Marshall Auerback, Sin Permiso
El artículo de Hans-Olaf Henkel en el Financial Times del 30 agosto está dando que hablar. De acuerdo, Henkel es un tipo odioso, pero lo cierto es que mi punto de vista [sobre la probable salida de Alemania del euro], otrora considerado poco menos que una locura extravagante, está abriéndose paso de modo cada vez más serio. Los alemanes se manifestaron dispuestos a entrar en una Unión Monetaria, porque el diseño de la misma destruía el arma de la devaluación monetaria en manos de sus competidores. La disciplina salarial alemana, sus logros en la productividad del trabajo y las innovaciones de sus ingenieros no podrían ser borrados de un plumazo. Recuérdese que hay básicamente 3 Alemanias:
La Alemania 1 está formada por el Bundesbank y el Finanzkapital, una Alemania dominada por la fobia contra todo posible rebrote de una hiperinflación al estilo de la República de Weimar, una Alemania que penetrada de una fe casi teológica en la doctrina del “dinero sólido”. Es la Alemania de los lingotes de oro y los economistas austríacos, que cree en el dinero fuerte, en la política fiscal “responsable” y en lo que con ella va. Es la Alemania inveteradamente hostil al euro entendido como unión grande y laxa.
Luego está la Alemania 2, la de los “europeístas” encabezados por Kohl, quienes en substancia creen que para resolver el “problema alemán” hay que insertar más plenamente a Alemania en un contexto paneuropeo, siendo la unión monetaria parte esencial de esa operación.
La Alemania 3 era la Alemania oscilante, la Alemania industrial que compró la idea de la unión monetaria precisamente porque dejaba atrapados a sus competidores industriales en una tasa de cambio fija que impedía el recurso a la devaluación.
Me parece a mí, sin embargo, que esta tercera Alemania oscilante comienza a reconsiderar las cosas al percibir –erróneamente— los “costes” que para el país representan los repetidos rescates. Esa preocupación, tan errada como real, parece estar haciéndoles perder de vista los evidentes beneficios que les reporta la existencia de países mediterráneos “manirrotos” que no paran de comprar productos alemanes. A mí me resulta sorprendente que Henkel, un actor mayor en el complejo industrial alemán, ande ahora encabezando el partido de la salida alemana del euro. Podría ser revelador de que movimientos tectónicos de desplazamiento en la dinámica política alemana. Podría ser que quienes toman decisiones políticas en Alemania han llegado a la conclusión de que no hay tasa de cambio plausible para el Neuro y el Pseudo (¿o Soro?) que pudiera causar problemas en su excedente de cuenta corriente y en su estrategia de crecimiento fundad en la exportación. O a la conclusión, al menos, de que su abandono del euro es la “opción menso mala”, dadas las vivas reacciones políticas despertadas por los préstamos subsidiados a Grecia, Portugal, etc.
El otro punto es éste: a las empresas transnacionales no les preocupa de dónde venga la demanda, mientras ésta aumente en algún lugar y puedan acceder a ella. El arbitraje a escala internacional de la mano de obra es la miel sobre las hojuelas. Así pues, no importa que las políticas practicadas generen desequilibrios insostenibles entre los países y tengan pésimos resultados sociales, mientras mantengan expeditas las vías de acceso global a la demanda dondequiera que éste se halle.
Eso es probablemente verdad, mientras el precio último de esas políticas no tengan que compartirlo las empresas transnacionales (en forma de impuestos o de mayor regulación). Hasta ahora, a las empresas transnacionales les ha ido razonablemente bien, en la medida en que los costes se han cargado de forma totalmente desproporcionada sobre las espaldas de otros. Lo que muy bien podría cambiar, si los impuestos gravitaran sobre los beneficios y no sobre las poblaciones.
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