History of the Internet from PICOL on Vimeo.
Cuando el ejército de Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende, hace casi 36 años, descubrió un revolucionario sistema de comunicaciones que conectaba a todo el país al que algunos califican como “una especie de Internet socialista.” ¿Su creador? Un excéntrico científico británico llamado Stafford Beer. Este emocionante artículo fue publicado en The Guardian el 8 de septiembre del año 2003, a días del trigésimo aniversario del golpe militar y reproducido en El Clarin de Buenos Aires el 12 de septiembre de 2003.
Por Andy Beckett, The Guardian
A principios de los años 70, en un lugar alejado de West Byfleet, en Surrey, Inglaterra, se realizó un experimento tan pequeño como importante. En el cobertizo de una casa, un adolescente llamado Simon Beer construyó una serie de “contadores eléctricos para medir la opinión pública”. La idea fue la siguiente: los usuarios hacían girar el dial del medidor para indicar si estaban o no satisfechos con determinada propuesta política. Extraño y ambicioso, el planteo funcionó bien. Y lo más sorprendente era que el mercado que había encargados su desarrollo, y al que estaba explícitamente dirigido no era Gran Bretaña, sino Chile.
La historia dice que el gobierno asediado sediento de innovaciones que conducía Salvador Allende contrató a Stafford Beer, el padre de Simon, para que realizara un experimento tecnológico amplio, del cual los medidores eran una pequeña parte. Se lo llamó Proyecto Cybersyn. Nadie había intentado algo así antes. Y tampoco después. El señor Beer se había propuesto, según sus propias palabras, “implantar un sistema nervioso electrónico en la sociedad chilena”. Los votantes, los lugares de trabajo y el gobierno iban a estar conectados entre sí por una nueva red nacional de comunicaciones a la que, hoy, algunos expertos califican como “una especie de Internet socialista, varias décadas adelantada”.
Cuando, en 1973, el gobierno de Allende fue derrocado por el golpe militar, hizo ayer 30 años, todo lo que Beer y sus colaboradores habían llegado a construir pasó al olvido. Entre las muchas historias sobre el período Allende, el Proyecto Cybersyn apenas mereció una nota al pie de página. Sin embargo, las personalidades involucradas, el trabajo que realizaron, el optimismo y la ambición e inviabilidad del plan esconden algunas verdades importantes sobre el gobierno de Allende. Hasta que murió, el año pasado, Stafford Beer fue un aventurero idealista e inquieto que sentía una loca atracción por Chile. Un poco científico, con algo de gurú, medio teórico, se había enriquecido en la Inglaterra de los años 50 y 60. Pero vivía frustrado.
Sus ideas sobre las semejanzas entre los sistemas biológicos y los desarrollos humanos, expresadas en su libro “The Brain of the Firm”, lo convirtieron en un consultor muy solicitado por las empresas y los políticos británicos. Sin embargo, como sus clientes no adoptaban las soluciones que les recomendaba tanto como él quería, empezó a cerrar contratos en el exterior. A principios de los 60, su compañía hizo algunos trabajos para la compañía de trenes de Chile. Y aunque él no viajó a Sudamérica, uno de los chilenos involucrados en sus proyectos, un estudiante de ingeniería llamado Fernando Flores, empezó a leer los libros de Beer y se sintió cautivado por su originalidad y su energía.
Para cuando el gobierno de Allende resultó electo, en 1970, Beer ya tenía un grupo de discípulos en Chile. Inmediatamente después, Flores se incorporó al gabinete comunista con la responsabilidad de nacionalizar algunos sectores de la industria. En 1971, la euforia inicial de la revolución democrática no autoritaria de Allende, empezó a desdibujarse y Flores y su segundo, Raúl Espejo, se dieron cuenta que, desde el ministerio, habían comprado un imperio desorganizado de minas y fábricas, algunas ocupadas por sus empleados, otras todavía controladas por sus gerentes originales, unas pocas operativas y eficientes. Y en julio, le escribieron a Beer para pedirle ayuda.
Sabían que, aunque estaba muy ocupado, sentía simpatía por la izquierda. “Queríamos contratar a alguien de su equipo”, recuerda Espejo. Nunca imaginaron que Beer se iba a entusiasmar tanto como para rescindir otros contratos y trasladarse a Santiago. En West Byfleet la gente pensaba: “Stafford se está volviendo loco otra vez”. Cuando llegó a Santiago, los chilenos estaban muy impresionados. “Era enorme y se notaba a la legua que pensaba a lo grande”, afirma Espejo. Beer pidió un honorario diario de 500 dólares, menos de lo que cobraba habitualmente, pero una suma importante para un gobierno al que los enemigos de Washington no le prestaban dólares, y una dosis constante de chocolate, vino y cigarros.
Durante los dos años siguientes, mientras sus subordinados trataban de abastecerlo y la prensa local lo comparaba con Orson Wells y Sócrates, Beer trabajaba en Chile y, cada tanto, hacía un viajecito a Inglaterra, donde un equipo británico a sus órdenes trabajaba en el proyecto Cybersyn. El resultado de su aporte fue asombroso: Beer diseñó un nuevo sistema de comunicaciones que abarcaba todo Chile, desde los desiertos del norte hasta los hielos del sur, transportando a diario un gran volumen de información vinculada a los ritmos de producción de cada fábrica, el flujo de las materias primas importantes, las tasas de ausentismo y otros problemas de raíz económica.
Hasta entonces, obtener y procesar ese tipo de información, incluso en países ricos y estables, demandaba no menos de seis meses. El proyecto Cybersyn, en cambio, había evitado los obstáculos técnicos. Cuando cayó Allende, los militares chilenos encontraron en un galpón 500 máquinas de télex que habían sido compradas por el gobierno comunista. Los aparatos habían sido cuidadosamente distribuidos en las fábricas y conectados a dos puestos de control, ubicados en Santiago. Allí, un staff pequeño recogía las estadísticas económicas apenas llegaban (oficialmente, a las 5 de la tarde) y las procesaba hasta convertirlas en un informe que llegaba todos los días a La Moneda, el palacio presidencial.
El mismísimo Allende estaba muy entusiasmado con el programa: había ejercido la medicina y entendía, instintivamente, lo que le explicaba Beer sobre las características biológicas de las redes y las instituciones. Por otra parte, ambos coincidían en que Cybersyn no debía espiar a la gente. Por el contrario, su objetivo era permitir a los trabajadores manejar, o por lo menos participar, en la gestión de sus trabajos y, a la vez, fomentar el intercambio de información. No siempre funcionó así. “Algunas personas con las que hablé, me dijeron que era muy difícil que las fábricas enviaran sus estadísticas”, asegura Eden Miller, un norteamericano que está haciendo una tesis sobre Cybersyn.
En 1972 y 1973, años agitados en Chile y en buena parte de Sudamérica, había otras prioridades, amén de que no todos los trabajadores estaban dispuestos y/o podían dirigir sus plantas. Pero también hubo éxitos: las fábricas utilizaban sus télex para enviar pedidos y quejas al gobierno y viceversa. Y, en octubre de 1972, cuando Allende se dispuso a enfrentar su peor crisis desde que había asumido, el invento de Beer se volvió vital. Con el apoyo secreto de la CIA, los pequeños empresarios conservadores chilenos entraron en huelga. Los alimentos escaseaban y el abastecimiento de combustible corría peligro. El gobierno creyó que Cybersyn podía servirle para rebasar el flanco enemigo, empleando los télex para obtener información sobre lo que escaseaba y paliar la falta.
Las salas de control en Santiago funcionaban día y noche. La gente dormía allí, incluidos varios ministros. “Nos sentíamos en el centro del universo”, recuerda Espejo. La huelga no logró derrocar a Allende. Ese fue el pico de utilidad de Cybersyn. Poco después, al igual que el gobierno, empezó a toparse con problemas insolubles. En 1973, por la dimensión del proyecto, que llegó a alcanzar hasta el 50 por ciento de toda la economía nacionalizada, el equipo original de discípulos de Beer se había entremezclado con científicos menos idealistas y, obviamente, aparecieron las fricciones. Para colmo, en paralelo, Beer había empezado a concentrarse en otros planes.
Insólitamente, el científico empezó a convocar a pintores y cantantes populares para publicitar los principios del “socialismo de alta tecnología”; se dedicó a probar los medidores de opinión pública que había diseñado su hijo y hasta a organizar expediciones de pesca para aportarle al gobierno algunos de los dólares que tanto necesitaba. Mientras tanto, el complot de la derecha contra Allende se volvía cada vez más evidente y la economía empezó a desmoronarse: alentados por los Estados Unidos, otros países empezaron a recortarle su ayuda e inversiones. “Había mucha tensión en Chile. Podría haberme retirado, de hecho, lo pensé muchas veces”, escribió después Beer.
En junio de 1973, después de que le aconsejaron abandonar el país, Beer alquiló una casa en la costa. Durante algunas semanas, escribió, contempló el mar y asistió a reuniones gubernamentales secretas. El 10 de septiembre, se tomaron las medidas de una sala de La Moneda para instalar allí un centro de control Cybersyn. Al día siguiente, el 11 de septiembre, el palacio fue bombardeado por los golpistas. Beer estaba en Londres, haciendo lobby para el gobierno chileno y, al salir de una reunión, leyó los diarios: “Allende fue asesinado”, decían. Los militares chilenos encontraron la red Cybersyn intacta, pero no sabían para qué servía.
Aunque Espejo y otros se los explicaron, los aspectos abiertos e igualitarios del sistema les resultaron poco atractivos y lo destruyeron. Espejo logró huir. Poco después del golpe, Beer abandonó West Byfleet y, también, a su esposa, para instalarse solo en una cabaña en Gales. “Tenía la culpa del sobreviviente”, dice Simon. Hoy, Cybersyn y otros posteriores inventos, más esotéricos aún, de Stafford permanecen vivos en oscuros sitios de Internet socialistas y, curiosamente, se los suele mencionar en algunas escuelas de negocios modernas para hablar de la importancia de la información económica.
Es más, los músicos británicos David Bowie y Brian Eno se refirieron muchas veces a Beer como una de sus influencias fundamentales. Sin embargo, seguramente, lo más importante será siempre que su trabajo en Chile afectó positivamente a la mayoría de los que participaron en sus proyectos. Tal es el caso de Espejo, quien hizo una muy buena carrera como consultor de management internacional. El ex colaborador de Beer, está radicado en Gran Bretaña desde hace décadas y, cuando se le pregunta si Cybersyn le cambió la vida, su mirada se vuelve seria. Y responde: “Sí, absolutamente”.
© The Guardian
Traducción de Claudia Martínez. Tomado de El Clarin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario