La inflación se considera un mal porque resta poder adquisitivo: los trabajadores tiene un sueldo fijo (a lo más reajustable una vez al año) mientras los precios suben en forma constante, lo que disminuye la canasta. El desempleo es otro mal pues quita todo poder adquisitivo y deja a la persona en calidad de paria del sistema, lo que genera problemas a nivel sicológico por la pérdida de la autoestima.
Arthur Okun, asesor económico de los presidentes Kennedy y Johnson acuñó en los años 60 el término de índice de desconformidad o malestar (discomfort index) a la suma simultánea de las tasas de desempleo e inflación. Y esto fue lo que ocurrió durante el mandato de Richard Nixon, en los 70, con los abultados costos de la guerra de Vietnam. Dicho guarismo, que puede asociarse al incremento de cualquiera de sus dos componentes, fue rebautizado como “índice de la miseria”.
En situaciones de normalidad ambos indicadores se mueven poco o de forma opuesta, como fue en gran parte de los felices años 90 y principios de esta década. Si recordamos las tasas de inflación a 12 meses en torno al 2% y el desempleo en el 6%, obteníamos un índice de la miseria del 8%. Hoy ese índice está en el 15,8%, el doble de aquellos años felices, lo que produce una pérdida en la calidad de buena parte de la población, más aún cuando el aumento de los precios se concentra en los alimentos básicos como el pan y la leche. Y si a esto agregamos el encarecimiento del petroleo y la energía, la situación se hace más grave.
El índice de la miseria es un dato que no aparece en los indicadores financieros. Pero ya va siendo hora de incorporarlo.
La verdad es que este indicador debería estar en el primer lugar de la tabla.
ResponderBorrarInteresante aporte
Anibal Segovia