidense. “Por el momento no tenemos confirmación de la autenticidad de este «plan». Quizá se trate realmente de un plan elaborado por el equipo de Trump, o quizá sea una especie de «apócrifo» elaborado sobre la base del «plan Kellogg» publicado el año pasado antes de las elecciones presidenciales estadounidenses. Hay indicios que apuntan tanto a la primera como a la segunda opción. Sin embargo, teniendo en cuenta la gran atención pública que suscita el tema de la solución pacífica, hemos decidido publicarlo”, escribía Strana. Las líneas que esboza el documento son coherentes tanto con las posturas que ha mostrado en el pasado David Arajamia como con las palabras de Donald Trump y algunos hombres de su entorno en las últimas semanas. La idea muestra, en realidad, los puntos que poco a poco están consolidándose como las opciones más probables teniendo en cuenta el equilibrio de fuerzas y aquellos que han sido planteados por el actual presidente de Estados Unidos o su equipo de Seguridad Nacional. El plan filtrado implicaría un alto el fuego durante el que Ucrania continuaría disponiendo de asistencia de Estados Unidos, que exigiría la revocación del decreto que prohíbe negociar con Vladimir Putin. A partir de ahí, la línea de separación ejercería -salvo en la región de Kursk, que sería evacuada por Ucrania- de frontera de facto. Kiev no renunciaría a los territorios perdidos, pero quedarían bajo control de Rusia. La propuesta plantea también la defensa de los derechos de la población rusoparlante y de la iglesia ortodoxa vinculada al patriarcado de Moscú, la pronta adhesión de Ucrania a la Unión Europea y la neutralidad del país, puntos presentes en el acuerdo de Estambul. A diferencia de aquel momento, el actual acuerdo no exigiría a Ucrania una reducción de su ejército.

Según este acuerdo, o un planteamiento similar, Rusia podría argumentar haber impedido la expansión de la OTAN y adquirido territorios, aunque a cambio de perder a Ucrania, que quedaría consolidada como un país bajo la influencia y tutela de Occidente. Como contrapartida, Moscú tendría que soportar aranceles en su comercio con la UE, que serían utilizados a modo de reparación de guerra en la reconstrucción del país, y la paz armada continuaría suponiendo tener que defender un frente con capacidad de seguir el mismo camino que lo hizo el de Minsk. Kiev, por su parte, podría jactarse de haber logrado la supervivencia del país y de su entrada en la familia europea, aunque no conseguiría unas garantías de seguridad tan robustas como espera actualmente. Sin embargo, a diferencia del acuerdo de Estambul, que desde el sector afín a Poroshenko se presentó como un planteamiento que dejaba a Ucrania indefensa, la propuesta que los medios ucranianos están publicando actualmente, cuenta con los beneficios que esos mismos representantes otorgaban a Minsk, la capacidad de rearme y de hacer del país un fortín. Este último punto, que presagiaría un futuro incierto, es la parte que hace más creíble este plan.

La guerra apunta actualmente hacia un debilitamiento de Ucrania que, sin embargo, sigue siendo capaz de evitar el colapso del frente. Rusia, aunque más fuerte que en años anteriores, aún no ha sido capaz de conseguir siquiera su objetivo de mínimos, el control de todo el territorio de Donbass. Dirigiéndose hacia una guerra eterna o a un final no concluyente que cronifique un statu quo que implica enormes movilizaciones de recursos humanos y materiales, la negociación puede realizarse solo si desaparecen los maximalismos, presentes hasta hace poco tiempo en los discursos de Rusia y Ucrania y también en el de la Unión Europea, única de las partes que aún no ha moderado las expectativas.



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